—Nada de rencores —dijo el editor.
«Muy bien —pensé para mí—, pero ¿por qué he de guardar ningún rencor? Trato simplemente de realizar mi tarea… de escribir un libro como se me ha ordenado».
—¡Nada contra la Prensa! —Volvió a decir el editor—. ¡En absoluto!
«¡Por favor, por favor! —Dije para mis adentros—. ¿Por quién me tomará?». Así debe ser. Nada contra la Prensa. Después de todo, ellos creen estar cumpliendo con su obligación, y, si se les ha proporcionado una información inexacta, me figuro que no pueden tener toda la responsabilidad. Pero ¿qué opinión tengo acerca de la Prensa? ¡Chist! No, ni una palabra sobre esa cuestión.
Este libro ha sido precedido de El Tercer Ojo y de El médico de Lhasa. En el momento de empezar, he de decir que no se trata de una ficción, sino de la verdad. Todo cuanto escribí en aquellos otros libros es verdad y producto de mi experiencia personal. Lo que voy a escribir ahora se refiere a las ramificaciones de la personalidad humana y del yo, tema en el cual nosotros, los del Lejano Oriente, nos destacamos.
Sin embargo, basta de prefacio. ¡Lo importante es el libro mismo!