A pesar del cansancio, Isana no pudo dormir.
Se pasó la noche sosteniendo la cabeza de Odiana en el regazo, controlando la fiebre de la mujer, aunque no podía hacer nada por ella. Una luz pálida se filtró a través de las grietas de las paredes del ahumadero cuando un amanecer gris de invierno se levantó sobre Kordholt. Isana podía oír animales en el exterior, hombres que hablaban, risas desagradables.
Aunque desde el exterior penetraba aire frío, el interior del ahumadero seguía siendo una caldera y el anillo de carbón alrededor de las dos mujeres brillaba con un calor sombrío. Su garganta, que antes le molestaba, ahora directamente le dolía hasta el límite de lo soportable, y en algunos momentos sentía que no podía pasar aire suficiente hasta sus pulmones, por lo que se mareaba y tenía problemas para poder mantenerse sentada.
En una ocasión, mientras Odiana no lograba descansar en plena agitación febril, Isana se puso en pie y se acercó al extremo que quedaba más alejado del anillo de carbón. La cabeza le daba vueltas a causa del calor y la sed, pero se subió la falda decididamente para dar un paso por encima de las brasas, bastaba un pequeño salto hasta el otro lado; aunque sabía que la puerta estaría cerrada y atrancada, podía haber algún ladrillo suelto en la pared, o algo que pudiera usar como arma en un intento de huida. Pero al levantar el pie, el suelo que había al otro lado del círculo de carbón vibró, y la silueta rápida y pesada de la furia de Kord surgió del suelo, deforme y espantosa. Isana notó un nudo en la garganta y bajó el pie de nuevo.
La furia deforme se volvió a hundir lentamente en la tierra.
Isana cerró los puños estrujando la falda a causa de la frustración, regresó al lado de su compañera y volvió a colocar su cabeza en el regazo. Odiana gimió y se retorció lánguidamente en sueños; sus ojos se movían bajo los párpados mientras soñaba. Una vez dejó escapar un grito lastimero y se estremeció, y sus manos se aferraron al collar. Parecía que incluso en los sueños de la mujer, el collar de Kord seguía controlando sus sentidos y su voluntad. A Isana le recorrió un escalofrío.
La luz menguó y las sombras se movieron sobre el suelo con gran lentitud. Isana se permitió dar alguna cabezada con los ojos cerrados. Su estómago se revolvió y se retorció de preocupación. Tavi, Bernard y Fade… ¿Dónde estaban? Si estaban vivos, ¿por qué no la había seguido Bernard? ¿Habían podido superar los atacantes a su hermano? Bernard no permitiría nunca que ella permaneciera en manos de Kord, al menos no mientras él estuviera vivo.
¿Estaba muerto? También podía estarlo el muchacho. Aunque era seguro que escapó antes de la inundación, seguro que se habría escapado de cualquiera que lo hubiera perseguido después.
Seguramente.
Isana tembló y no dio voz a los sollozos que la conmovían. No caerían lágrimas. Su cuerpo debía atesorar toda la humedad que pudiera. Ansiaba tener al menos la libertad de llorar. Pero ni eso tenía. Se inclinó hacia un lado, dejando caer el peso de la cabeza, mareada y soñolienta, y pensó en Bernard y en Tavi.
El crepúsculo gris se sentía en el aire cuando crujieron los pestillos de la puerta y entró Aric. Llevaba una bandeja en las manos y ni siquiera levantó los ojos hacia Isana. Se acercó al círculo de brasas y pasó por encima, dejando la bandeja en el suelo.
En la bandeja había dos copas. Nada más.
Isana miró fijamente a Aric. Él permaneció allí de pie durante un momento, pasando el peso de un pie al otro y con los ojos bajos.
—Ha empezado a nevar de nuevo. Con más fuerza —comentó.
Isana lo siguió mirando sin decir nada.
Él tragó saliva y volvió a salir del anillo de brasas. Se acercó al capacho de carbón y empezó a llenar el cubo para alimentar el círculo con combustible nuevo.
—¿Cómo está? —preguntó.
—Moribunda —respondió Isana—. El calor la está matando.
Aric tragó saliva de nuevo. Vació el cubo de carbón por el anillo, tirando parte fuera del fuego, y fue a por más.
—Al menos, el agua está limpia. Esta vez.
Isana lo miró durante un momento y cogió una copa. Se la acercó a la boca y la probó, aunque tuvo que controlarse todo lo que pudo para no tragársela de un sorbo ansioso. El agua estaba fría y parecía pura. Se tuvo que reprimir con una respiración profunda mientras sostenía la copa con manos temblorosas. Bebió lentamente, permitiendo que cada sorbo tuviera su tiempo para ir bajando.
Solo se permitió beber la mitad de la copa. El resto se lo dio a Odiana. La incorporó hasta sentarla y la animó a beber, lentamente, y ella lo hizo con una obediencia inconsciente.
Levantó la mirada y descubrió que Aric la estaba contemplando con la cara pálida. Recostó de nuevo a la mujer con el collar y le apartó del cuello algunos mechones sueltos de cabello.
—¿Qué ocurre, Aric?
—Van a venir esta noche —respondió—. Mi padre. Van a terminar con la…, con Odiana, y después te pondrán el collar.
Isana tragó saliva y no pudo detener el escalofrío que le recorrió la espalda.
—Después de cenar —concretó Aric y dejó caer más carbón—. Para él es como una celebración. Está repartiendo vino.
—Aric —imploró al joven—, todavía no es demasiado tarde para hacer algo.
Aric apretó los labios.
—Lo es —replicó—. Ahora ya solo queda una cosa.
Sin volver a hablar, terminó de tirar con despreocupación el carbón en el anillo de fuego alrededor de las mujeres.
La entrada de Kord vino anunciada por un leve temblor del suelo del ahumadero. Entonces, el grueso estatúder abrió de golpe la puerta con un puño y entró, deslumbrante. Sin mediar palabra, le dio un golpe en la cabeza a Aric con la fuerza suficiente para lanzar al joven contra la pared.
—¿Dónde está esa brea, muchacho?
Aric se quedó con la cabeza inclinada y encogió el cuerpo, como si esperase que lo volvieran a golpear.
—Aún no la he preparado, pa.
Kord bufó y se llevó los puños a las caderas. Isana advirtió su balanceo de borracho al hacerlo.
—Entonces lo podrás hacer mientras los demás cenamos. Y si te caes del techo comido por los cuervos en la oscuridad, es tu problema. No me vengas luego llorando con una pierna rota.
Aric asintió.
—Sí, pa.
Kord gruñó algo por lo bajo y se volvió hacia Isana.
—Será mejor que te tomes ese vaso de agua antes de que mi nueva puta descubra que está ahí.
Odiana dejó escapar un sonido suave al oírlo y se acurrucó sobre sí misma. Kord la contempló con una sonrisa. Isana observó el feo brillo en sus ojos mientras se preparaba para hablar de nuevo y lo interrumpió.
—Kord, ya está casi muerta. Déjala en paz.
El estatúder entornó los ojos y la miró, separando los labios para enseñar los dientes. Dio un paso tambaleante hacia delante.
—Sigues dando órdenes —murmuró—. Veremos. Esta noche, cuando termine con esa, veremos cómo son las cosas. Veremos quién da las órdenes y quién las obedece.
Isana le sostuvo la mirada sin vacilar, aunque sus palabras provocaban que el corazón le latiera con un temor sordo y cansado.
—Eres un idiota, Kord —le espetó.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? No eres nada. Nadie. ¿Qué vas a hacer? Dime.
—Nada. No tendré que hacerlo. Ya te has destruido. Ahora solo es cuestión de tiempo.
Kord enrojeció y dio un paso hacia Isana cerrando los puños.
—Pa —intervino Aric—. Solo está hablando, pa. Solo está intentando fastidiarte. No significa nada.
Kord se dio la vuelta hacia Aric y descargó el puño sobre él con un gancho torpe. Aric no se apartó del golpe, que apenas pudo alcanzarle en el hombro y lo derribó.
—Tú no me digas nada —rugió Kord con la respiración pesada—. No hables conmigo. Todo lo que tienes, lo tienes porque yo te lo he dado. No me vas a faltar al respeto, chico.
—No, señor —asintió Aric en voz baja.
El estatúder consiguió controlar la respiración y le lanzó otra mirada a Isana.
—Esta noche —repitió—. Veremos.
El suelo volvió a temblar cuando dio media vuelta y salió.
Los carbones chasquearon y rompieron el silencio durante unos instantes. Entonces, Isana se volvió hacia Aric.
—Muchas gracias.
El joven se encogió ante las palabras, más que ante los golpes de su padre.
—No me des las gracias —replicó—. No me hables. Por favor. —Se puso en pie y recogió el cubo—. Aún tengo que extender la brea. El hielo no se pega al tejado, pero lo tengo que embrear esta noche o me convertirá en comida para los cuervos.
—Aric… —empezó Isana.
—Cierra la boca —farfulló. Echó una mirada hacia la puerta y después le dijo a Isana—: Vuelve a nevar.
Se fue y atrancó la puerta tras él.
Isana frunció el ceño intentando averiguar el significado de la frase. Cogió la segunda copa de agua, bebió un poco y le dio el resto a la semiinconsciente Odiana.
En el exterior arreció el viento. Oyó hombres moviéndose por la explotación. Uno de ellos pasó al lado del ahumadero, se golpeó con la pared y profirió un par de improperios. Odiana se removió y gimoteó. Más voces subidas de tono y risas duras surgieron de algún lugar cercano, probablemente la gran sala del recinto. Estalló lo que sonó como una pelea, aunque terminó con vítores y brindis, y durante todo ese tiempo fue oscureciendo hasta que solo los carbones encendidos dieron luz al interior del ahumadero.
Entonces se oyó un golpe contra la pared, madera contra madera. Después, pasos. Pies en una escalera. Alguien depositó un objeto pesado sobre el tejado y luego se subió a él.
—¿Aric? —llamó Isana en voz baja.
—Chist —respondió el joven—. Esto es lo único.
Isana levantó la mirada. Siguió el sonido que producía el peso del chico al moverse desde el borde del tejado un tanto inclinado hacia el centro, directamente encima del círculo.
Sin aviso previo, la hoja desnuda de un cuchillo pasó entre la cubierta, dejando caer trozos de madera manchada de brea y gotas de agua. La hoja giró a derecha e izquierda, hasta abrir un agujero más grande. Después se retiró.
Aric se movió cuidadosamente a lo largo de la techumbre e Isana pudo oír cómo extendía la brea contenida en el cubo que debió de subir hasta allí. Pero de vez en cuando el cuchillo se volvía a hundir, abriendo un agujero pequeño entre las maderas del techo, y después se retiraba. Repitió la acción varias veces y luego, sin decir ni una palabra, el joven bajó del tejado. Sus pisadas crujieron en la nieve y se perdieron en la noche.
Isana tardó unos instantes en darse cuenta de lo que había estaba haciendo Aric.
El interior del ahumadero estaba muy caliente, y ese calor se elevaba hasta el techo, donde calentaba los materiales. La noche anterior, el hielo no había cuajado, según explicó Aric, pero si el techo no estaba bien sellado, la madera y las vigas se empezarían a hinchar después de quedar empapadas. Habría que sellarlas inmediatamente para evitar goteras, en especial si la construcción no era demasiado recia desde el principio. El techo necesitaba un embreado constante para mantenerlo aislado y evitar las goteras.
Tenían que protegerlo del agua.
Las gotas empezaron a caer a través de los agujeros que Aric había abierto con la daga. El agua goteaba hasta el suelo; primero fueron unas gotas ocasionales, que después, conforme fue arreciando la nevada, se convirtieron en un goteo pequeño pero constante.
Agua.
El corazón de Isana se aceleró repentinamente de excitación y esperanza. Se inclinó hacia delante, hacia el otro lado del anillo de carbones, y recogió el hilo de agua más cercano en una de las copas vacías. Se llenó en un minuto; Isana se la llevó a la boca y bebió profundamente; el agua penetró en ella con un placer sencillo y animal. Volvió a llenar la copa y bebió una y otra vez, y después también le dio más a Odiana.
La otra prisionera se revolvió con la primera copa y más aún con la segunda. Por último fue capaz de susurrar:
—¿Qué está ocurriendo?
—Una oportunidad —respondió Isana—. Nos han dado una oportunidad.
Isana extendió las manos para llenar las dos copas, porque el hilo caía ahora con un poco más de fuerza. Se lamió los labios y miró alrededor del círculo de carbón, buscando una zona específica del aro que las rodeaba. Encontró el punto en el que Aric había repartido los carbones de una manera especialmente descuidada. Un lugar en el que no cayeron carbones nuevos, de modo que tan solo había trozos viejos, grises y medio apagados.
Temblando de excitación, extendió la mano y derramó el agua sobre el carbón, que crepitó y chisporroteó. Volvió a llenar la copa y repitió la operación. Y una tercera vez, y una cuarta.
Con un siseo final, el último trozo de carbón se apagó.
Temblando aún más que momentos antes, Isana llenó otra copa de agua y llamó a su furia, a Rill.
La copa se movió con fuerza, y de pronto Isana sintió la presencia de Rill dentro del agua, una vida en movimiento y un remolino frenético. Se dio cuenta de que se le saltaban las lágrimas y un instante después fue consciente de que Rill las retenía con suavidad; sintió el afecto de la furia y el alivio de estar de nuevo en contacto con ella.
Miró a la mujer del collar, quien se había estirado para recoger otro hilo de agua con las manos y tenía ahora una sonrisa distante y soñadora en la cara.
—Están hablando de nosotras —murmuró Odiana—. Demasiadas copas. Me van a usar hasta que el calor me mate. Entonces será tu turno, Isana. Creo… —Se calló de repente y la espalda se le arqueó con un jadeo, antes de tirar el agua, mientras movía la cabeza y se tapaba las orejas con las manos—. Su voz… No, no quiero oírla. No quiero oírle.
Isana volvió a su lado y la cogió por las muñecas.
—Odiana —susurró—, tenemos que salir de aquí.
La mujer de ojos oscuros miró a Isana con una expresión de estupor y asintió.
—No sé… No sé si podré.
—¿El collar?
Volvió a asentir.
—Resulta muy duro pensar en hacer cosas que no le complazcan. No sé si las podré hacer. Y si me habla…
Isana tragó saliva. Con suavidad, retiró las manos de Odiana de sus orejas y colocó las suyas sobre ellas.
—No lo hará —afirmó en voz baja—. Déjame a mí.
El rostro de Odiana palideció, pero asintió de nuevo.
Isana se puso en contacto con Rill y envió a la furia al interior del cuerpo de Odiana a través de sus manos. Rill vaciló una vez dentro y se negó a responder. Isana se tuvo que concentrar haciendo un gran esfuerzo antes de que sus sentidos consiguieran penetrar a través de la otra mujer.
Las emociones de Odiana casi la apabullaron.
Tensión. Un miedo terrible. Rabia, una rabia frenética y casi ciega… todo ello atrapado bajo un placer lento y constante, un pulso lánguido que surgía del collar, amenazando a cada instante con transformarse en una agonía inexplicable. Era como encontrarse en el centro de una tormenta, con las emociones y las necesidades girando alrededor, sin nada estable, sin manera de orientarse. Con un escalofrío, Isana se dio cuenta de que Rill solo le había dejado tocar ligeramente las emociones de la bruja del agua, el remolino frenético y desbordante en su mente. Se dio cuenta de que Rill se proponía protegerla de la exposición a lo que con facilidad se podía derramar sobre sus propios pensamientos y sobre su corazón.
Isana alejó a empujones esa tormenta del alma y luchó por concentrarse en su objetivo. A través de la furia buscó los oídos de la otra mujer, los sensibles tímpanos. Con un gran esfuerzo, casi titánico, alteró la presión del cuerpo de Odiana dentro de sus oídos. En la distancia, oyó cómo la mujer dejaba escapar un gemido de malestar y entonces los tímpanos estallaron con otra explosión de dolor y emociones salvajes, entre las que predominaban la alegría, la repugnancia y la impaciencia.
Isana se retiró de la artífice del agua con toda la rapidez que pudo, apartando las manos y su rostro. Incluso después de cortar el contacto, siguieron presentes las emociones salvajes de Odiana, que fluyeron sobre ella, contra ella, de manera que le resultaba difícil pensar y concentrarse en la tarea que tenía entre manos.
Enseguida le llegó la voz de Odiana, muy suave y muy amable.
—No puedes luchar contra él, y lo sabes —dijo medio susurrando—. Lo tienes que abrazar. Un día, todos estarán en él, chica del campo. Tienes que dejar que te lo ponga. Hacer lo contrario es… es una locura.
Isana la miró y vio que la bruja del agua sonreía con un gesto que le estiraba la boca hasta un punto cercano a una mueca de dolor. Isana negó con la cabeza y apartó las emociones para aclarar su pensamiento. Tavi. Bernard. Tenía que ser libre para volver con su familia. Necesitaban su ayuda, o al menos saber que se encontraba bien. Se abrazó a sí misma y luchó, hasta que lentamente se le aclararon las ideas.
—Tenemos que salir de aquí —repitió Isana—. No sé cuánto tiempo tenemos.
Odiana le frunció el ceño.
—Me has dejado sin oído, chica del campo. No te puedo oír. Pero si estás diciendo que nos tenemos que ir, estoy de acuerdo.
Isana hizo un gesto hacia el suelo en el extremo más alejado del anillo de carbón.
—La furia de Kord. Está vigilando el suelo alrededor. —Hizo un gesto y señaló el suelo.
Odiana negó con la cabeza en desacuerdo. Sus ojos dudaron durante un momento y gimió levemente mientras las puntas de los dedos se movían hasta tocar el collar.
—Yo… yo necesito todo lo que tengo dentro solo para andar. No te puedo ayudar. —Inclinó la cabeza—. Toma mi mano. Iré contigo.
Isana movió la cabeza, frustrada. En el exterior, una puerta se abrió de golpe y tronó la voz borracha de Kord.
—¡Ha llegado el momento, señoras! —anunció, seguido por la alegría ruda de muchas gargantas.
Aterrorizada, Isana se puso en pie y cogió la mano de Odiana. Se puso en contacto con Rill y envió a la furia a que investigase el techo del ahumadero, mientras se acercaban los hombres. Tras reunir toda el agua líquida que la furia pudo encontrar, Isana sintió en su interior una conciencia instintiva de lo que había allí, del agua en el aire plagado de nieve, del agua derretida dentro del ahumadero y en el suelo, a su alrededor.
Isana la sintió, la reunió en un solo sitio y entonces, con un grito bajo, la soltó.
El agua cayó del tejado en una ola repentina que descargó sobre el carbón formando un anillo irregular. El carbón crujió y crepitó con violencia, y en unos segundos el aire se llenó de un vapor espeso y caliente.
En el exterior se oyó un grito y los pies de Kord se acercaron con rapidez. Se retiraron los pesados pestillos de la puerta y esta se abrió de golpe.
Con otro movimiento de la mano, Isana envió el vapor hirviente contra la cara de Kord y los hombres que iban detrás. El patio se llenó de gritos y chillidos, a medida que los hombres se retiraban de la puerta.
Isana se concentró en el suelo que tenían delante y en el borde de los carbones apagados, donde el agua se condensó a partir del vapor para formar una extensión alargada de líquido cristalino, tan ancha como un madero. Nunca había intentado nada igual. Teniendo claro en la mente lo que quería que Rill hiciera, respiró hondo y dio un paso sobre la pasarela de líquido. Se produjo una tensión bajo sus pies, una agitación, pero el agua soportó el peso de Isana sin dejar que se hundiera hasta el suelo.
Isana soltó un grito casi silencioso de triunfo y avanzó por el líquido, tirando de la mano de Odiana. La condujo hasta la puerta del ahumadero y salió a la tierra del otro lado, con su compañera vacilante, pero resistiendo a su lado.
—¡Para! —tronó Kord, en medio de la nube de vapor—. ¡Te ordeno que te detengas! ¡Tírate al suelo, puta! ¡Al suelo!
Isana miró a Odiana: la cara de la mujer era distante, tenía la mirada perdida y se tambaleaba detrás de ella. Si el collar la estaba obligando a reaccionar ante la voz de Kord, no dio muestras de ello.
—Rill —susurró Isana—. ¡El río más cercano!
Y con una claridad repentina, Isana sintió la disposición del terreno a su alrededor, el resplandor sutil que bajaba y se alejaba de las montañas en dirección hacia el centro del valle, para desembocar en un afluente que, al final, alimentaba uno de los ríos que atravesaba Guarnición y llegaba hasta el mar de Hielo.
Isana se dio la vuelta y corrió por el suelo frío, usando a Rill solo para que le mostrase el camino hasta el agua más cercana y para mantener la sangre en circulación en sus pies desnudos y permitir que se resistieran a la congelación. Solo podía esperar que Odiana tuviera la presencia de ánimo suficiente para hacer lo mismo.
Detrás de ellas, Kord convocó a su furia y el terreno que tenía a su derecha estalló con un movimiento retorcido y malicioso, lanzando al aire hielo, tierra helada y rocas. Isana cambió el rumbo para correr sobre nieve más profunda y una capa de hielo más dura, y rezó para no caer y romperse una pierna. Esa capa de agua helada era su única protección contra toda la cólera de la furia de tierra de Kord.
—¡Te mataré! —rugió la voz del estatúder a sus espaldas en la oscuridad—. ¡Os mataré! ¡Encuéntralas, encuéntralas y mátalas a las dos! ¡Traed los perros!
Su corazón se aceleró por el miedo. Con su cuerpo impulsado por la excitación y el terror, Isana huyó hacia la noche, alejándose del sonido de la persecución creciente, mientras conducía de la mano a su compañera de cautiverio.