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Una vez más la cosa duró hasta bien entrada la noche, con «repeticiones» y un breve descanso para comer, de pie en la cocina de Tom, desnudos los dos, unos huevos revueltos directamente de la sartén. Cuando al final nos dormimos ni siquiera acabamos uno en brazos del otro, sino echados de cualquier manera, atravesados en el colchón.

Me desperté horas más tarde al oír el tictac de su reloj junto a mi oído. No me sentía ni alegre ni triste, ni complacida ni preocupada ni nada, solo vacía, como si me hubiese descargado de todas las cosas malas que me llenaban, pero también de las buenas. Sentía que ya podía empezar de nuevo, y que tenía que hacerlo.

Me levanté silenciosamente y salí por la puerta principal, donde me puse el vestido y los zapatos. Temía que el sonido de la puerta al abrirse lo hubiese despertado, pero no fue así. Salí lo más rápido que pude, notando el aire fresco de la mañana que me ponía la carne de gallina en los brazos, y saqué mi bolsa del asiento trasero del coche. Había cogido ropa de repuesto, maquillaje, un peine y un cepillo, y unas pocas cosas más. Volví a entrar en la casa y me introduje en el baño que se encontraba junto al salón para arreglarme. El espacio era pequeño y estaba muy lleno, y yo no me atrevía a encender la luz, pero con la puerta medio entornada me veía lo bastante bien en el espejo para adecentarme un poco.

Él no se había despertado aún cuando acabé, y me quedé de pie en la puerta del dormitorio, viéndolo dormir. La suave luz que entraba a través de las cortinas caía de refilón sobre su torso desnudo, y sentí por él una mezcla de deseo y gratitud. Pero sabía también que no volvería a despertarme nunca más con él en aquella habitación. Aún lo deseaba… siempre lo desearía, y alguna noche quizá con toda intensidad, como si la vida misma no fuese nada, comparada con el contacto de sus manos en mi cuerpo y de su cuerpo en mis manos. Quizás aquella misma noche. A lo mejor, cada noche. Pero él formaba parte de la vida que yo quería dejar atrás, no de la que empezaba, y toda chica tiene que crecer en un momento dado. Se aprende, a menudo por el camino más difícil, que satisfacer los deseos no garantiza en absoluto quedar satisfecha a largo plazo.

No dejé nota aquella vez. Sencillamente, me fui.

Dejé mi coche en el garaje y entré calzada solo con las medias, con un zapato en cada mano, y subí al piso de arriba sin encontrarme con ninguno de los criados. En mi dormitorio me desnudé y me di un baño, y en cuanto me hube lavado y secado y puesto un camisón limpio, me dormí y no me desperté hasta el mediodía, cuando Myra llamó a la puerta y dijo que abajo tenía una visita.

Vi que me estaban esperando en el sofá, de espaldas, examinando los estantes de la biblioteca, y casi salí corriendo en la otra dirección, hacia la puerta principal. Pero algún ruido que hice debió de alertarlos, porque se volvieron y entonces ya no tuve otra elección que entrar en el salón para reunirme con ellos.

El sargento Young iba de uniforme de nuevo y tenía una expresión muy adusta, mientras que junto a él, el agente Church parecía tan impasible como siempre. El que habló fue Church:

—Joan White… antes Joan Medford… antes Joan Woods… está usted arrestada por el asesinato de…

Después no oí nada más. Su voz no eran más que sonidos sueltos, el viento que aullaba, y lo vi acercarse a mí, con ambas manos extendidas, y entre ellas, unidas por una corta cadena, unas esposas de metal reluciente.