24

ISANA oyó una voz de mujer.

—Despierta, despierta.

Alguien la abofeteó en la cara, inesperadamente y con fuerza. Isana dejó escapar una exclamación de sorpresa y levantó los brazos en un esfuerzo para protegerse la cara. La misma voz insistió otra vez, como antes.

—Despierta, despierta.

Y la abofeteaba a intervalos regulares, con lo que Isana se fue encogiendo para alejarse de los golpes, hasta que consiguió colocar las rodillas y las manos bajo su cuerpo y levantar la cabeza.

Sentía un calor sofocante. Tenía la piel empapada de sudor y su ropa también estaba húmeda. La luz le daba en los ojos y tardó unos segundos en darse cuenta de que se encontraba sobre un suelo sucio y que había fuego a su alrededor, un círculo de fuego de unos seis metros de diámetro, un anillo de brasas de madera humeante. La garganta y los pulmones le ardían a causa de la sed que le provocaba el humo y tosió hasta casi vomitar.

Se cubrió la boca con manos temblorosas e intentó filtrar el humo y el polvo en el aire al respirar. Unas manos rápidas y fuertes la ayudaron a sentarse.

—Gracias —murmuró con voz rasposa.

Isana levantó la mirada para descubrir que se trataba de la mujer a quien había visto en Rillwater estrangulando a Tavi. Era hermosa, tenía el cabello y los ojos oscuros, y unas curvas tan atractivas que cualquier hombre la desearía. El cabello le colgaba en mechones húmedos de sudor, y tenía la cara manchada de hollín. La piel de la mujer, en líneas que le atravesaban los ojos, era de un color rosado, brillante y tersa. Una pequeña sonrisa curvaba sus labios carnosos.

Isana soltó una exclamación a causa de la sorpresa, y se alejó de ella al tiempo que miraba a su alrededor, a los fuegos, a un techo bajo y unas paredes de piedra que formaban un círculo no mucho más allá del anillo de brasas. Había una puerta que conducía al exterior e Isana intentó ponerse de pie y moverse hacia allí, pero descubrió que sus piernas prácticamente no le respondían. Tropezó y cayó pesadamente sobre un costado, muy cerca de las brasas, de manera que la piel comenzó a notar una dolorosa abrasión. Consiguió apartarse a rastras del fuego.

La mujer la ayudó, arrastrando a Isana con una eficiencia fría.

—Desagradable, desagradable —comentó—. Debes tener cuidado o te quemarás. —Se sentó un poco apartada de Isana, ladeando la cabeza y estudiándola—. Mi nombre es Odiana —se presentó—. Y tú y yo somos prisioneras.

—Prisioneras —susurró Isana. La voz le salió como un graznido y tuvo que toser dolorosamente—. ¿Dónde estamos prisioneras? ¿Qué les pasa a mis piernas?

—En Kordholt, creo que así lo han llamado —respondió Isana—. Estás sufriendo ese malestar como consecuencia de un artificio. Cuando Kord te encontró en las orillas de la inundación, tenías la cabeza rota. Me obligaron a curarte.

—¿Tú? —preguntó Isana—. ¿Tú me curaste? Pero le estabas haciendo daño a Tavi…

—¿El chico guapo? —preguntó Odiana—. No le estaba haciendo daño, lo estaba matando, que es diferente. —Hizo un gesto desdeñoso con la nariz—. Pero no era nada personal.

—Tavi —dijo Isana con un nuevo ataque de tos—. ¿Tavi se encuentra bien?

—¿Cómo lo puedo saber? —respondió Odiana con un tono ligeramente impaciente—. Me arrancaste los ojos, mujer. Lo siguiente que pude ver fue a ese bruto feo.

—Entonces no estás… —Isana movió la cabeza—. Así pues, Kord te capturó.

Ella asintió.

—Me encontró después de la inundación. Acababa de recuperar mis ojos. —Odiana sonrió—. Nunca he conseguido tener unas uñas como esas. Me tendrás que enseñar cómo se hace.

Isana se la quedó mirando por un momento.

—Tenemos que salir de aquí.

—Sí —asintió Odiana, mirando hacia la puerta—. Pero no parece posible por el momento. Ese Kord es un esclavista, ¿verdad?

—Lo es.

Los ojos de la mujer morena brillaron.

—Eso creía yo.

La sed que sentía en la garganta se volvió insoportable para Isana.

—Rill, necesito agua —murmuró.

Odiana dejó escapar un suspiro de impaciencia.

—No —dijo—. No seas idiota. Nos ha rodeado de fuego. Nos está secando. Tu furia no te puede oír, y aunque pudiese, no podrías humedecer ni un trapo.

Isana tembló: por primera vez desde que había encontrado a Rill no sintió el estremecimiento en respuesta a su llamada ni la presencia tranquilizadora de la furia de agua. Tragó mientras repasaba con su mirada el interior de la estancia. De algunas de las paredes colgaban trozos de carne y el humo permanecía estático en el aire: era un ahumadero de la explotación de Kord.

Estaba prisionera en la explotación de Kord.

La idea le produjo escalofríos y le envió un temblor helado que se extendió desde la nuca hasta la raíz del cabello.

Odiana la miró en silencio y asintió lentamente.

—No tiene intención de dejarnos abandonar este lugar. Lo sentí en él antes de que nos trajese.

—Tengo sed —comentó Isana—. Hace calor suficiente como para matarnos. Necesito beber.

—Nos dejaron dos pequeñas copas de agua —informó Odiana señalando con un gesto hacia el extremo más alejado del círculo.

Isana trató de fijar su mirada, hasta que acertó a ver un par de copas de madera y se acercó a ellas. La primera que cogió no pesaba nada y estaba vacía. La dejó a un lado. Tenía la garganta ardiendo, y lo intentó con la segunda.

También estaba vacía.

—Estabas dormida —explicó Odiana con calma—. De manera que me las bebí.

Isana se quedó mirando incrédula a la mujer.

—Este calor nos puede matar —le explicó intentando mantener un tono tranquilo.

La mujer le dedicó una sonrisa lánguida y perezosa.

—Bueno, a mí no me matará. He bebido por las dos.

Isana apretó los dientes.

—De acuerdo, tiene sentido. Úsalo. Llama a tu furia y pide ayuda.

—Estamos más allá de toda ayuda, chica del campo.

Isana apretó los labios.

—Entonces cuando entre uno de ellos…

Odiana negó lentamente con la cabeza y habló con un tono frío, desapasionado y práctico.

—¿Crees que es la primera vez que lo hacen? Esto es lo que hacen los esclavistas, chica del campo. Nos mantienen con vida, pero lo suficientemente débiles como para que no podamos usar totalmente nuestras furias. Lo intentaría, no funcionaría y nos castigarían a las dos.

—¿Y eso es todo? —replicó Isana—. ¿Ni siquiera lo intentamos?

Odiana cerró los párpados durante un momento, y después bajó la mirada.

—Solo vamos a tener una oportunidad, chica del campo —explicó en voz muy baja.

—No soy una chi…

—Eres una niña —le espetó Odiana—. ¿Sabes cuántas esclavas son violadas al cabo de un día de su captura?

La idea hizo que volviera a sentir frío.

—No.

—¿Sabes lo que les ocurre a las que se resisten?

Isana negó con la cabeza.

Odiana sonrió.

—Hazme caso. Solo te resistes una vez. Y después de eso se aseguran de que nunca lo volverás a intentar de nuevo.

Isana clavó los ojos en la mujer durante un buen rato.

—¿Cuánto tiempo fuiste esclava? —le preguntó al fin.

Odiana se retiró el cabello de la cara con una mano y explicó con voz fría:

—Cuando tenía once años, nuestro estatúder nos vendió a un grupo de esclavistas para saldar una deuda de mi padre. Nos violaron a todos. Mataron a mi padre, a mi hermano mayor y al bebé. Violaron a mi madre, a mis hermanas y a mí. Y a mi hermano menor. Era guapo. —Su mirada quedó distante, fija en la pared más alejada. El fuego se reflejaba en sus ojos, haciéndolos brillar—. Yo era demasiado joven. No había empezado mi ciclo ni descubierto mi artificio de las furias. Pero esa noche ocurrió. Cuando me violaron. Me pasaron alrededor del fuego como una redoma de vino. Cuando desperté pude percibir todo lo que sentían, chica del campo. Toda su lujuria, su odio, su miedo y su hambre. Me inundó. Penetró dentro de mí. —Se empezó a mecer adelante y atrás sobre los talones—. No sé cómo descubriste tu artificio del agua, cuándo empezaste a sentir por primera vez a las otras personas. Pero debes dar gracias a todas las furias de Carna por que no fuese como mi despertar. —La sonrisa volvió lentamente a sus labios—. Es suficiente para volver loco a cualquiera.

Isana tragó saliva.

—Lo siento. Pero Odiana, si podemos trabajar juntas…

—Nos pueden matar juntas —la interrumpió Odiana y su voz volvía a sonar afilada—. Escúchame, chica del campo, y te explicaré lo que va a ocurrir. Lo he vivido antes.

—De acuerdo —aceptó Isana en voz baja.

—Hay dos tipos de esclavistas —explicó Odiana—. Los que se dedican a ello por razones profesionales y los se lo toman de forma personal. Los primeros trabajan para el Consorcio. No permiten que nadie dañe o utilice su mercancía, a menos que se trate de imponer disciplina. Si les gustas, te invitan a su tienda, te dan buena comida, una charla e intentan seducirte. Es lo mismo que la violación, solo que lleva más tiempo y recibes una buena comida y duermes en una cama blanda.

—Ese no es Kord.

—No, no lo es. Kord es del otro tipo. Como los que se llevaron a mi familia. Para él, se trata de apalear a alguien, de romperlo. No quiere entregar un producto de alta calidad, dispuesto al trabajo o al placer. Quiere que seamos piezas dañadas. Quiere que seamos animales. —Sonrió—. Cuando nos viola, solo se trata de una parte del proceso de disfrutar un poco más que los demás.

El estómago de Isana sufrió un retortijón.

—Violarnos —susurró—. Él…

La otra mujer asintió.

—Si te quisiera matar, ya estarías muerta. Tiene otros planes para ti. —Bufó—. Y he visto a algunas de las otras mujeres que tiene en este lugar. Conejas. Ovejas. Le gustan mansas, que no luchen.

Tembló y se estiró, arqueó sinuosamente la espalda y cerró los ojos durante un momento. Desplazó una mano hasta el cuello de la blusa, tirando de él y tratando de desabrochar algunos botones, pero la tela empapada de sudor se le quedó adherida.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Isana.

Odiana se pasó la lengua por los labios.

—No tengo mucho tiempo. Escucha atentamente: para él, el juego consiste en quebrarte, y para eso te tiene que aterrorizar. Si no sientes miedo, no tiene poder sobre ti. Si adoptas una actitud de silencio y reserva, no eres lo que quiere. ¿Comprendes?

—S… sí —tartamudeó Isana—. Pero oye, Odiana, no nos podemos quedar aquí…

—Sobreviviremos mientras no te rompas —la interrumpió Isana—. Para él yo no soy más que una puta guapa a la que puede usar. A ti te quiere rota. Mientras te controles, no tendrá lo que quiere.

—¿Qué ocurrirá si no lo resisto?

—Te matará —respondió—. Y me matará a mí porque te he visto y esconderá los cuerpos. Pero eso no ocurrirá.

—¿Por qué no?

—No ocurrirá —repitió Odiana—. De un modo u otro, aguanta un día, un solo día. Eso es todo. Porque te prometo que ninguna de las dos va a respirar durante media hora más si te rompes. Por eso me bebí las dos copas.

Isana luchó para respirar; la cabeza le daba vueltas.

—¿Por qué te has bebido las dos copas?

—¿Has probado alguna vez la afrodita, chica del campo?

Se quedó mirando a Odiana.

—No —confesó—. Nunca.

Odiana se lamió los labios con una sonrisa.

—Entonces te habría desconcertado. Desear cuando sabes que no deseas. Al menos, yo conozco los efectos. —Tiró de nuevo del cuello de la blusa y la desabotonó más, mostrando las curvas suaves de sus pechos. Se ajustó la caída de la falda, de manera que dejaba desnudo un muslo fuerte y suave, y movió el dedo a lo largo de él—. Vamos a revisar nuestra estrategia. Yo los voy a hacer felices. Y tú no te vas a preocupar. Así de sencillo.

Isana notó un retortijón y se sintió enferma al mirar a la otra mujer.

—Vas a… —No pudo terminar. Era demasiado horrible.

Odiana dejó que los labios se le curvaran en una sonrisa.

—El acto en sí no es desagradable, ¿sabes? Y no voy a pensar en él. —Su sonrisa se amplió y asomó el blanco de sus ojos—. Estaré pensando en los trozos. En los trozos que quedarán de ellos cuando los atrape mi señor. Primero se ocupará de su deber y después vendrá a por mí. Y solo quedarán trozos. —Tembló y dejó escapar un suspiro suave—. Ya ves. Ya soy feliz.

Isana miró a la mujer, asqueada, y movió la cabeza. Eso no podía estar ocurriendo. Simplemente, no podía ocurrir. Ella, junto con su hermano, llevaban toda su vida adulta trabajando para convertir el valle de Calderon en un lugar seguro para las familias, para la civilización, para que Tavi pudiera crecer. Esto no formaba parte del mundo que estaban construyendo. Esto no formaba parte de lo que había soñado.

Las lágrimas se le acumularon en los ojos y luchó por contenerlas, por retener la preciosa humedad antes de que cayeran. Sin pensarlo, buscó la ayuda de Rill y no la encontró. Las lágrimas acabaron por rodar por sus mejillas.

Dolía. En lo más profundo. Se sentía horriblemente sola, con la única compañía de una loca. Intentó dar de nuevo con Rill, desesperada, y no sintió nada. Persistió una y otra vez, negándose a aceptar que su furia se encontrase más allá de su alcance.

No oyó los pasos hasta que estaban justo al lado del ahumadero. Alguien abrió la puerta. La silueta terrible y enorme de Kord y de una docena de hombres se recortó bajo la luz del círculo de brasas.