FIDELIAS se detuvo, jadeante, mientras Aldrick y él salían de la región cubierta de bosques densos al noreste de Bernardholt y llegaban a la carretera que recorría el valle y acababa en Guarnición. Sus pies habían empeorado, aunque los llevaba envueltos con tiras extraídas de la capa y había indicado a sus furias que le facilitaran el camino. El dolor era ya casi motivo suficiente para detenerse, sin contar con la fatiga de tanto tiempo caminando de un lado a otro en un esfuerzo inútil por alcanzar al artero estatúder.
Fidelias se derrumbó sobre una roca plana al lado de la carretera, mientras el espadachín se dedicaba a pasear inquieto de un lado a otro de la calzada.
—No lo entiendo —comentó este último—. ¿Por qué no nos has transportado como hiciste antes?
—Porque no hemos pasado por una carretera —explicó su acompañante con los dientes apretados—. Montar sobre una onda de tierra a lo largo de una carretera es muy sencillo. Usarla en campo abierto sin un conocimiento íntimo de las furias locales es un suicidio.
—Así que él lo puede hacer, pero tú no.
Fidelias ahogó un comentario punzante y convino:
—Sí, Aldrick.
—Somos mierda de cuervo.
El antiguo cursor negó con la cabeza y añadió:
—A este ritmo no lo vamos a atrapar. Dejó media docena de rastros falsos y esperó hasta que seguimos uno de ellos antes de levantar su onda y seguir adelante.
—Si tuviéramos caballos…
—No los tenemos —lo interrumpió Fidelias. Levantó un pie y retiró parte de la tela que lo cubría.
Aldrick se acercó a él, le miró los pies y maldijo.
—Cuervos, anciano. ¿Los puedes sentir?
—Sí.
Aldrick se arrodilló y retiró un poco más de tela, valorando las heridas.
—Empeoran. Están más hinchados que antes. Si sigues adelante, los perderás.
Fidelias gruñó.
—Aún hay tiempo. Necesitamos… —Levantó la mirada para ver a Etan bailando frenéticamente en el árbol más cercano. Miró a lo largo de la carretera en dirección oeste—. Aldrick —llamó Fidelias, manteniendo la voz baja—, dos hombres vienen hacia nosotros por la carretera. Corte de pelo legionario; los dos van armados.
Aldrick respiró hondo y cerró los ojos por un momento.
—De acuerdo. ¿Legionares?
—Sin uniforme.
—¿Edad?
—Jóvenes. —Fidelias tocó los adoquines de la carretera con un pie y se puso en contacto con Vamma—. Utilizan la calzada para que les ayude a correr. Se desplazan deprisa… Tienen algún entrenamiento en los artificios de la guerra.
—¿Cómo lo hacemos?
—Espera mi señal —respondió Fidelias—. Primero intentaremos descubrir todo lo que podamos.
Observó a la pareja de hombres jóvenes que se les acercaba con rapidez por la carretera y esbozó una sonrisa dolorida cuando se aproximaron y redujeron el paso.
—Buenos días, muchachos —los saludó—. ¿Tenéis un minuto para ayudar a un par de viajeros?
Los jóvenes se detuvieron y Fidelias los estudió con detalle mientras se acercaban. Delgados los dos, y jóvenes, de menos de una veintena de años, aunque el más alto parecía que ya estaba perdiendo el cabello, a juzgar por las entradas de su frente. Compartían los mismos rasgos estirados y enjutos; quizá fueran hermanos. Los dos jadeaban, aunque sin demasiado esfuerzo, por su precipitada carrera. Fidelias intentó sonreír de nuevo y alargó hacia ellos su cantimplora con agua.
—Señor… —resopló el más alto de los dos jóvenes aceptando la oferta del agua—. Muy agradecidos.
—¿Está herido? —preguntó el más bajo. Se inclinó para mirar los pies de Fidelias—. ¡Cuervos! Los tiene realmente destrozados.
—La tormenta de la pasada noche nos obligó a abandonar la carretera —explicó Fidelias—. Hubo una inundación y me tuve que quitar las botas para nadar. Llevo toda la mañana andando sin ellas, pero he tenido que parar.
El joven se estremeció.
—No me sorprende. —Aceptó la cantimplora de su hermano con un gesto de la cabeza, tomó un sorbo rápido y se la devolvió a Fidelias—. Señor —prosiguió—, quizá lo mejor sería que abandonase la calzada. No tengo claro que sea segura.
Fidelias miró a Aldrick, quien asintió y fingió estar muy ocupado vendando el pie herido de Fidelias.
—¿Por qué dices eso, hijo?
Respondió el más alto.
—Ha habido problemas en el valle, señor. La pasada noche se produjo una gran revuelta de las furias, de las locales, las de los habitantes de la explotación, quiero decir. Y mi hermano menor vislumbró lo que jura que es un explorador marat cerca de nuestra explotación, es decir, Warnerholt, señor.
—¿Un marat? —Fidelias dirigió al joven una sonrisa escéptica—. Seguramente tu hermano se estaba divirtiendo a tu costa.
El otro negó con la cabeza.
—A pesar de eso, hay problemas en el valle, señor. Mi hermano y yo regresamos a casa para ayudar a mi padre con un problema local, que se nos escapó de las manos. Se produjo una pelea, casi mueren algunos. Y luego vimos humo en el este, cerca de Aldoholt. Juntándolo todo con lo de la pasada noche y con el avistamiento, hemos decidido que lo mejor es dar el aviso.
Fidelias parpadeó.
—Vaya. ¿Así que vais a Guarnición para advertir de los problemas?
El joven asintió, lúgubre.
—Diríjase por la carretera en la dirección por la que hemos venido y busque un sendero hacia el sur. Le conducirá a Bernardholt. Será mejor que no nos quedemos aquí, si nos disculpa, señor. Sentimos no poderle ayudar.
—Está bien —aceptó Fidelias—. Todos tenemos un deber que cumplir, hijo. —Levantó una ceja, mientras miraba un momento al más joven de los dos.
—Señor… —comenzó el hombre.
—Eres más o menos de mi estatura, ¿verdad?
Aldrick limpió la sangre de la hoja.
—Al menos podrías esperar hasta que esté muerto —protestó.
Fidelias le quitó la segunda bota al más bajo de los dos jóvenes y se sentó para ponérsela en su pie destrozado.
—No tengo tiempo.
—No estoy seguro de que esto sea necesario, Fidelias —comentó el Espada—. Si se está extendiendo la noticia, que se extienda. No me parece que haya tenido demasiado sentido matarlos.
—No creía que eso te importase —replicó Fidelias.
—Soy bueno matando, pero no significa que disfrute con ello.
—Todo el mundo disfruta haciendo aquello en lo que es bueno. —Apretó los cordones todo cuanto pudo, estremeciéndose de dolor—. Era necesario. Tenemos que detener a todo el mundo que lleve la noticia a Guarnición, o hacia el otro extremo del valle.
Aldrick se detuvo un momento al lado del muchacho descalzo.
—Ha muerto. ¿Quieres que señale a los hombres?
—Sí. —Fidelias se puso en pie, probando su resistencia sobre los pies. Le dolían, le dolían terriblemente, pero las botas se ajustaban muy bien. Habían aguantado bastante tiempo—. Y tenemos que ponernos en contacto con Atsurak, la situación se está descontrolando. No podemos esperar más.
Pasó por encima de los cuerpos de los dos jóvenes de Warnerholt, miró al espadachín por encima del hombro y agregó:
—Voy a desencadenar ahora mismo el ataque.