TAVI descubrió el rastro de Dodger al cabo de una hora, pero desde entonces nada fue fácil. El muchacho siguió al rebaño durante toda la mañana y primera hora de la tarde, parando solo para beber de un arroyo helado y para comer un poco de queso y cordero salados que había traído su tío. Para entonces, ya sabía que Dodger estaba haciendo honor a su nombre y que los conducía a una divertida caza, yendo y viniendo a través de los páramos.
El sombrío Garados pareció crecer y se oscureció aún más con las nubes de tormenta. Tavi ignoró la presencia lúgubre de la montaña y se centró en el trabajo. Ya hacía rato que había pasado el mediodía cuando alcanzó al astuto carnero y su rebaño.
Oyó las ovejas antes de verlas; una de las hembras emitía balidos plañideros. Miró sobre el hombro hacia donde le seguía su tío a varias docenas de pasos y le hizo un gesto con la mano para que Bernard supiera que las había encontrado. No pudo evitar una sonrisa, y su tío le correspondió con otra.
Dodger había conducido el rebaño a una densa maraña de zarzas y espinos que eran casi tan altos como Tavi y tenían unos treinta metros de espesor. Tavi vislumbró los cuernos curvados de Dodger y se acercó con precaución al viejo carnero, hablándole como hacía siempre. Dodger bufó y escarbó en la tierra con las patas delanteras, moviendo los cuernos amenazadoramente. Tavi le frunció el ceño al carnero y se acercó más despacio. Dodger pesaba más de un cuarto de tonelada y la raza dura de ovejas de montaña que criaban los habitantes de las fronteras de Alera era lo suficientemente grande y fuerte como para defenderse de dentilargos y bestias peores, y se podían volver agresivas cuando se sentían amenazadas. Algunos pastores descuidados habían muerto a consecuencia de sus sobreexcitadas cargas.
Un olor penetrante y dulzón hizo que Tavi se quedara quieto. Reconoció el hedor a oveja muerta, a despojos y sangre.
Algo iba mal, muy mal.
Tavi avanzó más lentamente y con los ojos al acecho en todas direcciones. Encontró la primera oveja muerta, uno de los corderos, a muchos metros antes de llegar a las zarzas. Se arrodilló y estudió los restos, buscando indicios de lo que había matado al animal.
No habían sido los lagartos. Los lagartos podían matar a las ovejas jóvenes, incluso a las adultas si se presentaban en número suficiente, pero esos bichos venenosos se lanzaban luego sobre el cadáver y arrancaban tiras de carne, dejando los huesos pelados. El cordero estaba muerto, pero mostraba una sola herida: un corte limpio y profundo que casi había decapitado al animal. Las garras de un dentilargo podían infligir una herida semejante, pero cuando las grandes bestias de la montaña abatían una presa, o bien se la comían allí mismo, o bien la arrastraban a sus guaridas ocultas para alimentarse. Los lobos, incluso los grandes lobos de las tierras salvajes y bárbaras del este del valle de Calderon, no eran capaces de provocar una muerte tan limpia. Además, cualquier depredador habría empezado a devorar el cordero. Las bestias no matan por deporte.
El suelo alrededor del cordero estaba muy pisoteado. Tavi buscó rápidamente algún rastro, pero solo pudo encontrar las huellas de las pezuñas de la oveja y después algunas marcas más con las que no estaba familiarizado, y ni siquiera podía decir que formaran un rastro. Una huella parcialmente borrada podría ser el contorno de un tacón humano, pero también ser el resultado de un canto rodado que habían movido de su sitio.
Tavi se puso en pie, desconcertado, y encontró dos cadáveres más tendidos en el suelo entre el primer cordero y el refugio de Dodger entre las zarzas: otro cordero y una oveja, ambos muertos con heridas limpias y profundas. Una furia poderosa sería capaz de provocar esas heridas, pero era raro que las furias atacaran a los animales si no era por indicación de sus artífices. Si un animal no había sido el causante de las muertes, solo quedaban los hombres: se necesitaría una hoja muy afilada, un cuchillo de caza largo o una espada, y también una fuerza potenciada por una furia para conseguir ese golpe.
Pero los valles fronterizos recibían muy pocas visitas y nadie de las explotaciones paseaba por los yermos cubiertos de pinos. La presencia lúgubre del Garados hacía que en varios kilómetros a la redonda el territorio transmitiera una pesadez opresiva, y era casi imposible dormir bien por las noches tan cerca del viejo monte.
Tavi levantó la mirada y miró con mala cara a Dodger, que seguía asomado entre la maraña, exponiendo los cuernos en señal de advertencia, y de repente sintió miedo. ¿Qué podía haber abatido a las ovejas de esa manera?
—¿Tío? —llamó Tavi con la voz un poco quebrada—. Tío, hay algo que va mal.
Bernard se acercó con el ceño fruncido, captando con la vista a Dodger y el rebaño, así como las ovejas muertas en el suelo. Tavi contempló cómo su tío asimilaba la situación y de pronto los ojos de Bernard se abrieron de par en par. Se enderezó y blandió la espada corta y pesada de legionare que llevaba colgada del cinturón.
—Tavi, ven aquí.
—¿Qué?
La voz de Bernard adquirió un tono duro, enfadado y de mando que Tavi no había escuchado nunca en su tío.
—Ahora.
El corazón de Tavi empezó a latir con fuerza desbocada en su pecho y obedeció.
—¿Y el rebaño?
—Olvídalo —respondió Bernard, seco y frío—. Nos vamos.
—Pero perderemos las ovejas. No las podemos dejar aquí…
Bernard le pasó la espada a Tavi, vigilando lentamente los alrededores, y colocó una flecha en la cuerda del arco.
—Mantén la punta baja. Pon la otra mano sobre mis riñones y no la apartes.
El miedo de Tavi creció con rapidez, pero intentó ahuyentarlo y obedeció a su tío.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué nos vamos?
—Porque queremos salir vivos de los páramos.
Bernard empezó a alejarse en silencio de los matorrales; su rostro denotaba concentración plena.
—¿Vivos? Tío, ¿qué puede estar…?
Bernard se tensó de repente y se giró hacia un lado, al tiempo que levantaba el arco.
Tavi se volvió con él y vio el reflejo de un movimiento más allá de un bosquecillo de árboles jóvenes que tenían delante.
—¿Qué es est…?
Se oyó un resoplido sibilante desde el lado opuesto. Tavi giró la cabeza, pero su tío fue más lento porque tenía que volver todo el cuerpo con el brazo del arco estirado y una flecha apoyada en la mejilla. Tavi solo pudo ver cómo llegaba su atacante.
Parecía un pájaro, si un pájaro podía medir dos metros y medio de altura y tener un par de patas largas y poderosas, más gruesas y de aspecto más fuerte que las de un caballo de carreras, y acabadas en peligrosas garras. La cabeza se alzaba al final de un cuello largo, poderoso y flexible, y ostentaba un pico de halcón, solo que mucho más largo, más afilado y con una curvatura mucho más aterradora. El color de sus plumas iba del pardo al negro, y tenía los ojos de una brillante tonalidad dorada.
El ave avanzó un par de trancos y saltó en el aire con las dos garras por delante para atacar, mientras aleteaba con unas alas ridículamente pequeñas. Tavi sintió cómo su tío le empujaba con la cadera al girar, y se cayó a un lado: ahora Bernard se interponía entre él y el horror que se abalanzaba encima.
Bernard disparó la flecha sin tiempo de apuntar. La flecha voló, impactó con un mal ángulo y quedó atrapada entre las plumas del animal, que descendía en picado en medio de un revuelo de plumas negras y pardas. La bestia aterrizó sobre Bernard con las garras abiertas y el malvado pico lanzándose hacia delante y abajo, buscándole.
Cuando las gotas calientes de la sangre de su tío le salpicaron la cara, Tavi empezó a chillar.
Las garras del ave se movieron cortando y sajando. Una de ellas atravesó los gruesos pantalones de cuero del tío Bernard a la altura del muslo. La sangre salió a borbotones. Otra garra pasó a través de su cabello en dirección al cuello, pero Bernard levantó el brazo y desvió el ataque mortal con la madera del arco. La malvada criatura bajó el pico, pero de nuevo Bernard pudo detener el ataque.
El gran pico del ave se inclinó hacia un lado y partió la madera pesada del arco como si fuera una rama seca. Cedió con un gran chasquido al abandonar la fuerte tensión de la cuerda.
Tavi levantó la espada y se dirigió hacia su tío, gritando, pero su voz sonó como si fuera ajena. El ave volvió la cabeza y clavó sus dorados ojos en él con una intensidad terrible y primitiva.
—¡Brutus! —gritó el tío Bernard cuando la atención del ave se volvió hacia Tavi—. Cógelo.
La tierra que había bajo los pies del ave tembló y después se elevó en respuesta de Brutus a la llamada de Bernard.
Una pequeña capa de tierra se desprendió de la roca. Brutus surgió del suelo como una bestia que sale de la calima, con la cabeza y los hombros de un gran perro de caza hechos de tierra y piedra. Los ojos de la furia refulgían verdes como esmeraldas e irradiaban una luz tenue. Brutus afirmó las zarpas delanteras en el suelo, echando hacia delante su cuerpo del tamaño de un pony y sus mandíbulas de piedra se cerraron alrededor de la pata del alado agresor.
El ave soltó un chillido más agudo que el silbido de una tetera y dirigió el pico contra la cabeza de la furia. El golpe levantó chispas en la piedra y una de sus orejas de tierra cayó al suelo, pero Brutus ni se inmutó.
Tavi lanzó un gritó y blandió la espada de su tío con las dos manos. Golpeó en la base del cuello del ave y notó el mandoble en sus manos mientras el animal resistía agitándose. Lo invadió una sensación temblorosa, como la de un pez en el anzuelo. Retiró la espada y volvió a golpear. Brotó una sangre oscura que manchó la hoja.
Tavi siguió atacando con la espada, tras esquivar un golpe de la garra libre del ave. Una y otra vez la pesada hoja hendió el cuerpo o el cuello del animal. Una y otra vez la espada se cubrió de sangre oscura.
Brutus lanzó el ave a un lado y la aplastó contra el suelo con una fuerza capaz de romperle los huesos. Tavi gritó de nuevo, con la sangre latiéndole en los oídos, y blandió la espada contra la cabeza del animal como si fuera un hacha. Pudo escuchar y percibir el crujido del impacto y el ave se derrumbó; tanto sus movimientos como sus chillidos de tetera cesaron.
Tavi temblaba violentamente. La sangre oscura manchaba su ropa, la espada que tenía en las manos, las plumas del ave y el suelo a su alrededor. Brutus seguía con el muslo del ave atrapado entre sus mandíbulas de piedra. Del cuerpo comenzó a surgir un hedor nauseabundo a podrido. Tavi tragó saliva y sintió cómo se le revolvía el estómago. Se alejó del cuerpo del animal y se acercó a su tío, que estaba tendido en el suelo boca arriba.
—¡Tío! —llamó Tavi. Se arrodilló al lado del hombre. Bernard tenía sangre en la ropa y en las manos—. Tío Bernard.
Bernard volvió su semblante pálido hacia Tavi, con los rasgos retorcidos en una mueca de dolor. Se agarraba el muslo con las dos manos, apretando tanto que los nudillos se le habían quedado blancos.
—¡Mi pierna! —indicó—. Tenemos que atar mi pierna, muchacho, o estoy listo.
Tavi tragó saliva y asintió. Dejó la espada y se quitó el cinturón.
—¿Y Brutus? —preguntó.
Bernard negó con la cabeza, con un movimiento pequeño y dolorido.
—Aún no. Así no puedo conseguir nada de él.
Tavi tuvo que empujar con las dos manos para mover la pierna de su tío y colocarle el cinturón a su alrededor, y al hacerlo el corpulento hombre soltó un gemido de dolor. Tavi apretó el cinturón todo lo que pudo y después lo aseguró con la hebilla. Bernard dejó escapar otro leve gruñido de dolor y lentamente retiró las manos. La sangre le empapaba los pantalones, pero no hubo ningún brote nuevo de tono escarlata. La herida tenía un aspecto horrible. Los músculos estaban desgarrados y Tavi creyó distinguir el hueso blanco por debajo de ellos. El estómago le dio otro vuelto y apartó la mirada.
—¡Cuervos! —maldijo. Seguía temblando y el corazón aún le latía demasiado rápido—. Tío, ¿te encuentras bien?
—Duele bastante. Háblame hasta que se me pase un poco.
Tavi se mordió los labios.
—De acuerdo. ¿Qué era eso?
—Un moa. Viven más al sur. En su mayor parte en la Jungla de las Acacias Amarillas. Nunca ha habido noticia de ninguno tan al norte. O tan grande.
—¿Matan por diversión?
—No. Solo son demasiado estúpidos como para saber cuándo deben parar. En cuanto perciben olor a sangre, destrozan todo lo que se mueve.
Tavi tragó y asintió.
—¿Seguimos en peligro?
—Es posible. Los moa cazan en parejas. Ve a mirar el ave.
—¿Qué?
—Mira esa maldita ave, chaval —gruñó Bernard.
Tavi se puso en pie y regresó al lado del moa. Su pierna libre se seguía moviendo, las garras se abrían y cerraban en espasmos. El hedor a entrañas lo rodeaba y Tavi contuvo la respiración, cubriéndose la nariz y la boca con la mano.
Bernard gruñó y se sentó, aunque se mareó un poco al hacerlo y tuvo que apoyar las manos en el suelo.
—Lo mataste con el primer golpe, Tavi. Tendrías que haber dado un paso atrás y dejar que muriera.
—Pero seguía luchando —replicó el muchacho.
Bernard negó con la cabeza.
—Le abriste el cuello. No iba a luchar durante mucho tiempo. Lleva su tiempo desangrarse y hasta que eso ocurre se te pueden llevar por delante. Mira su cuello. Justo detrás de la cabeza.
Tavi tragó saliva y rodeó el cuerpo y a Brutus, hasta que se encontró detrás del pico del moa; una vez allí, miró en el lugar que le había indicado su tío.
Algo deformaba las plumas justo detrás de la cabeza del ave. Se arrodilló y alargó cautelosamente los dedos para apartar algunas de las plumas y ver de qué se trataba.
Un anillo hecho con trenzas de varios tipos de telas bastas y cuero rodeaba el cuello del animal, dejando marcas en los músculos donde estaba más apretado.
—Lleva una especie de collar —explicó Tavi.
—¿De qué está hecho? —preguntó Bernard.
—No lo sé. Tela y algo de cuero trenzados. No me parece familiar.
—Eso es un collar marat. Tenemos que salir de los páramos, Tavi.
Tavi levantó la mirada, sorprendido.
—Tío, no hay marat en el valle de Calderon. Las legiones los mantienen alejados. No se ha vuelto a ver un marat desde que se libró una gran batalla hace ya bastantes años.
Bernard asintió.
—Antes de que nacieras. Pero dos cohortes en Guarnición no los mantienen necesariamente a raya si no vienen en gran número. Debe de haber un guerrero marat por aquí y no se va a sentir muy feliz de que le hayamos matado a su ave. Y menos aún su compañero.
—¿Compañero?
—Las marcas en lo alto de la cabeza. Cicatrices de apareamiento. Hemos matado a la hembra.
Tavi tragó saliva.
—Entonces, supongo que nos tendremos que ir.
Bernard asintió con un movimiento cansado y vacilante.
—Ven aquí, muchacho.
Tavi se arrodilló al lado de su tío. Una de las ovejas baló y Tavi frunció el ceño y alzó la mirada. El pequeño rebaño se empezó a dispersar y Dodger trotaba de un lado a otro, reencaminando las ovejas al grupo con sus cuernos.
—Brutus —llamó Bernard con voz pastosa e insegura. Respiró profundamente con una expresión concentrada—. Suelta el ave. Llévanos a casa.
El perro de piedra dejó caer el moa y se acercó a Bernard. Brutus se hundió de nuevo en la tierra. Tavi sintió cómo un área de suelo sobre el que se encontraba empezaba a temblar y a moverse. Entonces, con un sonido de rocas torturadas, una losa de piedra de un metro y medio de ancho se elevó bajo sus pies y se empezó a deslizar hacia el sur, como una balsa en un río lento. La balsa de tierra se dirigió hacia la entrada del pequeño claro y lentamente fue ganando velocidad.
—Despiértame cuando lleguemos —murmuró Bernard.
Inmediatamente se tendió y cerró los ojos, y por fin se relajaron su rostro y su cuerpo.
Tavi miró a su tío con el ceño fruncido, y de nuevo a las ovejas. Dodger las había reunido de nuevo en los matorrales y estaba exhibiendo su cornamenta, pero esta vez no hacia Tavi.
—Tío Bernard —llamó Tavi y pensó que la voz le sonaba aguda y aterrorizada—, tío Bernard. Creo que se acerca algo.
El tío de Tavi no respondió. El muchacho miró a su alrededor buscando la espada, pero la había dejado al lado del cuerpo del moa y ahora se encontraba a dos docenas de pasos. Tavi apretó los puños de pura frustración. Todo era culpa suya. Si no hubiese desatendido sus deberes para impresionar a Beritte, no habría tenido que salir a buscar a Dodger y no hubiera sido necesario que le siguiera su tío.
Tavi tembló. De repente, la posibilidad de morir parecía muy real y se cernía sobre ellos, certera y cercana.
Las sombras cayeron sobre el valle y al levantar la mirada Tavi vio las nubes veloces oscureciendo el sol, y oyó en la lejanía el retumbar de un trueno. El viento hacía que los árboles y los escasos arbustos se mecieran y agitasen, y parecía que la balsa de tierra se seguía arrastrando demasiado despacio. Aunque alcanzaba ya el ritmo de la zancada de un hombre y seguía acelerando, Tavi estaba desesperado por moverse más deprisa y le aterrorizaba pensar que ya pudiera ser demasiado tarde.
Tragó saliva. Si ahora les perseguía algo, su tío no sería capaz de ayudarle. Se tendría que enfrentar solo a lo que fuese.
Un chillido agudo y sibilante llegó desde unos árboles, al oeste de donde se encontraban, ladera arriba.
Tavi fijó los ojos en aquella dirección, pero no vio nada. El chillido se repitió.
Otro moa.
Un segundo chillido le respondió, esta vez desde el este de la balsa de tierra y a una distancia incómodamente cercana. ¿Un tercero? Las ramas se agitaron entre los árboles a unos cincuenta pasos a sus espaldas. Después, más cerca. Tavi creyó ver algo que se movía hacia ellos. Acercándose.
—Ya vienen —comentó en voz baja.
Tavi tragó saliva. Pese a que Brutus alcanzaría al fin la velocidad de un hombre a la carrera, que podría mantener durante horas o días, no bastaría para ayudarles a escapar. Bernard no tenía ni la más mínima oportunidad de escapar de otro moa porque yacía inconsciente, y Brutus estaba concentrado en la orden de devolverlos a casa.
Esto significaba que la única posibilidad de huida que tenía su tío era que los moa se distrajeran con algo. Si alguien los conducía en otra dirección…
Tavi respiró hondo, salió rodando de la balsa de tierra a un lado del camino y se quedó completamente inmóvil. Si los moa seguían el movimiento, lo más seguro era que tuvieran más dificultades si aprovechaba el viento creciente y los árboles y arbustos en movimiento. Siguió quieto durante un rato y entonces empezó a moverse y a hacer ruido para llamar la atención de los cazadores y alejarlos de la presa más vulnerable.
Otro trueno retumbó en el cielo de nuevo, y Tavi sintió que una gota de lluvia pequeña y fría le mojaba la mejilla. Miró hacia arriba y vio nubes grandes y oscuras juntándose alrededor de la montaña. Le cayó encima otra gota de lluvia y sintió una oleada de miedo que por poco le fuerza a vaciar el estómago. Las tormentas de furia podían ser mortales para cualquiera que las pasara a campo abierto. Sin la protección sólida de los muros de la explotación o la protección de sus propias furias, estaría prácticamente indefenso ante la tormenta. Respirando con rapidez y sin ruido, Tavi recogió muchas piedras que parecían del tamaño adecuado para lanzarlas. Entonces se giró hacia el oeste y lanzó una piedra que describió el arco más alto que pudo conseguir.
La piedra voló en silencio y golpeó el tronco de un árbol, emitiendo un sonido agudo. Tavi se refugió pegado a la base del árbol y guardó silencio.
Le llegó un silbido desde el otro lado del camino y algo se movió hacia él entre los arbustos. Tavi oyó pasos a su espalda e inmediatamente una forma grande y oscura pasó corriendo a su lado casi sin hacer ruido, dando un salto que la llevó por encima de la senda que había abierto el paso de Brutus. Otro moa, este era más oscuro y más grande que el primero. Corría sobre las patas; las garras golpeaban la pinaza caída en el suelo y las plumas agitaban las ramas de los árboles de hoja perenne. Se dirigió hacia el lugar donde había aterrizado la piedra y desapareció entre los arbustos.
Tavi resopló. Lanzó otra piedra, mucho más lejos y hacia el claro, en la dirección contraria a la que había tomado Brutus para llevar a su tío lentamente a casa. Entonces se agachó y se encaminó de nuevo al claro, lanzando una piedra cada pocos pasos. El viento seguía creciendo y empezaron a caer más gotitas punzantes de lluvia casi helada.
Tavi respiró todo lo silenciosamente que pudo y se deslizó en el claro, sigiloso como un gato, arrastrándose los últimos metros hasta situarse bajo las ramas de uno de los árboles de hoja perenne. No se veía por ninguna parte a las ovejas.
Pero el segundo moa ya estaba allí.
Y también el marat.
Este moa le sacaba al menos una cabeza de altura al primero, tenía las plumas más oscuras y sus ojos dorados eran ya casi marrones. Estaba al lado del ejemplar que había matado Tavi, con una pata metida bajo el cuerpo y la cabeza inclinada para acariciar con el pico las plumas de su compañera muerta.
Este era el primer marat que veía Tavi. Era alto, más alto que nadie que él conociera. No era muy diferente de un hombre, pero sus hombros eran muy anchos y su cuerpo, fuerte, conformado por músculos planos que denotaban una gran rapidez. Solo llevaba una tela alrededor de las caderas, aunque parecía más que nada algo utilitario, que se llevaba para tener un cinturón del que colgar una variedad de escarcelas, junto con algo que parecía una daga de vidrio negro. El cabello, largo y espeso, parecía extrañamente blanco bajo la luz gris y mortecina que brillaba a través de las nubes de lluvia. Aquí y allí llevaba prendidas plumas negras del pelo, lo que le confería un aspecto salvaje.
El marat se acercó al cuerpo del moa y se arrodilló a su lado, estirando los brazos para colocar las manos anchas y poderosas sobre el ave. Dejó escapar un suave sonido de pesar, que repitió el macho a su lado, y los dos se quedaron en silencio durante un momento con las cabezas inclinadas.
Entonces el marat bufó, separó los labios y mostró sus dientes, mientras movía la cabeza de un lado al otro, buscando a su alrededor. Tavi vio que sus ojos eran precisamente de la misma tonalidad dorada que los del moa, inhumanos y brillantes.
El muchacho se quedó quieto, casi sin atreverse a respirar. No resultaba difícil traducir la expresión del marat. Estaba furioso y cuando movió la cabeza lentamente explorando alrededor del claro, pudo ver que sus dientes y sus manos estaban manchados de sangre escarlata.
El marat se puso en pie y se llevó una mano a la boca. Respiró y silbó, haciendo surgir de sus labios un sonido lo suficientemente alto como para que Tavi se estremeciera. Silbó una secuencia corta, con notas agudas y graves, largas y cortas. Acabó de silbar y se quedó en silencio.
Tavi frunció el ceño y dejó caer un poco la mandíbula, entrecerrando los ojos y escuchando.
Al cabo de un rato, mezclado con el viento creciente, llegó un silbido de respuesta. Tavi no tenía medio de saber lo que decía la respuesta, pero el mero hecho de que hubiera una respuesta era suficientemente terrorífico. La comunicación mediante silbidos solo podía significar una cosa: allí había más de un bárbaro.
Los marat habían vuelto al valle de Calderon.
Quizá solo estaban de caza y se habían refugiado en esa zona libre de presencia humana que eran los páramos cubiertos de pinos alrededor del Garados. O quizá, corrían los pensamientos aterrorizados del muchacho, eran los exploradores de una horda. Pero eso parecía una locura. No se había visto una horda desde hacía quince años, antes del nacimiento de Tavi, y aunque habían disfrutado de un breve periodo de victorias al destruir la Legión de la Corona y matar al príncipe Gaius, las legiones de Alera aplastaron la horda unas semanas más tarde, asestándoles un golpe tan mortífero que todo el mundo asumió que los marat no iban a volver nunca más.
Pero habían vuelto. Tavi tragó saliva. Si pretendían regresar con toda su fuerza, estos marat en el valle eran probablemente exploradores. Y si lo eran, no iban a dejar que un chico escuálido y bajo para su edad, que los había visto, escapase para avisar a los demás de su presencia.
El marat volvió a revisar todo el claro. Agarró un puñado de plumas del moa muerto y las arrancó, después las ató en un mechón de su cabello. Le silbó al moa vivo y le hizo un gesto con la mano. El ave respondió desplazándose en esa dirección con zancadas largas y sigilosas, moviendo los ojos de un lado a otro.
Mientras tanto, el marat se dejó caer a cuatro patas. Olisqueó la sangre en las garras del moa caído y entonces, para asco de Tavi, se inclinó y las recorrió con la lengua. Después cerró la boca con los ojos entrecerrados, catando la sangre como si fuera vino. El marat volvió a abrir los ojos, siguió a cuatro patas y empezó a moverse por el suelo del claro como si fuera un perro que quiere captar un rastro. Se detuvo ante la espada y la recogió, mirando el arma manchada con la sangre del moa. Entonces bajó la hoja para limpiarla en la hierba y la deslizó en su cinturón de tela.
El viento seguía creciendo y cambiaba de dirección a cada instante. Tavi sintió cómo se movía sobre su espalda. Se quedó helado, seguro de que si se movía lo verían inmediatamente.
El marat alzó la cabeza, volviéndose de repente para mirar directamente en la dirección del escondite de Tavi. El muchacho tragó saliva, tenso a causa del miedo. El marat emitió otro silbido e hizo una señal con la mano. El moa se dirigió hacia el refugio.
«Es como un pollo que persigue a un gusano —pensó el sobrino de Bernard—. Y yo soy el gusano».
Pero al cabo de unos pasos, el moa lanzó un chillido y se volvió hacia el sur. El marat siguió al moa, cuyos ojos dorados leían las señales del paso por la tierra. Se agachó con las aletas nasales muy abiertas y a continuación levantó la mirada con un reflejo repentino de ansiedad en los ojos.
El marat se puso en pie y emprendió la marcha hacia el sur en persecución del tío herido de Tavi.
—¡No! —gritó Tavi.
Se puso en pie, salió de su escondite y lanzó una de las piedras que le quedaban contra el marat. Tuvo buena puntería. La piedra golpeó al otro en lo alto de la mejilla y el corte le empezó a sangrar.
El marat se quedó mirando a Tavi con sus ojos dorados, como los del ave de presa, y musitó algo en una lengua que él no pudo comprender. Pero sus intenciones estaban claras desde antes de sacar del cinturón la daga de vidrio. Sus ojos ardían de ira.
El marat silbó y el moa se dirigió hacia él. Entonces señaló a Tavi y emitió el mismo grito de batalla sibilante como una tetera que había usado el ave muerta.
Tavi se dio la vuelta y corrió.
Había huido a la carrera de los que eran más grandes y más fuertes que él durante toda su corta vida. La mayoría de los juegos en la explotación implicaban de una u otra manera una caza, y Tavi había aprendido a utilizar a su favor su pequeño tamaño y su velocidad. Corrió a través de los matorrales de helechos más frondosos que pudo encontrar y se deslizó por laberintos de espinos, ramas arrancadas por el viento, socavones y plantones.
El viento se hizo más fuerte, llenando el aire de pinaza caída y polvo. Tavi corrió hacia el oeste para alejarlos de su tío. Los aullidos espeluznantes del moa y su amo corrían tras él, pero el miedo le daba alas a sus pies.
El corazón del muchacho latía como el martillo de un herrero, rápido y pesado. Sabía que estaba solo y que no iba a venir nadie a ayudarle. Tenía que basarse en su inteligencia y su experiencia, y si flaqueaba o bajaba la velocidad, el marat y el moa lo atraparían. La puesta de sol se acercaba, y la enorme tormenta que se había reunido sobre el Garados comenzaba a extenderse sobre el valle. Si el marat, la tormenta o la oscuridad lo atrapaban en campo abierto, moriría.
Tavi corrió por su vida.