11

EL corazón de Isana le dio un vuelco y la garganta se le cerró.

—¡No! —susurró—. No… Mi hermano no… no se ha ido. No es posible.

La vieja Bitte bajó la mirada.

—Su corazón. Su respiración. Los dos se han detenido. Había perdido demasiada sangre, chiquilla. Se ha ido.

Un silencio asombrado cayó sobre la sala.

—No —repitió Isana. Se sentía mareada, desconcertada, y tuvo que cerrar los ojos—. No. Bernard…

La inmensidad de ese simple fin, la muerte, cayó sobre ella como una carga de cadenas. Bernard era su única familia viva y había estado muy unida a él desde antes de tener recuerdos claros. No se podía imaginar un mundo sin su hermano en él. Tenía que haber algo que se pudiera hacer. Seguramente había algo. Había estado tan cerca de conseguir la ayuda que necesitaba… Si Kord y sus hijos no hubiesen interferido, si se hubieran metido en sus asuntos, habría habido dos artífices del agua capacitados atendiendo a Bernard antes de que ella se despertase.

«Que los cuervos se lleven a Kord y su pequeña familia malvada», pensó Isana con malevolencia. ¿Qué derecho tenían a poner en peligro las vidas de los demás para proteger sus intereses? Se podría haber atendido a Bernard. Podía haber vivido.

Ella necesitaba a Bernard. La explotación lo necesitaba. Tavi lo necesitaba.

Tavi. Si alguien era capaz de encontrar a Tavi, si alguien podía ayudarle, ese era su hermano. Tenía que conseguir su ayuda. Debía conservarlo a su lado. Sin él, también Tavi podría desaparecer para siempre. Él también podía haber…

—No —repitió Isana en voz alta. Respiró hondo para fortalecerse. No podía dejar que la maldad de los Kord asesinase a su hermano y a Tavi de un plumazo. Levantó la cabeza y miró a la vieja Bitte—. No ha acabado. Mételo en la bañera.

Bitte le devolvió la mirada Isana con una expresión de gran sorpresa en el rostro.

—¿Qué?

—Que lo metas en la bañera —repitió Isana. Empezó a arremangarse con movimientos cortos y enérgicos—. Otto, Roth, venid aquí y preparad vuestras furias.

—Isana —susurró Bitte—. Chiquilla, no puedes hacer eso.

—Puede —replicó Otto con voz tranquila. La calva le brillaba a la luz del fuego—. Se ha hecho antes. Cuando era joven y acababa de conseguir mi cadena, el hijo menor de Harald cayó a través del hielo en el estanque del molino. Estuvo hundido cerca de treinta minutos antes de que lo pudiéramos sacar, y vivió.

—¡Vivió! —escupió Bitte—. Sentado en una silla babeando, y no volvió a hablar nunca, hasta que se lo llevaron unas fiebres. ¿Quieres hacerle eso a Bernard?

Roth sonrió sin humor y puso una mano frágil sobre el hombro de Otto.

—Tiene razón. Aunque traigamos de vuelta su cuerpo, es posible que su mente no lo acompañe.

Isana se puso en pie y se enfrentó a los dos hombres.

—Lo necesito —explicó—. Tavi está ahí fuera en la tormenta. No tengo tiempo para discutir. Hace un momento estabais dispuestos a ayudarme. Ahora, hacedlo o apartaos de mi camino.

—Ayudaremos —se ofreció Otto de inmediato.

Roth dejó escapar un suspiro con una expresión reticente.

—Sí —aceptó—. Si es la voluntad de las furias, el intento no te va a matar.

—Me siento conmovida por tu entusiasmo.

Isana se acercó a la bañera de cobre. Algunos hombres, bajo la dirección de Bitte, depositaron en la bañera el cuerpo inmóvil de Bernard. El agua se tiñó de rosa y la sangre empezó a manar con lentitud de la herida del muslo.

—Quitad la venda —ordenó—. En cualquier caso, ya no sirve de nada.

Se arrodilló en la cabeza de la bañera y estiró las manos para descansar los dedos sobre las sienes de Bernard.

—Rill —susurró, alargando una mano para tocar levemente el agua—. Rill, te necesito.

Vio cómo el agua se removía con lentitud cuando Rill entró en la bañera. Pudo sentir las reticencias de la furia, sus movimientos vagos e inseguros; pero no, no se trataba de las reticencias de Rill, sino de su propio cansancio. Con el agotamiento que arrastraba Isana, Rill no la podía oír con claridad y no podía responder tan bien como era habitual en la furia. Dentro de un momento, eso no iba a ser un problema.

—Immi —susurró Otto.

Isana notó cómo el grueso estatúder colocaba la mano sobre su hombro, unos dedos cálidos que ejercieron una ligera presión en señal de apoyo. Las aguas se movieron bajo sus dedos cuando la segunda furia entró en la bañera, una presencia más pequeña y más activa que la de Rill.

Roth puso su mano sobre el otro hombro.

—Almia.

De nuevo el agua se agitó, esta vez con una presencia más fuerte y confiada, puesto que la furia del anciano estatúder traía consigo una sensación de fuerza fluida.

Isana respiró hondo, concentrándose a través del cansancio, el miedo y la rabia. Expulsó de sus pensamientos la fuerte preocupación por Tavi y la incertidumbre de si podría ayudar a su hermano. Lo apartó todo excepto la percepción, que le llegaba a través de Rill, del agua en la bañera y del cuerpo que estaba hundido en ella.

Había una cierta sensación procedente del cuerpo sumergido en el agua, una especie de vibración delicada que se extendía desde la piel. Isana indicó a Rill que rodeara a Bernard para que ella pudiera sentir esa débil energía a su alrededor, los temblores de la vida. Durante un instante terrible, el agua se quedó quieta y no consiguió sentir nada.

Entonces Rill tembló como respuesta a los mínimos rastros de vida que resistían en el hombre herido. Isana sintió que el corazón le daba un vuelco esperanzado.

—Sigue aquí —murmuró—. Pero nos tenemos que dar prisa.

—No te arriesgues, Isana —intervino Roth en voz baja—. Está demasiado lejos.

—Es mi hermano —replicó Isana. Puso las palmas de las manos a ambos lados del grueso cuello de Bernard—. Otto y tú, cerrad la herida. Yo haré el resto.

Notó cómo la mano de Otto le apretaba el hombro. Roth dejó escapar un suspiro quedo y resignado.

—Si entras, es posible que no puedas volver a salir, aunque tengas éxito en revivirlo.

—Lo sé. —Isana cerró los ojos y se inclinó hacia delante lo suficiente para depositar un beso suave en la cabeza de su hermano—. Entonces, de acuerdo —asintió—. Allá vamos.

Dejó escapar el aire en una exhalación larga y lenta, y centró su atención, su concentración y su voluntad aún más en el agua. El dolor sordo de sus extremidades se desvaneció. La tensión desgarradora en la espalda desapareció. Todas las sensaciones de su cuerpo, desde la piel demasiado fría bajo sus dedos hasta el empedrado bajo las rodillas y los dedos de los pies se desvanecieron. Solo sentía el agua, la energía que se iba disipando alrededor de Bernard y la presencia nebulosa de las furias que la acompañaban en el agua.

La presencia de Rill recabó toda su atención, con una especie de preocupación ante la conciencia de Isana. Ella tocó a Rill con sus pensamientos, dando a la furia una imagen, una tarea. Como respuesta, Rill se acercó aún más, ocupando todo el espacio de la conciencia de Isana. La sensación de la presencia de la furia superpuesta a la suya se mantuvo hasta que no pudo diferenciar con claridad una de la otra. Isana sufrió una leve desorientación al fundirse con la furia. Entonces, como siempre, las percepciones de Rill empezaron a fluir en las suyas como una oleada lenta de sonidos, una visión neblinosa y momentos de emociones palpables, tangibles.

Levantó la mirada hacia la figura vaga y pálida del cuerpo de Bernard y hacia la silueta aún más borrosa de ella inclinada sobre él. Las furias de Roth y Otto se movían ansiosas en el agua delante de ella y ahora le resultaban visibles como unas formas nebulosas con colores desvaídos.

No habló, pero desde ahí resultaba sencillo transmitir mensajes a Roth y Otto a través de sus furias.

—Uníos a él y sellad la herida. Yo haré el resto.

Las otras dos furias se alejaron al unísono, reuniendo las gotas de sangre escarlata que se habían empezado a dispersar por toda el agua de la bañera y conduciéndolas de nuevo hacia el corte, en el muslo de Bernard.

Isana no esperó a que las furias hubieran completado su tarea. Se acercó aún más al aura que se iba desvaneciendo alrededor de su hermano, concentrándose en él y en la vibración de vida mucho más fuerte procedente del cuerpo que tocaba a Bernard, el suyo.

Sabía que lo que iba a intentar era peligroso. El alma de la vida no era fácil de tocar o de manipular. Era una fuerza tan potente e impredecible como la propia vida e igual de frágil. Pero, peligroso o no, se tenía que hacer. Lo tenía que intentar.

Isana tomó contacto con la vida débil y temblorosa que rodeaba a Bernard. Entonces tocó la de su propio cuerpo, por encima de él, las reunió, las mezcló y fundió, extrayendo la energía de su cuerpo para envolverlos a los dos, logrando una reacción inmediata y violenta.

El cuerpo de Bernard convulsionó en el agua, un latigazo repentino de movimiento que afectó a la vez a todos los músculos de su cuerpo. La espalda se contorsionó, e Isana sintió más que vio cómo se le abrían los ojos sin mirada. Su corazón se contrajo con un latido pesado e irregular, al que siguió otro, y otro más. Isana notó cómo le atravesaba un estallido de júbilo, y con Rill penetró en Bernard a través de la herida de su pierna como en un sumidero de súbito confinamiento, y se sintió expandida a través de cientos de vasos sanguíneos, esparciéndose por su interior y dividiendo su conciencia en una multitud de capas. Percibió su corazón cansado, el dolor hasta los huesos de sus extremidades, el frío terrorífico de la muerte acechadora. Sintió su confusión, su frustración, su miedo y las emociones se le hundieron en el corazón como un cuchillo. Sintió su cuerpo luchando contra las heridas. Fracasando. Muriendo.

Lo que hizo a continuación no fue un proceso de pensamiento lógico, de estímulo y respuesta, de procedimiento y razón. Sus pensamientos estaban excesivamente divididos, eran demasiados, demasiados para poder dirigirlos con claridad. Todo dependía de su instinto, de su habilidad para hacer consciente una voluntad y para sentir a través de él, para apreciar cada parte del todo y reconstruirlo.

Lo sintió como una presión que crecía contra ella, como una cadena de acero tensa que se cerraba sobre su miríada de pensamientos con una inevitabilidad lenta y constante, apagándolos, aplastándolos hasta acallarlos. Luchó contra ese silencio, luchó por conservar la conciencia, su vida, que brillaba en todos los rincones del cuerpo herido de Bernard. Se lanzó al combate, batiéndose contra la muerte, mientras que a su alrededor, a través de ella, dentro de ella, sentía las pulsaciones vacilantes e inciertas de su corazón agotado.

Se aferró a su vida, con la misma intensidad con que percibía que las furias de Roth y Otto devolvían la sangre al cuerpo magullado de su hermano. Se aferró a él mientras los dos artífices del agua trabajaban en el corte, cerraban la herida irregular y unían de nuevo la carne. Se aferró con toda su fuerza, y en el aterrador espacio entre un latido y el siguiente se dio cuenta de que no lo podía retener durante más tiempo. Lo estaba perdiendo.

A través de Rill le llegó la petición urgente de Roth para que se retirase, para que saliera de su hermano y regresara a su propio cuerpo, para salvarse. Se negó, extrayendo más energía de su cuerpo, alimentando a Bernard y su corazón cansado. Le envió todo lo que pudo alcanzar y sintió cómo salía de ella, desubicada, con una creciente debilidad. Le dio a su hermano todo lo que era: su amor por él, su amor por Tavi, el pavor ante la perspectiva de su muerte, frustración, agonía, miedo, la alegría de los buenos recuerdos y la desesperación de los momentos más oscuros de su vida. No retuvo nada.

Bernard se estremeció de nuevo y de improviso inhaló una bocanada de aire que le llenó los pulmones como fuego frío. Tosió, y la horrible inmovilidad se quebró de manera abrupta, esfumándose cuando sus pulmones empezaron a trabajar una y otra vez.

Isana sintió una oleada de alivio que la invadía a medida que su cuerpo se fortalecía, a medida que su energía empezaba a fluir de nuevo, a medida que el ritmo de su corazón se aceleraba y se estabilizaba, un ritmo de martillazos que percutía en su conciencia. Podía sentir vagamente a Rill, moviéndose en el interior de ese cuerpo, y podía apreciar su confusión. De nuevo, Roth intentó comunicarle algo a través de sus furias, pero estaba demasiado cansada para comprender, demasiado perdida en el alivio y el cansancio para entender. Así que dejó que su conciencia se fuera alejando, percibió cómo se hundía en la oscuridad, hacia una calidez que le prometía descanso y desvincularse de todas sus ansiedades, dolores y preocupaciones…

Y entonces, un fuego sordo empezó a palpitar en ella. Creía que recordaba la sensación de hacía mucho tiempo. Su descenso se ralentizó por un momento.

El fuego regresó otra vez. Y una vez más. Y otra aún.

«Dolor. Estoy sintiendo dolor».

En un rincón separado, remoto y despreocupado de su conciencia comprendió lo que estaba ocurriendo. Roth estuvo en lo cierto: había entregado demasiado de sí misma y luego fue incapaz de regresar a su cuerpo. Demasiado cansada, demasiado relajada, demasiado débil. Iba a morir… Junto a la bañera, su cuerpo, sencillamente, se había caído al suelo, vacío de vida.

El fuego estalló de nuevo, avivado desde algún sitio ajeno y alejado de la oscuridad.

«Los muertos no sienten dolor —pensó—. El dolor solo pertenece a los vivos».

Se acercó hacia él, hacia ese fuego en la negrura. El delicioso descenso se detuvo, y una parte de ella gritó resistiéndose. Se remontó hacia el dolor, pero no llegó a moverse, no volvió a subir.

«Es demasiado tarde. No puedo volver».

Aun así, lo intentó. Luchó contra el silencio, contra el calor. Luchó y luchó para vivir.

Una luz repentina brilló sobre ella como un sol recién salido. Isana intentó alcanzarlo, abrazar ese fuego distante con la parte de ella que seguía viva. La inundó y se convirtió en un tormento instantáneo y arrollador, horrible y brillante, un dolor agónico más intenso que cualquiera que hubiese sufrido antes. Tuvo la sensación vertiginosa de una dislocación, seguida de una oleada repentina de confusión, de vacío, en el lugar donde antes había estado Rill, y de más y más dolor.

Con alegría, se volvió a sumergir en él. La luz, el dolor, se convirtieron en una quemazón absoluta, un daño atroz en las extremidades, ardor en los pulmones con cada entrecortada respiración, punzadas en la cabeza y un alarido en su mente mientras se colaban en ella sensaciones incontroladas.

Oyó gritos. Alguien estaba chillando y se produjo el pesado golpe de una caída. Entonces, más chillidos. Le pareció que era Fade.

—Ahí —gritó alguien. ¿Había sido Otto tal vez?—. ¡Mirad! ¡Está respirando!

—Traed una sábana —replicó la voz tranquila de Roth—. Y otra para Bernard.

—Caldo para los dos, necesitan comer.

—Ya lo sé. Que alguien se lleve a este esclavo idiota fuera de aquí antes de que hiera a alguien más.

La nube de dolor que tenía encima se empezó a disipar en etapas lentas, hasta convertirse en una punzada sorda en su mano, y un sufrimiento dulce y extrañamente satisfactorio de cansancio se extendió por su interior. Abrió los ojos y giró la cabeza hacia un lado para ver cómo Bernard miraba legañoso a su alrededor. Movió la mano hacia él y vio sus dedos hinchados y extrañamente deformes. Lo tocó y el dolor la inundó, cegándola.

—Tranquila, Isana. —Roth le cogió la muñeca y con suavidad apartó la mano—. Tranquila. Tienes que descansar.

—Tavi —dijo Isana. Luchó para pronunciar las palabras, aunque le pareció que sonaban confusas—. Encontrad a Tavi.

—Descansa —repitió Roth. El anciano estatúder la miró con ojos amables y compasivos—. Descansa. Ya has hecho mucho.

Bitte apareció a su lado y la tranquilizó.

—Mañana tendremos al estatúder de nuevo en pie, chiquilla. Él se encargará de todo. Ahora descansa.

Isana negó con la cabeza. No podía descansar. No mientras la tormenta rugía en el exterior. No mientras Tavi siguiera allí fuera, impotente, frágil y solo. Trató de incorporarse, pero no pudo. No tenía fuerzas para nada más que no fuera levantar la cabeza. Se dejó caer en el suelo y sintió que una lágrima de frustración se le deslizaba por el rostro. Parece que la lágrima desencadenó las demás y empezó a llorar en silencio, y lloró hasta que no pudo ver y casi no podía ni respirar.

Debería haber tenido más cuidado. Esa mañana le debería haber prohibido que abandonase la explotación. Le debería haber prestado más atención a su hermano, debería haber comprendido los planes de Kord antes de que llegasen a la violencia. Había luchado con toda la fuerza que pudo. Lo había intentado. Las furias sabían que lo había intentado. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. El tiempo se le había echado encima, veloz como un cuervo hambriento.

Tavi estaba ahí fuera en la tormenta. Solo.

«Furias y espíritus de los que se han ido. Por favor. Por favor, dejad que llegue a casa sano y salvo».