TAVI llegó a la conclusión de que se había enfurruñado.
Por supuesto, no fue sencillo deducirlo. Le costó casi diez minutos de mirar a la pared con una ira abrasadora después de que se fuera su tía, y entonces se le ocurrió que no lo estaba enfocando correctamente. Lo cual, a su vez, le llevó a preocuparse por ella y después de eso le resultó imposible evitar una rabia fuerte y huraña. El enfado se fue diluyendo con lentitud y lo dejó cansado, dolido y hambriento.
Se sentó en el lecho y pasó las piernas por el borde de la cama. Balanceó los pies con el ceño fruncido mientras pensaba en los acontecimientos del día anterior y en lo que significaban para él.
Había descuidado sus responsabilidades y había mentido. Y ahora se angustiaba por ello, al igual que las personas que se preocupaban por él. Su tío había sufrido una herida grave al defenderlo y, al parecer, los esfuerzos de la tía Isana por curarle la pierna le habían quebrado la salud. Eso no era algo inusitado. Y aunque su tío intentaba disimularlo, andaba con una ligera cojera. Era posible que fuera para siempre, que la herida hubiese provocado un daño permanente en la pierna.
Descansó la barbilla en las manos y cerró los ojos, sintiéndose idiota, egoísta e infantil. Se había concentrado tanto en recuperar las ovejas —sus ovejas— y en conservar el respeto de su tío, que olvidó comportarse de una manera que fuera digna de Bernard. Se había expuesto a sí mismo y a los demás a un gran peligro, y todo ello en aras de su gran sueño: la Academia.
Si acabara yendo a la Academia como resultado de sus elecciones poco sensatas, ¿habría valido la pena? En realidad, ¿podría conseguir una vida mejor para él, sabiendo lo que había arriesgado a cambio?
—Eres un idiota, Tavi —murmuró para sí mismo—. Un ejemplo claro y brillante de idiotez.
La situación podría haber sido mucho peor para él y también mucho peor para su familia. Temblaba al pensar en su tío muerto en el suelo, o en su tía tendida al lado de una bañera de curación con los ojos vacíos y con el cuerpo aún respirando pero ya muerto. Aunque las cosas no se habían desarrollado como a él le hubiese gustado, podría haber sido mucho peor.
A pesar de que le dolían todos los músculos y se sentía algo mareado y febril, se encaminó hacia la puerta. Se encontraría con su tío y su tía, se disculparía y se ofrecería a reparar el daño. No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero sabía que como mínimo tenía que intentarlo. Se lo merecían, eso y mucho más.
Se tenía que ganar el respeto que deseaba, no a través del valor o la inteligencia, sino sencillamente a través del trabajo duro y la confianza, lo mismo que su tío y su tía.
Tavi estaba a punto de abrir la puerta cuando sonó un golpecito rápido y suave en la ventana.
Parpadeó y miró hacia atrás a través de la penumbra de su habitación. En el exterior, el viento estaba creciendo, y ya había cerrado las contraventanas. Quizá una de las furias del viento más traviesas había golpeado los postigos.
De nuevo el golpecito. Tres golpes rápidos, dos lentos, tres rápidos, dos lentos.
Tavi se acercó a la ventana y abrió el pestillo de los postigos.
Se abrieron de golpe y casi lo derriban, dejando entrar un torrente de viento frío y húmedo. Tavi se retiró unos pasos cuando alguien se deslizó en la habitación, ágil y casi en silencio.
Amara emitió un leve ruido sordo al entrar por completo en el dormitorio, y se volvió para cerrar la ventana y los postigos. Llevaba puesto lo que parecían unos pantalones de su tío ajustados alrededor de la cintura con una fuerte cuerda de cuero. La túnica y la blusa se arremolinaban a su alrededor, al igual que la pesada chaqueta acolchada y la capa, pero los había asegurado con más tiras de cuero, de manera que resultaban bastante prácticos. En los pies llevaba unas zapatillas claras y lo que parecían varias capas de calcetines. En una mano sostenía un hatillo que incluía la vieja mochila de cuero de Bernard, su arco de caza, un puñado de flechas y la espada que habían traído del Memorial del Príncipe.
—Tavi, vístete con ropa de abrigo. Coge calcetines de recambio, sábanas y comida, si tienes aquí arriba —indicó—. Nos vamos.
—¿Ir…, irnos? —tartamudeó Tavi.
—Habla en voz baja —susurró la esclava.
Tavi parpadeó.
—Lo siento —murmuró.
—No te disculpes. Date prisa. No tenemos mucho tiempo.
—No nos podemos ir ahora —protestó Tavi—. Está llegando la tormenta.
—No será tan mala como la última —replicó Amara—. Y nos podemos llevar más sal. Aquí tenéis ahumadero, ¿verdad? ¿Elaboráis sal para la carne?
—Por supuesto, pero…
Amara se dirigió hacia su arcón, lo abrió y empezó a removerlo todo.
—¡Eh! —protestó Tavi.
Le tiró a la cara un par de pantalones gruesos, seguidos de tres de sus camisas más recias. A continuación, la chaqueta que tenía colgada de un gancho y su segunda mejor capa.
—Póntelo —ordenó Amara.
—No —se negó Tavi con firmeza—. No me voy. Acabo de volver. Hay personas que han resultado heridas al ir a buscarme. No he regresado para que vuelvan a pasar por eso. No puedes esperar que ponga en peligro a la gente de mi explotación por salir corriendo con una esclava fugitiva.
Amara se acercó a la puerta y comprobó el pestillo, asegurándose de que estuviera echado.
—Tavi, no disponemos de tiempo. Si quieres vivir, ven conmigo. Vamos, ahora mismo.
Tavi parpadeó, tan sorprendido que dejó caer la ropa que tenía en los brazos.
—¿Qué?
—Si no vienes ahora conmigo, no vas a sobrevivir a esta noche.
—¿De qué estás hablando?
—Vístete —repitió.
—No —se negó en redondo—. No hasta que sepa lo que está ocurriendo.
Sus ojos se entornaron y por primera vez desde que estaba cerca de ella, Tavi sintió que le recorría un escalofrío de miedo.
—Tavi, si no te vistes y vienes conmigo, te dejaré sin sentido, te envolveré en una sábana y te llevaré conmigo.
Tavi se humedeció los labios.
—N… no lo harás —le repitió—. No puedes cargar conmigo y atravesar la sala, y tampoco serás capaz de sacarme a través de la ventana, o trasladarme después, ya en el suelo, y menos aún con el tobillo herido.
Amara se lo quedó mirando mientras le rechinaban los dientes.
—Muy listo —murmuró—. Esta explotación y quizá todo el mundo en el valle está en peligro. Creo que tú y yo les podemos ayudar. Tavi, vístete. Por favor. Te lo explicaré mientras lo haces.
El muchacho tragó saliva y se quedó mirando a la joven. ¿La explotación en peligro? ¿De qué estaba hablando? Lo último que necesitaba era escaparse de nuevo y demostrarles a todos aquellos que le importaban que no se podía confiar en él.
Pero Amara le había salvado la vida. Y si estaba diciendo la verdad…
—De acuerdo. Habla.
Se agachó para recuperar la ropa y empezó a elegir la primera camisa.
Amara asintió y se acercó, le sostuvo las prendas y lo ayudó a ponérselas.
—Para empezar, no soy esclava. Soy cursor. Y he venido a este valle por orden directa del Primer Señor.
Tavi parpadeó y después metió los brazos en las mangas.
—¿Para entregar correo?
Amara suspiró.
—No; eso es solo una de las cosas que hacemos, Tavi. Yo soy agente del Primer Señor, que cree que el valle puede estar en peligro y me ha enviado para hacer algo al respecto.
—¡Pero eres una chica!
Ella frunció el ceño y le arrojó a la cara la siguiente camisa.
—Soy una cursor, y creo que el Primer Señor está en lo cierto.
—Pero ¿qué tiene que ver todo eso conmigo? ¿¡Y sobre todo, con Bernardholt!?
—Tú has visto el peligro, Tavi. Es necesario que te lleve a Guarnición. Le tienes que explicar al conde lo que viste.
Un escalofrío helado estremeció a Tavi y se la quedó mirando.
—Los marat —jadeó—. Vienen los marat, ¿verdad? Como cuando mataron al príncipe…
—Eso creo —reconoció Amara.
—Mi tío lo vio, es él quien debe ir. El conde no creerá nunca que…
—No puede ir —le cortó Amara—. Tiene un trauma causado por el artificio que lo curó. No recuerda nada.
—¿Cómo lo sabes? —exigió Tavi.
—Porque estuve escuchando. Fingí que me había desmayado y escuché todo lo que hablaron aquí arriba. Tu tío no recuerda lo que vivió y tu tía sospecha de mí. No hay tiempo para explicárselo, nos tenemos que ir ahora mismo.
Tavi se puso la túnica pesada por encima de las camisas, pero sus manos se movían ahora con más lentitud.
—¿Por qué?
—Porque en el piso de abajo hay unos hombres que han venido a matarte a ti, a mí y a todos los que han visto a los marat.
—Pero ¿por qué iba a hacer eso alguien de Alera?
—Realmente no tenemos tiempo para esto. Son el enemigo: quieren derrocar al Primer Señor y que los marat arrasen las explotaciones del valle para que todo el Reino vea al Primer Señor como alguien débil e ineficaz.
Tavi se la quedó mirando fijamente.
—¿Arrasar el valle? Pero eso significaría…
Ella lo miró con el rostro demacrado.
—A menos que avisemos al conde, a menos que las fuerzas de Guarnición estén preparadas para detenerlos, los marat matarán a todo el mundo. En esta explotación y en todas las demás.
—¡Cuervos! —susurró Tavi— ¡Oh, cuervos y furias!
—Eres el único que los ha visto. El único que puedo utilizar para convencer al conde de que alerte a Guarnición. —Amara regresó a la ventana, la abrió y se volvió hacia Tavi, extendiéndole la mano—. ¿Estás conmigo?
Usaron una sábana de Tavi, atada a una pata de la cama, para bajar desde la ventana al patio. El viento del norte ululaba, trayendo consigo el frío cortante del verdadero invierno. Amara bajó la primera y después le metió prisa a Tavi, que tiró un hatillo reunido con rapidez y envuelto en la otra sábana de su cama. Amara lo atrapó al vuelo y después el muchacho tragó saliva y se deslizó por la sábana hasta las baldosas del patio.
Amara los guió en silencio a través del patio. No se veía a nadie, aunque la luz y el ruido de la sala se podían ver y oír a través de las gruesas puertas. El portón de entrada estaba abierto; lo atravesaron y llegaron a los edificios exteriores. Se acercaba la noche cerrada y las sombras se mecían tenues y difuminadas sobre el suelo frío.
Tavi los condujo más allá de los establos, en dirección al ahumadero. El edificio compartía una pared con la herrería, de manera que ambos se servían de la misma chimenea para el fuego. El intenso olor a humo y carne flotaba alrededor del ahumadero como una nube permanente.
—Coge sal —le ordenó Amara con un murmullo—. Con un saco, si hay uno a mano, o con un cubo. Me quedo de guardia; date prisa.
Tavi se deslizó al interior, donde la luz del crepúsculo se tamizaba ofreciendo muy poca claridad, de manera que fue tanteando por la penumbra hasta llegar a una estantería al fondo del ahumadero. Se detuvo para descolgar un par de jamones y los metió en la bolsa improvisada. La sal de cristales gordos llenaba un saco sencillo. Tavi intentó levantarlo y gruñó por el esfuerzo. Entonces lo dejó caer, cogió una de las sábanas y le arrancó un par de trozos bien grandes. Apiló los pesados cristales de sal en ellos y los plegó para cerrarlos, asegurándolos con varias vueltas de una cuerda de cuero que había a mano para colgar la carne.
Acaba de recogerlo todo y se dirigía hacia la puerta cuando escuchó un chillido en el exterior del ahumadero. Se oyó un susurro y un par de golpes fuertes. Tavi salió corriendo al exterior con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndole fuertemente en el pecho.
Amara apoyaba una rodilla sobre el pecho de un hombre caído y tenía un cuchillo en la mano y apretado contra su cuello.
—Detente —susurró Tavi—. ¡Apártate de él!
—Saltó sobre mí —replicó Amara sin mover el cuchillo.
—Es Fade. No representa un peligro para nadie.
—No quería responder a mis preguntas.
—Lo has asustado —explicó Tavi y la empujó en el hombro.
Amara reaccionó con una mirada, pero no se cayó. Apartó el cuchillo del cuello de Fade, se puso en pie y se apartó del esclavo caído en el suelo.
Tavi se inclinó hacia delante y cogió la mano de Fade, tirando de él para ponerlo en pie. Llevaba ropa pesada contra el frío creciente, incluido un gorro de lana con orejeras, que le colgaban hasta los hombros y se mecían como las orejas de un cachorro desgarbado, y unos guantes de segunda mano a los cuales les faltaban bastantes dediles. Media cara del esclavo estaba paralizada por el miedo y miraba a Amara con los ojos muy abiertos; comenzó a alejarse de ella hasta que su espalda topó con el pecho de Tavi.
—Tavi —exclamó Fade—. Tavi, dentro. Viene tormenta.
—Lo sé, Fade —reconoció Tavi—. Pero nos tenemos que ir.
—No hay tiempo para esto —intervino Amara, lanzando una mirada sobre el hombro—. Si uno de ellos nos ve…
—Tavi, queda —insistió Fade.
—No puedo. Amara y yo vamos a ver al conde Gram y avisarle de que vienen los marat. Ella es una cursor y nos tenemos que ir antes de que nos detengan los malos.
Fade giró lentamente la cabeza para mirar a Tavi. Su rostro era una mueca de confusión.
—¿Tavi se va? —preguntó—. ¿Esta noche?
—Sí. Llevo sal.
—Vámonos —susurró Amara—. No hay tiempo…
Fade frunció el ceño.
—Fade también.
—No, Fade —replicó Tavi—. Te tienes que quedar aquí.
—Voy.
—Tenemos que viajar con rapidez —recalcó Amara—. El esclavo se queda.
Fade echó hacia atrás la cabeza y dejó escapar un aullido como si fuera un perro herido.
Tavi casi tropieza y se abalanzó sobre el hombre, tapándole la boca con la mano.
—¡Silencio! ¡Fade, nos van a oír!
Fade dejó de aullar pero miró a Tavi con la misma expresión.
Tavi miró a Fade y luego a Amara. La cursor giró los ojos y le hizo un gesto para que se diera prisa. Tavi sonrió.
—De acuerdo. Puedes venir. Pero nos vamos ahora mismo.
La boca de Fade se retorció en una mueca bajo la mano de Tavi. Se levantó, se precipitó al interior de la herrería y salió al cabo de unos instantes con una mochila desgastada a la espada y murmurando frases sin sentido, excitado.
Amara meneó la cabeza.
—¿Es idiota? —le preguntó a Tavi.
—Es un buen hombre —respondió Tavi a la defensiva—. Es fuerte y trabaja duro. No será un estorbo.
—Será mejor que no lo sea —replicó Amara, que deslizó el cuchillo en el cinturón y le lanzó a Fade su hatillo—. Yo estoy herida, él no. Él lleva el mío.
Fade lo dejó caer y le hizo una reverencia a Amara mientras recogía el bulto de sábanas y objetos útiles, que colocó sobre el otro hombro.
Amara abrió la marcha alejándose de Bernardholt, pero Tavi le puso una mano en el hombro.
—Esos hombres…, ¿no nos alcanzarán si vamos a pie?
—No se me dan bien los caballos. Tú no eres artífice de tierra. ¿Lo es el esclavo?
Tavi miró a Fade y sonrió.
—No. Quiero decir que sabe un poco de metal y hace herraduras para los caballos, pero no creo que sea un artífice de tierra.
—Entonces será mejor que caminemos —concluyó Amara—. Uno de los hombres que nos persigue sí lo es, así que puede conseguir que los caballos hagan lo que él quiera.
—A caballo serán más rápidos.
—Por eso será mejor que nos pongamos en marcha ahora mismo. Con un poco de suerte, se quedarán aquí hasta mañana por la mañana.
—Reúnete conmigo en el establo —ordenó Tavi, y salió corriendo hacia allí, bajo la oscuridad creciente.
Amara le chistó algo, pero Tavi la ignoró al llegar a las puertas del establo, y entró.
Conocía los animales de Bernardholt. Las ovejas se amontonaban adormiladas en su cercado y las reses ocupaban el resto del espacio a ese lado. Al otro extremo estaban tendidos los corpulentos gargantes, que bufaban con energía en sueños dentro de sus cercados, y detrás de ellos, Tavi oyó el piafar inquieto y nervioso de los caballos.
Se deslizó en silencio por el establo, antes de oír un sonido en el pajar, por encima de él, en el espacio de almacenamiento entre las vigas y la punta del tejado. Se quedó muy quieto, escuchando.
Una voz suave estaba diciendo en el pajar:
—Entre todos los acontecimientos de ayer y de la pasada noche, ha sido una cosa detrás de otra. Aunque supongo que no es nada en comparación con la vida de un mercader de gemas, señor.
Tavi parpadeó. La voz era de Beritte, pero llegaba como a través de un tubo muy largo, distante y distorsionada. Le costó un tiempo darse cuenta de que sonaba como cuando su tía hablaba con él a través de Rill.
Una voz de mujer, desconocida para Tavi y mucho más cercana, murmuró con una especie de pereza lánguida.
—¿Lo ves, amor? Ahora tiene una bebida y podemos prestar atención. A veces vale la pena darse prisa.
Una voz de hombre también desconocida contestó con un gruñido.
—Todas estas prisas… Cuando los matemos a todos y terminemos la misión te voy a encerrar durante una semana encadenada en una habitación.
—Eres tan romántico, mi amor —ronroneó la mujer.
—Silencio. Quiero escuchar lo que dicen.
Permanecieron en silencio mientras las voces difusas llegaban hasta Tavi al piso inferior. Tragó saliva y se movió en silencio, hacia delante, pasado el punto del pajar del cual procedían las voces, y en dirección al establo donde se encontraban los caballos de los forasteros.
Aunque los habían desensillado, seguían llevando las bridas, y las sillas estaban colocadas en el suelo, a su lado, dispuestas para ponerlas y encincharlas, en lugar de estar colgadas al otro lado del establo. Tampoco habían extendido en el suelo las mantas para que se secasen.
Tavi entró en el primer compartimento y dejó que el caballo lo olisquease, manteniendo una mano sobre el lomo del animal mientras se dirigía hacia la silla y se arrodillaba a su lado. Sacó el cuchillo del cinturón y, sin hacer el menor ruido, empezó a cortar el cuero de las cinchas de la silla. Aunque el cuero era duro, su cuchillo estaba bien afilado y pudo cortarlas con presteza.
Tavi repitió la operación dos veces más, dejando abiertas las puertas de los compartimentos y cortando las cinchas de las otras dos sillas hasta dejarlas inservibles. Regresó con las riendas de los caballos en las manos, moviéndose lo más lento que pudo, y los condujo fuera de los compartimentos y a través del establo hacia la puerta de salida.
Cuando pasó bajo el lugar del pajar en que yacían los forasteros, la garganta de Tavi se contrajo y el corazón le empezó a latir con fuerza en el pecho. Personas, varias personas que no había visto nunca y a las que no conocía, estaban allí para matarlo por razones que no acababa de comprender. Todo era demasiado raro, casi irreal, pero, aun así, el miedo que sentía, instintivo y poderoso, era muy real, como una gota de agua fría que se deslizara lentamente por su espalda.
Ya había conducido los caballos más allá del pajar cuando uno de los animales bufó y movió la cabeza. Tavi se quedó helado y el pánico casi le obliga a salir corriendo.
—Miedo… —susurró de repente la voz de la mujer—. Debajo de nosotros, los caballos.
El muchacho tiró de las riendas y emitió un silbido agudo. Los caballos bufaron y emprendieron un trote inseguro.
Tavi soltó las riendas para adelantarse hasta la puerta de los establos y abrirla de par en par. En cuanto la atravesaron los caballos, dejó escapar un grito que se transformó en un chillido agudo, y los animales salieron al galope.
A sus espaldas se oyó un rugido y Tavi miró por encima del hombro a tiempo para ver a un hombre, aún más grande que su tío, que se lanzaba abajo con fuerza desde el pajar con una espada desenvainada en la mano. Miró salvajemente a su alrededor mientras Tavi se daba la vuelta y huía hacia la oscuridad.
Alguien lo agarró del brazo y casi gritó. Amara le colocó sus dedos helados sobre la boca y lo arrastró a todo correr en dirección noreste, hacia la carretera. Tavi miró a su alrededor y vio a Fade arrastrándose bajo el peso de la carga, pero no parecía que les siguiese nadie más.
—Bien —susurró Amara. Vio el brillo de sus dientes bajo la creciente oscuridad—. Bien hecho, Tavi.
Tavi le devolvió la sonrisa y también le sonrió a Fade.
Y en ese momento les llegó el chillido desde detrás de las murallas de la explotación, claro, desesperado y aterrorizado.
—¡Tavi! —gritaba Isana—. ¡Corre, Tavi! ¡Corre!