TAVI corrió.
Sus músculos estaban agotados y su cuerpo lleno de arañazos sufría horriblemente las oleadas de dolor que se transmitían a través de su piel, pero fue capaz de correr. Durante un rato, Amara corrió a su lado en silencio, casi sin cojear, pero después de medio kilómetro sus movimientos se volvieron irregulares y en cada zancada dejaba escapar algún quejido. Tavi ralentizó un poco el ritmo de su carrera para correr a su lado.
—No —jadeó Amara—. Tienes que seguir adelante. Aunque yo no consiga llegar ante el conde, tú tienes que hacerlo.
—Pero tu pierna…
—Yo no soy importante, Tavi —recalcó Amara—. Corre.
—Nos tenemos que dirigir al este —indicó el chico, que seguía a su lado—. Tenemos que encontrar un sitio por donde cruzar el Rillwater, al otro lado hay bosques espesos y laberínticos. En la oscuridad, allí los podremos despistar.
—Uno de los hombres que nos persigue —jadeó Amara— es artífice de la madera. Poderoso.
—Allí, no —replicó Tavi—. El único que ha conseguido controlar esas furias ha sido mi tío y le costó años. Me enseñó cómo atravesarlas.
Amara ralentizó y asintió al acercarse a la cima de la colina.
—De acuerdo. Tú, ven aquí —ordenó a Fade, que se acercó obediente. Le cogió al hatillo y sacó el arco del estatúder y las flechas. Apoyó el arco contra la pierna y lo tensó con fuerza, doblándolo para colocar la cuerda, antes de cogerlo de nuevo junto con las flechas—. Quiero que os adentréis en el bosque. Seguid adelante.
Tavi tragó saliva.
—¿Qué vas a hacer?
Amara cogió la espada del hatillo y la deslizó por el cinturón improvisado.
—Intentaré detenerlos. Desde aquí los podré ver bastante bien.
—Pero estarás a campo abierto. Simplemente, te dispararán.
Ella sonrió, lúgubre.
—Creo que para eso va a haber un mal viento. Déjame parte de la sal. En cuanto llegue la tormenta tendremos posibilidad de seguir adelante con un poco más de seguridad.
—Nos quedamos a ayudar —afirmó Tavi.
La cursor negó con la cabeza.
—No. Los dos seguiréis adelante. Por si acaso las cosas no salen bien. Os encontraré por la mañana.
—Pero…
—Tavi —le cortó Amara. Se volvió hacia él con un ligero fruncimiento de ceño—. Aquí no te puedo proteger y luchar a la vez. Esos hombres son artífices poderosos. No puedes hacer nada para ayudarme.
Las palabras le impactaron como golpes físicos y dejaron un rastro de frustración, de rabia impotente, que le atravesó y durante un momento eliminó el dolor de su cuerpo.
—No puedo hacer nada.
—Falso —rectificó Amara—. Ellos usarán los artificios de tierra y de madera para rastrearte a ti, no a mí. Les podré tender una emboscada, y si tengo suerte es posible que los pueda detener para siempre. Sigue adelante y llama su atención.
—¿No te sentirá el artífice de tierra? —preguntó Tavi—. Y si también están utilizando la madera, no podrás subir a un árbol para abandonar el suelo.
Amara miró hacia el norte.
—Cuando llegue la tormenta, las furias que van con ella… —Sacudió la cabeza—. Ahora puedo aprovechar las circunstancias. ¡Cirrus!
Amara cerró los ojos durante un momento y el viento se empezó a arremolinar a su alrededor, provocando que su ropa suelta se hinchara y ondease, aunque Tavi, que se encontraba solo a unos pasos, no sintió nada. Amara extendió ligeramente los brazos y el viento la elevó del suelo por unos instantes y después la volvió a posar en un remolino que elevó polvo, restos y trocitos de hielo en una nube alrededor de sus piernas, a la altura de sus rodillas. Por un momento se quedó allí quieta, pero después abrió los ojos y se movió con cuidado a derecha e izquierda.
Tavi se la quedó mirando con sorpresa. Nunca había presenciado semejante despliegue de dominio del viento.
—¡Puedes volar!
Amara le sonrió e incluso en la penumbra parecía que su rostro brillaba.
—¿Esto? Esto no es nada. Quizá cuando haya pasado todo te enseñaré lo que es volar de verdad —ofreció—. Estas furias de la tormenta que tenéis por aquí son malas, y no tardarán mucho en llegar. Pero eso evitará que Fidel… que el enemigo me perciba.
—De acuerdo —aceptó Tavi indeciso—. ¿Estás segura de que nos encontrarás?
La sonrisa de Amara se borró.
—Lo intentaré. Pero si no os he alcanzado dentro de unas horas, seguid adelante. ¿Puedes llegar a Guarnición?
—Sin duda —respondió Tavi—. Bueno, yo creo que sí puedo. Mi tío Bernard nos vendrá a buscar. Nos puede encontrar en cualquier punto del valle.
—Espero que tengas razón —replicó Amara—. Parece un buen hombre. —Les dio la espalda a Tavi y Fade, concentrándose en vigilar el camino por donde habían venido. Colocó una flecha en el arco—. Ve a Guarnición. Avisa al conde.
Tavi asintió antes de meter la mano en su bolsa y sacar uno de los paquetes de sal. Lo dejó caer cerca de Amara, pero no demasiado próxima a la furia que la sostenía en el aire. Ella miró hacia atrás, primero a la sal y después a Tavi.
—Gracias.
—Buena suerte.
Fade tiró de la manga de Tavi.
—Tavi —dijo—. Vamos.
—Sí. Vámonos.
Tavi se dio la vuelta y emprendió a la carrera la bajada de la colina. Fade mantuvo su ritmo; el esclavo parecía incansable y no se quejaba. Dejaron atrás a Amara en la cima de la colina y la oscuridad del atardecer la engulló hasta hacerla desaparecer. Tavi se orientó en la ladera de la colina a partir de un par de rocas sobre las que una vez habían bromeado Frederic y él, y en menos de un cuarto de hora habían llegado a la linde del bosque, donde desaparecieron entre las sombras de los pinos y los álamos, y bajo los dedos largos de los robles desnudos.
A partir de ese momento, Tavi redujo la marcha hasta un paso más tranquilo, respirando con jadeos rápidos. Se puso la mano sobre el costado, donde estaba empezando a crecer un dolor lento y punzante.
—Nunca he corrido tanto —le explicó a Fade—. Siento calambres en las piernas.
—Legiones, corren. Marcha. Adiestran —replicó Fade. El esclavo miró atrás y las sombras cayeron sobre la marca de cobardía en su cara destrozada. Le brillaban los ojos—. En las legiones, Tavi correrá, correrá mucho.
Tavi nunca había oído que el esclavo pronunciase tantas palabras juntas e inclinó la cabeza.
—¿Estuviste en las legiones, Fade?
La cara del esclavo casi no cambió, pero a pesar de eso, Tavi creyó detectar una sensación de pena profunda y lenta.
—Fade cobarde. Corrió.
—¿Corriste? ¿Por qué?
Fade se alejó de Tavi y empezó a adentrarse en el bosque en dirección hacia el este. El muchacho se lo quedó mirando unos momentos y lo siguió de inmediato. Continuaron adelante durante un tiempo, y aunque Tavi intentó que Fade hablase con otras muchas preguntas sin importancia, él no respondió. A medida que avanzaban, el viento arreciaba y hacía que el bosque susurrara, crujiese y gruñera. Tavi apreció movimiento a su alrededor, en las ramas y en los huecos de los árboles: las furias de la madera, inquietas al igual que los animales ante la llegada de la tormenta, se movían de un lado a otro y observaban en silencio desde las sombras. No asustaban a Tavi porque estaba tan acostumbrado a ellas como a los animales de la explotación. Pero, por si acaso, mantenía la mano cerca del cuchillo que llevaba al cinto.
Muy pronto les llegó a través de los árboles el sonido de la corriente de agua. Tavi aceleró el paso y adelantó a Fade. Llegaron a las orillas del Rillwater, un río rápido y pequeño que atravesaba el valle de Calderon desde el este del monte Garados y fluía hacia las montañas al sur del valle.
—Muy bien —comentó Tavi—. Tenemos que encontrar el vado que marcó el tío. Si partimos desde allí podré encontrar el camino a través del bosque hacia el otro lado. En caso contrario, las furias nos desorientarán y nos perderemos. El tío dijo que cuando era joven, un par de personas se perdieron en estos bosques laberínticos y no volvieron a salir. Los encontró muertos a causa del hambre a menos de un tiro de arco de la carretera, que nunca llegaron a encontrar.
Fade asintió, mirando a Tavi.
—Puedo atravesarlo, pero es necesario que empecemos en la senda que marcó el tío Bernard. —Se mordió el labio, mirando hacia un lado y el otro del río—. Y con la tormenta que está llegando… Toma. —Metió la mano en su hatillo improvisado y le pasó al esclavo el segundo paquete de sal—. Sujeta esto, por si lo necesitamos. No lo dejes caer.
—No dejar caer —repitió Fade, asintiendo con solemnidad.
Tavi giró y emprendió la marcha corriente arriba.
—Creo que es por aquí.
Siguieron el curso del río y la noche los engulló por completo. Tavi no veía dónde ponía los pies y Fade tropezaba y farfullaba a sus espaldas.
—Aquí —exclamó el chico al fin—. Vamos a cruzar por aquí. ¿Ves esa roca blanca? El tío hizo que Brutus la colocara allí para que fuera más fácil de encontrar —explicó, y se deslizó por la tierra desnuda y helada de la orilla hacia el agua.
El esclavo soltó un chillido.
—¿Fade?
Tavi se dio la vuelta a tiempo para ver cómo alguien se abalanzaba sobre él en la oscuridad. Algo le golpeó con dureza en la cara y sintió que sus piernas perdían apoyo. Cayó hacia atrás en las aguas rápidas, someras y heladas del Rillwater, parpadeando mientras trataba de fijar la vista. Percibió el sabor a sangre en la boca.
Bittan de Kordholt se inclinó lo suficiente para agarrarlo de la pechera y golpearle de nuevo, de manera que lo atravesó otra oleada de dolor. Tavi chilló e intentó levantar los brazos para protegerse, pero el puño del muchacho más grande descargó golpes sobre él una y otra vez con una precisión fría y sádica.
—Ya es suficiente —rugió la voz de Kord—. Sal de la maldita agua, Bittan. A menos que te quieras ahogar de nuevo.
Tavi levantó la mirada con los ojos empañados por las lágrimas. Podía ver a Kord de pie en la orilla, con el cabello lacio y grasiento moviéndose a un lado cuando giró la cabeza para mirar a la corriente. Delante de él yacía una silueta inmóvil: Fade.
Bittan sacó a Tavi del agua y lo lanzó a la orilla con una horrible sonrisa que deformaba su hermosa cara.
—Sube por ti mismo, anormal.
El muchacho salió del agua temblando en el momento en que el viento empezó a aullar por encima de sus cabezas. «La tormenta», pensó aturdido. Tenían encima la tormenta. Se acercó a Fade y descubrió que el esclavo seguía respirando, aunque no se movía. Podía ver brillar la sangre en la cara quemada del hombre.
Bittan siguió a Tavi y le pegó una patada, lanzándolo hacia delante y de vuelta al suelo.
—Parece que tenías razón, pa.
Kord gruñó.
—Me imaginé que avisarían a Gram del pequeño incidente de la otra noche. Pero no me podía figurar que enviaran al anormal y al idiota.
La voz de Aric llegó amortiguada. Tavi alzó la mirada para ver al hombre alto y delgado como una sombra oscura un poco separada de los otros dos.
—El chico es listo, pa. Sabe escribir. Tienes que saber escribir para presentar cargos legales.
—No encaja —replicó Kord—. Quizá lo habrían enviado con buen tiempo, pero no cuando está llegando la tormenta.
—A menos que Bernard esté muerto, pa —sugirió Bittan con malicia—. Tal vez la puta murió en el intento de salvarlo. Parecía un hombre muerto.
Kord se volvió hacia Tavi y movió al muchacho con la bota.
—¿Y bien, anormal?
Tavi pensó, furioso. Debía de existir alguna forma de ganar el tiempo suficiente para que Amara se uniera a ellos, o para que los encontrara su tío, pero ¿de qué estaban hablando? ¿Un incidente la otra noche? ¿Había ocurrido algo cuando su tío regresó herido a casa? Debía de tratarse de eso. ¿Habían intentado matar a Bernard? ¿Por eso estaban preocupados de que alguien presentara cargos legales ante el conde Gram?
Kord le volvió a dar con el pie.
—Habla, imbécil —insistió—. O te enterraré ahora mismo.
Tavi tragó saliva.
—Si te lo digo, ¿nos dejarás marchar?
—¿Nos? —preguntó Kord con recelo.
—Se refiere al idiota, pa —aclaró Aric.
Kord gruñó.
—Depende de lo que digas, anormal. Y de que te crea.
El chico asintió sin levantar los ojos del suelo.
—Un guerrero marat hirió al tío —explicó—. Lo hirieron mientras me protegía, y yo pude escapar. Uno de los cursores del Primer Señor ha llegado a Bernardholt y ahora intento llegar hasta el conde Gram para avisarle de que vienen los marat y debe alertar a Guarnición y prepararse para el combate.
Se produjo un momento de silencio cargado de extrañeza, y entonces Kord soltó una carcajada, un sonido bajo y hosco. Tavi sintió que una mano lo cogía del cabello.
—Incluso un anormal como tú —le increpó con dureza Kord— debería ser un poco más listo y no pensar que me podrías engañar con algo así.
—P… pero —tartamudeó Tavi con el corazón acelerado por un repentino ataque de pánico—. ¡Es la verdad! ¡Juro por todas las furias que es la verdad!
Kord lo arrastró hasta la orilla.
—Estoy cansado de tu boca mentirosa, anormal.
Entonces hundió la cabeza de Tavi en el agua helada y la mantuvo abajo con todas sus fuerzas.