3

TAVI salió furtivamente de su habitación, bajó las escaleras y atravesó el silencio de los últimos resquicios de la noche antes del amanecer. Penetró en las sombras cavernosas de la gran sala, vislumbrando un ligero resplandor en las cocinas al lado de la estancia. La vieja Bitte no podía dormir más que unas pocas horas por la noche y Tavi oyó cómo se movía por la cocina, preparando el cercano desayuno.

Abrió la puerta y salió de la gran sala para penetrar en el patio de Bernardholt. Uno de los perros de la explotación levantó la cabeza del barril vacío que solía usar como refugio, y Tavi se detuvo para acariciar las orejas del viejo animal. El sabueso golpeó el rabo contra el interior del barril y volvió a descansar la cabeza para seguir durmiendo. Tavi se puso la capa sobre los hombros para protegerse del frío de la noche otoñal que estaba a punto de acabar, y abrió la puerta posterior para abandonar la seguridad de Bernardholt.

La puerta se abrió y reveló la figura de su tío Bernard, apoyado despreocupadamente en el quicio, vestido de cuero y con una capa pesada de color verde para pasar un día en el campo, más allá de los campos de la explotación. Se acercó una manzana a los labios y la mordió. Bernard era un hombre grande, con los hombros anchos y los músculos fuertes que proporciona el trabajo duro. Su cabello oscuro, rapado según el estilo de las legiones, mostraba uno o dos mechones grises, pero no aparecía ninguno en su barba espesa. Llevaba una aljaba con flechas de caza colgada de un costado, al lado de la espada legionaria, y también tenía estirada en la mano la cuerda del más ligero de sus arcos.

Tavi se detuvo en seco, con un poco de temor. Entonces extendió las manos, reconociendo en silencio la victoria de Bernard y después le ofreció a su tío una ligera sonrisa.

—¿Cómo lo has sabido?

Bernard le devolvió la sonrisa, aunque mostraba un poco de recelo.

—Anoche, Fade vio cómo bebías mucha agua después de llegar tarde y me lo comentó. Se trata de un truco de soldado veterano para levantarse temprano.

—Oh —se sorprendió Tavi—. Sí, señor.

—He contado el ganado —comentó Bernard—. Parece que nos faltan algunas cabezas.

—Sí, señor —reconoció Tavi. Se humedeció los labios, nervioso—. Ahora iba a buscarlas.

—Tenía la impresión de que lo habías hecho la pasada noche, porque apuntaste el número completo en la pizarra de revista.

Las mejillas de Tavi enrojecieron y dio gracias por la falta de luz.

—La pasada noche, Dodger sacó a varias ovejas y sus corderos cuando intentaba traer el rebaño del sur. No quería que te preocupases.

Bernard negó con la cabeza.

—Tavi, sabes que hoy es un día importante. Los otros estatúderes van a venir para asistir a la Reunión de la verdad, así que no necesito distracciones.

—Lo siento, tío. Entonces, ¿por qué no te quedas aquí? Yo puedo encontrar a Dodger y traerlo de vuelta.

—Tavi, no me gusta que estés solo en el valle.

—Tarde o temprano lo tendré que hacer, tío. A menos que tengas la intención de estar encima de mí durante el resto de mi vida.

Bernard suspiró.

—Tu tía me mataría.

Tavi apretó los dientes.

—Lo puedo hacer solo. Tendré cuidado y estaré de vuelta antes de mediodía.

—No se trata de eso. Se supone que los tenías que traer la pasada noche —le recordó Bernard—. ¿Qué te lo impidió?

Tavi tragó saliva.

—Hum. Le prometí a alguien que le haría un favor. No tenía tiempo de hacer las dos cosas antes de oscurecer.

Bernard suspiró.

—¡Cuervos, Tavi! Creía que habías madurado un montón durante esta estación, que habías aprendido a ser responsable.

Tavi sintió de repente un peso en el estómago.

—Entonces, no me vas a regalar las ovejas, ¿verdad?

—No me arrepiento de darte lo que es tuyo —respondió Bernard—. Me alegré… me alegro de ayudarte a crear tu propio rebaño. Pero no las voy a tirar. Si no me puedes demostrar que las puedes cuidar adecuadamente, no te las podré dar.

—No es que las vaya a tener durante mucho tiempo.

—Quizá no. Pero ese es el principio esencial, muchacho. Nada es gratis.

—Pero tío —protestó Tavi—, es mi única oportunidad de hacer algo por mí mismo.

Bernard gruñó:

—Entonces parece que no deberías haber decidido que… —Frunció el ceño—. Tavi, ¿qué era más importante que el ganado?

La cara de Tavi enrojeció aún más.

—Hum…

Bernard arqueó una ceja.

—Oh, ya veo —reconoció.

—¿Qué ves?

—Hay una chica.

Tavi se arrodilló para asegurar los cordones de las botas con el fin de ocultar su vergüenza.

—¿Por qué dices eso? —preguntó.

—Tienes quince años, Tavi. Siempre hay una chica.

—No, no la hay.

Bernard pensó en ello un instante y se encogió de hombros.

—Cuando quieras hablar de ello, dímelo. —Separó el hombro de la pared y enganchó la cuerda en el arco con una pierna y la presión de un brazo—. Más tarde ya discutiremos sobre tu regalo. ¿Dónde crees que podremos encontrar el rastro de Dodger?

Tavi sacó la honda de cuero del morral y metió un par de piedras pulidas en el bolsillo de la túnica.

—¿No lo podrá encontrar Brutus?

Bernard sonrió.

—Pensaba que habías dicho que lo podías hacer solo.

Tavi le frunció el ceño a su tío y se rascó la nariz, pensando.

—Viene el frío y lo saben. Buscarán plantas de hoja perenne para tener refugio y comida. Pero los gargantes han salido a pastar a la ladera sur del valle, y no se van a acercar a ellos si lo pueden evitar —razonó Tavi—. El norte. Dodger las ha llevado a las Hondonadas de los Pinos, al otro lado de la carretera.

Bernard asintió con aprobación.

—Bien. Recuerda que el artificio de las furias no es un sustituto de la inteligencia, Tavi.

—Y la inteligencia no es una sustituta de una furia —murmuró Tavi agriamente. Le dio una patada al suelo, levantando una nubecita de polvo y hierba seca y muerta.

Bernard posó su robusta mano sobre el hombro de Tavi, se lo apretó y después emprendió la marcha hacia el norte, siguiendo la vieja calzada desgastada por el paso de carros, animales de carga y pisadas.

—No es tan malo como crees, Tavi. Las furias no lo son todo.

—Eso lo dice un hombre que domina dos de ellas —replicó Tavi, siguiendo sus pasos—. La tía Isana dice que podrías presentar tu candidatura a ciudadano pleno, si quisieras.

Bernard se encogió de hombros.

—Si quisiera, quizá. Pero no descubrí mis furias hasta que tenía tu edad.

—Pero tú floreciste tardíamente —recalcó Tavi—. Yo ya he pasado ese momento. Nunca se ha visto a nadie que a mi edad no tenga ninguna furia.

Bernard suspiró.

—Eso no lo sabes, Tavi. Relájate, muchacho. Te llegará en el momento preciso.

Tavi ahogó su rabia antes de balbucir:

—Eso es lo que me llevas diciendo desde que cumplí diez años. Si hubiera tenido alguna furia podría haber detenido a Dodger y…

El tío Bernard se volvió hacia él, sonriendo solo con los ojos.

—Venga, chaval. Vamos a apretar el paso. Tengo que estar de vuelta antes de que empiecen a llegar los estatúderes.

Tavi asintió e iniciaron un trote que devoraba los kilómetros en la calzada azotada por el viento. El cielo se empezaba a iluminar cuando pasaron por el huerto de manzanos, las colmenas de abejas y después los campos septentrionales, que estaban en barbecho durante esa estación. La calzada atravesaba un bosque fundamentalmente de robles y arces, donde gran parte de los árboles eran tan viejos que solo la hierba y los arbustos más magros podían crecer a sus pies. En el momento en que el azul pálido del alba daba paso a los primeros rastros de naranjas y amarillos, alcanzaron el último tramo de bosque antes de abandonar las tierras del Bernardholt. Allí el bosque no era tan viejo y los árboles más jóvenes y los matorrales, vivos aún a pesar de lo avanzado de la estación, se alzaban gruesos y pesados. Hojas doradas y escarlatas cubrían los esqueletos secos de matorrales más pequeños y los árboles desnudos y durmientes se mecían en un coro de crujidos amables.

Y entonces algo en los alrededores provocó una presión extraña sobre los sentidos de Tavi. Se detuvo y dejó escapar un leve susurro de advertencia. Con una fuerte sacudida, Bernard se agachó de súbito, y Tavi instintivamente hizo lo propio.

Bernard miró a Tavi en silencio, alzando una ceja en una pregunta silenciosa.

Tavi permaneció a cuatro patas y gateó al lado de su tío. Mantuvo su voz en un susurro, resoplando.

—Delante, en la última fila de árboles, junto al arroyo. Allí hay normalmente una bandada de codornices, pero las he visto alejarse por la calzada.

—Crees que algo las ha asustado —recalcó Bernard y murmuró—: Cyprus —mientras dirigía la mano derecha hacia los árboles para invocar a la menor de sus dos furias.

Tavi alzó la mirada y vio una forma que descendía de uno de los árboles: vagamente humanoide y no más grande que un niño. Durante un momento volvió sus ojos verde pálido hacia Bernard, agachándose como un animal. Parecía que las hojas y las ramas se unían para cubrir la forma que se encontraba bajo ellas. Cyprus inclinó la cabeza hacia un lado, centrándose en Bernard; después dejó escapar un sonido como el del viento cuando agita las hojas y desapareció entre los matorrales.

Tavi se encontraba exhausto por la carrera e intentaba recuperar el resuello.

—¿Qué es? —susurró.

Los ojos de Bernard quedaron nublados durante un momento antes de responder.

—Tenías razón. Bien hecho, muchacho. Hay alguien escondido cerca del puente. Llevan con ellos una furia poderosa.

—¿Bandidos? —susurró Tavi.

Su tío entornó los ojos.

—Es Kord.

Tavi frunció el ceño.

—Creía que los estatúderes tenían que llegar más tarde. ¿Y por qué razón se iban a esconder entre los árboles?

Bernard gruñó mientras se ponía en pie.

—Vamos a averiguarlo.

Tavi siguió a su tío por el camino. Bernard caminó con tranquilidad y determinación hacia la carretera, como si tuviera la intención de pasar de largo ante los hombres escondidos. Entonces, sin previo aviso, giró a la izquierda con una flecha en la mano, tensó el arco y disparó el proyectil con plumas grises contra unos matorrales llenos de escombros, a pocos pasos del extremo más cercano al pequeño puente de piedra que cruzaba sobre un riachuelo arrullador.

Tavi oyó un grito y las ramas de los arbustos se movieron con violencia. Un momento después, un chico, más o menos de la edad de Tavi, surgió del matorral con una mano presionándose las posaderas. Tenía una constitución ancha y fuerte y su rostro habría sido hermoso si fuera menos petulante. Bittan, de Kordholt, el hijo menor de Kord.

—¡Malditos cuervos! —aulló el muchacho—. ¿Te has vuelto loco?

—¿Bittan? —respondió Bernard, obviamente fingiendo la sorpresa—. Oh, no tenía ni idea de que estuvieras ahí detrás.

Desde un poco más allá del camino salió de su escondite un segundo joven: Aric, el hijo mayor de Kord. Era más delgado que su hermano, más alto y bastantes años mayor. Llevaba el cabello estirado hacia atrás y recogido en una coleta, y ya se le habían quedado marcadas algunas arrugas entre las cejas de tanto fruncir el ceño, pensativo. Miró con recelo a Bernard.

—¡Bittan! —llamó—. ¿Estás bien?

El chico chilló furioso.

—¡No, no estoy bien! ¡Me han disparado!

Tavi miró al otro muchacho y murmuró a su tío:

—¿Le has dado?

—Solo le he rozado.

Tavi sonrió.

—Quizá le acertaste en el cerebro.

Bernard le devolvió una sonrisa de lobo y no dijo nada.

Desde aún más atrás, entre los matorrales, crujieron las hojas y restalló la madera seca. Un momento más tarde surgió de los helechos el estatúder Kord. No era demasiado alto, pero parecía que sus hombros fueran demasiado anchos para él y sus musculosos brazos, anormalmente largos. Kord llevaba una túnica remendada de un color gris deslucido, que necesitaba un buen lavado, y unos pantalones de cuero de gargante. Lucía los símbolos de su cargo con la pesada cadena de estatúder alrededor del cuello. La cadena estaba manchada y parecía grasienta, pero Tavi se dijo que así hacía juego con el cabello gris despeinado y la barba irregular.

Kord se movió agresivamente tenso y sus ojos se mostraron fríos de ira.

—¿Qué cuervos crees que estás haciendo, Bernard?

Bernard levantó la mano en señal de saludo amistoso hacia Kord, pero Tavi se dio cuenta de que con la otra sostenía el arco con una flecha dispuesta.

—Ha sido un pequeño accidente —explicó—. Confundí a tu chico con algún tipo de ladrón que se esconde junto al camino para atacar a los viajeros.

Los ojos de Kord se entornaron.

—¿Me estás acusando de algo?

—Por supuesto que no —ironizó Bernard con una sonrisa que no llegó a aflorar en su mirada—. Solo ha sido un malentendido. Demos gracias a las grandes furias porque nadie ha resultado herido. —Se calló durante un momento antes de disipar su sonrisa y afirmar con calma—: Odio que alguien resulte herido en mis tierras.

Kord bufó, fue un sonido más bestial que humano, y avanzó un paso furioso. El suelo tembló y retumbó bajo sus pies, y algunos adoquines sueltos rebotaron como si algún tipo de serpiente se estuviera deslizando bajo la superficie.

Bernard se encaró con Kord sin apartar la mirada, sin vacilar ni cambiar de expresión.

Kord volvió a gruñir y con un esfuerzo visible ahogó su rabia.

—Uno de estos días me voy a ofender contigo, Bernard.

—No digas eso, Kord —replicó el tío de Tavi—. Vas a asustar al muchacho.

Los ojos de Kord se dirigieron hacia Tavi y el chico se sintió de repente incómodo bajo esa mirada intensa y furiosa.

—¿Ha adquirido ya alguna furia, o vas a admitir por fin que es un pequeño anormal inútil?

Este sencillo comentario atravesó a Tavi como un dardo y abrió la boca para soltar una respuesta furiosa. Bernard puso la mano sobre el hombro del chico.

—No te preocupes por mi sobrino —contestó, mirando hacia Bittan—. Al fin y al cabo, tienes otras preocupaciones. ¿Por qué no vas hacia la casa? Estoy seguro de que Isana te está preparando algo.

—Creo que nos vamos a quedar solo un rato —replicó Kord—. Quizá tomemos un desayuno ligero.

—Como quieras —consintió Bernard, y reemprendió la marcha por el camino. Tavi lo siguió. Bernard ignoró a Kord hasta que hubo cruzado el puente—. ¡Oh! —exclamó entonces, mirando por encima del hombro—. Me he olvidado de mencionar que Warner llegó la pasada noche, Kord. Sus hijos están de permiso en las legiones, así que han podido visitar a su padre.

—Que vengan —lo cortó Bittan—. Los vamos a des…

Kord descargó un golpe con la mano abierta contra la cara de Bittan que tumbó al muchacho.

—Cierra la boca.

Bittan sacudió la cabeza, aturdido y con el ceño fruncido. No respondió a su padre ni lo miró mientras se incorporaba.

—Sigue adelante —indicó Bernard—. Estoy seguro de que lo podremos arreglar todo.

Kord no respondió. Hizo una seña a sus hijos con un leve gesto y emprendió la marcha por el camino. Lo siguieron y Bittan le lanzó a Tavi una mirada dura y llena de odio mientras empezaba a andar.

—Anormal.

Tavi apretó los puños, pero dejó pasar el comentario. Bernard asintió en señal de aprobación y esperaron mientras Kord y sus hijos se dirigían hacia Bernardholt.

—Iban a atacar a Warner, ¿verdad, tío? —preguntó Tavi mientras los veían alejarse.

—Es posible —reconoció Bernard—. Por eso tu tía le pidió a Warner que viniera la pasada noche. Kord está desesperado.

—¿Por qué? Han acusado a Bittan, no a él.

—La violación es una ofensa al Reino —respondió Bernard—. Kord es el cabeza de familia y comparte la responsabilidad de las ofensas contra el Reino. Si la Reunión de la verdad demuestra que es necesario un juicio y Bittan es declarado culpable, el conde Gram podría quitarle a Kord la posesión de Kordholt.

—¿Crees que mataría para protegerse? —preguntó Tavi.

—Creo que los hombres que ansían el poder son capaces de casi cualquier cosa. —Negó con la cabeza—. Kord ve el poder como un medio para satisfacer sus deseos, en lugar de como una herramienta para proteger y servir a las personas que se le han confiado. Es una actitud estúpida y al final solo conseguirá que lo maten, pero hasta entonces es peligroso.

—Me asusta —reconoció Tavi.

—Asusta a todo el mundo que tiene sentido común, muchacho. —Bernard le pasó el arco a Tavi y se desprendió la escarcela del cinturón. La abrió y sacó un pequeño botón de vidrio que lanzó al arroyo por encima del pretil del puente—. ¡Rill! —llamó con firmeza—, tengo que hablar con Isana, por favor.

Esperaron en el puente unos instantes antes de que el sonido del arroyo empezase a cambiar. Una columna de agua surgió del centro de la corriente, tomando forma humana, hasta que se convirtió en la escultura líquida de Isana, la tía de Tavi, una mujer con la figura y los rasgos jóvenes de una poderosa artífice del agua, pero con el porte y la voz de una señora adulta.

La escultura miró a su alrededor, para centrarse por último en Bernard y Tavi.

—Buenos días. Bernard, Tavi… —Su voz sonaba lejana, como si llegase a través de un tubo muy largo.

—Tía Isana —saludó Tavi, inclinando educadamente la cabeza.

—Isi… —habló con lentitud Bernard—. Nos acabamos de encontrar con Kord y sus hijos. Estaban esperando entre los matorrales cerca del puente del norte.

Isana sacudió la cabeza.

—El idiota no podía ir en serio.

—Creo que sí —replicó Bernard—. Creo que sabe que con lo que hizo Bittan, esta vez Gram va a ir a por él.

La boca de Isana se curvó en una sonrisa irónica.

—Dudo que el nombramiento de una mujer como buscadora de la verdad para este crimen le haya complacido demasiado, además.

Bernard asintió.

—Es posible que quieras que haya alguien cerca por si acaso. Ahora van de camino hacia allí por la calzada.

La imagen de Isana en el agua mostró un rostro preocupado.

—¿Cuándo estarás de vuelta?

—Antes de mediodía, con suerte. En caso contrario, llegaré antes de cenar.

—Intenta darte prisa. Trataré de controlar la situación todo el tiempo que pueda, pero no estoy segura de que nadie más que tú pueda retener a Kord sin un derramamiento de sangre.

—Lo haré. Ten cuidado.

Isana asintió.

—Y tú. La vieja Bitte dice que Garados y su esposa nos están cocinando una tormenta, como muy tarde hacia el anochecer.

Tavi lanzó una mirada intranquila hacia el noreste, donde la descomunal montaña de Garados brillaba sobre los habitantes del valle de Calderon. Sus laderas superiores ya estaban blancas a causa del hielo y las nubes oscurecían las cimas más altas, donde la furia hostil de la enorme montaña conspiraba con Lilvia, la furia de los vientos helados que soplaban sobre el gran mar de Hielo del norte. Tenían intención de reunir las nubes como un rebaño de ovejas, alimentarlas de rabia con la luz del día y lanzarlas contra los habitantes del valle en una tormenta de furia al ponerse el sol.

—Estaremos de vuelta mucho antes de eso —le aseguró Bernard.

—Bien, ¿eh, Tavi?

—Sí, tía Isana.

—Dime, ¿tienes idea de dónde habrá conseguido Beritte una guirnalda de acebo fresco?

Tavi le lanzó a su tío una mirada culpable y se ruborizó.

—Supongo que se la habrá encontrado en algún sitio.

—Ya veo. No está aún en edad de casarse, es demasiado irresponsable para cuidar a un niño, y desde luego es demasiado joven para llevar acebo. ¿Crees que va a encontrar más?

—No, señora.

—Excelente —asintió Isana con tono bastante seco—. Hablaremos del tema cuando vuelvas.

Tavi se estremeció.

Bernard contuvo la risa hasta que la escultura de agua se volvió a fundir con el arroyo, terminando así el contacto con Isana.

—Ninguna chica, ¿eh? Creía que era Fred quien le tiraba los tejos a Beritte.

—Lo es —suspiró Tavi—. Y seguramente la luce por él. Pero me pidió que se la consiguiese y… bueno en ese momento me pareció algo importante.

Bernard asintió.

—No hay ninguna vergüenza en cometer un error, Tavi… siempre que aprendas de él. Creo que sería inteligente que pensaras en esto como en una lección sobre prioridades. ¿Entonces…?

Tavi frunció el ceño.

—¿Qué?

Bernard siguió sonriendo.

—¿Qué has aprendido esta mañana?

Tavi se quedó mirando el suelo.

—Que las mujeres son un problema, señor.

La boca de Bernard se abrió en una carcajada repentina y alegre. Tavi levantó la mirada hacia su tío y le ofreció una sonrisita esperanzada. Los ojos de Bernard brillaban de júbilo.

—Vale, chico. Pero eso es más o menos la mitad de la verdad.

—¿Y la otra mitad?

—En cualquier caso, las quieres —respondió Bernard. Sacudió la cabeza con la sonrisa en los ojos y en la boca—. En mi época hice una o dos estupideces para impresionar a una chica.

—¿Valió la pena?

La sonrisa de Bernard desapareció pero sin dar la impresión de que se hubiera dejado de divertir. Simplemente la interiorizó, como si solo fuera cosa suya la razón por la cual se estaba riendo. Bernard no hablaba nunca de su esposa muerta, como tampoco de los hijos que también se habían ido.

—Vaya que sí. Cada magulladura y cada arañazo.

Tavi se tranquilizó.

—¿Crees que Bittan es culpable?

—Es probable —respondió Bernard—. Pero me puedo equivocar. Hasta que tengamos la oportunidad de escuchar a todo el mundo debemos tener la mente abierta. No le podrá mentir a tu tía.

—Yo puedo.

Bernard rio.

—Tú eres un poco más listo que Bittan. Y tienes toda una vida de práctica.

Tavi le sonrió a su tío.

—Señor, de verdad que puedo encontrar el rebaño. Lo puedo hacer —le suplicó.

Bernard se quedó mirando a Tavi durante un momento. Después hizo un gesto hacia la carretera.

—Entonces, demuéstralo, chaval. Enséñamelo.