31

Le pedí a Myra que me preparase un baño, lo más caliente que pudiera soportar al meter la mano, y me sumergí en el agua llorando hasta que se enfrió.

Luego me encontré vestida y de pie ante la puerta principal sin recuerdo alguno de cómo había llegado hasta allí. Estaba muy confusa y necesitaba aclarar mis ideas. Ni siquiera cogí el coche, sino que salí a pie, seguí el camino que Earl tomaba cada noche y llegué al Garden más o menos a la misma hora que llegaba él siempre. Jake fue el primero que me vio, ya que el guardarropa estaba vacío cuando yo entré, y salió de detrás del mostrador y me abrazó, señal segura del aspecto horrible que debía de tener yo. Apoyé la cabeza en su hombro y me eché a llorar. Liz salía entonces de la cocina con una bandeja.

—Oh, Joanie —dijo—, déjame que sirva esto y luego tú y yo iremos a la parte de atrás, donde las taquillas, a charlar un buen rato.

Corrió a la mesa del rincón, la pequeña, la que estaba más lejos. Pero cuando vi quién estaba sentado allí, supe que no iría a la sala de las taquillas a charlar, no en aquel momento.

Me acerqué cuando él levantó la mano e hizo una seña, y me senté enfrente de él, como había hecho en otra ocasión. En la mesa había un vaso vacío. Las hojas de menta machacadas en el fondo me indicaron que era un smash.

—Pensaba que la encontraría aquí, trabajase o no. A nadie le gusta estar solo después de una muerte.

El sargento Young iba de civil, y parecía tan policía como Jake, al menos en aquel momento… Y, sin embargo, habiendo pasado tan poco tiempo después de mi encuentro con el agente Church, no pude evitar sentirme aterrorizada.

—Esperaba poder advertirla de que iba a recibir una visita de mi colega, pero por la cara que tiene, creo que es demasiado tarde. Espero que no la haya asustado demasiado.

—No, qué va, no me asusta que me hablen de la silla eléctrica…

—¿No habrá…?

—Pues sí, lo ha hecho. Y me ha dejado muy claro cuál es su objetivo.

—Tiene que comprender que es muy joven y lleno de empuje. Pero eso no significa que tenga razón.

—No importa si tiene razón o no. Lo único que importa es que encuentre un juez que le haga caso.

—Yo creo que sí que importa tener razón. Y muchos jueces también lo creen.

—Muchos… Vaya consuelo.

—No digo que no se lo tome en serio. Pero, si es inocente, la tormenta pasará.

—Ahora mismo parece que está empeorando cada vez más.

—Bueno, ése es el otro motivo por el que estoy aquí… Otra cosa que pensaba que tenía que saber. Tiene a otra persona trabajando contra usted, y no solo al agente Church.

—¿Quién?

—La misma que la última vez —respondió el sargento—. Hemos recibido la llamada de una mujer que parecía la misma que en la otra ocasión, aunque el agente Church dice que ha hecho un esfuerzo para disimular la voz. No ha dado su nombre, pero tenía otra información del mismo tipo.

—¿Que era…?

—Que parece raro que muriese su primer marido y que nada más entrar en una casa nueva haya muerto su segundo marido, y a consecuencia de esto haya heredado usted una fortuna.

Tuve la sensación de que nunca dejaría de defenderme, el resto de mi vida. Era la misma sensación que si me estuviera ahogando.

—Mi primer marido murió al estrellarse con el coche, un coche que le había prestado un amigo, al chocar contra el muro de una alcantarilla —dije—. Mi segundo marido ha muerto de angina de pecho, que le fue diagnosticada antes de conocerlo.

—Sí, ya lo sé.

—Estaba bajo los cuidados de un médico. De dos médicos, mejor dicho. Si han encontrado alguna sustancia química en su cuerpo, yo no se la administré.

—No digo que lo crea. Pero otros podrían creerlo. ¿Ha oído a Paul Pry hoy?

—¿El de la radio?

—El mismo. Se dedica a airear basura… Es lo único que hace en su programa, recoger toda la basura que puede en las últimas noticias. Y usted ha aparecido en las noticias de hoy. Ha repetido, casi al pie de la letra, lo que esa mujer nos explicó por teléfono…, es decir, que no nos ha llamado solo a nosotros. Parece que ha iniciado una campaña. He pensado que debería saberlo.

—No sé cómo darle las gracias —dije. Casi le pedí ayuda, pero ¿qué podía hacer él para ayudarme, además de lo que ya había hecho? Porque, aunque pareciera una persona honrada y estuviese preocupado por mí, seguía siendo un oficial de policía. De todos modos, Ethel era un problema con el que tenía que lidiar yo misma, eso ya lo sabía desde siempre.

Deseé haberme llevado el coche, porque su casa estaba demasiado lejos para ir andando. Por el contrario, me dirigí al guardarropa, cerré la cortina y me llevé el teléfono a la parte de atrás, lo más apartado que pude. Marqué el número de la operadora e hice que me pusiera con el señor Jack Lucas. Sonó ocho veces antes de que Ethel contestara finalmente.

—Lo siento, Joan —explicó—. Estaba bañando a Tad.

—Muy bien —le dije—. Así estará más limpito cuando se venga a casa conmigo.

—¿A casa contigo…?

—Me llevo a mi hijo, Ethel. Ya lo sabes. Por eso estás intentando detenerme desesperadamente, recurriendo a los métodos más sucios.

—¡Joan!

—Sé lo de las llamadas… a la policía, a la radio… Te llamo para decirte que pares de una vez, ahora mismo. Si quieres pelear conmigo, pelea abiertamente y no como una cobarde, en la sombra.

—No sé de qué me estás…

—Vale, niégalo todo si quieres —dije—. Pero perderás, eso es lo que importa. Un niño debe estar siempre con su madre, y ahora que tengo los recursos para mantenerlo, ningún tribunal te favorecerá a ti por encima de mí.

Hubo un silencio al otro lado de la línea, un momento nada más. Y luego:

—Mientras no estés en la cárcel, Joan… Yo que tú me concentraría en eso.

Era una simple amenaza, pero su tono de voz me dejó bien claro que también estaba asustada, como si realmente se creyese las historias que estaba difundiendo sobre mí y me considerase peligrosa. Bueno, pues podía aprovechar eso y usarlo a mi favor.

—No hagas ninguna otra llamada —dije en voz baja— como las que has estado haciendo o será la última que hagas. ¿Me has entendido?

La oí respirar al otro lado de la línea.

—Bien, parece que lo comprendes —dije, y colgué.

Aquella noche primero volví a mi otra casa, la casa que había compartido con Ron, para recoger la ropa para el funeral. Me pareció raro estar en aquella casa otra vez, con todas las cosas tal y como yo las había dejado, excepto el olor… un olor viciado, a cerrado, no más de lo que se podría esperar, pero que no sé por qué motivo me intranquilizó. Recogí el mismo traje oscuro que había llevado en el funeral de Ron, pero no el mismo sombrero, ya que estábamos en otoño y no pegaba uno de raso. Afortunadamente tenía uno de terciopelo, y lo cogí. Por si acaso me llevé también el velo, lo doblé y lo metí en mi bolso. Luego salí andando hacia el Garden y de allí me fui a casa.

Las limusinas, una para mí y dos que había pedido para los criados, y las otras dos para los parientes y amigos de Earl que esperaban cortésmente, debían llegar a las once y media, y allí estaban, puntuales. Entraron por el camino y aparcaron frente a la casa. Por la ventana vi que salían los chóferes y se quedaban de pie junto a los coches, con los hombros erguidos y abriendo las portezuelas. Alguien a quien no veía bien entró por la puerta principal, las conchas de ostra crujieron bajo sus pisadas, y llamó al timbre. Abrió Myra, y ella, Leora, Araminta, Jasper, Boyd y los demás, que ya estaban en el vestíbulo preparados para salir, salieron al fin. Yo recogí mis cosas y salí también, cerré la puerta detrás de mí y me volví hacia el hombre que sabía que estaba allí para escoltarme. Cuando levanté la vista vi que era Tom.

—¿Sorprendida? —me preguntó.

Era la primera vez que lo veía desde que le dejé la nota mientras él dormía, en el motel junto al aeropuerto, y mentiría si dijera que mi corazón no dio un vuelco al verlo.

—He pedido este trabajo… El de la funeraria se acordaba de mí. Pero si quieres que me vaya, puedo pedir que venga un sustituto.

—No quiero que te vayas.

Me acompañó al coche y entró a mi lado, detrás. El conductor pareció algo sorprendido, pero se tocó la gorra, se sentó y partimos.

—¿Es cierto —susurró Tom, mientras la carretera iba pasando velozmente ante la ventanilla tintada— lo que me dijo Liz una noche allí en el Garden, de que tú nunca…?

—Yo nunca ¿qué?

—¿Nunca consumaste el matrimonio con tu marido, el que estamos enterrando?

—No es asunto tuyo —le dije— lo que yo hice o dejé de hacer con mi marido. ¿Te queda claro?

Él no respondió.

—¿Lo entiendes o no?

—Sí.

Había unas cien personas en la capilla, y el doctor Fisher celebró el funeral. Pronunció un sermón breve, de no más de cinco minutos, sobre el carácter «ejemplarmente cristiano» de Earl. Luego, una vez más me encontré junto a una fosa, escuchando otro oficio religioso, viendo cómo otro hombre echaba tierra sobre un ataúd. Y una vez más di las gracias al ministro, esta vez diciéndole yo misma, sin esperar a que lo hiciera Ethel, que recibiría su donativo por correo. Luego volví al coche con Tom. Cuando llegamos a casa, los sirvientes ya estaban allí y me abrieron la puerta. Me volví hacia Tom y levanté la mano.

—Gracias por acompañarme, Tom.

—Pensaba que querrías pasar un rato conmigo, Joan.

—Sí que quiero… pero no te pido que entres. No estaría…, no estaría bien. O al menos no me parecería bien ahora mismo, lo que viene a ser lo mismo. —También estaba pensando lo que le parecería al servicio… y a la policía, si les llegaba la noticia.

—De acuerdo, entonces —dijo—. Me voy.

De repente me sentí débil, como me había ocurrido tras el incidente con Lacey en el aeropuerto y, como entonces, deseé estar con él desesperadamente.

—Tom, espera un minuto —le dije—. No puedo hacerte pasar, pero… espera.

Entré y le dije a Myra que iba a estar fuera un tiempo. A toda prisa metí cuatro cosas en una bolsa y luego volví a salir por la puerta principal, le dije a Tom que despidiera el coche y dimos la vuelta hacia el garaje. Saqué mi coche, me trasladé al asiento del pasajero para que él se situara al volante, y le dije que condujera.

—¿Y adónde voy?

Cerré los ojos y me apoyé en el reposacabezas.

—Adonde tú quieras, Tom. Incluso podrías llevarme otra vez al Wigwam, no me importaría. Decídelo tú.

El coche partió por la autopista y viajamos en silencio, yo con la misma sensación que tienen los niños cuando van de la mano de sus padres. En una ocasión Tom me puso la mano en la pierna y yo temblé, no de excitación, sino de alivio. Era como si me pusiera un paño frío sobre una herida.

Él se detuvo y me rogó que abriese los ojos. Estábamos junto a una casita pequeña de madera, con el tejado de tejas y un jardín diminuto… nada lujoso ni impresionante, pero totalmente respetable, y lo seguí hacia el interior, agradecida. Él cerró la puerta y yo me volví hacia él. Cerrando los ojos de nuevo, aspiré con fuerza.

—¿Joan? ¿Estás bien?

—Tom, este olor…

—Abriré las ventanas…

—No. Quiero notarlo. Es tu olor.

Y a continuación estaba entre sus brazos, y luego él me hizo retroceder un poco, y un poco más, hasta su dormitorio, mientras me bajaba la cremallera y me besaba el cuello. Y, así, el día del funeral de mi marido, consumé la relación con mi amante por segunda vez.