Ya estaba oscuro cuando oí unos golpecitos en la puerta, contesté y él entró. Encendí la luz y él se sentó en la silla a mi lado, mientras yo todavía estaba echada en la cama.
—¿Te encuentras mejor? —me susurró.
—Sí, creo que sí, un poco mejor —le dije—. Al menos ya me he acostumbrado. Earl, he perdido a mi hijo.
—Quizá no… Puede ocurrir cualquier cosa. Pero quiero decirte una cosa, Joan. Estoy tan desconcertado como tú. Juro que no hice nada para que el niño reaccionase de esa manera…
—Earl, sé que tú no hiciste nada, lo sé sin necesidad de que tú me lo digas.
Él no estaba haciendo nada tampoco entonces, pero, sin embargo, echada como estaba en la cama, notaba el mismo terror que había traicionado a Tad con aquel grito. Sus ojos se movieron hacia mis piernas, que tenía cruzadas y solo con las medias. No me di por enterada, pero cambié la conversación hacia Ethel.
—Supongo que es lo que ella esperaba… Vive solo pensando en el día en que pueda reclamar a Tad y quedárselo para ella.
Él asintió.
—Eso me ha parecido —dijo él—, cada vez que me has hablado de ella. Está muy claro… Quiero decir, los motivos que tiene. Lo bueno del caso es que al menos, si quiere tanto al niño, puedes estar segura de que estará bien cuidado.
Al oír aquello, por muy bienintencionado que fuese, sin duda, el corazón me dio un vuelco. Me quedé helada. Porque me pareció descubrir en su voz un asomo de alivio… como si hubiera aceptado la carga de criar a mi hijo, pero se sintiera feliz de no tener que hacerlo.
—Joan, ¿estás preparada para bajar? —dijo bruscamente.
—¿Bajar?
—¿A cenar?
—Ah. No lo había pensado.
—¿O preferirías salir?
Yo tenía mis deberes también, de eso me daba cuenta. Y no pensaba salir corriendo para huir de ellos a la menor oportunidad que tuviera.
—Supongo que los sirvientes se sentirían un poco dolidos, porque se habrán esforzado mucho para complacer a la novia su primera noche en casa, si decido cenar fuera. No, será mejor cenar aquí. ¿Puedo preguntarte sus nombres?
—Las doncellas son Myra y Leora… Myra es la más bajita. La cocinera es Araminta, a la que llamamos Minnie. Jasper es su marido. A los hombres los conocerás mañana… No estarán para la cena. Por cierto, cuando les pagues a primeros de mes, esperarán un pequeño regalo de tu parte, como apreciación por…
—Los servicios prestados… En otras palabras, una propina. Se la habría dado de todos modos. Yo misma he trabajado por las propinas, como sabes perfectamente. Tú me las dabas.
—Era lo menos que podía hacer…
—Sí, bueno… me iluminaron en los días más oscuros —dije, dejando sin pronunciar la palabra que pugnaba por escapar de mis labios al final de la frase: «Temporalmente».
Me levanté, me fui al baño y me refresqué la cara, salí, me peiné mientras él me miraba, y luego bajamos. Las doncellas estaban en la puerta del comedor y me hicieron pequeñas reverencias, que yo agradecí llamándolas por su nombre y estrechándoles las manos. Luego fuimos a la cocina a saludar a la cocinera, a la que también llamé por su nombre completo, Araminta, cosa que le complació mucho, como ya me imaginaba. Jasper estaba también allí, y le estreché la mano a su vez. Cuando volví y ocupé mi sitio a la cabecera de la mesa, ambas doncellas parecían muy amables conmigo, y detecté sorpresa en su comportamiento, así como en el de él. No sé qué esperaban, pero me habían educado para que supiera tratar al servicio como seres humanos, y nunca había lamentado tal cosa.
Para cenar había una macedonia de fruta, cordero asado, patatas nuevas, guisantes, ensalada y helado. Mientras Earl cortaba el cordero, Myra nos sirvió unas bebidas, agua tónica para él y una copa de vino, que yo no había pedido, para mí. Me pareció sorprendente que él no les hubiera dicho que yo no bebía, pero no era el momento de corregir aquel error, así que me limité a sonreír y fingí que bebía un sorbito. Solo el sabor de la bebida en mis labios me mareó ligeramente… Lo recordaba como el sabor de los labios de Ron muchas noches, cuando volvía a casa borracho y me apretaba contra su cuerpo.
Después de cenar y tomar café, salí del comedor y felicité a Araminta por aquella excelente cena, y di también las gracias a las doncellas por su servicio. Luego me dirigí a la sala de estar, donde me pareció oportuno decir: «Me parece que ahora ya me encuentro un poco mejor». No era así. En realidad me encontraba peor, a medida que empezaba a poseerme la ansiedad por lo que ocurriría cuando subiéramos al piso de arriba y nos fuéramos a la cama. Sin embargo, no pasó nada: él me dejó ir a mi habitación y no hizo ademán de seguirme, y me deseó buenas noches en la puerta, dándome solo un ligero beso, en el vestíbulo exterior.
Me sorprendió mucho… pero la verdad es que parecía preocupado cuando nos quedamos en el salón después de cenar, una hora más o menos, yo sentada en una silla en lugar de ocupar un sitio en el sofá, y él en otra silla al otro lado de la habitación.
—Quizá debamos alegrarnos de que haya pasado esto —dijo, al cabo de un rato.
—¿Alegrarnos? —me sorprendí, pero procuré que mi voz sonase neutra.
—Esto aclara las cosas, en realidad.
—¿Cómo que las aclara?
—A partir de ahora solo estamos tú y yo. Se me ocurren ideas…
—¿Qué ideas, Earl?
—Ya lo verás… Ideas positivas, es todo lo que puedo decir ahora. Creo que te gustará… Incluso podríamos decir que te encantará. Pero… dejemos que sea una pequeña sorpresa.
Mi gran sorpresa para Tad se había convertido en un descalabro; cómo acabaría esta otra para mí, no lo sabía, pero se me revolvió el estómago de una manera que podía resultar indicativa. Y aunque él no me siguió a la habitación cuando subimos, ni intentó ver cómo me desnudaba, ni se puso pesado, como había hecho tantas veces antes, sino que simplemente me besó y me deseó buenas noches, al volverse me guiñó un ojo. De modo que me quedé tendida en la cama en la oscuridad intentando imaginar qué podía significar aquello. Al cabo de un rato me incorporé y me quedé mirando por la ventana. Porque se me había ocurrido una idea: para averiguar de forma infalible lo que era, no debía hacer otra cosa que pensar en lo peor que se me pudiera ocurrir, y sería eso, seguro.
Lo peor que se me ocurría era que él se propusiera incumplir nuestro trato y consumar el matrimonio… o al menos intentarlo. Noté que se me secaba la boca, y quise imitar a Tad y gritar de horror, igual que había hecho él. Pensé: ¡no puede ser eso! El médico se lo ha advertido… Es impensable. Sin embargo, resulta que si deseas algo con mucha intensidad, no solo se puede pensar, sino que también se puede hacer.
Yo dormía cuando sonó un golpecito en la puerta. Dije «adelante» y él entró, me dio un beso y me deseó buenos días, y me dijo que tenía que irse al trabajo…
—Llevo mucho tiempo fuera y se han ido acumulando las cosas.
Le dije que estaba muy orgullosa de él por llevarlas como lo hacía, sin dejar que nada interfiriese en ellas. Y que eso yo lo respetaba mucho. Y aunque pueda sonar hipócrita, la verdad es que no lo era, decía lo que sentía, con total honradez. Respeto mucho a las personas que hacen bien su trabajo, ya sea barbero, camarera o lo que sea, e intento tener siempre buenos modales, sean cuales sean mis sentimientos.
—Vale, vale —susurró él—. Y ahora vuelve a dormir. Pero esta noche espero tener algo que contarte.
Se fue y yo me levanté. Cuando bajé a desayunar comprendí, por la forma que los criados tenían de comportarse, que me había marcado un punto con ellos. Myra me presentó a los demás, a los hombres, que se llamaban Jackson, Coleman y Boyd. Boyd era el primo de Myra, y sustituía a Jasper como chófer cuando Jasper tenía el día libre. Aquél era precisamente uno de esos días, y él se ofreció a llevarme adonde yo quisiera, pero le dije que prefería quedarme en casa para irme familiarizando con el lugar.
Había una extensión telefónica en el vestíbulo del piso superior e hice dos o tres llamadas, una a Jake a su casa, otra a Bianca y por supuesto otra a Liz. Le rogué que pasara a verme a casa aquel mismo día, y quedamos en que vendría a comer. Me alegré tanto de verla que me eché a llorar, sobre todo al ver cómo iba vestida, tan distinguida, y todo ello en mi honor y en honor de quien pudiera verla. Se había puesto un traje pantalón color beige, muy bonito y favorecedor, y se había sujetado el pelo canoso con una cinta roja. Después de comer me acompañó al piso de arriba, a mi habitación, pero apenas había cerrado yo la puerta cuando me llevó a la cama, me empujó encima de ella y cogió una silla para sentarse al lado.
—Venga, chica, cuéntamelo todo —susurró—. ¿Qué ha ocurrido?
Porque yo no le había llamado antes, a pesar de mi promesa. Se lo conté todo, lo del laboratorio y el resultado de los análisis.
—Gracias a Dios, Joan. Crucé los dedos pensando en ti. Pero no pareces demasiado feliz… ¿Qué pasa?
—Es por mi niño, Tad.
Entonces le conté cómo había gritado, y lo que aquello había supuesto para mí. Pero no pude parar. Seguí contándole lo de mi matrimonio con Earl y el trato que habíamos hecho.
—Pero ahora —dije—, algo me dice que el trato se va a romper…, que nuestro matrimonio acabará siendo como cualquier otro. Que él quiere… consumarlo, como dijo el abogado. Y ahora estoy acorralada…, me parece que estoy acorralada.
—¿Y no quieres?
—Ni soñando.
—Vale, muy bien, cariño. Es algo que le puede pasar a cualquier mujer… A mí misma, de vez en cuando… Pero por un motivo u otro, tienes que hacerlo, sea como sea. Así que cierra los ojos e imagina que es Rock Hudson.
—Ojalá pudiera…
—¿Por qué no puedes?
—Por muchas cosas.
—¿Como Tom Barclay, por ejemplo?
No le respondí. Me habría gustado hacerlo. Me habría gustado burlarme y preguntarle qué tenía que ver él. Pero me di cuenta de que al pronunciar su nombre me dio un vuelco el corazón, y que eso tenía algo que ver con él, o mucho, de hecho. Y por mi reacción, ella se dio cuenta también.
—Vale, o sea que es eso, que se trata de él. No puedes imaginarte que tu marido sea él, aunque te gustaría que lo fuese, y eso hace que resulte desagradable. Así que estás en un aprieto… Pero al menos Tom se alegrará de saberlo.
—¿Qué te hace pensar eso, Liz?
—Te gustaría saberlo, ¿eh? —Se encendió un cigarrillo, dio una calada y siguió hablando sin que yo tuviera que responder—: Vale, pues te lo diré. Viene al bar, Joan. Se sienta conmigo y no para de hablar.
—¿De mí, quieres decir?
—No habla de otra cosa. Está muy amargado. Siente que lo engañaste, cree que fue por dinero y no te respeta.
—¡Pero no lo he hecho por el dinero!
—¿Entonces por qué lo has hecho?
De repente se mostraba muy seca, y noté, aunque estaba muy unida a ella, que ella tampoco me respetaba.
—Lo he hecho por Tad.
—Y me pregunto de qué te ha servido.
—Por el amor de Dios, calla.
—Chica, te lo has ganado a pulso.
—¿Y dices que Tom va todas las noches?
—Todas las noches, hasta ahora.
—Entonces, Liz, si tienes ocasión podrías decirle, como de pasada, que… le he sido fiel… hasta el momento. Y que pienso seguir siéndolo, maldita sea. Pero, por favor, por favor, por favor, no le digas que te lo he dicho yo.
—Si lo hiciera, vendría corriendo al minuto siguiente.
—Y se arriesgaría a que lo echara.
—No estoy segura de eso —dijo Liz—. No estoy segura.
—Por favor, no lo hagas.
—Ya me pensaré lo que le digo y lo que no le digo.
—Aún no estoy preparada para él.
Ella me miró un rato, y luego me preguntó:
—¿Qué quieres decir con eso?
Supongo que yo también me quedé mirándola un rato.
—Liz, no estoy segura —dije, al final.
—Si te refieres a lo que creo que te refieres…
—Quiero decir que Roma no se hizo en un día. Quiero decir que lo primero es lo primero. Y lo primero de todo para mí es dejar bien claro que un trato es un trato. En cuanto eso quede bien claro, ya podremos seguir adelante, y ya veremos adónde vamos a parar.
—¿Y Tom? ¿Qué puede hacer él?
—Cada cosa a su tiempo, Liz.
—Vale, vale, solo te preguntaba…
Yo estaba medio histérica, y ella intentaba calmarme. Luego consultó su reloj.
—Tengo que irme corriendo o Jake me matará. Bianca todavía no ha encontrado a nadie que te sustituya, así que vuelvo a hacer el doble de trabajo.
—Lo siento mucho, Liz.
—No me quejo. Simplemente te digo lo que hay. —Dudó un momento—. En cuanto a Tom, le diré que mantenga los dedos cruzados, que quizá se avecinen cosas nuevas. Le diré que se calme y que esté tranquilo.
—Gracias.
—A lo mejor no se lo toma bien. No tiene mucha paciencia.
—Deberá tenerla esta vez, Liz. No le queda otro remedio.