KORD obligó a Isana a contemplar lo que le hacían a Odiana.
Él trajo un banquillo y se sentó detrás de ella dentro del anillo de brasas. Hizo que ella se sentase en el suelo delante de él, de manera que los dos pudieran ver lo que sucediera, como si fueran a asistir a algún tipo de representación teatral.
—Es dura —comentó Kord, después de un rato interminable y vomitivo—. Sabe lo que está haciendo. Una superviviente.
Isana aplacó lo suficiente las vueltas que le daba el estómago para poder hablar. Soltó lo primero que se le vino a la mente con tal de alejarse de lo que estaba ocurriendo:
—¿Por qué lo dices?
—Es calculadora. Ahí, ¿ves cómo lucha? Lo suficiente para excitar a un hombre. Después, se vuelve solícita y sumisa cuando él entra en ella. Sabe que todo hombre desea ese tipo de poder sobre una mujer. Les hace creer lo que quiere que crean, y por eso casi no ha recibido ningún castigo.
Isana tembló y no dijo nada.
—Resulta duro romper a alguien así. Está curtida…
—Es una mujer. Una persona. No se trata de un animal que haya que domar.
La voz de él arrastraba algo parecido a una sonrisa asquerosa.
—¿Ha sido esclava con anterioridad?
—No lo sé —respondió Isana—. Casi no la conozco.
—¿Sabes?, te salvó la vida —explicó Kord—. Cuando te encontramos junto al río. La obligué a que lo hiciera.
Isana se giró para mirarlo e intentó apartar el veneno de su voz.
—¿Por qué, Kord?
—No me interpretes mal, Isana. No es que no disfrutara con la idea de verte muerta. Eso me haría feliz. —Sus ojos no se apartaron de la escena que se desarrollaba delante de él; tenían un brillo oscuro, resentido, extraño—. Pero mi hijo ha muerto por tu culpa y eso exige algo más sustancial.
—¿Muerto? —se sorprendió Isana y parpadeó con lentitud—. Kord, eso no tiene nada que ver conmigo. No tiene nada que ver con la investigación o con la hija de Warner…
—¡A los cuervos si no tiene que ver! —interrumpió Kord—. Por tu culpa tuvimos que ir a Bernardholt. Por tu culpa tuvimos que huir en medio de la tormenta. Por tu culpa tuvimos que vigilar y evitar que nadie fuera corriendo hasta Gram en busca de ayuda… y estoy seguro de que esa era la intención que tenía tu pequeño anormal. Por tu culpa, Bittan está muerto. —Bajó la mirada hacia ella, enseñándole los dientes—. Bien, ahora soy el más fuerte. Ahora soy el que fija las reglas. Y, antes de acabar lo que empezó el río, te voy a demostrar, Isana, lo bajo que puede caer una mujer.
Isana se volvió hacia él.
—Kord, ¿no lo entiendes? Todos podríamos estar en peligro. Bernard vio…
La golpeó con el puño cerrado. El puñetazo la lanzó de espaldas contra el suelo, con su cuerpo impotente e insensible. Tras un instante de desorientación, comenzó a sentir el dolor, que le nacía en la boca y la mejilla. Notó el sabor dulce de la sangre en la lengua, donde se había mordido.
Kord se inclinó sobre ella y la agarró del cabello, levantando la cara hasta ponerla a su altura.
—No hables conmigo como si fueras una persona. Ya no lo eres. Ahora solo eres carne. —Zarandeó su cabeza a tirones de pelo—. ¿Comprendes?
—Comprendo que eres un hombrecillo, Kord. —Replicó Isana e hizo una pausa lo suficientemente larga como para conseguir que las palabras hiriesen—. No ves más allá de tus narices. Ni siquiera cuando se acerca algo que te puede aplastar. Eres insignificante. No importa lo que me hagas, seguirás siendo insignificante. Un cobarde que hace daño a los esclavos porque tiene miedo de retar a alguien más fuerte. —Lo miró a los ojos y susurró—: Me capturaste porque me encontraste indefensa. Nunca habrías sido capaz de hacerme nada si no hubiera sido por eso. Porque no eres nada.
Los ojos de Kord brillaron. Bufó con el sonido de un animal embrutecido, y la golpeó de nuevo y más fuerte. Sus ojos centellearon y el suelo polvoriento se elevó para recogerla.
No estaba segura de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero el dolor y la sed la cegaban, haciendo que no pudiera pensar en nada.
Cuando recuperó el sentido y se volvió a sentar, solo estaban Kord y su hijo Aric. Ella se quedó hecha un ovillo en el suelo, no demasiado lejos, con las rodillas recogidas y el cabello ocultando su cara.
Kord dejó caer una cantimplora al lado de Isana que produjo un sonido suave y ligeramente borboteante que evidenciaba que solo tenía un poco de agua.
—Bebe —le ordenó—. En esta no hay nada más que agua. Quiero que veas lo que va a ocurrir.
Isana recogió la cantimplora, tenía la garganta ardiendo. No podía saber si Kord le estaba diciendo la verdad, pero se sentía desfallecer, débil, y le parecía que tenía la garganta cubierta de sal. Sacó el tapón y bebió casi antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. El agua, caliente pero inalterada, le inundó la boca. Quizá medio vaso, seguro que no más. Se acabó antes de que la ayudase a calmar la sed, pero al menos había aliviado el dolor enloquecedor. Bajó la cantimplora y miró a Kord.
—Aric —ordenó el estatúder—, trae la caja.
Aric se volvió hacia la puerta, pero vaciló.
—Pa, quizá tenga razón. Quiero decir que lo que Tavi dijo en el río y todo…
—Chico —gruñó Kord, cortándole—, trae la caja. Y mantén la boca cerrada. ¿Me has oído?
Aric palideció y tragó saliva.
—Sí, pa —aceptó obediente.
Dio media vuelta y desapareció del ahumadero.
Kord se volvió hacia ella.
—La cuestión, Isana, es que eres demasiado ingenua para estar todo lo asustada que debieras. Te quiero ayudar con eso. Quiero que sepas lo que va a ocurrir.
—Todo esto es inútil, Kord —replicó Isana—. Si quieres, me puedes matar.
—Cuando llegue el momento.
Kord se acercó a Odiana y con indiferencia bajó la mano y la agarró del pelo. La mujer gimió y retorció los hombros, debatiéndose débilmente en el intento de alejarse de él. Kord le estiró el cabello hacia arriba, mechón a mechón, hasta que tuvo en el puño toda la longitud de su melena.
—¿La ves? Es un caso duro. Sabe lo que está haciendo. Conoce el juego. Sabe sobrevivir. —Tiró del cabello, consiguiendo un gemido—. Conoce los sonidos correctos que debe emitir. ¿Verdad, muchacha?
Con la cara de Odiana inclinada y mirando en dirección contraria a Kord, Isana pudo ver ahora su expresión. Los ojos de la bruja del agua eran duros y su gesto, frío e imperturbable. Pero mantuvo la voz débil y temblorosa.
—P… por favor —susurró Odiana—, amo. No me hagáis daño. Por favor. Haré todo lo que queráis.
—Eso es cierto —murmuró Kord con una sonrisa—. Lo harás.
Aric abrió la puerta y entró cargado con una caja larga y delgada de madera lisa y pulida.
—Ábrela —le ordenó Kord—. Deja que lo vea.
Aric tragó saliva, dio la vuelta hasta situarse delante del lugar donde Kord agarraba a Odiana por el cabello y abrió la caja.
Isana vio el contenido: una tira de metal de unos dos o tres centímetros de anchura descansaba sobre un trapo dentro de la caja, reflejando débilmente la luz de los fuegos.
La expresión de Odiana cambió. La dureza se desvaneció de sus ojos y se le abrió la boca con un gesto cercano al horror. Intentó alejarse de la caja, pero la detuvo la fuerza de Kord. Isana oyó que emitía un gemido de dolor e, inconfundiblemente, de miedo.
—No —dijo de repente con una voz más dura, aguda y al borde del pánico—. No, no lo necesito. No lo necesitáis. No, no es necesario, lo prometo, no lo necesitáis, solamente me tenéis que decir lo que queréis.
—Se llama collar disciplinario —le explicó Kord a Isana, en un tono de charla intrascendente—. Forjado con furias. No son habituales tan al norte. Pero a veces son útiles. Creo que ella sabe lo que es.
—No lo necesitáis —repitió Odiana con voz aguda y desesperada—. Por favor, ¡oh, furias!, por favor, amo, no lo necesitáis, yo no lo necesito, no, no, no, no…
—Aric, pónselo.
Kord incorporó a Odiana, levantando su peso del suelo por los cabellos y forzándola a subir la barbilla para exponer la fuerza esbelta de su cuello.
Los ojos de la mujer, que seguían fijos en el collar, se abrieron de par en par. Chilló. Fue un sonido horrible, surgido de lo más profundo de su garganta, y se elevó por su boca sin ningún significado, era solo la expresión de un terror horrible y ancestral. Se debatió y luchó, mientras chillaba, intentando alcanzar con las manos la cara de Kord a una velocidad vertiginosa. Sus uñas dejaron un rastro de sangre en una de sus mejillas y cuando consiguió situar un pie por debajo de su cuerpo, le lanzó una patada con el pie desnudo contra la parte interna de la rodilla.
Agarrándola con una mano por el cabello, Kord le hizo una zancadilla y con la otra le atrapó el cuello. Entonces, con una oleada de poder, sin duda procedente de su furia, la levantó del suelo por el cuello, de manera que sus pies, suspendidos, patalearon por debajo de su falda destrozada.
Ella luchó a pesar de la posición y se revolvió salvajemente intentando liberarse. Le arañó los brazos con las uñas cuando no pudo alcanzarle la cara, pero él la sostuvo sin cambiar de expresión. Le dio patadas en los muslos y las costillas, pero sin un punto de apoyo los golpes no surtieron ningún efecto en el poderoso estatúder. Luchó, rugió, jadeó y soltó gemidos de miedo, bajos y bestiales.
Entonces, sus ojos giraron hacia atrás sobre sus órbitas y lentamente se desmayó.
Kord la mantuvo suspendida un momento más antes de bajarla al suelo y de nuevo la sostuvo por el cabello, descubriendo el cuello.
—Aric…
El joven tragó saliva. Le lanzó una mirada a Isana con una expresión tensa que era difícil de descifrar. Entonces dio un paso al frente y deslizó la banda de metal alrededor del cuello de Odiana. La ajustó con un clic que resonó con contundencia.
Odiana respiró con un estertor y dejó escapar un gemido pequeño, un sonido desesperado, mientras Kord le soltaba el cabello con una sacudida desdeñosa. Ella cayó de lado con los ojos fuertemente cerrados y acercó los dedos al cuello. Empezó a tocar el collar y a tirar de él, desesperada y torpe.
Kord sacó el cuchillo del cinturón y se pinchó el pulgar con él, después agarró la muñeca de Odiana con su mano enorme y le hizo lo mismo. La bruja del agua abrió los ojos y lo vio, y una vez más enloqueció dejando escapar un chillido y debatiéndose contra él con una determinación confusa y desorientada.
Kord sonrió. Con una fuerza descomunal, la forzó a que pusiera su pulgar ensangrentado contra el collar y apretó el suyo a su lado, dejando dos huellas rojas sobre el metal.
Odiana gimoteó.
—No… —la frustración tiñó esta palabra; las lágrimas le hacían brillar los ojos.
Tembló y volvió a mover los labios, pero de ellos no salió nada inteligible. Volvió a temblar, ahora con los ojos desenfocados. Su cuerpo se relajó y dejó de resistirse a la fuerza de las manos de Kord. Una última vez, su cuerpo tembló, y soltó un pequeño jadeo.
—Atada —concluyó Kord mirando a Isana. Sus ojos brillaban. Sus manos se deslizaron ahora sobre la mujer en el suelo, con intimidad y resuelta posesión—. Tardará unos minutos en asentarse.
Odiana jadeó y se arqueó ante el roce de Kord, con los ojos vacíos, los labios abiertos, el cuerpo revolviéndose con un serpenteo sinuoso, todo él cadera, espalda y cuello descubierto. El collar brilló sobre su piel. Kord se sentó sobre ella, acariciando a la mujer como a un animal sobreexcitado. De cuando en cuando, Odiana emitía sonidos suaves y susurrantes, que lo envolvían como si fuera un cachorro soñoliento.
—Ahí tienes. —Se puso en pie y comentó indiferente—: He aquí una buena chica.
Los ojos de Odiana se abrieron de par en par y lentamente se volvieron a cerrar. Jadeó, apretando los brazos contra el pecho como si sostuviera algo y durante medio minuto se mantuvo así, dejando escapar suaves gemidos de indudable placer.
Kord sonrió y miró a Isana.
—Putilla estúpida…
El cuerpo de Odiana se convulsionó de repente hacia atrás dibujando un arco. Dejó escapar otro chillido, esta vez agudo y endeble, y cayó de costado. Vomitó con violencia, y aunque tenía muy poco contenido en el estómago, manchó el suelo polvoriento. Sus brazos y piernas se retorcieron con espasmos frenéticos y abrió desorbitadamente los ojos desesperados hacia Isana, con expresión agónica e implorante. Agarró el collar que llevaba al cuello y sufrió nuevos espasmos, aún más violentos, pataleó, se revolvió y rodó peligrosamente cerca del círculo de brasas.
Isana miró a la mujer con una confusión horrorizada hasta que reaccionó, lanzándose hacia delante, vacilante, para atrapar a Odiana antes de que se precipitase contra el anillo de brasas.
—¡Para! —gritó Isana. Miró a Kord, consciente de que la palidez de su cara y su gesto de temor desesperado producirían, tal como pudo comprobar en cuanto se volvió hacia él, un brillo de satisfacción en sus ojos—. ¡Para! ¡La vas a matar!
—Podría ser más misericordioso —replicó Kord—. Ya la han quebrado antes. —A Odiana le dijo con tono petulante—: Buena chica. Quédate aquí y serás una buena chica. Haz lo que se te ordene.
Los espasmos frenéticos abandonaron a la mujer muy lentamente. Isana le apartó la espalda de las brasas y siguió abrazándola, manteniendo su cuerpo entre Odiana y Kord. Los ojos de la mujer estaban desenfocados de nuevo y tembló con movimientos lentos en brazos de Isana.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Isana en voz baja.
Kord se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.
—Lo que tienes que aprender es que los esclavos son solo animales. A un animal lo entrenas repartiendo recompensas y castigos. Recompensas el buen comportamiento. Castigas el malo. De esta forma conviertes un caballo salvaje en una montura obediente. Conviertes un lobo en un perro de caza. —Abrió la puerta y prosiguió indiferente—: Lo mismo vale con los esclavos. Con la diferencia de que vosotras sois más animales: podéis ser utilizadas para el trabajo, la cría, lo que sea. Solo se os tiene que domar. —Kord abandonó el ahumadero, pero sus palabras quedaron colgadas en el aire—: Aric, alimenta el fuego. Isana, mañana llevarás uno. Piensa en ello.
Isana no dijo nada, aturdida por lo que había visto, por la reacción de Odiana al ver el collar, por su situación actual. La miró y le apartó de los ojos parte del cabello oscuro y enredado.
—¿Te encuentras bien?
La mujer la miró con ojos pesados y lánguidos y tembló.
—Ahora estoy bien. Está bien. Ahora estoy bien.
Isana tragó saliva.
—Antes te hizo daño. Cuando te llamó… —No pronunció la palabra.
—Duele —susurró Odiana—. Sí. ¡Oh, cuervos y furias!, duele tanto. Lo había olvidado. Había olvidado lo malo que era. —Volvió a temblar—. L… lo bueno que era. —Abrió los ojos y de nuevo estaban húmedos por las lágrimas—. Te pueden cambiar. Tú puedes luchar y luchar, pero te cambian. Te hace feliz ser lo que ellos quieren. Duele cuando intentas resistirte. Cambias, chica del campo. Lo puede hacer contigo. Puede hacer que le supliques que te tome. Que te toque. Que te posea. —Apartó la cara, aunque su cuerpo seguía sumido en los largos temblores del placer—. Por favor. Por favor, mátame antes de que regrese. No puedo volver a serlo. No otra vez.
—Chist —la tranquilizó Isana, meciéndola con suavidad—. Chist. Descansa. Deberías dormir.
—Por favor —susurró, pero su rostro ya se había aflojado y el cuerpo se empezó a relajar—. Por favor… —Tembló una vez más y después se desmayó, dejando caer la cabeza a un lado.
Isana dejó a la mujer inconsciente en el suelo con toda la suavidad que pudo. Se arrodilló a su lado, comprobó el pulso y puso la mano sobre la frente. El corazón le latía demasiado deprisa y la piel estaba seca y febril.
Levantó la vista hacia Aric, que se encontraba de pie al lado de un capacho de carbón, mirándola. Cuando ella lo miró, él bajó la cabeza, se volvió hacia el capacho y empezó a arrojar carbón al cubo que tenía al lado.
—Necesita agua —pidió Isana en voz baja—. Después de todo esto, necesita agua o morirá con este calor.
Aric la volvió a mirar. Cogió el cubo y, sin decir palabra, se fue a un lado del anillo y empezó a tirar más carbón al fuego.
Isana apretó los dientes por la frustración. Si estuviera dispuesto a escucharla, posiblemente podría conseguir información importante. El muchacho parecía reticente a cumplir las órdenes de su padre. Lo podría convencer para que la ayudara si conseguía encontrar las palabras justas. Se sentía ciega, lisiada.
—Aric, escúchame —empezó Isana—. No es posible que creas que se puede salir con la suya. No es posible que creas que puede escapar de la justicia después de lo que ha hecho hoy.
El joven acabó de vaciar el cubo. Regresó junto al capacho.
—Ha escapado durante años —replicó con voz monótona—. ¿Qué crees que les ocurre a todos los esclavos que pasan por aquí?
Isana lo miró durante un momento, asqueada.
—Cuervos… —susurró—. Aric, por favor. Ayúdame al menos a quitarle este collar. —Bajó la mano hacia el cuello de Odiana y giró el collar para encontrar el cierre.
—No —ordenó Aric en un tono rápido y seco—. No, la matarás.
Los dedos de Isana se quedaron helados. Lo miró.
Aric se mordió los labios.
—Tiene la sangre de pa —comentó—. Él es el único que se lo puede quitar.
—¿Cómo puedo ayudarla?
—No puedes —contestó Aric con cierto tono de frustración.
Se dio la vuelta y lanzó el cubo contra la pared del ahumadero. Chocó y cayó al suelo. El joven apoyó las manos en la pared y bajó la cabeza.
—No la puedes ayudar. De la manera que la ha dejado, cualquiera le puede dar órdenes y ella se sentirá bien siempre que las cumpla. Si intenta resistirse, se…, bueno, le hará daño.
—Esto es inhumano —replicó Isana—. Grandes furias, Aric. ¿Cómo puedes permitir que ocurra?
—Cierra el pico —sentenció—. Cállate de una vez.
Con movimientos rígidos, con enojo, se apartó de la pared, recuperó el cubo y lo empezó a llenar de carbón.
—Tenías razón, ¿sabes? —Isana volvió a la carga con voz tranquila—. Yo os estaba diciendo la verdad. Como Tavi, si dijo que el valle estaba en peligro. Los marat van a volver. Puede ocurrir muy pronto. Es posible que ya haya empezado. Aric, por favor, escúchame.
El joven echó más carbón al fuego y regresó a por más.
—Tienes que dar la alarma. Si no lo haces por nosotros, hazlo por ti. Si llegan los marat, también matarán a todo el mundo en Kordholt.
—Estás mintiendo —replicó sin mirarla—. Solo estás mintiendo. Intentas salvar la piel.
—No, no lo hago —rebatió Isana—. Aric, me conoces de toda la vida. Cuando te cayó encima aquel árbol en la feria de invierno, te ayudé. He ayudado en el valle a todo el mundo que lo ha necesitado, y nunca he pedido nada a cambio.
Aric echó más carbón al fuego.
—¿Cómo puedes formar parte de esto? —preguntó—. No eres estúpido, Aric. ¿Cómo les puedes hacer esto a otros aleranos?
—¿Cómo puedo hacer lo contrario? —replicó el joven con tono frío—. Esto es todo lo que tengo. No tengo una explotación feliz donde la gente cuida de los demás. Tengo esto. Aquí viven hombres a quienes no quiere nadie. Mujeres que nadie querría. Él es de mi sangre. Bittan… —Se rompió y sollozó—. Bittan también era de mi sangre. Por muy estúpido y mezquino que fuera, era mi hermano.
—Lo siento —dijo Isana y descubrió que lo sentía de verdad—. Nunca he querido que nadie resultara herido. Confío en que lo sepas.
—Lo sé —reconoció Aric—. Oíste lo que le ocurrió a Heddy y querías que se hiciera justicia. Para protegerla a ella y a otras chicas como ella. Los cuervos saben que lo necesitan, con pa merodeando como…, como… —Movió la cabeza.
Isana se quedó en silencio durante un momento largo, mirando al joven, y empezó a comprender.
—No fue Bittan el que estuvo con Heddy —concluyó en voz baja—. Fuiste tú, Aric.
El chico no la miró ni habló.
—Fuiste tú. Por eso ella intentaba que su padre no se enzarzara en un juris macto con el tuyo. No fue violada.
Aric se frotó la nuca.
—Nosotros… nosotros nos gustamos. Nos juntábamos cuando había una reunión o una feria. Su hermano menor nos descubrió. Es demasiado joven para comprender lo que estaba viendo. Yo me escabullí antes de que me viera. Pero él fue corriendo al padre de Heddy y, claro, ella ¿cómo le iba a explicar que había estado pasando el tiempo con uno de los hijos de Kord…? —Escupió las palabras con disgusto—. Supongo que no dijo demasiado, y su viejo se imaginó lo que había pasado.
—¡Oh, furias! —exclamó Isana con tristeza—. Aric, ¿por qué no dijiste nada?
—¿Decir qué? —replicó él y le lanzó una mirada dura—. ¿Decirle a mi padre que estoy enamorado de una chica y que me quiero casar? ¿Traerla aquí? —Hizo un gesto con una mano que abarcaba todo el ahumadero—. O quizá debería haber sido más honorable y abordar a su padre. ¿Crees que me habría escuchado? ¿Crees por un segundo que Warner no me habría estrangulado allí mismo?
Isana se restregó los ojos con una mano temblorosa.
—Lo siento, Aric, lo siento. Todos sabíamos… que tu padre era…, bueno, que había ido demasiado lejos. Pero no hicimos nada. No sabíamos que las cosas estaban tan mal en esta explotación.
—Ahora ya es demasiado tarde para todo esto.
Aric dejó caer el cubo y se encaminó hacia la puerta.
—No lo es —replicó Isana—. Espera. Escúchame, por favor.
Se detuvo de espaldas a ella.
—Lo conoces —prosiguió la mujer—. Nos matará. Pero si nos ayudas a escapar, te ayudaré, lo juro por todas las furias. Te ayudaré a marcharte, si eso es lo que quieres. Te ayudaré a arreglar las cosas con Warner. Si amas a la chica, solo será posible que estés con ella si haces lo correcto.
—¿Ayudaros a las dos? Esa mujer intentó matarte la pasada noche. —La miró—. ¿Por qué la ibas a ayudar?
—No dejaría aquí a ninguna mujer, Aric —respondió Isana con una voz tranquila y baja—. No dejaría a nadie con él. Ahora ya no. No permitiré que siga haciendo esto.
—No lo puedes detener. —La voz de Aric sonaba cansada—. No puedes. Aquí no. Es un ciudadano.
—Eso es cierto. Pero también lo es mi hermano. Bernard lo llamará al juris macto y vencerá. Ambos lo sabemos. —Se puso en pie frente a Aric y levantó la barbilla—. Rompe el círculo. Tráeme agua. Ayúdanos a escapar.
Se produjo un largo silencio.
—Me matará —dijo por fin Aric con voz ronca—. Me lo ha dicho más de una vez. Le creo. Bittan era su preferido. Me matará y manipulará toda la historia, y también conseguirá a Heddy.
—No, si lo detenemos. Aric, no tiene que seguir siendo así. Ayúdame. Déjame que te ayude.
—No puedo —replicó. La miró y dijo en voz baja—: Isana, no puedo. Lo siento. Lo siento por ti y por esa chica. Pero él es de mi sangre. Es un monstruo, sí. Pero es todo lo que tengo.
El joven se dio la vuelta y salió, cerrando la puerta del ahumadero a sus espaldas. Isana oyó cómo se cerraban varios pestillos pesados al otro lado. Un trueno retumbó en la distancia, un remanente gruñón y soñoliento de la tormenta de la noche anterior.
Dentro del ahumadero, los carbones crujieron y se calentaron.
Odiana respiraba lenta y tranquilamente.
Isana dejó caer la cabeza, mirando a la mujer y el collar que llevaba alrededor del cuello. Recordó las súplicas frenéticas de Odiana de que la matase.
Isana acercó la mano hacia su cuello y tembló.
Entonces se volvió a abandonar en el suelo, cabizbaja.