XII

Se libró la batalla, y éste es un hecho histórico. Fue un combate difícil, con violentas alternativas, pero Israel salió por fin victorioso. Este nombre, Israel, que significa «Dios combate», le fue conferido por Moisés a su pueblo con el fin de prepararlo mejor para la lucha. Les explicó en esa ocasión que se trataba de un sobrenombre muy antiguo, caído en el olvido: Jacob, el patriarca, lo había adoptado para las luchas que libraba para sí, aplicándolo también a su pueblo. Tuvo esto singular efecto, pues desde entonces todas las tribus desunidas en su mayoría bajo el nombre de Israel se agruparon como bajo un escudo, y lucharon denodadamente a las órdenes del joven general Josué, y de Caleb, su segundo jefe.

Al divisar los amalecitas la proximidad de la comitiva encabezada por Moisés no dudaron ni por un momento de su significado. Una visión de tal suerte sólo podía tener un significado. No se quedaron en el oasis sino que se replegaron hacia el desierto. Constituían un pueblo más numeroso y mejor pertrechado que el de Israel, y la batalla tuvo lugar entre nubes de polvo, alaridos de guerreros y gran tumulto. La lucha se hacía más dispareja por el hecho que la gente de Josué estaba sedienta aparte de que durante muchos días había ingerido como único alimento el maná. Tenían en cambio una ayuda inapreciable en quienes dirigían las acciones. Josué, el joven de mirada despejada e inteligente, y Moisés, el hombre de Dios.

Moisés, al comenzar la lucha, se había retirado junto con Aarón, su medio hermano, y Miriam la profetisa, hacia una colina desde la cual podían divisar el campo de acción. Su virilidad no era del tipo marcial, sino más bien sacerdotal, de modo que en esos instantes se entregó de lleno a invocar a Dios, con los brazos en alto y palabras encendidas de fervor, como por ejemplo: «¡Levántate, Jehová, el de las miríadas de miles de hijos de Israel; que se dispersen tus enemigos, para que quienes te odian huyan de tu faz!».

No por eso huyeron, ni siquiera se dispersaron, o al menos por el momento lo hicieron muy parcialmente. Porque si bien Israel estaba sediento y harto de tanto maná, no podían abatir a un número tan superior de amalecitas, quienes luego de replegarse un tanto, retomaron el ataque llevándolo audaz y peligrosamente hasta las proximidades de la colina que servía de atalaya a Moisés. Mas resultó que mientras Moisés mantenía los brazos en alto hacia el cielo, Israel llevaba la mejor parte de la lucha, pero en cuanto los dejaba caer arreciaba el ataque de los amalecitas. Y como evidentemente no podía Moisés mantenerlos alzados todo el tiempo, Aarón y Miriam, tomándolo de las axilas lo ayudaron a mantenerlos en alto. Lo que significó este esfuerzo puede imaginarse por el hecho de que la batalla duró desde la mañana hasta el anochecer, y que durante todo este tiempo Moisés mantuvo esa dolorosa postura sin interrupción. Se comprende entonces la fortaleza de esa virilidad espiritual que le era propia a Moisés, y que debió desplegar sobre la colina, mucho más difícil, a no dudarlo, que la del joven decidido que se abre paso entre el enemigo.

Y aún así, era imposible tenerlos alzados durante tantas horas. Sus discípulos, de tanto en tanto, dejaban caer los brazos del maestro, y simultáneamente los hombres de Jehová perdían terreno y sufrían cuantiosas pérdidas. Se apresuraban entonces a alzarle los brazos, y los que luchaban en el llano recobraban energías a su vista. El talento militar de Josué contribuyó también a resolver a su favor la batalla. Tenía éste el don de la estrategia y el de la inspiración inteligente, y recurría a maniobras desconocidas hasta entonces, al menos en el desierto; por otra parte, sabía prever el resultado final de sus planes, aun cuando los resultados iniciales determinaran una virtual pérdida de terreno. Reunió las mejores fuerzas con que contaba, un grupo selecto —la guardia del ángel vengador para decirlo en pocas palabras— hacia el ala derecha del enemigo, presionando allí intensamente y provocando un repliegue que determinó una victoria local, aunque en el resto del frente las fuerzas de Amalek ganaran abundante terreno sobre las de Israel. No obstante, al romper parte del frente enemigo, en el flanco derecho, llevó Josué la carga hasta la misma retaguardia, forzando a Amalek a distraer sus fuerzas en combatirlo, mientras que mantenía abierto el fuego sobre el resto de las fuerzas de Israel, que si un momento antes se habían sentido al borde de la capitulación, recobró energías y volvió al ataque. El pánico hizo presa de Amalek, quien abandonando la lucha, exclamó:

—¡Traición! ¡Todo está perdido! ¡Jehová está sobre nosotros, un Dios de crueldad insaciable!

Y con este grito de desesperación, Amalek soltó su espada y cayó muerto.

Sólo unos pocos amalecitas lograron huir hacia el Norte y reunirse con el grueso de la tribu. Israel, en cambio, tomó posesión del oasis de Kadesh, cruzado en su interior por un río de generoso caudal en cuya ribera se alzaban árboles frutales y nogales, entre los que zumbaban las abejas y dejaban oír sus trinos los pájaros cantores, como asimismo codornices y liebres surcaban libremente la pradera. Algunos descendientes de Amalek permanecieron en la región, y con ellos se vio aumentada la progenie de Israel, mientras las mujeres amalecitas se convirtieron en mujeres y siervas de los israelitas.