46

TAVI se despertó en una cama de una habitación en Bernardholt que se utilizaba cuando se presentaban más invitados de los esperados. Se notaba cansado y estaba sediento, pero a excepción de un dolorcillo leve, no sentía malestar. Movió las piernas y notó que llevaba una especie de pantalones cortos.

—No sé por qué —murmuraba la voz de su tío desde una cama cercana—. Se inclinó sobre mí y pensé que me iba a cortar el cuello. Pero en vez de eso, cerró la herida con un artificio y me dijo que no quería que me desangrase.

La voz de Amara sonó pensativa.

—¿Dijo algo más?

—Sí, que le dijera a Isana que estaban en paz.

Tavi se incorporó y miró a su alrededor. Su tío estaba sentado en la cama, a su lado, con vendajes blancos en torno del vientre, que asomaba por encima del embozo de las sábanas, y alcanzaban hasta debajo de los brazos. Parecía pálido, y los moretones le cubrían los hombros y la mitad de la cara, pero sonrió al ver a Tavi.

—Bueno, bueno… Creíamos que ibas a dormir para siempre.

El chico lanzó un grito de alegría y cruzó de un salto el espacio entre las camas para abrazar con fuerza a su tío.

Bernard rio.

—¡Con cuidado, con cuidado, que estoy delicado! —Sus brazos rodearon a Tavi y le devolvieron el abrazo—. Qué alegría volverte a ver, muchacho.

Amara, vestida con una blusa y una falda de color marrón oscuro, le sonrió.

—Hola, Tavi.

Le devolvió la sonrisa a la cursor y volvió a mirar a Bernard.

—¿Pero cómo? —preguntó por último—. ¿Cómo es posible que estés vivo?

—Odiana —respondió Bernard—. La bruja del agua que te atacó en el río. Tu tía la salvó de la muerte a manos de Kord. Estaba escondida entre los cadáveres al pie de la muralla. Me salvó. También a Fade.

Tavi movió la cabeza.

—No me importa quién lo hizo, siempre que estés bien.

El estatúder volvió a reír.

—Lo que estoy es hambriento —reconoció—. ¿Y tú?

El estómago de Tavi se removió intranquilo.

—Aún no, tío.

Amara se giró y cogió una jarra que tenía al lado, sirvió agua en una copa para Tavi y se la entregó.

—Bebe. En cuanto hayas ingerido líquido, empezarás a tener apetito.

Tavi se lo agradeció con un asentimiento y bebió. La mano que le habían fracturado seguía débil, y cambió la copa a la otra.

—¿Tú también estás bien?

Ella le brindó una sonrisa, pero con un fondo de tristeza.

—Viva. Con algunas cicatrices. Me recuperaré.

—Lo siento —se disculpó Tavi—. Perdí la daga.

Amara negó con la cabeza.

—No tienes que disculparte por eso, Tavi. Te enfrentaste a dos hombres que han matado a más personas que ningún otro ser que haya conocido. Fuiste muy valiente. No te debes sentir avergonzado por no retener la daga.

—Pero sin ella, Aquitania se sale con la suya. No puedes demostrar su culpabilidad, ¿no es así?

Amara frunció el ceño.

—Yo, en tu lugar, tendría cuidado con lo que digo, Tavi. Si alguien te oyese, te podrías enfrentar a una acusación por difamación.

—¡Pero es la verdad!

Ella esbozó una media sonrisa.

—No sin la daga. Sin ella se trata solo de sospechas.

Tavi frunció el ceño.

—Eso es una estupidez.

Amara soltó una carcajada con un sonido repentino y jocoso.

—Sí —estuvo de acuerdo—. Pero míralo de esta forma: salvaste el valle y quién sabe cuántas explotaciones con él. Eres un héroe.

Tavi parpadeó.

—Eh… ¿Lo soy?

Amara asintió, ahora con expresión seria.

—Ayer presenté mi informe. El Primer Señor en persona vendrá mañana para condecorar a varias personas por su valor.

Tavi negó con la cabeza.

—No soy muy valiente. No me siento como un héroe.

Los ojos de Amara brillaron.

—Bueno, quizá más adelante.

Isana entró con energía en la habitación, vestida con ropa limpia y un delantal almidonado.

—Tavi —ordenó con tono enérgico—, vuelve a la cama.

El chico se metió bajo las sábanas.

Isana le frunció el ceño a Bernard.

—Y tú, Bernard, sabes que te dije que el muchacho debía quedarse en la cama.

El estatúder sonrió, sumiso.

—Oh, de acuerdo.

Isana se acercó a su hermano y le tocó las sienes.

—Hum. Bueno, no vas a seguir sembrando el caos aquí mucho más tiempo. Saca los huesos perezosos de la cama y ve a comer.

Bernard sonrió y se inclinó hacia delante para besar a Isana en la frente.

—Lo que ordene la artífice del agua.

—Bah. Amara, ¿te sigues sintiendo bien? ¿Sin fiebre ni náuseas?

La cursor negó con la cabeza, sonriendo, y se volvió de espaldas con discreción cuando Bernard se puso en pie para ponerse los pantalones y una túnica suelta, con movimientos envarados.

—Me encuentro bien, señora Isana. Muy bien. Ha hecho usted un trabajo maravillo.

—Bien. Ahora salid. El muchacho necesita descansar.

Bernard sonrió y revolvió el cabello de Tavi. Después se acercó a Amara y le cogió la mano. La cursor parpadeó, se miró la mano y a continuación levantó los ojos hacia la cara de él. Sonrió y sus mejillas se arrebolaron.

—¡Oh, vamos! —les empujó Isana, que dio una palmada en el hombro de Bernard.

Él sonrió y los dos salieron de la habitación. Tavi se dio cuenta de que no andaban muy deprisa y que caminaban muy juntos.

Isana se volvió hacia Tavi, le puso los dedos sobre las sienes, y después le sonrió.

—¿Cómo te sientes?

—Sediento, señora.

Ella sonrió y volvió a llenar la copa.

—Estaba tan preocupada… Tavi, estoy muy orgullosa de lo que has hecho. Todo el mundo en el valle piensa que eres un joven héroe.

El chico parpadeó y sorbió la bebida.

—¿Soy un…? No sé, ¿tengo que hacer algo? ¿Aprender a pronunciar discursos o algo así?

Ella rio y lo besó en la frente.

—Solo descansa. Eres una persona valiente, Tavi, y piensas en los demás más que en ti mismo cuando llegan los malos momentos. Recuerda siempre quién eres. —Se puso en pie—. Van a venir algunos visitantes, pero no quiero que hables con ellos mucho tiempo. Bébete el agua y después duerme un poco. A última hora de la tarde te traeré algo de comer, cuando estés preparado.

—Sí, señora —asintió Tavi. Vio cómo se dirigía hacia la puerta y justo antes de que saliera, le preguntó—: Tía Isana, ¿quién es Araris Valeriano?

Ella se detuvo en el umbral de la puerta con la frente fruncida y respiró hondo.

—Él… él fue uno de los guardias reales. Uno de los guardias personales del príncipe Septimus. Un espadachín famoso.

—¿Murió con el príncipe?

Isana se volvió para mirarlo y le dijo en voz muy baja y muy firme:

—Sí, Tavi. Murió. Hace quince años. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Pero…

—Tavi —suspiró Isana—, necesito que confíes en mí. Por favor, Tavi. Solo un poco más.

El chico tragó saliva y asintió.

—Sí, señora.

Isana le sonrió, cansada.

—Aquí están tus visitantes. Recuerda. No hables mucho tiempo.

Salió de la habitación. Un momento después, Doroga inclinó la cabeza para pasar por debajo del dintel y entró en la habitación. El enorme jefe marat iba cubierto con su taparrabos habitual y una capa de plumas de dentilargo sobre una túnica de color rojo pálido. Del cinturón le colgaban unas botas aleranas, aunque él iba descalzo; varios anillos le decoraban todos los dedos. El brazo izquierdo lo llevaba en cabestrillo, hinchado y descolorido, pero parecía de buen humor y sonrió a Tavi al acercarse a la cama y aplastarle la mano con un apretón amistoso y descomunal.

Detrás de él entró Kitai, circunspecta, vestida con un taparrabos y una túnica alerana, descuidada y manchada de comida y suciedad. Llevaba el cabello largo y pálido peinado hacia atrás con una trenza, de manera que revelaba las curvas delicadas de sus mejillas y el cuello.

—Bueno, joven guerrero —saludó Doroga—. Te he pagado por salvar a mi cachorro…

—Hija —intervino Kitai—. Ya no soy un cachorro, padre.

—Hija —murmuró Doroga con una gran sonrisa—. Salvaste a mi hija y yo te he recompensado por ello. Pero luego me has salvado a mí y sigo en deuda contigo.

—Yo no hice nada.

—Me avisaste, Tavi —explicó Doroga—. Si no lo hubieras hecho, habría muerto. —Apretó el hombro de Tavi y durante un instante este pensó que se le iba a romper algo—. Muchas gracias.

—Pero lo que hice no fue nada. Tú eres el que llevó a cabo los grandes hechos. Tú dirigiste una horda contra otra horda, señor. Una horda de tu pueblo…

—Partí para pagar mi deuda contigo —reconoció Doroga—. Terminé lo que tú empezaste. Eso forma parte de ser un hombre. —El jefe marat le sonrió y se puso en pie—. Kitai…

Esta frunció el ceño.

Doroga le devolvió el gesto.

Kitai puso los ojos en blanco.

—Muchas gracias —le dijo a Tavi—. Por salvarme la vida.

El muchacho parpadeó con suavidad.

—Hum… ¡Cómo no!

Ella entornó los ojos.

—No te creas que yo tampoco lo voy a olvidar.

Él pensó que sonaba bastante más a amenaza que a promesa.

—Eh… No, no creo.

Las arrugas en la frente de Kitai se acentuaron, por más que algo alrededor de sus ojos se suavizó al pronunciar las palabras.

—Voy a aprender a montar a caballo —afirmó—. Si no tienes nada en contra.

—Uh. Desde luego. Bueno, eso está muy bien, Kitai —contestó Tavi, y miró a Doroga esperanzado.

El marat miró hacia arriba y suspiró.

—Nos tenemos que ir —se despidió—. Tu jefe quiere darnos las gracias mañana, y Kitai se debería lavar la túnica.

—Los cachorros llevan túnicas —intervino Kitai—. Es una locura obligarme a llevar esta. No me gusta, no la quiero. ¿Por qué no puedo vestir lo mismo que el resto de las mujeres marat?

—¿Quieres andar por aquí desnuda? —preguntó Tavi—. ¿Estás loca? Mientras estés aquí, viste como una persona normal.

De repente, Doroga le sonrió a Tavi. Su rostro se distendió en una sonrisa amplia.

—Bien. Eso está bien.

Kitai se cruzó de brazos y le lanzó una mirada a Tavi que hubiera podido convertir una piedra en polvo. El chico se hundió un poco más bajo las sábanas. Ella emitió un sonido de disgusto y salió de la habitación.

Doroga soltó una carcajada y revolvió el cabello de Tavi con el mismo gesto peculiar que su tío Bernard.

—Condenado joven guerrero… Condenado. Pero su madre y yo empezamos así.

Tavi parpadeó.

—¿Qué?

—Nos volveremos a ver.

El jefe marat se dio la vuelta para irse.

—¿Qué? —repitió Tavi—. ¿Su madre qué? ¡Doroga, espera!

No se detuvo, y seguía riendo mientras salía de la habitación.

—Recuerda lo que te he dicho, Tavi. Volveremos a hablar.

El muchacho se acomodó en la cama con el ceño fruncido y los brazos cruzados, pensativo. Tenía la impresión muy clara de que se le había escapado algo a lo largo del camino.

Trató de atar cabos:

—Dice que terminó lo que yo empecé…

Se oyó un golpecito en el marco de la puerta y Tavi levantó la mirada hasta dar con el rostro familiar y abrasado de Fade, que le sonreía desde la sala.

—Tavi —saludó el esclavo con alegría.

Él le sonrió.

—Hola, Fade. ¿Entras?

Fade entró en el cuarto con su rostro inexpresivo y cargado con un gran hatillo de tela roja.

—¿Qué es eso?

—Regalo —respondió Fade—. Regalo, Tavi —repitió, al tiempo que le ofrecía el hatillo de ropa.

El chico alargó las manos para recogerlo y descubrió que era más pesado de lo que había imaginado. Se lo colocó sobre el regazo y desató la tela. Esta resultó ser una de las capas escarlata del Memorial del Príncipe, y envuelta en ella, enfundada en una vaina vieja y muy curtida, se encontraba la espada vieja y maltrecha que Amara había traído desde el Memorial y que el esclavo usó en la muralla.

Tavi miró a Fade, que le sonreía con expresión bobalicona.

—Para ti.

El muchacho frunció el ceño.

—No tienes por qué continuar con la comedia, Fade —le dijo en voz baja.

Durante un instante brilló algo en los ojos de Fade, por encima de la marca de cobardía en sus mejillas. Se quedó mirando a Tavi por unos momentos y después le hizo un guiño deliberado.

—Para ti —repitió con la misma voz y se volvió para irse.

Tavi miró al hombre que apareció de pie en el umbral de la puerta. Era alto, de espaldas anchas y miembros largos. Su cara no parecía mucho más vieja que la de su tío, pero había algo en sus ojos verde pálido que revelaba más años de los aparentes. La plata manchaba su cabello y una capa pesada de una ordinaria tela gris le cubría por completo, excepto lo que la capucha revelaba de su rostro.

Fade respiró con fuerza.

—Un regalo principesco —murmuró el hombre—. ¿Estás seguro de que eres el más indicado para entregarlo, esclavo?

Fade levantó la barbilla y el chico vio que los hombros del esclavo se enderezaban.

—Para Tavi.

El hombre de la puerta entornó los ojos y se encogió de hombros.

—Déjanos. Quiero hablar con él a solas.

El esclavo miró con cautela a Tavi y luego le hizo una profunda inclinación de cabeza al extraño. Salió por la puerta después de dedicarle al chico otra sonrisa tonta y desapareció en la sala.

El forastero cerró la puerta lentamente detrás de Fade y se acercó para sentarse en la cama, al lado de Tavi, sin que sus ojos verdes abandonasen al muchacho.

—¿Me conoces?

Tavi negó con la cabeza.

El forastero sonrió.

—Me llamo Gaius Sextus.

Tavi sintió que se le abría la boca. Se sentó en el lecho con rigidez y tartamudeando.

—¡Oh, señor…! Majestad, no os he reconocido. Lo siento.

Gaius alzó la mano en un gesto tranquilizador.

—No, sigue acostado. Necesitas descansar.

—Pensé que llegabais mañana, majestad.

—Sí. Pero esta tarde he venido de incógnito.

—¿Por qué, majestad?

—Quería hablar contigo, Tavi. Por lo que parece, estoy en deuda contigo.

El muchacho tragó saliva.

—Solo intentaba traer las ovejas de vuelta a casa, majestad. Quiero decir que eso era lo quería hacer. Después de eso, parece que todo se…

—¿Se complicó? —sugirió Gaius.

Tavi se sonrojó y asintió.

—Exactamente.

—Así es como suelen ocurrir estas cosas. No quiero mantenerte demasiado tiempo despierto, así que voy al grano. Te lo debo. Dime cuál quieres que sea tu recompensa y la tendrás.

El chico se quedó parpadeando ante el Primer Señor y se le volvió a abrir la boca.

—¿Cualquier cosa? —preguntó.

—Dentro de lo razonable…

—Entonces, quiero que ayudéis a los hombres que han resultado heridos y a las familias de los que han muerto. Llega el invierno y va a ser muy duro para todos.

Gaius arqueó las cejas y ladeó la cabeza.

—¿De verdad? Ante la posibilidad de elegir, ¿esa es tu recompensa?

Tavi sintió cómo se le endurecía la mandíbula, terco. Miró a los ojos a Gaius y asintió.

—Muy bien. Haré que se reparta la ayuda de la Corona entre los que han sufrido alguna pérdida, caso por caso, a cargo del conde local. ¿Te parece justo?

—Sí, majestad. Muchas gracias.

—Deja que añada algo más. Mi cursor me dice que deseas asistir a la Academia.

El corazón de Tavi le dio un vuelco en el pecho.

—Sí, majestad. Más que nada en el mundo.

—Podría ser difícil para alguien con tus… digamos, limitaciones. Estarás en compañía de hijos e hijas de mercaderes, nobles y casas ricas de toda Alera. Muchos de ellos son artífices poderosos. Es posible que te plantee muchos retos.

—No me importa —balbució Tavi—. No me preocupa en absoluto, majestad. Me las puedo arreglar.

Gaius lo miró durante un momento y asintió.

—Me parece que sí. Si lo aceptas, está hecho. Te otorgaré mi patronazgo para la asistencia a la Academia y te ayudaré a escoger los campos de estudio. Serás el academ Tavi Patronus Gaius. Ve a la capital. A la Academia. Veamos qué puedes hacer con tu vida con una oportunidad como esta.

Al chico le daba vueltas la cabeza y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Parpadeó muchas veces en su intento de ocultarlas.

—Majestad… Majestad, no sabéis lo que significa para mí. Muchas gracias.

Gaius sonrió y en el ángulo de los ojos se marcaron unas arrugas.

—Entonces, descansa. Mañana, todo será una ceremonia y un espectáculo. Pero, por favor, quiero que sepas que tienes mi gratitud, joven. Y mi respeto.

—Muchas gracias, majestad.

Gaius se puso en pie e inclinó la cabeza.

—Muchas gracias a ti, academ. Te veré mañana.

Abandonó la habitación, dejando a Tavi un poco mareado. El muchacho se recostó en la almohada, mirando al techo y con el corazón desbocado. La capital. La Academia. Todo lo que había deseado. Empezó a llorar y a reír al mismo tiempo, y se abrazó a sí mismo con fuerza, porque sentía que si no lo hacía iba a estallar.

El Primer Señor de Alera le había transmitido su agradecimiento y había añadido que lo vería mañana.

Se tranquilizó durante un momento, y reflexionó sobre lo que le habían dicho a lo largo del día.

—No —murmuró—. Es necesario que antes haga algo. Tengo que terminar lo que he empezado.