—Y eso fue lo que ocurrió —concluyó Tavi—. Todo empezó con una mentirijilla. Y lo único que quería hacer era volver con las ovejas. Demostrar a mi tío que podía manejar las cosas sin la ayuda de nadie. Que era independiente y responsable. —Cogió una cáscara de una de las frutas, anaranjada y brillante, y la tiró en dirección a las plantas, al borde del agua, con el ceño fruncido y la cabeza hecha un lío.
—¿No tienes ninguna furia? —repitió la esclava con voz sorprendida—. ¿Ninguna?
Tavi dejó caer los hombros ante ese tono y se envolvió aún más en la capa escarlata, como si la tela pudiera evitar la sensación de aislamiento que le traían sus palabras. Su voz salió más dura de lo que pretendía, a la defensiva.
—Bueno, ¿y qué? Sigo siendo un buen pastor. Soy el mejor aprendiz del valle. Con o sin furias.
—¡Oh! —exclamó Amara con rapidez—. No, Tavi, yo no quería decir que…
—Nadie quiere decir nada —la cortó Tavi—, pero todos lo hacen. Me miran como si… como si estuviera lisiado. Pero puedo correr. Como si fuera ciego, pero puedo ver. No importa lo que haga, o lo bien que lo haga, todo el mundo me mira de la misma forma. —Le lanzó una mirada y le espetó—: Como tú, ahora mismo.
Amara frunció el ceño y se puso en pie, con la falda desgarrada y la capa de una de las estatuas que había tomado prestada meciéndose entre sus tobillos.
—Lo siento —se disculpó—. Tavi esto es… inusual, lo sé. No he oído antes de nadie que tuviera ese problema. Pero también eres joven. Es posible que aún no lo hayas descubierto. Quiero decir… ¿Qué edad tienes? ¿Doce? ¿Trece?
—Quince —murmuró Tavi. Apoyó la barbilla en las rodillas y suspiró.
Amara parpadeó.
—Ya veo. Y estás preocupado por tu servicio en las legiones.
—¿Qué servicio? —preguntó Tavi—. No tengo ninguna furia. ¿Qué van a hacer conmigo las legiones? No podré enviar señales como los artífices del aire, mantener la línea como los artífices de la tierra, o atacar como los artífices del fuego. No podré curar a nadie con los artífices del agua. No puedo forjar una espada o blandirla como un artífice del metal. No puedo explorar y esconderme, o disparar como un artífice de la madera. Y soy pequeño. Ni siquiera soy válido para manejar una lanza y luchar con la tropa. ¿Qué podrían hacer conmigo?
—Nadie podrá poner en duda tu valor, Tavi. Me lo has demostrado la pasada noche.
—¡Valor! —suspiró Tavi—. Hasta donde he podido comprobar, el valor sirve para que te den la paliza que evitas si sales corriendo.
—A veces eso es lo importante —señaló Amara.
—¿Qué te den una paliza?
—No salir corriendo.
Él frunció el ceño y no dijo nada. La esclava permaneció en silencio un buen rato, antes de sentarse a su lado y abrigarse con la capa escarlata. Por unos momentos se quedaron escuchando la lluvia del exterior. Cuando Amara volvió a hablar, sus palabras cogieron desprevenido a Tavi.
—¿Qué harías si tuvieras elección?
—¿Qué? —Tavi ladeó la cabeza y la miró.
—Si pudieras elegir lo que te gustaría hacer en tu vida. A dónde te gustaría ir… —planteó Amara— ¿Qué harías? ¿A dónde irías?
—A la Academia —contestó sin pensárselo dos veces—. Me gustaría ir allí. Allí no tienes que ser un artífice. Solo tienes que ser listo y yo lo soy. Sé leer y escribir, y también realizar cálculos. Mi tía me ha enseñado.
Ella enarcó las cejas.
—¿La Academia?
—Sabes, no es solo para caballeros —explicó Tavi—. Forman legados, arquitectos e ingenieros. Consejeros, músicos y artistas. No tienes que ser un artífice habilidoso para diseñar edificios o argumentar sobre la ley.
Amara asintió.
—O podrías convertirte en un cursor.
Tavi alzó la nariz y bufó.
—¿Y pasarme toda la vida entregando correos? ¿Qué diversión puede haber en eso?
La esclava asintió con semblante serio.
—También es verdad…
Tavi tragó para evitar una contracción repentina de la garganta.
—Ahí fuera, en las explotaciones, las furias te mantienen vivo. Literalmente. Pero en las ciudades, no son tan importantes. Puedes ser algo más que un anormal. Puedes tener una vida propia. La Academia es el único lugar en Alera donde puedes conseguir eso.
—Suena como si hubieras pensado mucho en esto —concluyó Amara en voz baja.
—Mi tío la vio una vez, cuando su legión desfiló ante el Primer Señor. Me habló de ella. Y yo he hablado con soldados de camino hacia Guarnición. Y con mercaderes. La pasada primavera, mi tío me prometió que si le demostraba que era responsable, me daría algunas ovejas. Imaginé que si las cuidaba y las vendía al año siguiente, y ahorraba toda mi paga de las legiones, podría reunir dinero suficiente para un semestre en la Academia.
—¿Un semestre? —preguntó Amara—. ¿Y después qué?
Tavi se encogió de hombros.
—No lo sé. Intentaría encontrar algún medio para quedarme. Podría conseguir que alguien me patrocinase o… no lo sé. Algo.
Ella se volvió para mirarlo unos momentos.
—Eres muy valiente, Tavi —reconoció.
—Después de esto, mi tío no me dará nunca las ovejas. Si es que no está muerto. —Un espasmo le atenazó la garganta e inclinó la cabeza. Podía sentir las lágrimas que le llenaban los ojos cerrados.
—Estoy segura de que está bien —lo calmó la esclava.
Tavi asintió, pero no pudo hablar. La angustia que había intentado contener en su interior fue ascendiendo y las lágrimas le resbalaban por las mejillas. El tío Bernard no podía estar muerto. No podía. ¿Cómo podría vivir él con eso?
¿Cómo podría volver a mirar a la cara a su tía?
El muchacho levantó el puño y se limpió furioso las lágrimas que le humedecían las mejillas.
—Al menos estás vivo —señaló Amara en voz baja. Puso una mano sobre el hombro del chico—. Desde luego, no se trata de algo que se deba tomar a la ligera, sobre todo después de lo que pasaste ayer. Has sobrevivido.
—Tengo la sensación de que cuando vuelva a casa, desearé no haberlo hecho —replicó Tavi con voz ahogada e irónica.
Se limpió las lágrimas y esbozó una sonrisa para la joven.
Ella se la devolvió.
—¿Te puedo preguntar una cosa?
Él se encogió de hombros.
—Desde luego.
—¿Por qué poner en peligro todo por lo que habías estado trabajando? ¿Por qué aceptaste ayudar a esa Beritte si sabías que te podría causar problemas?
—No creía que los fuera a tener —respondió el muchacho con voz quejumbrosa—. Quiero decir que pensé que podría hacerlo todo. No fue hasta casi el final del día cuando me di cuenta de que tendría que elegir entre recoger todas las ovejas o conseguir el acebo que le había prometido.
—Ah —exclamó la esclava, pero su expresión seguía mostrando las dudas que sentía.
Tavi sintió que se le volvían a ruborizar las mejillas y bajó la mirada.
—De acuerdo —suspiró—. Me dio un beso y se me fundió el cerebro y se salió por las orejas.
—Eso sí que me lo puedo creer —reconoció Amara, que estiró el pie hacia el agua y movió ociosamente la superficie con los dedos.
—¿Y tú? —preguntó Tavi.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
Él se encogió de hombros y la miró, vacilante.
—Hasta ahora solo he hablado yo. Tú no has dicho nada sobre ti misma. Normalmente los esclavos no merodean tan lejos de la carretera. O de una explotación. Ni solos. Me imagino que… hum… te has escapado.
—No —dijo la joven con firmeza—. Pero me perdí en la tormenta. Iba camino de Guarnición para entregar un mensaje de mi amo.
Tavi la miró de reojo.
—¿Te envió así, tal cual? ¿A una mujer? ¿Sola?
—Yo no cuestiono sus órdenes, Tavi. Solo las obedezco.
Tavi frunció el ceño, pero asintió.
—Bueno, es natural, supongo. Pero ¿crees que puedes venir conmigo? ¿Quizá hablar con mi tío? Él se podría asegurar de que llegues a Guarnición sin ningún percance. Conseguirías una comida caliente y ropas más adecuadas.
Los ojos de la esclava se entornaron.
—Tavi, esa es una manera muy discreta de tomar prisionero a alguien.
Él se ruborizó.
—Lo siento. En especial porque lo más probable es que me hayas salvado la vida y todo eso. Pero si has huido y no hago nada al respecto, la ley podría perjudicar a mi tío. —Se apartó el cabello de los ojos—. Y ya he hecho más que suficiente para fastidiar las cosas.
—Comprendo —reconoció ella—. Iré contigo.
—Gracias. —El chico miró hacia la entrada—. Parece que ya ha parado la lluvia. ¿Crees que será seguro que nos marchemos?
La esclava frunció el ceño y miró hacia fuera durante un momento.
—Dudo que vaya a mejor si esperamos más. Deberíamos volver a tu explotación antes de que vuelva a empeorar la tormenta.
—¿Crees que lo hará?
Amara asintió con un gesto.
—Tengo esa sensación.
—De acuerdo. ¿Podrás andar? —La miró y después bajó la vista hasta el pie. Su tobillo estaba hinchado alrededor de un moretón de color púrpura.
Amara sonrió sin alegría.
—Solo es el tobillo, no todo el pie. Me duele, pero si voy con cuidado no tendré problemas.
Tavi resopló y se puso en pie. Le dolían y punzaban todos los cortes y heridas, y sus músculos protestaron. Se tuvo que apoyar en la pared unos momentos, hasta recuperar el equilibrio.
—Entonces, de acuerdo. Supongo que no lo vamos a tener demasiado fácil.
—Supongo que no. —Amara dejó escapar un pequeño jadeo de dolor cuando también se incorporó—. Bueno. Formamos una pareja estupenda como compañeros de viaje. Tú nos guías.
Tavi salió del Memorial y penetró entre el frío viento del norte que soplaba desde las montañas septentrionales, procedente del mar de Hielo, que se encontraba más allá. Aunque no se había quitado la capa escarlata del Memorial, el viento fue casi suficiente para que volviera dentro a buscar refugio. Las hojas de hierba helada crujían bajo sus pies, y su aliento se condensaba delante de su boca en un vaho húmedo que el viento disolvía con rapidez. No se podía poner en duda: el invierno había llegado con toda su fuerza al valle de Calderon, y las primeras nieves no iban a tardar mucho.
Miró a la esclava, que le seguía detrás. La expresión de Amara parecía remota y distraída, y andaba con una cojera muy clara, con los pies pálidos sobre la hierba helada. Tavi parpadeó.
—Tendremos que parar dentro de poco —comentó— para calentarte los pies. Podemos arrancar tiras de una de las capas y envolverlos en ellas.
—Ese envoltorio se helará —replicó ella después de un momento de silencio—. El aire los calentará mejor que la tela. Sigamos adelante. Cuando lleguemos a tu explotación, ya podremos calentarlos.
Tavi frunció el ceño porque la atención de ella parecía fija en algo muy distinto a lo que estaba diciendo. Decidió no perderla de vista: unos pies helados no eran ninguna broma y si solía vivir en la ciudad era muy probable que no se estuviera dando cuenta de lo peligrosa que podía llegar a ser la frontera, o la rapidez con que la congelación le podía arrebatar una extremidad, o la vida. Forzó un poco la marcha y Amara le siguió el ritmo.
Llegaron a la carretera y la siguieron, pero no llevaban ni una hora andando cuando Tavi sintió un ruido sordo, un temblor tan ligero que se tuvo que detener y pegar la oreja a los adoquines para detectarlo.
—Espera —indicó—. Creo que viene alguien.
El semblante de Amara mostró su alerta de inmediato y Tavi vio cómo se embozaba un poco más en la capa, con las manos ocultas en su interior. Sus ojos miraban hacia todos lados.
—¿Sabes quién es?
Tavi se mordió un labio.
—Tengo la sensación de que se parece a Brutus. La furia de mi tío. Quizá sea él.
La esclava tragó saliva.
—Ahora lo siento —reconoció—. Se acerca una furia de tierra.
Solo un momento más tarde, Bernard apareció en una curva de la carretera. Los adoquines se alzaban como una ola bajo sus pies, que mantenía seguros y quietos con las cejas fruncidas de concentración, de tal modo que la tierra lo trasladaba hacia delante con una ondulación lenta, como si fuera una hoja sobre una ola del océano. Llevaba su ropa de caza invernal, pesada y cálida, y la capa de cuero de dentilargo recubierta con brillantes plumas negras, que habían superado las noches más frías. Empuñaba en una mano su arco más pesado con una flecha colocada en la cuerda, y sus ojos, aunque hundidos y rodeados por oscuras ojeras, brillaban alertas.
El estatúder avanzaba por la calzada a la velocidad de un hombre a la carrera y solo redujo el ritmo al acercarse a los dos viajeros, de manera que la tierra se fue calmando lentamente bajo sus pies hasta que se detuvo en medio de la carretera, y salvó andando los últimos metros que lo separaban de ellos.
—¡Tío! —gritó Tavi, y se abalanzó sobre el hombre, abrazándolo hasta donde le daban los brazos—. Gracias a las furias. Tenía miedo de que te hubieran herido.
Bernard posó una mano sobre el hombro de Tavi y el muchacho tuvo la sensación de que su tío se relajaba, al menos un poco. Entonces, con suavidad, empujó a su sobrino y lo apartó de él.
El muchacho levantó la vista hasta él, parpadeando, con el estómago encogido y de repente inseguro.
—¿Tío? ¿Estás bien?
—No —murmuró Bernard con voz tranquila. Mantuvo la mirada fija en Tavi—. Me hirieron. Y también otras personas resultaron heridas porque estaba fuera de mi casa persiguiendo ovejas contigo.
—Pero tío… —comenzó Tavi.
Bernard levantó una mano y siguió con una voz dura y visiblemente enojada:
—No era tu intención. Lo sé. Pero por culpa de tu metedura de pata, buena parte de mi gente está pasándolo mal. Tu tía casi muere. Nos vamos a casa.
—Sí, señor —aceptó Tavi en voz baja.
—Siento tener que hacer esto, pero ya te puedes olvidar de esas ovejas, Tavi. Parece que hay cosas que no quieres aprender.
—Pero ¿qué ocurre con…? —trató de empezar el chico.
—Cálmate —el gran hombre gruñó con un tono que anunciaba su enfado, y Tavi se encogió, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas—. Se acabó. —Bernard apartó del muchacho la mirada enojada y preguntó—: ¿Quién cuervos eres tú?
Tavi oyó el crujido de la ropa cuando la esclava se inclinó en una reverencia.
—Mi nombre es Amara, señor. Llevaba un mensaje de mi amo desde Riva a Guarnición y me perdí en la tormenta. El chico me encontró. Me salvó la vida, señor.
Tavi sintió una breve sensación de gratitud hacia la esclava y levantó esperanzado la mirada hacia su tío.
—¿Estabas aquí fuera en medio de todo esto? La fortuna favorece a los niños y a los locos —apuntó Bernard. Gruñó y preguntó—: Te has escapado, ¿verdad?
—No, señor.
—Veremos. Ven conmigo, muchacha. Y no corras. Si te tengo que perseguir, me enfadaré.
—Sí, señor.
Bernard asintió y volvió su atención a Tavi con el ceño fruncido y la voz endurecida.
—Cuando lleguemos a casa, muchacho, te irás a tu habitación y te quedarás allí hasta que decida lo que voy a hacer contigo. ¿Entendido?
Tavi miró a su tío, aturdido. Nunca había reaccionado así. Aunque le había dado alguna que otra tunda, nunca había sentido en su voz esa ira tan dura y escasamente controlada. Bernard siempre mantenía el control sobre sí mismo, siempre tranquilo, siempre relajado. Mirando hacia arriba a su tío, Tavi fue claramente consciente del tamaño del hombre, del brillo duro y enojado de sus ojos, de la fuerza de sus enormes manos. No se atrevía a hablar, pero intentó rogarle a su tío en silencio, dejando que su faz mostrase lo arrepentido que estaba y cuánto deseaba que las cosas volvieran a ser como antes. Se dio cuenta, vagamente, de que estaba llorando, pero no le importaba.
La cara de Bernard permaneció dura como el granito e igual de implacable.
—¿Comprendes, muchacho?
Las esperanzas de Tavi se derrumbaron ante esa mirada, derretidas por el calor de la ira de su tío.
—Comprendo, señor —susurró.
Bernard se dio la vuelta y reemprendió la marcha, esta vez hacia la explotación.
—Date prisa —ordenó sin mirar atrás—. Ya he perdido suficiente tiempo con esta tontería.
Tavi se lo quedó mirando, aturdido, entumecido. Su tío no se había enfadado tanto el día antes, cuando descubrió a Tavi a punto de marcharse. ¿Qué había provocado ese cambio? ¿Qué podía impulsar a su tío a sentir este tipo de furia?
La respuesta le vino de repente. Habían herido a alguien muy amado para él: su hermana Isana. ¿Era cierto que casi había muerto? ¡Oh, furias!, ¿tan malo había sido?
Tavi supo que había perdido algo, algo más que las ovejas o la posición de aprendiz destacado. Había perdido el respeto de su tío, algo que, se acababa de dar cuenta, antes sí tenía. Bernard no lo había tratado nunca como a los demás, realmente. Nunca le mostró lástima por su incapacidad con las furias, ni asumió que Tavi fuera incompetente. En especial durante los últimos meses se había establecido entre ellos dos una camaradería que Tavi no había conocido con nadie más, una relación silenciosa y discreta casi entre iguales, en lugar de la normal entre un tío que hablara con un niño. Era algo que se había ido construyendo con lentitud a lo largo de muchos años, mientras sirvió como aprendiz a su tío.
Y ahora había desaparecido. Tavi nunca fue consciente del todo de que estaba allí, y ahora se había desvanecido.
Como las ovejas.
Como su posibilidad de un futuro, de escapar de ese valle, de escapar de su situación como anormal sin furias, el hijo bastardo indeseado de los campamentos de las legiones.
Las lágrimas le cegaban, pero intentó llorar en silencio. No podía ni mirar a su tío, pero el bufido impaciente de Bernard le llegó con claridad.
—Tavi.
No oyó cómo Amara empezaba a andar hasta que se tambaleó hacia delante detrás de su tío. Puso un pie delante del otro, ciego, con un dolor en su interior tan agudo y doloroso que no lo superaba ninguna de las heridas recibidas durante el día anterior.
Caminó sin levantar la mirada. No le importaba a dónde lo llevaban sus pies.
No iba a ir a ninguna parte.