21

LAS rápidas aguas del río estaban frías como el hielo. La boca de Tavi quedó entumecida desde el mismo instante en que Kord le hundió la cabeza en el agua, y las orejas le hormigueaban con una sensación de ardor. Tavi luchó, pero el estatúder era demasiado fuerte y tenía los dedos firmemente aferrados a su cabello. La grasienta cadena de estatúder golpeaba el hombro del muchacho. Kord le empujó hacia el fondo con brutalidad y Tavi sintió que se le magullaba la cara contra las piedras del lecho del río.

Y entonces se desvaneció la presión inexorable. El muchacho vio cómo lo sacaban tirándole del cabello y lo lanzaban por los aires para aterrizar en el suelo a varios pasos de distancia. Se encontró encima de algo caliente y vivo, que resultó ser Fade, inconsciente. Tavi levantó la cabeza, parpadeando para expulsar el agua de los ojos y así poder mirar a Kord, pero había alguien que se movía entre ellos y le impedía la visión.

—¡Tío! —exclamó Tavi.

—Coge a Fade y sácalo de aquí —le ordenó Bernard.

El chico se puso en pie, arrastrando consigo a Fade, y tragó saliva.

—¿Qué vamos a hacer?

—Vete. Yo me ocupo de esto —le aclaró Bernard. Entonces le dio la espalda a Tavi sin dejar de interponerse entre Kord y su sobrino—. Kord, esta vez has ido demasiado lejos.

—Somos tres —gruñó Kord cuando sus hijos ocuparon posiciones a ambos lados de su padre—. Y tú estás solo. Bueno, con el idiota y el anormal. Me parece que eres tú, Bernard, el que ha ido más allá de sus posibilidades.

El suelo tembló y giró delante de Kord, y lo que salió de la tierra, con piel y patas de piedra, no se parecía a nada que Tavi hubiera visto antes. Tenía el cuerpo alargado de un lagarto venenoso, pero la cola se curvaba sobre el lomo y se mantenía alzada como si fuera un garrote. La boca era asquerosamente alargada y estaba llena de dientes afilados como el pedernal. Cuando el muchacho lo miró, movió la cabeza hacia un lado, abrió las mandíbulas y dejó escapar un bramido profundo como el granito.

Al lado de Kord, Bittan cogió la tapa de un brasero de cerámica, en el cual aparecieron llamas rojas al tocarlo. Estas se enroscaron hasta formar la silueta de una serpiente dispuesta a atacar, con los ojos brillantes en llamas. Aric, alto y delgado, al otro lado de Kord, unió los dedos, y el viento empezó a arremolinar varios trozos de ramas a su alrededor, echando hacia atrás su capa, que ondeaba recordando vagamente la forma de unas alas.

—No lo hagas, Kord —advirtió Bernard.

El suelo a su lado se agitó y Brutus trató de abrirse camino para salir de allí, hasta que la ancha cabeza del perro de piedra se inclinó sobre la mano de Bernard, con los ojos esmeralda fijos en los de Kord. Brutus movió sus amplios hombros, lo cual originó una avalancha en miniatura de tierra y piedrecitas en sus flancos. Tavi vio que Bittan palidecía y daba un paso atrás.

—Te estás cavando una tumba muy profunda.

—Intentas quitarme mi tierra —escupió Kord—; quitármela a mí y a mi familia. ¿Quién te da derecho?

Bernard dejó escapar un suspiro, mirando hacia arriba durante un instante.

—No juegues conmigo a hacerte el inocente, esclavista. Casi tenemos encima la tormenta, Kord. Última oportunidad. Si lo dejas ahora, vivirás para enfrentarte a la justicia de Gram en vez de a la mía.

Los ojos de Kord brillaron.

—Soy un ciudadano, Bernard. No puedes matar a un ciudadano.

—Eso es en tus tierras. Ahora estás en las mías.

La cara de Kord palideció.

—¡Moralista hijo de perra! —farfulló. Alargó la mano hacia delante y gritó—: ¡Contigo les daré de comer a los cuervos!

La bestia de piedra que tenía delante se lanzó sobre el terreno pedregoso como si fuera un lagarto. En ese mismo instante, algo salió lanzado desde Aric, una silueta difuminada que recordaba vagamente a un pájaro de presa, y se abalanzó hacia Bernard. Bittan tiró la tapa del brasero hacia el matorral más cercano que, a pesar de estar húmedo, prendió, y la madera estalló en una llamarada repentina: la serpiente de fuego que iba en su interior aumentó veinte veces su tamaño en menos de lo que se tarda en aspirar una bocanada de aire.

Bernard se movió con rapidez. Lanzó la mano contra el ataque de la furia de Aric esparciendo un puñado de cristales de sal por el aire. Un chillido sibilante surgió del aire delante de él, al tiempo que Brutus se lanzaba contra la furia de Kord, contra la que chocó con un impacto ensordecedor. Las dos furias se fundieron en un montón de piedras que se hundieron en la tierra, donde la superficie se agitó y tembló a medida que las furias de los estatúderes se hundían en su lucha y se perdían de vista.

Kord soltó un rugido y se lanzó a por Bernard. El tío de Tavi levantó el hacha y la descargó sobre el otro estatúder. Kord la esquivó en un escorzo lateral, y Bernard siguió su movimiento levantando el hacha para asestar otro golpe.

Tavi vio cómo Aric sacaba un cuchillo del cinturón y se encaminaba hacia la espalda de Bernard.

—¡Tío! —gritó—. ¡Detrás de ti!

En ese momento, una columna de viento tan furiosa y fuerte que casi parecía una masa sólida se precipitó sobre la espalda de Aric, tirándolo al suelo. El joven dejó escapar un grito ahogado y empezó a incorporarse, pero desde el cielo oscuro Amara se lanzó sobre su espalda con las ropas afanadas ondeando salvajemente a su alrededor. Aric tuvo tiempo de lanzar un chillido estrangulado y los vientos se reunieron alrededor de los dos con un repentino estallido de sonido. Tavi vio el brazo de Amara bajo la barbilla de Aric y los dos empezaron a rodar por el suelo, él intentando quitarse a la muchacha de encima.

Tavi se giró a tiempo para ver cómo Kord golpeaba el brazo de su tío y le arrebataba el hacha de las manos. El arma salió volando y se perdió en las aguas del río. Bernard no perdió el tiempo y lanzó el puño contra las costillas de Kord en un golpe que levantó al hombre del suelo y lo hizo retroceder tambaleándose. Bernard lo persiguió, pero su oponente se puso en pie con su fortaleza reforzada por la furia, y los dos se enzarzaron en un cuerpo a cuerpo con la tierra temblando y removiéndose a sus pies.

Tavi sintió luz y calor junto a él, y al darse la vuelta se encontró con Bittan de pie ante una columna de llamas que surgía de los matorrales.

—Bueno, bueno. —Bittan lo fulminó con la mirada—. Parece que quedo yo para ocuparme de ti.

A continuación, levantó los brazos con un grito de éxtasis y los volvió a bajar. Las llamas se elevaron hasta formar un pilar que cayó, rápido, brillante y terrible, sobre Tavi y Fade.

El chico dejó escapar un chillido y arrastró al esclavo con él hacia un lado. Las llamas se extendieron por la tierra como si fueran agua, lanzando chispas y humo, y el calor se adueñó de la noche. Tavi olió a pelo quemado e inmediatamente se incorporó y arrastró a Fade hacia el agua del río.

—Fade —jadeó—. Fade, vamos, despierta. Despierta.

La risa de Bittan resonó con aspereza bajo la dura luz. La columna de fuego bailó y se agitó por el suelo como una serpiente enorme, abriéndose camino entre Tavi y el dudoso refugio de las frías aguas del río. El fuego saltó de arbusto en arbusto y de árbol en árbol a espaldas de Bittan, propagándose, y el crujir crepitante fue creciendo hasta convertirse en un rugido hosco.

—¡Bittan! —gritó Tavi—. ¡Se te está yendo de las manos! ¡Vamos a morir todos!

—¡No creo que estés en posición de darme lecciones sobre el artificio de las furias, anormal! —respondió Bittan también a gritos.

Se giró hacia el arbusto en llamas que tenía a un lado, recogió un puñado de materia incandescente y lo lanzó contra Tavi. Este extendió la capa y redujo el impacto de las ramas en llamas, pero algunas chispas prendieron en la tela. La pisoteó frenético para apagarlas.

—No me puedo decidir —gritó Bittan con voz burlona—. ¡No sé si te debes asfixiar o asar!

Fade, con la parte indemne de su cara hinchada y morada a causa del hematoma, empezaba finalmente a sostenerse por sí mismo y miraba a su alrededor parpadeante y confuso. Se aferró a la capa de Tavi, emitiendo unos pequeños maullidos mientras sus ojos iban de un lado a otro, rodeado de llamas.

—Tengo una idea —propuso Bittan—. ¿Qué tal si terminamos de freír primero al idiota? Después me puedo ocupar de ti, anormal.

Hizo un gesto con la mano y desde el interior de las llamas se volvió a formar la misma silueta de serpiente. Se retorció durante un momento, enroscándose, y de inmediato salió disparada hacia el pecho de Fade a la velocidad del rayo.

Fade emitió un grito y con más velocidad de la que le habría creído capaz Tavi, se echó hacia un lado, chocando con él. El impulso del esclavo los lanzó enredados el uno con el otro hacia la barrera atroz que se alzaba entre el agua y ellos. La espalda de Fade rodaba por el suelo cuando atravesaron el fuego, y el esclavo lanzó un chillido de dolor, aferrándose con fuerza a Tavi. El muchacho intentaba liberarse, pero ambos cayeron al Rillwater.

—¡No! —gritó Bittan, y pasó ileso a través de las llamas para llegar a la orilla del agua.

Allí levantó de nuevo los brazos y envió otra lengua de fuego contra ellos. Tavi se lanzó hacia atrás sobre Fade, sumergiéndose con él en el agua. El fuego pasó rozando la superficie con un zumbido distante y una luz violenta.

El chico permaneció bajo el agua todo lo que pudo, pero no logró contener la respiración más que unos cuantos segundos. No había tenido la oportunidad de inhalar una buena bocanada antes de hundirse y el agua estaba demasiado fría. Intentó alejarse de la orilla más cercana y de la furia ciega de Bittan antes de volver a salir a la superficie, tosiendo y escupiendo agua. Subió consigo a Fade, más o menos en el centro del río, con el temor de que el esclavo se dejara llevar por el pánico y se ahogase antes de poder darse cuenta de que el agua no era lo suficientemente profunda.

Bittan se alzaba en la misma orilla del río y dejó escapar un grito de frustración. Las llamas detrás de él se elevaron hacia el cielo cuando lo hizo.

—¡Anormal enano, cobarde, comida para los cuervos! ¡Te voy a quemar hasta convertirte en cenizas, junto con ese idiota llorón!

Tavi tanteó en el lecho del río, a sus pies, y cogió una piedra del tamaño de su puño.

—¡A él lo dejas en paz! —gritó, y lanzó la piedra contra Bittan.

La piedra voló como una centella y golpeó en la boca al muchacho, quien se tambaleó hacia atrás, dejando escapar un aullido, hasta caer de espaldas al suelo.

—¡Tío! —gritó Tavi—. ¡Tío, estamos en el agua!

A través del remolino de humo, vio que su tío echaba hacia atrás el puño y lo descargaba con fuerza contra el cuello de Kord. El otro estatúder trastabilló hacia atrás con un grito ahogado, pero no soltó la túnica de Bernard, arrastrándolo con él; ambos desaparecieron de la vista de Tavi.

No muy lejos, Amara se alzaba sobre un Aric inmóvil con un gesto de dolor y aguantándose un antebrazo, donde la sangre había empapado la manga. Parecía que le había acertado el cuchillo de Aric, pese a lo cual no logró evitar que ella lo estrangulase. La chica miró a su alrededor y gritó a través del humo:

—¡Tavi! ¡Sal del agua! ¡No te quedes ahí, sal!

—¿Qué? —gritó Tavi—. ¿Por qué?

No hubo aviso. Unos brazos húmedos y ágiles se cerraron alrededor de su garganta y una voz femenina y ronca le cuchicheó al oído:

—Porque a los niños pequeños y guapos que caen al río les pueden ocurrir cosas feas.

Tavi empezó a darse la vuelta para luchar, pero algo tiró de él bajo la superficie del río con una velocidad inusitada y los brazos apretaron aún más su garganta. Intentó afirmar los pies en el lecho del río para impulsar la cabeza por encima del agua, pero por alguna razón no conseguía asentarse nunca con firmeza, como si el lecho fluvial estuviera cubierto de lodo allí donde pisaba, de manera que siempre resbalaba y perdía pie.

—Pobrecito —murmuró la voz en su oído, perfectamente clara. Sintió la presión de un cuerpo fuerte pero sinuoso contra su espalda—. No tienes la culpa de haber visto lo que no debías ver. Es una lástima matar a alguien tan guapo, pero si te estás quieto y respiras hondo pasará enseguida y seguirás estando igual de guapo cuando te metan en una caja. Te lo prometo.

Tavi luchó y se contorsionó, pero su empeño resultó inútil contra esa fuerza suave y sutil. Sabía que podría haberse resistido todo el día y no habría conseguido nada: ella era una artífice del agua, como su tía; era fuerte y estaba utilizando en su contra las aguas del río.

Dejó de retorcerse, lo cual provocó que su asaltante lanzase un suave murmullo de aprobación. Unos labios fríos presionaron su oreja. Se estaba empezando a marear pero su mente trataba de pensar a gran velocidad. Si era una artífice del agua como su tía, debía de tener los mismos problemas que la tía Isana. A pesar de todas las ventajas de las que disfrutaban sus artífices, el agua sufría mucho más que cualquier otro artificio las interferencias que sus sentidos adicionales percibían de todo el mundo: emociones, impresiones, sentimientos.

Tavi se concentró por un momento en su impotencia, el miedo creciente, el terror que le aceleraba el corazón, y expulsó con rapidez el resto del aire que permanecía en sus pulmones, con lo que estaba más cerca de ahogarse. Se regodeó en ese terror, dejó que creciera y añadió a ello las frustraciones del día, la desesperación, la rabia y la desesperanza que había sentido al regresar a Bernardholt. Cada emoción se fortalecía con la siguiente y las alimentó a todas con una rabia frenética, hasta que casi no pudo recordar cuál era el plan inicial.

—¿¡Qué estás haciendo!? —balbució la mujer que lo tenía atrapado, con rastros de inseguridad imbricados en la ronca firmeza de su voz—. Para. ¡Para! Es demasiado fuerte. ¡Odio que sea tan fuerte!

Tavi luchó impotente contra ella, ahora realmente abrumado por el pánico, por un miedo ciego y entumecedor que se mezclaba con el resto de sus emociones. La mujer dejó escapar un chillido, lo soltó de repente y se alejó de él mientras se cogía la cabeza con las dos manos.

Tavi se ahogaba y sus pulmones expulsaron el último hálito que quedaba en ellos mientras intentaba salir a la superficie. Sacó la cabeza del agua pero solo tuvo tiempo de inhalar una única bocanada profunda y sofocada antes de que el agua burbujeara a su alrededor, envolviéndolo y arrastrándolo de nuevo hacia el fondo.

—Chico listo —musitó la mujer, y Tavi la pudo ver ahora en la luz reflejada de los incendios de la orilla: una mujer hermosa con cabello y ojos oscuros, y un cuerpo insinuante y atractivo—. Muy listo. Tan apasionado… Ahora no te puedo sostener mientras te vas. Lo quería hacer por ti, de veras. Pero algunas personas sois así de desagradecidas.

El agua lo aprisionó con la fuerza y la pesadez de unas ataduras de cuerda. Sintió una presión que le dobló las piernas y lo envolvió como un paquete de pan. Aterrorizado, luchó por conservar el último aliento todo el tiempo que pudiera.

La mujer permaneció delante de él con los ojos entornados llenos de rencor.

—Loco. Te iba a llevar al éxtasis, pero ahora creo que te voy a romper ese bonito cuello.

Giró la muñeca en un gesto delicado, pero el agua alrededor de Tavi se arremolinó de repente alrededor de su cabeza y empezó a hacer girar su mandíbula lentamente hacia un lado. El muchacho se opuso, pero el agua parecía mucho más fuerte que él. La presión en su cuello creció con rapidez y muy pronto fue insoportable. La mujer se acercó y le miró con los ojos redondos y brillantes.

Ella no se dio cuenta del movimiento repentino del agua a su espalda, pero Tavi vio cómo su tía Isana surgía del barro. Una mano atrapó a la mujer por el cabello y la otra le arañó los ojos con fuerza. El agua se tiñó de rosa y la mujer soltó un chillido repentino y lastimero. Isana se mostró por completo y lanzó las dos manos con las palmas hacia fuera contra la mujer, pero esta huyó a través del agua y salió de ella como si la hubiera sacado una mano gigantesca.

En cuanto la mujer se alejó y abandonó el Rillwater, la presión en el cuello de Tavi se relajó y se sintió capaz de mover las extremidades. Isana se acercó a él y lo sacó con ella a la superficie, jadeando y tosiendo.

—¡Mi río! —bufó Isana mirando a la huida bruja del agua.

Isana llamó a Fade, que vadeó el agua hasta Tavi. El esclavo puso uno de los brazos del muchacho sobre sus hombros y lo sostuvo para sacarlo del agua.

Tavi se quedó mirando la mano de su tía, cuyas uñas parecían que habían crecido hasta alcanzar el doble de su tamaño habitual, como garras brillantes. Isana captó su mirada y agitó la mano, como cuando relajaba los músculos, acalambrados tras mucho coser. Uno, dos y las uñas volvían a ser como siempre, cortas y bien cuidadas, pero manchadas con gotas de sangre. Tavi tembló.

—Llévalo a la otra orilla —ordenó Isana a Fade—. Quedan dos más y las cosas entre Kord y Bernard no se han resuelto todavía. Tavi, atraviesa el bosque. Cuando estalle la tormenta, estarás a salvo durante algún tiempo.

Bittan, con la boca ensangrentada, apareció en la orilla.

—¡Puta estéril! —le gritó a Isana. Hizo un gesto y el fuego se dirigió contra ella.

Isana giró los ojos y alzó una mano hacia Bittan. Una ola chocó contra las llamas, las ahogó y continuó hasta romper a los pies del joven, derribándolo. Cayó con un chillido, resoplando, y se alejó a gatas de la orilla.

—Atraviesa el bosque —repitió Isana—. Ve a Aldoholt, junto al lago. Para entonces ya le habré avisado y hará que llegues hasta Gram o que Gram venga a ti. Hasta entonces él te protegerá. ¿Me has comprendido, Tavi?

—Sí, señora —jadeó el chico—. Pero…

Isana se inclinó sobre él y lo besó en la frente.

—Lo siento, Tavi, lo siento. Ahora no hay tiempo para preguntas. Tienes que confiar en mí. Te quiero.

—Yo también te quiero —le correspondió él.

Isana giró la cabeza y los fuegos que se estaban extendiendo por la orilla se reflejaron en sus ojos.

—Se están propagando. Y casi tenemos encima la tormenta. Tengo que llamar a Nereus, o Lilvia alimentará esos fuegos hasta que devoren todo el valle. —Miró hacia atrás y le instruyó—: Aléjate del río todo lo que puedas, Tavi. Ve colina arriba. Llévate a Fade y vigílalo… no sé por qué lo has traído. —Miró detrás del muchacho al esclavo, quien ofreció a Isana una mueca e inclinó la cabeza.

Ella movió la suya en respuesta y besó de nuevo a Tavi.

—Vete, deprisa.

Dicho lo cual, dio la vuelta y se diluyó de nuevo en las aguas del río.

Tavi tragó saliva e intentó ayudar a Fade, mientras este se dirigía hacia el otro lado del río para subir por la orilla. Miró atrás cuando ya salían del agua.

Kord yacía en el suelo, encogido sobre un lado y luchando débilmente para volver a ponerse en pie. Bernard, con el rostro magullado y la túnica destrozada, estaba de pie con Amara al lado de la roca blanca del vado, de espaldas a Tavi y mirando hacia el bosque.

Del humo y las sombras de los árboles salió cojeando un hombre descalzo, maduro y de mediana estatura. Movió los ojos a lo largo del río iluminado por el fuego y después los fijó en las dos personas situadas delante del vado, antes de mirar más allá. Tavi sintió cómo le tocaban los ojos del hombre como piedras frías y lisas, cómo lo sopesaba con calma, y lo descartaba al fin. El hombre alzó una mano y Tavi oyó cómo el árbol más cercano se doblaba y temblaba, y se giró a tiempo para ver que lo lanzaba contra él.

La cabeza de Bernard giró y levantó un puño. Con la misma rapidez del primero, un segundo árbol se desenraizó y se derrumbó, aterrizando con dureza sobre el primero, de manera que los dos se apoyaban y evitaban su caída, mientras Tavi y Fade se quedaban temblando bajo el espacio arqueado que formaban.

—Impresionante —reconoció el hombre.

Tavi se fijó en una repentina oleada de tierra que se precipitó contra su tío. Bernard afirmó los pies en el suelo, con los labios apretados en una mueca, y una segunda oleada se alzó delante de él, cogiendo velocidad contra el ataque del forastero. Los esfuerzos del estatúder no eran suficientes. La onda en las rocas cedió a sus esfuerzos y destrozó el suelo bajo los pies de Bernard y Amara, enviando a los dos al suelo.

Tavi gritó, pero mientras su tío caía el forastero sacó de debajo de la capa un arco pequeño y muy curvado, colocó una flecha y apuntó con fría precisión. La flecha atravesó el río en dirección al chico.

Desde el suelo, Amara lanzó un grito y alzó la mano en el aire. La flecha cambió bruscamente de rumbo y se perdió en el bosque detrás de Tavi.

El hombre lanzó un corto gemido de frustración.

—Inútil —señaló—. Mátalos.

Detrás de él apareció el hombre a quien el muchacho había visto antes, con la espada en la mano y una mirada asesina. El espadachín avanzó hacia Amara y su tío, mientras la hoja reflejaba la luz escarlata de los fuegos que rugían a su alrededor.

Kord había recuperado la movilidad y consiguió ponerse de lado. Despertó a Aric a patadas y empezó a retirarse hacia el bosque, seguido por su hijo, que avanzaba tambaleante detrás de él mientras intentaba recuperar los sentidos. Pero al alejarse Kord, se produjo un movimiento en un arbusto en llamas y del centro del incendio surgió Bittan, cegado y tosiendo a causa del humo, que intentaba apartar moviendo una mano delante de su cara para descubrir que se encontraba a unos pocos pasos del espadachín, colocado entre él y Bernard.

Tavi no vio el movimiento del brazo del hombre. Se produjo un zumbido, Bittan dejó escapar una exclamación de sorpresa y cayó de rodillas. El espadachín pasó junto al muchacho. Tavi vio un líquido rojo que formaba un charco alrededor de las rodillas de Bittan, y a este cayendo limpiamente hacia un lado.

Tavi sintió cómo se le subía el estómago a la garganta. Fade dejó escapar un suspiro y se agarró al brazo de su acompañante.

—¡Bittan! —reaccionó Aric—. No…

Por unos momentos, el cuadro permaneció sin cambio alguno: el chico en el suelo en medio de un charco de su propia sangre, rodeado de llamas escarlatas, el espadachín con la hoja extendida a un lado, desplazándose con agilidad y decisión hacia la gente que se encontraba entre Tavi y él.

Entonces, todo ocurrió de repente.

Kord dejó escapar un rugido de rabia pura e indiscriminada. La tierra tembló con fuerza a su alrededor y salió proyectada contra el espadachín.

Amara se incorporó espada en mano y se lanzó hacia delante cuando la hoja del espadachín descendía hacia Bernard, interceptando el golpe. La tierra se elevó y los lanzó hacia un lado, en plena lucha cuerpo a cuerpo.

El hombre de aspecto inofensivo extendió las manos hacia el otro lado del río y los árboles crujieron en respuesta, llenando el aire con los restallidos de las ramas al retorcerse.

Y llegó la tormenta.

Un instante reinaba una relativa tranquilidad y al siguiente, una muralla de furia, sonido y poder retumbó sobre ellos, aplastando los sentidos de Tavi, cegándolo, y cubriendo la superficie del río con espuma helada. Las llamas que había desencadenado Bittan empezaron a debilitarse un momento bajo el embate del viento y de repente, como si la tormenta se hubiera dado cuenta de su potencial, crecieron y florecieron, extendiéndose con una velocidad terrorífica y sorprendente. A Tavi le pareció que veía caras que gritaban y chillaban en el viento alrededor de las lenguas de fuego, llamándolas y animándolas.

Fade dejó escapar un gemido mientras se protegía del viento, y Tavi recordó de repente las órdenes de su tía. Agarró al esclavo por el brazo, aunque seguía aterrorizado por lo que dejaba atrás en el vado, y se arrastraron hasta el bosque laberíntico por las sendas que conocía, aún en la semioscuridad, para alejarse del río.

Siguieron adelante apoyándose el uno en el otro contra el viento helado y ululante, y Tavi se sentía lleno de gratitud porque tenía al lado otro ser humano al cual podía tocar. No estaba seguro del tiempo que llevaban avanzando por el sendero serpenteante que lentamente iba subiendo la colina, cuando oyó las aguas de la crecida.

Avanzaban casi en silencio, precedidos solo por los susurros y los crujidos de miles de árboles sacudidos en sus antiguos lechos de tierra. Llegaron a la cima de la colina y allí Tavi se dio la vuelta para vislumbrar levemente, a través de la ferocidad de la tormenta, el baile de árboles que una marea enorme había arrancado en el curso alto del Rillwater. El pequeño río se había desbordado e inundaba las orillas, y aquellas aguas frías y silenciosas empezaron a engullir los fuegos de Bittan con la misma rapidez con la que se propagaban. Las aguas crecieron y ante el aullido del ciclón de la tormenta de furias, Tavi se preguntó cómo podría sobrevivir nadie a semejante arremetida de los elementos, ni siquiera estaba seguro de que su tía pudiera conseguirlo. El pánico se apoderó de él y le recorrió las venas.

La oscuridad se tragó la tierra como las aguas silenciosas del río desbordado engulleron las llamas errantes, y al cabo de un instante los relámpagos de la tormenta de furias estallaron, verdes y espeluznantes, para mostrar intermitentemente a Tavi el camino que debía seguir. En silencio regresó al sendero y siguió adelante, seguido por Fade. Sufrieron dos ataques de los manes del viento, pero los cristales de sal de Tavi, aunque se habían disuelto en parte por el tiempo que habían pasado en el agua, los repelieron.

Una eternidad más tarde salieron del bosque. Fade dejó escapar un chillido, se lanzó sobre Tavi con un sollozo de miedo, derribó al muchacho y cayó sobre él.

Tavi pataleó y se sacudió para salir de debajo de Fade, pero solo consiguió liberar la cabeza lo suficiente como para girar el cuello por encima del hombro del esclavo y ver lo que le había asustado.

Frente a ellos se encontraba, formando un semicírculo, un grupo silencioso de guerreros marat, inconfundibles con sus trenzas pálidas y los cuerpos poderosos cubiertos solo por un trozo de tela alrededor de la cintura, incluso en plena tormenta. Cada uno de ellos era más alto y más ancho de espaldas de lo que podía creer Tavi. Tenían los ojos oscuros y profundos, del mismo tono que las piedras afiladas que coronaban sus lanzas de astil ancho.

Sin cambiar de expresión, el más alto de los marat se acercó, puso el pie sobre el hombro de Tavi y le colocó la punta de la lanza en la garganta.