[1] Desde la publicación en 1983 de las Cuestiones de metodología de las ciencias sociales de Carl Menger [Carl Menger, “Cuestiones de metodología de las ciencias sociales” en Carl Menger, El método de las ciencias sociales [Madrid: Unión Editorial, 2006], pp. 27-86), no hay economista austríaco de relevancia que no haya escrito algún libro o tratado sobre método. Una lectura a las revistas austriacas o a las colecciones de libros austríacos nos muestra que aun hoy las cuestiones metodológicas no solo siguen vivas sino que siguen siendo uno de los temas más altamente respetados dentro de la escuela. <<
[2] Uno de los escasos trabajos que buscan relacionar teoría económica y política pública en la tradición austriaca es: Richard von Strigl, “Economic Theory in the Service of Economic Policy”, en Israel M. Kirzner, Classics in Austrian Eonomics, vol. 2 The Interwar Period (London: William Pickering, 1994), pp. 3-16; ver también Edgard L. Hudgins, “Economic Theory and Public Policy”, en Richard M. Ebeling, ed., The Age of Economists. From Adam Smith to Milton Friedman (Hillsdale, MI: Hillsdale College Press, 1999), pp. 179-196. <<
[3] Véase Ludwig von Mises, Crítica del intervencionismo (Madrid: Unión Editorial, 2001). <<
[4] Véase Ludwig von Mises, Planning for Freedom (Grove City, PA: Libertarian Press, 1996). <<
[5] Véase Randall G. Holcombe, Public Policy and the Quality of Life (Westport, CT: Greenwood Press, 1995). <<
[6] Véase George Reisman, The Government Against the Economy (Ottawa, IL: Jameson Books, 1979). <<
[7] Véase Pascal Salin, Liberalismo (Madrid: Unión Editorial, 2008); del mismo autor es también de interés: La arbitrariedad fiscal (Barcelona: Eiunsa, 1992). <<
[8] Véase Robert Formaini, The Myth of Scientific Public Policy (New Brunswick, NJ: Transaction, 1990); Don Lavoie, National Economic Planning: What is Left? (Cambridge MA: Ballinger, 1985). <<
[9] Rothbard teorizó sobre este tema en el mismo libro del que está sacado este, Man, Economy and State, como veremos más abajo. Sin embargo al abordar los temas del intervencionismo no los relaciona con problemas de cálculo a pesar de haber ampliado al ámbito organizativo los problemas de cálculo económico, antes centrados en exclusiva en el ámbito de estudio de los sistemas económicos comparados. Ver también: Peter Lewin, “The Firm, Money and Economic Calculation”, American Journal of Economics and Sociology 57, no. 4 (October 1998): pp. 499-512. <<
[10] Véase Israel Kirzner, “The Perils of Regulation: A Market-Process Approach”, en Israel M. Kirzner, Discovery and the Capitalist Process (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1985), pp. 119-149. Jesús Huerta de Soto en su tratado sobre cálculo económico también apunta el tema, pero por desgracia no lo desarrolla lo suficiente como para convertirlo en una teoría general de la regulación. Véase Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 2.ª edición (Madrid: Unión Editorial, 2001), pp. 151-153. <<
[11] Véase Morgan O. Reynolds, “The Impossibility of Socialist Economy, Or, A Cat Cannot Swim the Atlantic Ocean”, Quarterly Journal of Austrian Economics 1, no. 2 (Summer 1998): pp. 29-44. <<
[12] Véase Israel M. Kirzner, “Economic Planning and the Knowledge Problem”, Cato Journal 4, no. 2 (Fall 1984): pp. 407-418. <<
[13] El intervencionismo en aspectos no catalácticos se está convirtiendo en un incipiente campo de estudio para algunos autores de la escuela austriaca. Véase Anthony M. Carilli, Christopher J. Coyne y Peter T. Leeson, “Government Intervention and the Structure of Social Capital”, Review of Austrian Economics 21 (2008): pp. 209-218; un tratamiento praxeológico de las intervenciones militares puede verse en Christopher J. Coyne, After War. The Political Economy of Exporting Democracy (Stanford, CA: University Press, 2008). <<
[14] Es el caso, por ejemplo, de la planificación urbanística o de las políticas de desarrollo rural. Véase E. C. Pasour Jr., “Land-Use Planning: Implications of the Economic Calculation Debate”, Journal of Libertarian Studies 7, no. 1 (Spring 1983): pp. 127-139; E. C. Pasour Jr., “The Institutional Framework and Agricultural Development: Implications of the Economic Calculation Debate”, European Review of Agricultural Economics 19 (1992): pp. 365-375. <<
[15] En el caso hipotético de los servicios públicos ser producidos en la misma cantidad y calidad que el mercado decidiese la producción estatal sería redundante ya que el mercado bastaría. Por tanto, la política pública busca siempre satisfacer algún tipo de preferencia política, considerada esta como de más valor que la que la ciudadanía podría haber decido de haber podido elegir. <<
[16] La postura de los austríacos a respecto de la implicación en política no es unívoca. Bohm-Bawerk fue ministro de hacienda de Austria y Mises también ocupó un alto cargo. Hayek y Rothbard, por su parte, nunca ocuparon puestos de relevancia política. Pero excepto Rothbard ninguno consideró al Estado como un entre perverso moralmente en sí mismo, ni postuló programas políticos anarquistas. <<
[17] La teoría clásica de la regulación que la explica como una intervención, en general, a favor del regulado y con una intención fundamentalmente lucrativa en términos monetarios, fue formulada, entre otros, por el premio nobel George J. Stigler. Véase George J. Stigler, “The Theory of Economic Regulation”, Bell Journal of Economics and Management Science 2, n.º 1 (Spring 1971): pp. 3-21; una visión austriaca de la regulación que coincide en lo general con Stigler puede verse en Jack High, “Regulation as a Process: On the Theory, History, and Doctrine of Government Regulation”, en Richard M. Ebeling, ed., Austrian Economics. Perspectives on the Past and Prospects for the Future (Hillsdale, MI: College Press, 1991), pp. 261-279. <<
[18] Véase Sanford Ikeda, Dynamics of the Mixed Economy. Toward a Theory of Interventionism (New York: Routledge, 2007); Robert L. Bradley Jr., A Typology of Interventionism Dynamics (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2003). http://www.mises.org. <<
[19] El tratamiento más elaborado de los mercados negros en la tradición austriaca es: Hans Sennholz, The Underground Economy (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 1984). Disponible en http://www.hacer.org/pdf/Sennholz01.pdf. <<
[20] Véase Edgard C. Banfield, “Corruption as a Feature of Governmental Organization”, Journal of Law & Economics 18, no. 3 (December 1975): pp. 587-605. <<
[21] Una excelente introducción a la tradición española de política social e intervencionismo puede encontrarse en: Jerónimo Molina Cano, La política social en la historia (Murcia: Isabor, 2004). <<
[22] Una excepción a esta tradición intervencionista podría ser: Ángel López-Amo, “El proletariado y el problema social”, Arbor, n.º 95 (1953): pp. 235-244. En este trabajo se defienden posturas desreguladoras en el mercado laboral muy a contracorriente de lo que era la tradición hispana (y europea) en aquel momento. <<
[23] Sobre la vida de Rothbard véase Justin Raimondo, An Enemy of the State. The Life of Murray N. Rothbard (Amherst, NY: Prometheus Books, 2000); sobre su pensamiento politico véase Miguel Anxo Bastos Boubeta, “Un reaccionario radical: El pensamiento político de Murray N. Rothbard”, Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas 3, n.º 1 (2004): pp. 111-124. <<
[24] La idea del Estado como una máquina especializada en la obtención de recursos económicos y humanos por medio de la violencia, por radical que pueda parecer, es muy común en la literatura politológica académica. Por ejemplo: Charles Tilly, “Guerra y construcción del Estado como crimen organizado”, Revista Académica de Relaciones Internacionales, n.º 5 (noviembre 2006): pp. 1-26.; Martin van Creveld, The Rise and Decline of the State (Cambridge: Cambridge University Press, 1999); Franz Oppenheimer, The State (New York: Arno Press, 1971). <<
[25] Véase Murray N. Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics”, en Hans Sennholz, ed., On Freedom and Free Enterprise: Essays in Honour of Ludwig von Mises (Princeton, NJ: D. van Nostrand, 1956). <<
[26] Véase Murray N. Rothbard, “The Myth of Efficiency”, en Mario Rizzo, ed., Time, Uncertainty and Desquilibrium (Lexington, MA: Heath, 1979). Este análisis es ampliado en Jesús Huerta de Soto, “La teoría de la eficiencia dinámica”, en Procesos de Mercado 1, n.º 1 (2004): pp. 11-72. <<
[27] Véase Murray N. Rothbard, “Egalitarianism as a Revolt Against Nature”, en Murray N. Rothbard, Egalitarianism as a Revolt Against Nature and other Essays (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2000). <<
[28] Véase Murray N. Rothbard, “Law, Property Rights and Air Pollution”, Cato Journal 2, no. 1 (1982): pp. 55-99. <<
[29] Véase Murray N. Rothbard, Hacia una nueva libertad (Buenos Aires: Grito Sagrado, 2005). <<
[30] Véase Murray N. Rothbard, La ética de la libertad (Madrid: Unión Editorial, 1995). <<
[31] Una relación de autoridad es por ejemplo la de un profesor sobre un alumno o un padre sobre un hijo. No hay coerción en este caso, pues el poder se da mientras ambos consienten en mantener una relación, pudiendo abandonarse la relación a voluntad sin que la parte obediente pierda nada a lo que tenga derecho. La relación de influencia es la típica de la publicidad o el adoctrinamiento religioso o político y tampoco sería verdadero poder, pues puede ser resistida y no hay amenaza de daño en caso de no seguirla. <<
[32] Véase Joseph Stromberg, “Introduction to Man, Economy, and State with Power and Market”, en Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2004), pp. lxv-lxxi <<
[33] Véase Joseph T. Salerno, “The Ambition of Rothbard’s Treatise”, en Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market, 2nd ed. (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institue, 2009). Disponible en http://mises.org/story/3378. <<
[34] Una comparación entre ambos tratados puede verse en Shawn Ritenour, “Samuelson and Rothbard: Two Text and Two Legacies”, Quarterly Journal of Austrian Economics 8, no. 2 (Summer 2005): pp. 71-94. <<
[35] En el 2004 el Mises Institute publicó por primera vez una edición conjunta de ambas obras. Véase Murray N. Rothbard, Man, Economy and State with Power and Market (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2004). <<
[36] Véase Bryan D. Caplan, The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2007). <<
[37] Rothbard escribió originalmente este libro como el tercio final del manuscrito de 1,500 páginas para Man, Economy, and State. La longitud del manuscrito y las heterodoxas conclusiones políticas de su análisis del gobierno fueron sin embargo, demasiado para algunos, así que Man, Economy, and State y Poder y mercado se publicaron en volúmenes separados en 1962 y 1970. Ver Joseph Stromberg, “Introduction to Man, Economy, and State with Power and Market”, en Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market, Scholar’s edition (Auburn, AL: Mises Institute, 2004), pp. lxv–lxxi. <<
[38] Rothbard, p. 148 . <<
[39] Las opiniones de los economistas de la elección pública sobre el gobierno y la anarquía se presentan enEdward Stringham, ed., Anarchy, State, and Public Choice (Cheltenham, UK: Edward Elgar, 2006). <<
[40] Murray Rothbard, Power and Market (Kansas City, KS: Sheed Andrews and McMeel, 1970), p. vi. <<
[41] Rothbard, p. 9. <<
[42] Ver, por ejemplo, Randy Barnett, The Structure of Liberty: Justice and the Rule of Law (Oxford: Clarendon Press, 1998); Bruce Benson, The Enterprise of Law: Justice Without the State (San Francisco, CA: Pacific Research Institute for Public Policy, 1990), publicado en España como Justicia sin Estado (Madrid: Unión Editorial, 2000); Bruce Benson, To Serve and Protect: Pivatization and Community in Criminal Justice (New York: New York University Press, 1998); Hans-Hermann Hoppe, Theory of Socialism and Capitalism (Boston: Kluwer, 1989);Hans-Hermann Hoppe, Democracy—The God That Failed: The Economic and Politics of Monarchy, Democracy, and Natural Order (New Brunswick, NJ: Transaction Publishers, 2001), publicado en España como Monarquía, democracia y orden natural: una visión austríaca de la era americana (Madrid: Gondo, 2004); Hans-Hermann Hoppe, ed., The Myth of National Defense: Essays on the Theory and History of Security Production (Auburn, AL: Mises Institute, 2003); Anthony de Jasay, Against Politics: On Government, Anarchy, and Order (London: Routledge, 1997); Edward Stringham, ed., Anarchy, State, and Public Choice (Cheltenham, UK: Edward Elgar Publishing, 2006); Stringham, ed., Anarchy and the Law: The Political Economy of Choice (New Brunswick, NJ: Transaction Publishers, 2006). <<
[43] Richard H. Thaler and Cass R. Sunstein, “Libertarian Paternalism”, American Economic Review 93, no. 2 (May 2003): p. 175–179. <<
[44] Rothbard, Power and Market, p. 254. <<
[45] Ver Martin C. McGuire and Mancur Olson, “The Economics of Autocracy and Majority Rule: The Invisible Hand and the Use of Force”, Journal of Economic Literature 34, no. 1 (March 1996): pp. 72–96, y los argumentos de los economistas de la elección pública en Edward Stringham, ed., Anarchy, State, and Public Choice (Cheltenham, UK: Edward Elgar Publishing, 2006). <<
[46] Rothbard, p. 260. Ver también Benjamin Powell and Christopher Coyne, “Do Pessimistic Assumptions About Human Behavior Justify Government?”, Journal of Libertarian Studies 17 (Fall 2003): pp. 17–38. <<
[47] La cobertura de tantos temas le impide desarrollarlos con demasiado detalle. Esta amplitud de temas es, sin embargo, parte del atractivo de este libro. Desde esta perspectiva, la obra de Rothbard puede considerarse un trampolín para los estudios libertarios modernos sobre muchos asuntos. Rothbard escribió: “La explicación a lo largo de este libro es en buena parte teórica. No se ha intentado enumerar ejemplos institucionales actuales de intervención gubernamental, un intento que, por supuesto, requeriría demasiados tomos” (Poder y mercado [1970], p. VII). Las buenas noticias son que el paso inicial de Rothbard ofrece a los estudiosos libertarios de hoy una oportunidad para ejemplificar o extender la ideas teóricas de Poder y mercado. Por ejemplo, muchos de mis artículos sobre la aplicación privada de las normas hacen justamente eso: Edward Stringham, “Market Chosen Law”, Journal of Libertarian Studies 14, no. 1 (Winter 1998–1999): pp. 53–77; Stringham, “The Emergence of the London Stock Exchange as a Self-Policing Club”, Journal of Private Enterprise 17, no. 2 (2002): pp. 1–19; Stringham, “The Extralegal Development of Securities Trading in Seventeenth Century Amsterdam”, Quarterly Review of Economics and Finance 43, no. 2 (Summer 2003): pp. 321–344; Bryan Caplan and Edward Stringham, “Networks, Law, and the Paradox of Cooperation”, Review of Austrian Economics 16, no. 4 (December 2003): pp. 309–326; Brian Caplan and Edward Stringham, “Overlapping Jurisdictions, Proprietary Communities, and Competition in the Realm of Law”, Journal of Institutional and Theoretical Economics, a publicar. <<
[48] Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State (Princeton, NJ: D. Van Nostrand, 1962); reimpresiones de esta edición en 1970, 1993 y 2001; y Man, Economy, and State with Power and Market, Scholar’s Edition (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2004). <<
[49] Ver Bruno Leoni, La libertad y la ley (Madrid: Unión Editorial, 1995). También Murray N. Rothbard, “On Freedom and the Law”, New Individualist Review (Winter 1962): pp. 37-40. <<
[50] Supongamos que Smith, convencido de la culpabilidad de Jones se toma la justicia por su mano en lugar de seguir el procedimiento procesal. ¿Qué pasaría? En sí, esto sería legítimo y no punible como delito, pues ningún tribunal o empresa puede tener el derecho, en una sociedad libre, de usar la fuerza para defenderse más allá del derecho de legítima defensa de cada individuo. Sin embargo, Smith tendría que afrontar las consecuencias de una posible contrademanda y juicio por parte de Jones y tendría que soportar la pena criminal correspondiente si se determina que Jones era inocente. <<
[51] El Código Legal de una sociedad completamente libre simplemente recogería el axioma libertario: prohibición de cualquier violencia contra la persona o la propiedad de otro (excepto en la defensa la persona o propiedad de alguien), propiedad que se definiría como la propiedad de sí mismos más la de los recursos hallados, transformados o comprados o recibidos después de dicha transformación. La función del Código sería desarrollar las implicaciones de este axioma (por ejemplo, las secciones libertarias de la ley mercantil o civil permanecerían, mientras que las de carácter estatista desaparecerían). El Código se aplicaría, por tanto, a los casos concretos por medio de jueces en libre mercado, jueces que se comprometerían a aplicarlo. <<
[52] Man, Economy, and State (1962, pp. 883-886; 2004, pp. 1029-1036). <<
[53] Merlin H. Hunter and Harry K. Allen, Principles of Public Finance (New York: Harper & Bros., 1940), p. 22. <<
[54] Herbert Auberon and J. H. Levy, Taxation and Anarchism (London: The Personal Rights Association, 1912), pp. 2–3. <<
[55] Una persona puede recibir regalos, pero este es un acto unitario del donante, sin que implique acto alguno del receptor. <<
[56] Ver Franz Oppenheimer, The State (New York: Vanguard Press, 1914): <<
Hay fundamentalmente dos medios opuestos por los que una persona que necesite sustento intenta obtener los medios necesarios para satisfacer sus deseos. Son el trabajo y el robo, la labor propia y la apropiación por la fuerza de la labor de otros. (…) Yo propongo (…) llamar al trabajo propio y al intercambio equivalente del trabajo propio por el de otros “los medios económicos” para la satisfacción de necesidades, mientras que a la apropiación no correspondida del trabajo de otros la llamaré los “medios políticos”. (…) El Estado es una organización de los medios políticos. (pp. 24-27).
Ver también Albert Jay Nock, Our Enemy, the State (Caldwell, ID: Caxton Printers, 1946), pp. 59–62; Frank Chodorov, The Economics of Society, Government, and the State (1946) p. 64 y ss. Sobre el Estado en permanente conquista, ver ibíd., pp. 13-16, 111-117 y 136-140.
[57] Esto es algo que puede inferirse en sus escritos, más que encontrarse en forma explícita. Hasta donde sabemos, nadie ha categorizado o analizado sistemáticamente los tipos de intervención. <<
[58] Una visión estrecha de la “libertad” es una característica de hoy en día. En el léxico político de los Estados Unidos modernos, los “izquierdistas” defienden a menudo la libertad en el sentido de intervención autística, pero ven con benevolencia la intervención triangular. Por el contrario los “derechistas” se oponen enérgicamente a la intervención triangular, pero tienden a apoyar, o a mantenerse indiferentes ante la intervención autística. Ambos grupos son ambivalentes hacia la intervención binaria. <<
[59] En este caso sería mejor el término “castas” que el de “clases”. Las clases son cualquier grupo de unidades con ciertas propiedades en común. No hay razón para que entre en conflicto. ¿Hay necesariamente un conflicto entre la clase de hombres llamados Jones y los llamados Smith? Por otro lado, las castas son grupos creados por el Estado, cada uno con sus propios privilegios y tareas establecidos por la violencia. Las castas necesariamente entran en conflicto porque está establecido que algunas manden sobre otras. <<
[60] John C. Calhoun, A Disquisition on Government (New York: Liberal Arts Press, 1953), pp. 16-18, publicada en España como Disquisición sobre el gobierno (Madrid: Editorial Tecnos, 1996). Sin embargo, Calhoun no entendía la armonía de intereses en el libre mercado. <<
[61] Como ha escrito sagazmente el profesor Lindsay Rogers acerca de la opinión pública: <<
Antes de que Gran Bretaña adoptara el servicio militar en 1939, solo un 39% de los votantes lo aprobaba, una semana después de que la proposición de ley del servicio militar se convirtiera en ley, una encuesta mostraba que la aprobaba el 58%. Muchas encuestas en Estados Unidos han mostrado un aumento similar del apoyo a una norma tan pronto como se ha incluido en los códigos legales o se ha convertido en un decreto presidencial. (Lindsay Rogers, “‘The Mind of America’ to the Fourth Decimal Place”, The Reporter, June 30, 1955, p. 44).
[62] Esta coerción existiría incluso en las democracias más directas. Está doblemente presente en las repúblicas representativas, donde el pueblo nunca tiene la oportunidad de votar sobre asuntos, sino solo sobre los gobernantes. Solo pueden rechazar personas (y eso a largos intervalos) y si los candidatos tienen los mismos puntos de vista sobre los asuntos, el público no puede efectuar ningún tipo de cambio fundamental. <<
[63] Se dice a menudo que bajo las condiciones “modernas” de armas destructivas, etc., una minoría puede tiranizar permanentemente a una mayoría. Pero así se ignora el hecho de que esas armas pueden estar en manos de la mayoría o que los agentes de la minoría pueden amotinarse. A menudo no se comprende lo completamente absurdo de la creencia actual, por ejemplo, de que unos pocos millones puedan realmente tiranizar a unos cuantos cientos de millones de resistentes activos. Como indicaba agudamente David Hume: <<
Nada parece más sorprendente (…) que la facilidad con la que muchos son gobernados por pocos y la sumisión implícita con la que los hombres renuncian a sus propios sentimientos y pasiones en favor de los de sus gobernantes. Cuando inquirimos sobre qué medios se utilizan para que se produzca esta maravilla, descubrimos que como la Fuerza está siempre del lado del gobernado, los gobernantes no tienen nada que les apoye, salvo la opinión. Por tanto, el gobierno se basa en la opinión y esta máxima se extiende a los gobiernos más despóticos y más militarizados. David Hume, Essays, Literary, Moral and Political (London, n. d.), p. 23.
Ver también Etienne de La Boétie, Anti-Dictator (NewYork: Columbia University Press, 1942), pp. 8-9. Para un análisis de los tipos de opinión promovidos por el Estado para obtener el apoyo del público, ver Bertand de Jouvenel, On Power (New York: Viking Press, 1949), publicado en España como Sobre el poder (Madrid: Unión Editorial, 1998).
[64] Este análisis del apoyo de la mayoría se aplica a cualquier intervención de largo alcance realizada directa y abiertamente, se califique o no a los grupos como “Estados”. <<
[65] Ver Calhoun, Disquisition on Government, pp. 14, 18-19 y 23-33. <<
[66] En otros lugares hemos denominado este concepto como “preferencia demostrada”, hemos seguido su historia y hemos criticado conceptos en competencia. Ver Murray N. Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics”, en Mary Senholz, ed., On Freedom and Free Enterprise (Princeton, NJ: D. Van Nostrand, 1956), pp. 224 y ss. <<
[67] Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy (New York: Harper & Bros., 1942), pp. 258-60, publicado en España como Capitalismo, socialismo y democracia (Barcelona: Ediciones Folio, 1996). Ver también Anthony Downs, “An Economic Theory of Political Action in a Democracy”, Journal of Political Economy (April 1957): pp. 135–50. <<
[68] Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, p. 263. <<
[69] Para un explicación más detallada de estos puntos, ver Man, Economy, and State (1962, pp. 773-776; 2004, pp. 886-891). <<
[70] El soborno se convierte en necesario al poner el gobierno al intercambio fuera de la ley; un soborno es la venta, por parte del funcionario de la administración, del permiso para que se produzca un intercambio. <<
[71] Curiosamente, la destrucción gubernamental de parte del dinero de la gente siempre se produce después de que este haya generado nuevo dinero y lo haya usado para sus propios fines. El daño que el gobierno inflige al público tiene, por tanto, dos aspectos: (1) quita recursos al público, inflando la moneda y (2) después de que el dinero se haya filtrado al público, destruye parte de la utilidad de este. <<
[72] Ludwig von Mises, Human Action (New Haven, CT.: Yale University Press, 1949), pp. 432 n, 447, 469 y 776, publicado en España como La acción humana: tratado de economía (Madrid: Unión Editorial, 2007). <<
[73] Quizá una de las razones sea que los monopolios de acuñación de los Estados, en lugar de servir a los consumidores con las monedas que estos desean, designaron arbitrariamente unas pocas denominaciones a acuñar y circular. Una moneda de un peso ligeramente inferior se trataba entonces como una intrusa. <<
[74] Un ejemplo moderno de la imposibilidad de mantener en circulación monedas infravaloradas es la desaparición de los dólares, medios dólares y otras monedas de plata que circularon en los Estados Unidos en los años 1960. William F. Rickenbacker, Wooden Nickels (New Rochelle, NY: Arlington House, 1966). <<
[75] Sobre las leyes de curso legal, ver Lord Farrer, Studies in Currency 1898 (London: Macmillan & Co., 1898), p. 43; y Mises, Human Action, p. 432 n, 444 y 447. <<
[76] En los años recientes, se ha desarrollado el mito de que las leyes de usura estaban justificadas en la Edad Media porque se aplicaban a consumidores que tenían que pedir prestado más que a negocios productivos. Por el contrario, es precisamente el consumidor-prestatario de riesgo (quien más “necesita” el crédito), el más perjudicado por las leyes de usura, porque es quien se ve privado de crédito. Sobra las leyes de usura, ver Rudolph C. Blitz and Millard F. Long, “The Economics of Usury Regulation”, Journal of Political Economy (December 1965): pp. 608-619. <<
[77] Es interesante advertir que la mayor parte del “crimen organizado” se produce, no por invasiones de las personas y la propiedad (en la ley natural, lo mala per se), sino por intentos de evitar las prohibiciones del gobierno con el fin de satisfacer a la vez los deseos de consumidores y productores más eficientemente (lo mala prohibita). Los emprendedores de este último tipo constituyen los generalmente despreciados “mercaderes negros” y “mafiosos”. <<
[78] Cómo funciona el racionamiento (así como el sistema socialista en general), no ha sido más vívidamente retratado que en la novel de Henry Hazlitt The Great Idea (New York: Appleton-Century-Crofts, 1951), reimpresa como Time Will Run Back (New Rochelle, NY: Arlington House, 1967). <<
[79] Sobre las leyes de horarios máximos, ver W. H. Hutt, “The Factory System of the Early Nineteenth Century”, en F. A. Hayek, ed., Capitalism and the Historians (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1954), pp. 160-188. <<
[80] Ver Man, Economy, and State, capítulo 10, para una refutación de las teorías del monopolio en el libre mercado. <<
[81] Para un análisis interesante, aunque incompleto, de muchas de estas medidas (un área generalmente olvidada por los economistas), ver Fritz Machlup, The Political Economy of Monopoly (Baltimore, MD: Johns Hopkins Press, 1952), pp. 249-329. <<
[82] Las subvenciones, por supuesto, penalizan a los competidores que no las reciben y por tanto tienen decididamente un impacto monopolístico. Pero se analizan mejor como parte de la intervención presupuestaria binaria del gobierno. <<
[83] Ibíd. Sobre las licencias, ver también Thomas H. Barber, Where We Are At (New York: Charles Scribners’ Sons, 1950), pp. 89-93; George J. Stigler, The Theory of Price (New York: Macmillan & Co., 1946), p. 212, publicada en España como La teoría de los precios (Madrid: Edersa, 1968); y Walter Gellhorn, Individual Freedom and Governmental Restraints (Baton Rouge, LA: Louisiana State University Press, 1956), pp. 105-151 y 194-210. <<
[84] Un buen ejemplo del papel de una comisión en la prohibición de competidores eficientes en una industria es la decisión del Consejo de Aviación Civil de cerrar Trans-America Airlines (CAB, por sus siglas en inglés), a pesar de tener un nivel de seguridad perfecto. Trans-America fue pionera en las reducciones de tarifas para servicios de aviación. Sobre el CAB, ver Sam Peltzman, “CAB: Freedom from Competition”, New Individualist Review (Spring 1963): pp. 16-23. <<
[85] Es notable que escuchemos continuas quejas acerca de la “escasez” de doctores y profesores, pero raro que escuchemos quejas sobre escasez de trabajos no licenciados. Sobre la licenciación en medicina, ver Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1963), pp. 149-160, publicado en España como Capitalismo y libertad (Madrid: Rialp, 1966); Reuben A. Kessel, “Price Discrimination in Medicine”, Journal of Law and Economics (October 1958): pp. 20-53. <<
[86] Para un excelente análisis de los trabajos sobre estándares obligatorios de calidad, ver P. T. Bauer, West African Trade (Cambridge: Cambridge University Press, 1954), pp. 365-375. <<
[87] Para estudios de casos de los efectos de esos estándares de “calidad”, ver George J. Alexander, Honesty and Competition (Syracuse, NY: Syracuse University Press, 1967). <<
[88] Sobre la adulteración y el fraude, ver la completa exposición de Wordsworth Donisthorpe, Law in a Free State (London: Macmillan & Co., 1895), pp. 132-158. <<
[89] Algunas personas que generalmente apoyan el libre mercado defienden a la SEC y regulaciones similares basándose en que “elevan el aspecto moral de la competencia”. Sin duda, restringen la competencia, pero no puede decirse que “eleven el aspecto moral” si no se define adecuadamente la moralidad. ¿Cómo puede definirse la moralidad en la producción, salvo como un servicio eficiente al consumidor? ¿Y cómo puede alguien ser “moral” si se le prohíbe a la fuerza actuar de otra manera? <<
[90] Así la industria de la construcción está constituida de forma que muchos trabajadores son emprendedores cuasi independientes. Por tanto, los códigos de seguridad forman parte de las restricciones de los sindicatos de la construcción. <<
[91] Podríamos añadir aquí que en el libre mercado puro incluso el criterio de “peligro claro y presente” sería una definición demasiado laxa y subjetiva para un acto punible. <<
[92] Ver Stigler, Theory of Price, p. 211. <<
[93] Ver Henry George, Protection or Free Trade (New York: Robert Schalkenbach Foundation, 1946), pp. 37-44. Sobre el libre comercio y el proteccionismo, ver Leland B. Yeager and David Tuerck, Trade Policy and The Price System (Scranton, PA.: International Textbook Co., 1966). <<
[94] El impacto de un arancel es claramente mayor cuanto más pequeña sea el área geográfica que cubra. No tendría sentido un arancel que “protegiera” todo el mundo, al menos hasta que otros planetas se integren en nuestro comercio. <<
[95] Los defensores de los aranceles no quieren llevar tan lejos el argumento, pues está claro que todas las partes pierden drásticamente. Por otro lado, con un arancel más moderado, los “oligopolistas” protegidos por el arancel pueden ganar más (a corto plazo) al explotar a los consumidores locales que lo que pierden ellos mismos como consumidores. <<
[96] Nuestro ejemplo de dos personas es similar al usado por Frederic Bastiat en su aguda crítica al proteccionismo. Ver Frederico Bastiat, Economic Sophisms (Princeton, NJ: D. Van Nostrand, 1964), pp. 242-250, 202-209. Ver también “Un cuento chino” y la famosa “Petición de los fabricantes de velas”, ibíd., pp. 182-186, 56-60. Ver, asimismo, la crítica del arancel en Henry George, Protection or Free Trade, pp. 51-54; y Arthur Latham Perry, Political Economy (New York: Charles Scribners’ Sons, 1892), pp. 509 y ss. <<
[97] George, Protection or Free Trade, pp. 45-46. Sobre libre comercio y proteccionismos, ver también C. F. Bastable, The Theory of International Trade, 2nd ed. (London: Macmillan & Co., 1897), pp. 128-156; y Perry, Political Economy, pp. 461-533. <<
[98] F. W. Taussig, Principles of Economics, 2nd ed. (New York: Macmillan & Co., 1916), p. 527, publicado en España como Principios de economía (Madrid: Espasa-Calpe). <<
[99] Mises, Human Action, p. 506. <<
[100] Ver también W. M. Curtiss, The Tariff Idea (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1953), pp. 50-52. <<
[101] Muchos Estados han impuesto restricciones a la emigración a sus sujetos. No son monopolísticas: probablemente están motivadas por un deseo de mantener a contribuyentes y reclutas dentro de la jurisdicción del Estado. <<
[102] Es instructivo estudiar los argumentos de esos congresistas “internacionalistas” que defienden cambios en las barreras inmigratorias de Estados Unidos. Los cambios propuestos ni siquiera remotamente sugieren la eliminación de estas barreras. <<
[103] Los partidarios del “libre mercado” que también defienden las barreras inmigratorias en pocos casos ven las implicaciones de su postura. Ver el apéndice B, sobre “Coerción y Lanbensraum”. <<
[104] Oscar W. Cooley and Paul Poirot, The Freedom to Move (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1951), pp. 11-12. <<
[105] Para una brillante exposición acerca de las leyes antitrabajo infantil en las fábricas británicas del principio del siglo diecinueve, ver Hutt “The Factory System”. Sobre las ventajas del trabajo infantil ver también D. C. Coleman, “Labour in the English Economy of the Seventeenth Century”, The Economic History Review (April 1956): p. 286. <<
[106] Una noticia ejemplifica la conexión entre las leyes de trabajo infantil y las restricciones salariales a los adultos, especialmente para los sindicatos: <<
A través de la cooperación de 26,000 tenderos, además de sindicatos, miles de niños tendrán la oportunidad de ganar dinero para sus gastos veraniegos, según informó ayer el Diputado de la Comisión de Policía James B. Notan, presidente de la Liga Atlética de la Policía. (…) El programa ha sido desarrollado por la LA, con la asistencia de Grocer Graphic, un periódico de negocios. Raymond Bill, su editor, explicó que miles de comercios pueden emplear uno y a veces dos o tres chicos en trabajos esporádicos que no interfieran con los trabajos sindicados. New York Daily News, July 19, 1955. (Las itálicas son mías). Ver también Paul Goodman, Compulsory Mis-Education and the Community of Scholars (New York: Vintage Books, 1964), p. 54.
[107] Ver también James C. Miller III, ed., Why the Draft? (Baltimore, MD: Penguin Books, 1968). <<
[108] Sobre las leyes de salario mínimo, ver Yale Brozen and Milton Friedman, The Minimum Wage: Who Pays? (Washington, DC: The Free Society Association, 1966). Ver asimismo John M. Peterson and Charles T. Stewart Jr., Employment Effects of Minimum Wage Rates (Washington, DC: American Enterprise Institute, 1969). <<
[109] La retención de impuestos es un ejemplo de medida de “tiempos de guerra” que ahora parece ser una parte indestructible de nuestro sistema tributario: obliga a las empresas a ser recaudadoras del gobierno sin cobrar por ello. Es por tanto un tipo de intervención binaria que penaliza particularmente a las empresas pequeñas, que se ven más influenciadas proporcionalmente por los requisitos generales de llevar sus negocios. <<
[110] Para un desarrollo de esta idea, ver Man, Economy, and State, capítulo 10. <<
[111] Ver John Scoville and Noel Sargent, Fact and Fancy in the T.N.E.C. Monographs (New York: National Association of Manufacturers, 1942), pp. 298-321, 671-674. <<
[112] F. A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1948), capítulo 5. <<
[113] Las ordenanzas municipales contra la “vagancia” o la “holgazanería” son sin duda un inicio en esta dirección y se usan para imponer trabajos forzados entre los sectores más pobres de la población. <<
[114] Isabel Paterson, The God of the Machine (New York: G. P. Putnam’s Sons, 1943), pp. 172, 175. Ver también Scoville and Sargent, Fact and Fancy in the T.N.E.C. Monographs, pp. 243-244. <<
[115] Paterson, The God of the Machine, pp. 176-177. <<
[116] Paul de Rousiers, Les Industries Monopolisées aux Etats-Unis, citado en Gustave de Molinari, The Society of Tomorrow (New York: G. P. Putnam’s Sons, 1904), p. 194. <<
[117] Ver United States Steel Corporation, T.N.E.C. Papers (New York: U.S. Steel Corp., 1940), II, 102–135. <<
[118] Ver William M. Simon, “The Case Against the Federal Trade Commission”, University of Chicago Law Review (1952): pp. 320-322. Sobre los puntos básicos, ver también Scoville and Sargent, Fact and Fancy in the T.N.E.C. Monographs, pp. 776-782; Wayne A. Leeman, “Review of Paul Giddens’ Standard Oil Company (Indiana)”, American Economic Review (September 1956): p. 733; y Donald Dewey, “A Reappraisal of F.O.B. Pricing and Freight Absorption”, Southern Economic Journal (July 1955): pp. 48-54. <<
[119] Los economistas no se han ocupado hasta hace muy poco de las leyes de conservación de la naturaleza, dejando el terreno libre a los “conservacionistas” románticos. Empero, véase el brillante análisis de Anthony Scott, “Conservation Policy and Capital Theory”, Canadian Journal of Economics and Political Science (November 1954): pp. 504-513; y Scott, Natural Resources: The Economics of Conservation (Toronto: University of Toronto Press, 1955); ver asimismo Mises, Human Action, pp. 652-653. <<
[120] Scout apunta que esta actitud se basa en la despectiva e injustificada opinión de que las generaciones futuras no serán tan competentes como para cuidar de sí mismas como las actuales. Ver Scott, Natural Resources, p. 94. <<
[121] Como se pregunta Scott: ¿Por qué acordar “preservar recursos tal y como estarían en ausencia de aprovechamientos humanos?”. Scott, “Conservation Policy”, p. 513. Más aun: “Las mayoría de [nuestro] progreso se ha producido convirtiendo recursos naturales en formas de riqueza más deseables. Si el hombre hubiera valorado los recursos naturales por encima del propio producto, sin duda hubiera permanecido salvaje, practicando el ‘conservacionismo’”. Scott, Natural Resources, p. 11. Si lo lógico de los aranceles es que destruyan el mercado, lo lógico de las leyes de conservación de la naturaleza es que destruyan toda la producción y consumo humanos. <<
[122] Estrictamente, los inversores intentarán maximizar sus “índices internos de retorno”, pero maximizar el valor presente es suficiente para nuestros propósitos. Sobre la diferencia entre los dos objetivos en el pensamiento “austriaco” y “neoclásico”, ver André Gabor and I. F. Pearce, “A New Approach to the Theory of the Firm”, Oxford Economic Papers (October 1952): pp. 252-265. <<
[123] Sin embargo, en algunos casos preferencias temporales más bajas y mayor actividad inversora mermará más rápidamente los recursos naturales, si hay una demanda especialmente grande para su uso en la nueva actividad. Esto sería especialmente cierto en recursos como el carbón y el petróleo. Ver Sciott, Natural Resources, pp. 95-97. <<
[124] Los emprendedores con poca capacidad de previsión son rápidamente desplazados de sus posiciones por medio de las pérdidas. Es curioso que el “problema de los Okies” de los 1930, ampliamente publicitado como un ruego por leyes de conservación y el resultado del “capitalismo cruel”, realmente se originó por el hecho de que malos emprendedores (los Okies) cultivaron tierra sin valor y submarginal. La inversión forzosa en “conservación” de esta tierra submarginal o la subvención gubernamental a los “Okies” habría agravado una dislocación que el mercado rápidamente eliminó. Además, buena parte de la erosión de los terrenos estadounidenses se produjo por no proteger los derechos completos de propiedad privada sobre el terreno. Los granjeros arrendatarios, que se trasladaban cada pocos años, a menudo exprimían el capital de las propiedades de los terratenientes, desperdiciando recursos, a falta de una obligación adecuada de cumplir con la necesidad contractual de devolver intacta la tierra a su propietario. Ver Scott, Natural Resources, pp. 118 y 168. <<
[125] Un activista conservacionista típico era J.D. Brown, a quien, en 1832, le preocupaba el consumo de madera: “¿De dónde obtendremos los suministros de madera para mantener nuestra armada dentro de cincuenta años?” Citado por Scott, Natural Resources, p. 37. Scott también apunta que los críticos nunca parecen darse cuenta de que la madera puede comprarse en el extranjero. Scott, “Conservation Policy”. <<
[126] Este sistema fue tímidamente bosquejado en la Ley de Exención de la Propiedad (Homestead Law) de 1862. Sin embargo, esta ley imponía un máximo arbitrario e injustificado al tamaño de la granja que podía apropiarse el primer usuario. Esta limitación tuvo el efecto de anularla en el lejano oeste, donde la cantidad mínima de terreno para pasto de ganado era mucho mayor que el que permitía anticuado máximo legal. Además, las limitación máxima y el requisito de que la tierra se utilizara para granja llevó a la misma “devastación” de los bosques que ahora los conservacionistas deploran, pues dificultaba la propiedad privada de grandes extensiones de bosque. <<
[127] Ver E. Louise Pefer, The Closing of the Public Domain (Stanford, CA: Stanford University Press, 1951), pp. 25-27. Sobre las ventajas de la propiedad privada de territorios a ocupar, ver la petición de la Asociación de Ganaderos de América de marzo de 1902, ibíd., pp. 78-79. Ver también Samuel P. Hays, Conservation and the Gospel of Efficiency (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1959), pp. 50-51. El error del gobierno de no extender el principio de ocupación a áreas más grandes tuvo otro importante efecto social: llevó a constantes disputas entre los usuarios, los ganaderos y otros ocupantes que llegaron más tarde y reclamaron su “justa porción” del terreno libre. <<
[128] Para una ejemplar explicación sobre los derechos de propiedad privada de la pesca, ver Gordon Tullock, The Fisheries (Columbia, SC: University of South Carolina Bureau of Business and Economic Research, February 1962). Ver también Anthony Scott, “The Fishery, A Sole Resource”, Journal of Political Economy (April 1955), y Scott, Natural Resources, pp. 117-129. <<
[129] Una alta demanda del producto incrementa el valor del recurso y por tanto estimula su preservación, la inversión en él y su exploración. Las fuentes de oferta de alto coste se explotarán en este caso, generando un aumento en la oferta efectiva del producto en el mercado. Ver Scott, Natural Resources, p. 14. <<
[130] Ibíd., pp. 21-22. <<
[131] Hay otra similitud entre aranceles y leyes de conservación: ambas pretenden una autarquía nacional y ambas tratan de potenciar las industrias locales o nacionales mediante intervenciones coactivas en el libre mercado. <<
[132] Para un análisis de la propiedad de terrenos del gobierno y de las propiedades del gobierno en general, ver más adelante. <<
[133] En el libre mercado, la curve de demanda para cada empresa en equilibrio debe ser elástica por encima del precio de equilibrio: de otra forma, reduciría la producción. Por supuesto, esto no significa que la curva de demanda para toda la industria deba ser elástica. Cuando nos referimos a un posible precio de monopolio, la curva de demanda consultada por cada empresa monopolística es la suya propia. <<
[134] Otro ejemplo de creación gubernamental de una ganancia de monopolio en tierra lo citó el economista georgista Mason Gaffney: “Los ayuntamientos de todo el país han mantenido a propósito ‘tierras muertas’ fuera del mercado, con el propósito declarado de ‘proteger’ otros precios de terrenos’. Gaffney cita a la presidencia de la Sociedad Americana de Funcionarios Planificadores advirtiendo de que una tercera parte del terreno urbano disponible “dejará de ser propiedad privada de forma más o menos permanente” con el fin de mantener altos los valores del terreno de los propietarios de los restantes dos tercios. Gaffney concluye: “Siguiendo esta advertencia, muchos gobiernos estatales y locales evitan volver a usar terrenos recibidos como pago de impuestos”. Mason Gaffney, “Vituperation Well Answered”, Land and Liberty (December 1952): p. 126; reimpreso en Spencer Heath, Progress and Poverty Reviewed 2nd ed. (New York: The Freeman, 1953). <<
[135] Pfefer, Closing of the Public Domain, p. 54. El senador H. C. Hansbrough también apuntaba que las ferroviarias pagaban $45,000 al año a una importante revista conservacionista, The Talisman, y financiaban el lobby conservacionista de Washington. H. C. Hansbrough, The Wreck: An Historical and Critical Study of the Administrations of Theodore Roosevelt and William Howard Taft (1913), p. 52. <<
[136] J. H. Cox, “Organization of the Lumber Industry in the Pacific Northwest, 1889–1914”. Ph. D dissertation, University of California, 1937), pp. 174-177; citado en Pfefer, Closing of the Public Domain, p. 57. Ver también Hays, Conservation and the Gospel of Efficiency. <<
[137] Sobre patentes y derechos de autor, ver Man, Economy, and State (1962, pp. 652-660 y 745-754). <<
[138] La patente fue instituida en Inglaterra por el rey Carlos I como un medio evidente de evitar la prohibición parlamentaria de concesión de monopolios en 1624. <<
[139] Arnold Plant, “The Economic Theory Concerning Patents for Inventions”, Economica (February 1934): p. 44. <<
[140] Sobre lo absurdo del mismo concepto de “servicio público” y la imposibilidad de definirlo, así como para una excelente crítica de la regulación de los servicios públicos por el gobierno, ver Arthur S. Dewing, The Financial Policy of Corporations, 5th ed. (New York: Ronald Press, 1953), capítulo 1, pp. 309-310, y el resto de este capítulo. <<
[141] Es inevitable que alguien apunte al problema de que las compañías de ferrocarriles o carreteras deban pagar “precios de extorsión” al hombre que “solo” tiene la propiedad que queda en su camino. Pero esta misma gente no se queja (y hace bien) del hecho de que el valor de las propiedades se haya incrementado en los centros de las ciudades, beneficiándose así a alguien que “solo” tiene su propiedad. El hecho es que toda propiedad está disponible para quien la encuentre o la compre, si el propietario es estos casos se ve penalizado por especular, todos los empresarios deben ser penalizados por su correcta previsión de eventos futuros. Además, el progreso económico genera ganancias a los factores originales (tierra y trabajo). Mantener el precio del suelo artificialmente bajo es favorecer su sobreexplotación y el gobierno está por tanto imponiendo de hecho un precio máximo al terreno en cuestión. <<
[142] Excepto por el hecho de que la tesis de la expropiación es aun más endeble, pues los georgistas al menos exceptúan o tratan de exceptuar de la demanda social las mejoras que el propietario haya hecho. <<
[143] Ver más abajo acerca del mito de la propiedad pública. Como apuntaba Banjamin R. Tucker hace unos años, la tesis de “iguales derechos” (o de la expropiación) de los georgistas lleva lógicamente, no a un Impuesto Único, sino al derecho de cada individuo de apropiarse su parte teórica de valor en el territorio de cualquier otro. La apropiación por el Estado de este valor se convierte así en simple robo de los derechos de otro, más que en la sola reclamación del propietario de la tierra. Ver Benjamin R. Tucker, Individual Liberty (New York: Vanguard Press, 1926), pp. 241-242. <<
[144] Lo mismo puede decirse de una licencia oficial: el pago de una empresa por una licencia es su única forma de existir. Una firma licenciada no puede considerarse como una parte que busca un privilegio monopolístico salvo que haya colaborado en el cabildeo para el establecimiento o continuación de la ley de licencias, como suele ocurrir. <<
[145] Sin embargo, los historiadores tristemente se equivocan si ignoran que la motivación para el monopolio para que el Estado apruebe esas medidas. Los historiadores que están a favor del libre mercado a menudo olvidan este problema y así quedan expuestos a acusaciones de que “defienden el monopolio del capital”. Por supuesto, en realidad los defensores del libre mercado son “pronegocios” pues están a favor de cualquier relación voluntaria solo cuando se realice en el libre mercado. Se oponen a las concesiones gubernamentales de privilegios monopolísticos a empresas u otros porque así el negocio deja de ser libre, sino parte del Estado coercitivo. Sobre las responsabilidades de las empresas por intervenciones que se consideran generalmente como “antinegocio”, ver Gabriel Kolko, The Triumph of Conservatism (Glencoe, IL: The Free Press, 1963), y Kolko, Railroads and Regulations, 1877–1916 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1965). Ver también James Weinstein, The Corporate Ideal in the Liberal State: 1900–1918 (Boston, MA: Beacon Press, 1968). <<
[146] Walter Lippmann, The Good Society, 3rd ed. (New York: Grosset and Dunlap, 1943), pp. 277 y ss. <<
[147] Es verdad que la responsabilidad limitada ante pleitos es una concesión ilegítima de un privilegio especial, pero esta no es una porción importante de la responsabilidad total de una corporación. <<
[148] Ver Herbert Spencer, Social Statics (New York: D. Appleton, 1890), pp. 438-439. Para ver ejemplos de acuñación privada con éxito B. W. Barnard, “The Use of Private Tokens for Money in the United States”, Quarterly Journal of Economics 31, no. 4 (1917): pp. 617–626; Charles A. Conant, The Principles of Money and Banking (New York: Harper & Bros., 1905), vol. 1, pp. 127–132; y Lysander Spooner, A Letter to Grover Cleveland (Boston: Benjamin R. Tucker, 1886), p. 79. <<
[149] Ver Man, Economy, and State (1962, pp. 850-878; 2004, pp. 989-1023). <<
[150] Por tanto, el chocante título del texto de Mr. Chodorov, Los impuestos son un robo, es praxeológicamente adecuado. Ver Frank Chodorov, Taxation is Robbery (Chicago, IL: Human Events Associates, 1947), reimpreso en Chodorov, Out of Step (New York: Devin-Adair, 1962), pp. 216-239. Como dice Chodorov: <<
Un estudio histórico de la fiscalidad lleva inevitablemente al saqueo, la sumisión, el rescate: el fin económico de la conquista. Los barones que ponían peajes a lo largo del Rin eran cobradores de impuestos. Igualmente lo eran las bandas que “protegían”, por una tasa obligatoria, a las caravanas que iban al mercado. Los daneses que se invitaban cada cierto tiempo a Inglaterra y permanecían como invitados indeseados hasta que cobraban, lo llamaron Danenegeld: durante mucho tiempo permaneció como la base de los impuestos ingleses a la propiedad. Los conquistadores romanos introdujeron la idea de que lo que cobraban a la gente era solamente un pago por mantener la ley y el orden. Durante muchos años los conquistadores normandos cobraron un tributo abusivo a los ingleses, pero cuando el proceso natural de asimilación de los dos pueblos creó una nación, los cobros se regularon mediante la ley y la costumbre y se les denominó impuestos. (Ibíd., p. 218).
[151] Si un funcionario recibe un salario de $5,000 al año y paga $1,000 en “impuestos” al gobierno, es evidente que simplemente está recibiendo un salario de $4,000 y no paga impuestos en absoluto. Los responsables del gobierno simplemente han elegido un dispositivo contable complejo y engañoso para que parezca que paga impuestos como cualquier otra persona que obtenga un ingreso similar. El acuerdo de la ONU, en el que todos sus empleados están exentos de cualquier impuesto, es mucho más sincero. <<
[152] El cambio no se hará necesariamente, ni siquiera probablemente, de una a otra directamente. Lo normal es que los factores se trasladen del bacalao a otra industria relacionada y al armamento desde otras líneas relacionadas. <<
[153] El efecto difusor de la inflación difiere del de los impuestos en dos aspectos: (a) no es compatible con un equilibrio a largo plazo y (b) el nuevo dinero siempre beneficia a la primera mitad receptora de este y perjudica a la otra mitad. La difusión de los impuestos tiene el mismo efecto, pero los cambios alteran la incidencia en los cálculos finales. <<
[154] Por otro lado, como los funcionarios normalmente no consumen los productos directamente, normalmente creen que actúan en nombre de los consumidores. De ahí que sus elecciones tiendan a grandes errores. Alec Nove ha apuntado que aunque esas elecciones fueran simplemente las preferencias de consumo de los propios planificadores, tampoco dejarían de cometer errores muy graves. Así que las elecciones de los funcionarios ni siquiera tiene la virtud de satisfacer sus propias preferencias de consumo. Alec Nove, “Planners’ Preferences, Priorities, and Reforms”, Economic Journal (June 1966): pp. 267-277. <<
[155] Hay otros dos tipos de ingresos consistentes con la neutralidad y un mercado completamente libre: las multas a los criminales y la venta de productos del trabajo de los convictos. Ambos son métodos para que los delincuentes paguen el coste de sus propias detenciones. <<
[156] Ver más arriba y Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics,” pp. 250–251. <<
[157] Podría objetarse que, aunque los funcionarios son exclusivamente explotadores y no productores, otros grupos subvencionados pueden ser asimismo productores. Sin embargo, su explotación se extiende en la medida en que son consumidores netos de impuestos más que contribuyentes. Sus otras actividades productivas no tienen nada que ver. <<
[158] Normalmente no se puede, por supuesto, y el resultado sería equivalente a un impuesto especial sobre algunos tipos de ventas, pero no sobre otras. <<
[159] Mientras que una impuesto especial parcial de impuestos puede acabar causando una caída en la oferta y por tanto un aumento en el precio del producto, no hay forma de que los recursos puedan evitar un impuesto general, salvo mantenerlos ociosos. Dado que, como veremos, un impuesto a las ventas es un impuesto a los ingresos, el aumento del coste de oportunidad del ocio puede impulsar a algunos trabajadores a este y así rebajar la cantidad de bienes producidos. En este caso tan poco normal, los precios subirían. Ver el artículo pionero de Harry Gunnison Brown, “The Incidence of a General Sales Tax”, reimpreso en R. A. Musgrave y C. S. Shoup, eds., Readings in the Economics of Taxation (Homewood, IL: Richard D. Irwin, 1959), pp. 330-339. Es el primer ataque contemporáneo a la falacia de que los impuestos a las ventas se repercuten, aunque Brown, desafortunadamente, atenúa las consecuencias de su tesis hacia el final del artículo. <<
[160] Por supuesto, si aumenta la oferta de dinero y se expande el crédito, los precios pueden subir de forma que los salarios dejen de estar por encima del valor marginal descontado de los productos. <<
[161] Si el gobierno no gasta todo su beneficio, se añade deflación al impacto de la fiscalidad. Ver a continuación. <<
[162] Por ejemplo, véase E. R. A. Seligman, The Shifting and Incidence of Taxation, 2nd ed. (New York: Macmillan & Co., 1899), pp. 122-133. <<
[163] Frank Chodorov, en su libro The Income Tax—Root of All Evil (New York: Devin-Adair, 1954), olvida indicar qué otro tipo de impuesto sería “mejor” desde un punto de vista del libre mercado que el impuesto sobre la renta. Queda claro por nuestra exposición que realmente hay pocos impuestos que no sean tan malos como el impuesto sobre la renta desde el punto de vista de un defensor del libre mercado. Sin duda los impuestos a las ventas y los especiales no serían mejores. Además, Chodorov está sin duda equivocado cuando considera a los impuestos sobre la renta y la herencia como los únicos que afectan al derecho a la propiedad privada. Todos los impuestos afectan a los derechos de propiedad y no hay nada en un “impuesto indirecto” que deje menos clara esa influencia. Es verdad que un impuesto sobre la renta obliga al sujeto a mantener registros y declarar sus negocios personales, imponiendo así una mayor pérdida de utilidad. Sin embargo, el impuesto sobre las ventas también obliga a llevar registros: la diferencia es de grado más que de tipo, pues este solo afecta a los dueños de comercios en lugar de a la generalidad de la población. <<
[164] Quizá la razón de la inmerecida popularidad del concepto de elasticidad es que los economistas necesitan emplearlo en su inútil búsqueda de leyes y mediciones cuantitativas en economía. <<
[165] Incluso el impuesto oficial es poco uniforme, intercalando cargas y excepciones. Ver más adelante la exposición sobre la uniformidad en los impuestos. <<
[166] Ver C. Lowell Harriss, “Public Finance”, en Bernard F. Haley, ed., A Survey of Contemporary Economics (Homewood, IL: Richard D. Irwin, 1952), vol. 2, p. 264. Para un ejemplo práctico, ver P. T. Bauer, “The Economic Development of Nigeria”, Journal of Political Economy (October 1955): pp. 400 y ss. <<
[167] Estos gastos los comanda el gobierno y no la libre acción de los individuos. Por tanto solamente deben satisfacer la utilidad (o se espera que la satisfagan) de los funcionarios gubernamentales y no podemos estar seguros de que satisfagan a nadie más. Por el contrario, los keynesianos clasifican todo gasto del gobierno empleando recursos como “inversión”, basándose en que, al igual que los gastos de inversión, son “independientes” y están ligados pasivamente a ingresos por medio de una “función” psicológica. <<
[168] Así, ver Irving and Herbert W. Fisher, Constructive Income Taxation (New York: Harper & Bros., 1942). “Doble” se usa en el sentido de dos instancias, no como el doble aritmético. <<
[169] Aunque tiene mucho mérito la crítica del profesor Due de esta posición general, se equivoca a creer que la gente puede poseer capital por sí mismo. Si la gente, a causa de la incertidumbre del futuro, desea guardar su riqueza porque alivia el riesgo, la guardarán en su forma más comercializable: dinero líquido El capital es mucho menos comercializable y solo se desea por sus frutos en bienes de consumo y las ganancias de las ventas de dichos bienes. John F. Due, Government Finance (Homewood, IL: Richard D. Irwin, 1954), pp. 123-125, 368 y ss. <<
[170] Estos economistas generalmente no continúan y defiende los impuestos al consumo como único ingreso “real”. Para una explicación ulterior sobre un impuesto al consumo, ver más adelante. <<
[171] Así, uno de los argumentos habituales de los conservadores contra el impuesto de la renta progresivo (ver más adelante) es que los ahorros se gravarían en mayor proporción que el consumo; muchos de estos autores dejan al lector con la idea de que si se gravara más duramente el consumo (presente), estaría bien. Aun así, ¿qué hace más aceptable el consumo futuro respecto del presente y qué principio adoptan estos economistas que les permite alterar por la fuerza los grados de preferencia temporal entre presente y futuro? <<
[172] Algunos autores han apuntado que la penalización disminuye el consumo futuro respecto del que debería ser, reduciendo la oferta de bienes y subiendo los precios a los consumidores. Sin embargo difícilmente podemos llamar a esto “traslado”, sino más bien una manifestación del efecto definitivo del impuesto en reducir los niveles de vida de los consumidores respecto de nivel del libre mercado. <<
[173] No debe deducirse que este autor sea partidario de la imposición uniforme. De hecho criticaremos más adelante la uniformidad como ideal imposible de obtener. (Un objetivo ético absolutamente imposible de obtener es un objetivo absurdo; en este sentido debe apelar no a las exhortaciones éticas, sino a la crítica praxeológica de la posibilidad de alcanzar ciertos objetivos éticos). Sin embargo, es analíticamente más conveniente tratar los distintos tipos de impuestos a los ingresos en relación con un tratamiento informe de todos los ingresos. <<
[174] Para simplificar, suponemos que este ingreso es beneficio puro y que los ingresos por intereses ya se han producido. Solo el beneficio puro incrementa el valor del capital, pues en la sociedad girando constantemente no habrá ahorros netos y el ingreso por intereses solo paga por mantener la estructura intacta del ingreso del capital. <<
[175] Para una explicación sobre los impuestos sobre capital acumulado, ver más adelante. <<
[176] Ver Due, Government Finance, p. 146. <<
[177] Otro problema de gravar mediante impuestos las ganancias acumuladas de capital es que el ingreso no se realiza directamente en dinero. La fiscalidad uniforme de las rentas en especie, así como los ingresos psicológicos, suponen problemas insuperables, como veremos después. Sin embargo, igual que puede haber impuestos sobre los equivalentes monetarios imputados a rentas en especie, puede haber impuestos sobre ganancias acumuladas de capital. <<
[178] Harold M. Groves, Financing Government (New York: Henry Holt, 1939), p. 181. <<
[179] La renta irregular genera el mismo problema que la ganancia realizada irregular de capital. La dificultad puede resolverse en ambos casos por la solución sugerida de promediar en ingreso en varios años y pagar impuestos anualmente sobre el promedio. <<
[180] Fisher and Fisher, Constructive Income Taxation. <<
[181] Tampoco el atesoramiento recibe ningún estímulo especial, pues este finalmente se acaba convirtiendo en consumo. Es cierto mantener dinero en efectivo produce un beneficio, pero la base para mantener ese efectivo es siempre la perspectiva de consumirlo en el futuro. <<
[182] De la misma manera, el atractivo del impuesto sobre las ventas reside en el hecho de que no puede ser progresiva, reduciendo así el impacto de la fiscalidad sobre la renta en las clases más pudientes. <<
[183] Ver Groves, Financing Government, p. 64. <<
[184] El valor final del capital no es de $8,000, pues el impuesto sobre la propiedad grava el 1% del valor final. El impuesto no permanece en el 1% del capital original de $10,000. El valor del capital caerá a $8,333. El importe del impuesto sobre la propiedad será de $83, el retorno anual será de $417 y el tipo anual de retorno un 5% sobre el capital de $8,333. La fórmula algebraica para llegar a este resultado es la que sigue: Si C es el valor de capital a determinar, i el tipo de interés y R la renta anual de la propiedad, cuando no hay impuestos:
iC = R
Cuando se fija el impuesto sobre la propiedad, el retorno neto es la renta menos la tasa fiscal anual, T, o sea:
iC = R - T
En este impuesto sobre la propiedad buscamos un tipo fijo sobre el valor de la propiedad, así que:
iC = R – tC,
donde t es igual al tipo impositivo sobre el valor de la propiedad. Despejando, C=R/i+t, el nuevo valor de capital es igual a la renta anual dividida por el tipo de interés más el tipo impositivo. En consecuencia, el valor del capital queda más por debajo del valor original cuanto mayor sean (a) el tipo de interés y (b) el tipo impositivo. <<
[185] Sobre la capitalización de impuestos, ver Seligman, Shifting and Incidence of Taxation, pp. 181-185, 261-264. Ver también Due, Government Financing, pp. 382-386. <<
[186] Esta distorsión de la localización se produciría igualmente con otros tipos de impuestos. Así, un impuesto sobre la renta superior en la región A que en la región B induciría a los trabajadores a moverse de A a B, con el fin de equilibrar los salarios netos después de impuestos. La localización de la producción se distorsiona en comparación con el libre mercado. <<
[187] Acerca de hasta qué punto las clases con menores ingresos pagan realmente impuestos en los Estados Unidos de hoy, ver Gabriel Kolko, Wealth and Power in America (New York: Frederick A. Praeger, 1962), capítulo 2. <<
[188] Cf., Bertrand de Jouvenel, The Ethics of Redistribution (Cambridge: Cambridge University Press, 1952). <<
[189] Ver Murray N. Rothbard, The Single Tax: Economic and Moral Implications (Irvington-on-Hudson, N.Y.: Foundation for Economic Education, 1957); también ídem, A Reply to Georgist Criticisms (mimeografiado MS., Foundation for Economic Education, 1957). <<
[190] George lo expresaba así: <<
Abolir los impuestos, que tal y como actúan y reaccionan afectan a las ruedas del comercio y presionan a todas las formas de industrias, sería como eliminar un enorme peso sobre un poderoso muelle. Imbuida de fresca energía, la producción empezaría una nueva vida y el comercio recibiría un estímulo que se sentiría en sus arterias más remotas. El método fiscal actual (…) opera sobre la energía y la industria y la destreza y el ahorro como una multa a estas cualidades. Si he trabajado más duro y me he construido una buena casa mientras otros se conforman con vivir en una chabola, el recaudador viene anualmente a hacerme pagar una multa por mi energía e industria, haciéndome pagar más que el otro. Si he ahorrado mientras otros derrochan, me multan mientras ellos están exentos. (…) Decimos que queremos capital, pero si alguien lo acumula o nos lo trae, le gravamos por ello como si le hubiéramos dado un privilegio. (…) Abolir estos impuestos sería aliviar el enorme peso de los impuestos sobre la industria productiva. (…) En lugar de decir al productor, como ahora, “¡Cuanto más añadas a la riqueza general, más pagarás en impuestos!”, el Estado diría al productor, “Sé tan industrioso, tan ahorrador, tan emprendedor como quieras, obtendrás tu recompensa íntegra (…) no te recaudaremos por añadir riqueza al total”. Henry George, Progress and Poverty (New York: Modern Library, 1929), publicado en España como Progreso y pobreza (Barcelona: Cedel, 1977), pp. 434-435).
[191] Es difícil acusar al propio George por el flojo tratamiento del tiempo, pues este solo podía contar con las teorías económicas clásicas, que tenían el mismo defecto. De hecho, comparado con la escuela clásica. George avanzó en muchas áreas de la teoría económica. La Escuela Austriaca, como su análisis definitivo del tiempo está en sus inicios cuando George formula su teoría. Hay menos excusas para sus seguidores modernos, que han ignorado en buena medida los avances en economía desde 1880. Sobre las contribuciones de George, ver Leland B. Yeager, “The Methodology of George and Menger”, American Journal of Economics and Sociology (April 1954): pp. 233-239. <<
[192] Phil Grant, The Wonderful Wealth Machine (New York: Devin-Adair, 1953), pp. 105-107. <<
[193] Para una crítica de la peculiar teoría de interés del George, ver Böhn-Bawerk, Capital and Interest (New York: Brentano’s, 1922), pp. 413-420, especialmente la p. 418, sobre la capitalización del terreno ocioso. <<
[194] Ver Frank Knight:
La gente mantiene terrenos “especulativamente” por una expectativa de un mayor valor. Es un servicio social, que tiende a poner la propiedad en manos quienes mejor saben manejar el terreno para que este aumente de valor. (…) Obviamente estos no necesitan mantenerlo ocioso para aumentarlo y no lo harán si hay una clara oportunidad de uso remunerativo. (…) Si el propietario de un terreno que tiene un valor por su uso, no usa este, es por la incertidumbre sobre su empleo y porque se está esperando para que la situación se aclare o desarrolle. Naturalmente un propietario no desea hacer una gran inversión para establecer un plan de uso que no permita la amortización antes de que la nueva situación pueda requerir otro plan. Frank H. Knight, “The Fallacies in the ‘Single Tax’”, The Freeman (August 10, 1953): pp. 810-811.
[195] “El terreno en sí no sirve a la gente civilizada más que la comida en sí. Ambos le sirven”. Spencer Heath, How Come That We Finance World Communism? (mimeograhed MS., New York: Science of Society Foundation, 1953), p. 3. Ver también Heath, Rejoinder to “Vituperation Well Answered” by Mason Gaffney (New York: Science of Society Foundation, 1953). <<
[196] Ver Spencer Heath, Progress and Poverty Reviewed (New York: The Freeman, 1952), pp. 7-10. Comentando sobre George, Heath dice: <<
Pero siempre que se habla de los servicios de los terratenientes, se manteien firme en su idea de que todos los valores son físicos. (…) En el intercambio de servicios realizado por [terratenientes] su distribución social de lugares y recursos, no hay producción física, por lo que es incapaz de ver que tienen derecho a su parte en la distribución de sus servicios distributivos y de intercambio no coercitivos. (…) Descarta cualquier creación de valor por servicios realizados en la distribución [de terrenos] mediante libre contratación e intercambio, que es la única alternativa a una distribución de tierras violenta y desordenada o arbitraria y tiránica. Ibíd., pp. 9-10.
[197] George, Progress and Poverty, p. 404. <<
[198] Ver Knight: <<
Para recaudar esa renta, el gobierno tendría en la práctica que obligar al propietario a utilizar realmente la tierra de la mejor manera, lo que implica prescribir su empleo con cierto detalle. Así, ya hemos visto que la ventaja de los impuestos respecto de la socialización de la gestión prácticamente ha desaparecido. Knight, “The Fallacies of the ‘Single Tax’”, p. 809.
[199] Ver Heath: <<
¿Debemos suponer que la tierra (…) se distribuye por sí misma? (…) Puede distribuirse, y a menudo es así, por el gobierno de un campo de prisioneros o por los conciudadanos elegidos popularmente para una municipalidad. (…) Alternativamente, en una sociedad libre sus terrenos y recursos deben ser distribuidos, y principalmente lo son, por el proceso de libre contratación en el que (…) los poseedores de títulos son la única primera parte posible en le contrato. De ellos deriva el servicio social de la distribución. La renta es su recompensa automática, fijada y limitada en importe por el libre mercado. Heath, How Come That We Finance World Communism? p. 5.
Ver también Heath, The Trojan Horse of “Land Reform” (New York: n. d.), pp. 10-12; y Heath, Citadel, Market and Altar (Baltimore, MD: Science of Society Foundation, 1957).
[200] Frank Knight dice acerca del sueño georgista del derecho incondicional de cada hombre a acceder al suelo que (1) “todo el mundo tiene realmente este derecho, sujeto a las condiciones de la competencia, es decir, pagando lo que vale”, y que (2) la única alternativa viable sería “obtener permiso de algún agente política del gobierno”, pues <<
cualquier intento de dar un derecho incondicional de acceso al suelo establecería la anarquía, la guerra de todos contra todos y, por supuesto, a esto no se aproxima la confiscación y distribución de la “renta” o su empleo para “fines sociales”. Knight, “Fallacies in the ‘Single Tax’”, p. 810.
[201] Frank Chodorov, The Economics of Society, Government, and the State (mimeographed MS., New York: Analysis Associates, 1946). <<
[202] La legislación estadounidense sobre colonización, aunque intentaba establecer un principio de “primer usuario, primer propietario”, se equivocaba al creer que cierto tipo de agricultura era el único uso legítimo del terreno. Realmente, cualquier actividad productiva, incluyendo los pastos o el poner vías férreas, puede considerarse un uso. <<
[203] Knight, “Fallacies in the ‘Single Tax’”, pp. 809-810. <<
[204] Oppenheimer, The State, pp. 83-84. Sobre la ruptura de los dominios feudales en subestados separados, ver ibíd., pp. 191-202. <<
[205] Debemos repetir que los usuarios directos no serían los únicos que pudieran poseer tierras en el libre mercado. Lo único estipulado es que el uso es el principio que genera inicialmente la propiedad de tierras originales, sin usar. Una vez que la propiedad pasa al usuario, este puede venderla a un especulador, dejarla ociosa de nuevo, etc., sin distorsionar las asignaciones del mercado. El problema es el establecimiento original de títulos de propiedad válidos. Una vez que se establecen títulos válidos, el usuario puede, por supuesto, hacer lo que quiera con su propiedad. <<
[206] Advertir que suponemos que Smith y sus herederos mueren o no pueden localizarse. Si pueden, el derecho de propiedad en derecho revierte a estos en un sistema de libre mercado. <<
[207] Ludwig von Mises, Socialism (New Haven, CT: Yale University Press, 1951), p. 375, publicado en España como El socialismo: análisis económico y sociológico (Madrid: Unión Editorial, 2007). <<
[208] Adam Smith, The Wealth of Nations (New York: Modern Library, 1937), pp. 777-779, publicado en España como La riqueza de las naciones (Madrid: Alianza, 2008). Ver también Hunter y Allen, Principles of Public Finance, pp. 137-140. <<
[209] Esta explicación es aplicable a la adopción del profesor Hayek del “Estado de dercho” como criterio político básico. F. A. Hayek, The Constitution of Liberty (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1960), publicado en España como Los fundamentos de la libertad (Madrid: Unión Editorial, 2006). <<
[210] Mises, en Aaron Director, ed., Defense, Controls and Inflation (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1952), pp. 115-116. <<
[211] Decir que un objetivo ético es conceptualmente imposible es completamente distinto que decir que su consecución sea “no realista”, porque poca gente lo apoya. Esto último no es en modo alguno un argumento contra un principio ético. La imposibilidad conceptual significa que el objetivo no puede alcanzarse ni aunque todos lo traten de lograr. Sobre el problema del “realismo” en los objetivos éticos, ver el brillante artículo de Clarence E. Philbrook, “‘Realism’ in Policy Espousal”, American Economic Review 43 (December 1953): pp. 846-859. <<
[212] Ver Walter J. Blum and Harry Kalven Jr., The Uneasy Case for Progressive Taxation (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1963), pp. 64-68. <<
[213] Due, Government Finance, pp. 121 y ss. <<
[214] Smith decía: <<
Los sujetos de cada estado tendrían que contribuir en el sostenimiento del gobierno, en la medida de lo posible, en proporción a sus respectivas capacidades, es decir, en proporción a la renta de la que disfrutan respectivamente bajo la protección del estado. El gasto del gobierno en los individuos de una nación grande es como el gasto de gestión de los arrendatarios unidos de un estado grande, que están obligados a contribuir a sus respectivos intereses en el estado. Wealth of Nations, p. 777.
[215] J. R. McCulloch, A Treatise on the Principle and Practical Influence of Taxation and the Funding System (London, 1845), p. 142. <<
[216] E. R. A. Seligman, Progressive Taxation in Theory and Practice, 2nd ed. (New York: Macmillan & Co., 1908), pp. 291-292. <<
[217] Para una excelente crítica de la teoría de Seligman, ver Blum and Kalven, Uneasy Case for Progressive Taxation, pp. 64-66. <<
[218] Ver ibíd., pp. 67-68. <<
[219] Due, Government Finance, p. 122. <<
[220] Groves, Financing Government, p. 36. <<
[221] Hunter and Allen, Principles of Public Finance, pp. 190-191. <<
[222] Ver Chodorov, Out of Step, p. 237. Ver también Chodorov, From Solomon’s Yoke to the Income Tax (Hinsdale, IL: Henry Regnery, 1947), p. 11. <<
[223] La aceptación de esta crítica data de las obras de Robbins a mediados de los 1930. Ver Lionel Robbins, “Interpersonal Comparisons of Utility”, Economic Journal 48 (December 1938): pp. 635-641; y Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science 2nd ed. (London: Macmillan & Co., 1935), pp. 138-141. Robbins era en ese momento un economista decididamente “Misesiano”. <<
[224] Para una crítica de la teoría del sacrificio, ver Blum and Kalven, Uneasy Case for Progressive Taxation, pp. 39-63. <<
[225] Para un intento de establecer una fiscalidad proporcional basándose en el igual sacrificio, ver Bradford B. Smith, Liberty and Taxes (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, n. d.), pp. 10-12. <<
[226] Llevándolo a su conclusión lógica de que el Estado debe establecer la “máxima satisfacción social” (el reverso del mínimo sacrificio social), el principio aconseja un igualitarismo obligatorio absoluto en el que todos los que estén por encima de cierto nivel se ven gravados para subsidiar a los demás para lleguen a dicho nivel. La consecuencia, como hemos visto, sería una vuelta a las condiciones de barbarie. <<
[227] El principio de capacidad de pago no es claro en este aspecto. Algunos defensores basan su argumentación implícitamente en el sacrificio, otros, en la necesidad para pagar por beneficios “indetectables”. <<
[228] Esto no supone que los “costes” determinen los “precios”. Los precios finales determinan los precios del coste, pero después la viabilidad de las empresas viene determinada por si el precio que paga la gente por sus productos es suficiente para cubrir sus costes, que a su vez vienen determinados por el mercado. En equilibrio, los costes y los precios serán iguales. Como un impuesto se recauda sobre fondos generales y, por tanto, no puede equivaler al precio de mercado, la única manera de aproximarse a este es fijar el impuesto de acuerdo con los costes, pues estos al menos reflejan el precio de mercado de los factores no específicos. <<
[229] Blum y Calven mencionan el principio del coste, pero lo dejan de lado al considerarlo como prácticamente idéntico al principio del beneficio:
A veces la teoría se formula en términos del coste de los servicios públicos realizados en favor de cada ciudadano, en lugar de en términos del beneficio recibido por dichos servicios. Este refinamiento puede evitar la necesidad de medir los beneficios subjetivos, pero influye en poco más en la teoría. (Uneasy Case for Progressive Taxation, p. 36).
Aun así, su principal crítica al principio del beneficio es precisamente que requiere una imposible medición del beneficio subjetivo. El principio del coste, junto con el del beneficio, prescinde de todos los gastos del gobierno, excepto lo del laissez-faire, ya que se requeriría a cada receptor que pague el costo completo del servicio. Sin embargo, respecto del servicio de protección del laissez-faire, el principio del coste es claramente muy superior al del beneficio. <<
[230] El artículo del Dr. Warren apareció en el Libro del Año de la Universidad de Boston de 1876. La Junta del Consejo de la Universidad aprobó el ensayo con estas palabras: <<
En lugar de la mayor extensión de los impuestos predicada por muchos, el ensayo propone una reforma mucho más radical, la abolición general de todos los impuestos obligatorios. Se espera que la novedad comparativa de la propuesta no impida a los hombres prácticos un estudio detallado del trabajo. (Ver el Boston University Year Book (1876), pp. 17-38).
Ambas citas pueden encontrarse en Sydney H. Morse, “Chips from My Studio”, The Radical Review (May 1877): pp. 190-192. Ver también Adam Smith, Wealth of Nations, pp. 801-803; Francis A. Walker, Political Economy (New York: Henry Holt, 1911), pp. 475-476. Smith en una de sus frases más sensatas declaró:
En una pequeña república, donde la gente tenga una confianza absoluta en sus magistrados y esté convencida de la necesidad de un impuesto para mantener al Estado y crea que se aplicaría íntegramente a ese fin, cabría a veces esperar esa conciencia y pago voluntario. (Smith, Wealth of Nations, p. 802).
[231] El actual impuesto per cápita, empezó simplemente como tal, pero en la práctica se obliga a él solo como un requerimiento para votar. Por tanto, se ha convertido en un impuesto del voto. <<
[232] Ver más adelante sobre las tasas cobradas por servicios del gobierno. <<
[233] El voto, como los impuestos, es una actividad generalmente calificada en términos de “obligación” más que de beneficio. La llamada a la “obligación” es tan ilógica praxeológicamente como la llamada al sacrificio que habitualmente las acompaña. Ambas exhortaciones admiten tácitamente que el actor recibe poco o ningún beneficio por realizarlas. Más aun, la invocación a la obligación o al sacrificio implica que otro va a recibir el sacrificio del pago de la “obligación”… y generalmente ese otro es el propio exhortante. <<
[234] Suponemos que el gobierno limitará su uso de la fuerza a la defensa; es decir, seguirá una política estricta de laissez-faire. Teóricamente es posible que un gobierno pueda obtener todos sus ingresos de contribuciones voluntarias y aun así seguir una política altamente coercitiva e intervencionista en otras áreas del mercado. Sin embargo, la posibilidad es tan remota en la práctica que podemos descartarla. Es muy poco probable que un gobierno coercitivo en otros aspectos no intente de inmediato medidas para asegurar sus ingresos mediante coerción. El beneficio propio es siempre la primera preocupación del Estado. (Advirtamos las altísimas multas por evasión de impuestos y falsificación de papel moneda gubernamental). <<
[235] Spencer, Social Statics; Herbert y Levy, Taxation and Anarchism; y Molinari, Society of Tomorrow. Sin embargo, en otras ocasiones Molinari adoptó la posición pura del libre Mercado. Así, vemos en el primer esquema desarrollado de un sistema libertario puro en Gustave de Molinari, “De la production de la sécurité”, Journal des Economistes (febrero de 1849): pp. 277-290, y Molinari, “Onzième soirée”, en Les soirées de la rue Saint Lazare (Paris, 1849). <<
[236] Por supuesto, estas corporaciones no necesitarían ninguna autorización del gobierno, se “autorizarían” de acuerdo con cómo sus propietarios decidieran aportar su capital. Podrían anunciar por adelantado su responsabilidad limitada y así sus acreedores serían plenamente conscientes de ello. Hay una importante razón a priori para creer que las corporaciones serán superiores a las cooperativas en cualquier situación. Si cada propietario recibe solo un voto independientemente de cuánto dinero haya aportado al proyecto (y los beneficios se reparten de la misma manera), no hay incentivo para invertir más que los demás, de hecho el incentivo será para invertir menos. Esta dificultad de la inversión actúa fuertemente contra la fórmula de las cooperativas. <<
[237] La intervención binaria del gobierno en forma de expansión del crédito se trata en Man, Economy, and State (1962, pp. 850-878 y 989-1024). <<
[238] Harriss, “The Public Finance”, en Haley, ed., Survey of Contemporary Economics, vol. 2, p. 262. <<
[239] Thomas Mackay, Methods of Social Reform (London: John Murray, 1896), p. 210. Recientemente los economistas ha empezado a reconocer que el auxilio gubernamental favorece el ocio, desanima el trabajo y subsidia la pobreza. Ver Yale Brozen, “Welfare Without the Welfare State”, The Freeman (December 1966): pp. 40-42; C. T. Brehm and T. R. Saving, “The Demand for General Assistance Payments”, American Economic Review (December 1964): pp. 1002-1018; Brehm and Saving, “Reply”, American Economic Review (June 1967): pp. 585-588; y Henry Hazlitt, “Income Without Work”, The Freeman (July 1966): pp. 20-36. <<
[240] A partir de la siguiente anécdota de campaña, el lector puede colegir quién era el verdadero amigo de organillero pobre: su cliente o el gobierno: <<
(…) durante una campaña similar para limpiar las calles de organilleros (muchos de los cuales eran simplemente mendigos profesionales), una mujer se dirigió a LaGuardia en una función social y le rogó que no le privara de su organillero favorito. “¿Dónde vive usted?”, le preguntó LaGuardia. “¡En Park Avenue!”. LaGuardia hizo aprobar con éxito su plan para eliminar organilleros y mendigos, a pesar de los ruegos de los pobres que vivían en áticos lujosos. (Newbold Morris and Dana Lee Thomas, Let the Chips Fall [New York: Appleton-Century-Crofts, 1955], pp. 119-120).
[241] Ver Murray N. Rothbard, “Government in Business”, en Essays on Liberty (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1958), vol. 4, pp. 186 y ss. <<
[242] Cf. Ludwig von Mises, Bureaucracy (New Haven, CT: Yale University Press, 1946), pp. 50 y 53; publicado en España como Burocracia (Madrid: Unión Editorial, 2005). <<
[243] Ver el interesante libro de Frank Chodorov, The Myth of the Post Office, reimpreso en Chodorov, One Is A Crowd (New York: Devin Adair, 1952), pp. 132-152. Sobre la misma situación en Inglaterra, ver Frederick Millar, “The Evils of State Trading as Illustrated by the Post Office”, en Thomas Mackay, ed., A Plea for Liberty (New York: D. Appleton, 1891), pp. 305-325. <<
[244] Solamente los gobiernos pueden anunciar con satisfacción recortes del servicio para economizar. En los negocios privados, los ahorros deben hacerse bajo el corolario de mejoras en el servicio. Un reciente ejemplo de recortes públicos es la disminución de envíos postales en Estados Unidos, unido, claro está, a tarifas más altas. Cuando Francia nacionalizó el importante sistema de Ferrocarriles del Oeste, en 1908, se incrementaron los daños a la carga, los trenes se hicieron más lentos y los accidentes crecieron hasta el punto de que un economista observó cáusticamente que el gobierno francés había añadido los accidentes ferroviarios a su creciente lista de monopolios. Ver Murray N. Rothbard, “The Railroads of France”, Ideas on Liberty (September 1955): p. 42. <<
[245] Hayek no demostró que “los peores llegan a lo más alto” en un régimen colectivista. Sin embargo, esto es cierto para cualquier empresa pública. A nuestros efectos, podemos eliminar la evaluación moral y decir que, para cualquier tarea, los que llegan a lo más alto son los que tienen mejores habilidades en esa tarea en particular (una ley praxeológica). La diferencia es que el mercado promueve y premia las habilidades de producción y cooperación voluntaria y las empresas públicas promueven las habilidades de la coerción en masa y la sumisión burocrática. Ver F. A, Hayek, The Road to Serfdom (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1944), pp. 134-152, publicado en España como Camino de servidumbre (Madrid: Alianza Editorial, 2008). <<
[246] En el mercado, se paga a los trabajadores de acuerdo con su productividad marginal (descontada). Pero en la empresa pública, que puede pedir el precio que quiera, no hay valor discernible del producto y los trabajadores se contratan y pagan de acuerdo con su encanto personal o las relaciones políticas que tengan con sus superiores. Ver Mises, Bureaucracy, p. 53. <<
[247] Es paradójico que las tarifas más altas hayan impulsado a muchos clientes a comprar y conducir sus propios coches, agravando así el eterno problema del tráfico (escasez de espacio en las calles públicas). ¡Otro ejemplo de intervención gubernamental creando y multiplicando sus propias dificultades! Sobre los metros, ver Ludwig von Mises, “Agony of the Welfare State”, The Freeman (May 4, 1953): pp. 556-557. <<
[248] Los gobiernos, a pesar de discutir antes de tomar una decisión, generalmente acaban hablando con una sola voz. Esto aplica a los poderes ejecutivo y judicial, que se organizan como las fuerzas militares, mandadas de arriba abajo, y al legislativo, donde la mayoría impone su criterio. <<
[249] Los defensores del libre mercado que atacan la educación socialista en las escuelas públicas luchan contra molinos de viento. La verdadera realidad de que exista la escuela pública y se presuma que sea buena, muestra las pequeñas virtudes de la propiedad pública, independientemente de lo que se enseña formalmente en los libros de texto. Y si se prefiere la propiedad pública en las escuelas, ¿por qué no en otros medios educativos, como periódicos u otras áreas de la sociedad? <<
[250] Para una crítica mordaz de las leyes de asistencia obligatoria, ver Goodman, Compulsory Mis-Education and the Community of Scholars. <<
[251] Son falsos otros varios criterios avanzados para decidir entre la acción privada y la pública. Así, una norma general indica que el gobierno debe sopesar los “costes sociales marginales” frente a los “beneficios sociales marginales” al tomar una decisión. Pero, aparte de otros defectos, no existe la “sociedad” como tal, sino los individuos que la constituyen, por lo que este criterio no tiene sentido. Cf. Martin Anderson, “Discussion”, American Economic Review (May 1967): pp. 105-107. <<
[252] Esto difiere completamente del juego del mercado artificial defendido por algunos autores como método que permita el cálculo bajo el socialismo. El “mercado negro” es un mercado real, aunque muy limitado en su ámbito. <<
[253] Sobre la experiencia yugoslava, ver Rudolf Bicanic, “Economics of Socialism in a Developed Country”, Foreign Affairs (July 1966): pp. 632-650. Ver también Deborah D. Milekovitch, “Which Direction for Yugoslavia’s Economy?” East Europe (July 1969): pp. 13-19. Los economistas yugoslavos llegan a pensar en desarrollar un mercado de acciones y se refieren a su incipiente desarrollo como “capitalismo del pueblo socialista”. Ver el informe de investigación del 25 de noviembre de 1966 de Radio Free Europe. Sobre la impoisibilidad del cálculo económico bajo el socialismo, ver Mises, Human Action; F. A. Hayek, ed., Collectivist Economic Planning (New York: Augustus M. Kelley, 1967); y Trygve Hoff, Economic Calculation in the Socialist Society (London: William Hodge & Co., 1949). <<
[254] F. A. Harper, Liberty, a Path to Its Recovery (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1949), pp. 106 y 132. Ver también Paterson, God of the Machine, pp. 179 y ss. Paterson tiene una estimulante exposición acerca de la “bidimensionalidad” (negación de las condiciones reales) en la teoría de la propiedad colectiva. <<
[255] Quienes objeten que los individuos privados son mortales, mientras que “los gobiernos son inmortales” cae en la más descarnada falacia del “realismo conceptual”. El “gobierno” no es una entidad realmente actuante, sino una categoría real de acción adoptada por individuos reales. Es el nombre de un tipo de acción, la regulación de un tipo de relación interpersonal y no es en sí mismo un ser que actúe. <<
[256] Esta idea de que la democracia debe obligar a la mayoría a permitir a la minoría la libertad de convertirse en mayoría es un intento de los teóricos socialdemócratas de permitir aquellos resultados de la democracia que les gusten (intervencionismo económico, socialismo), evitando los resultados que no (interferencia con los “derechos humanos”, libertad de expresión, etc.). Lo hacen intentando elevar sus juicios de valor a una supuesta definición “científica” de la democracia. Aparate de la contradicción, esta limitación no es en sí misma tan rigurosa como ellos creen. Permitiría, por ejemplo, a una democracia matar negros o pelirrojos, porque no hay posibilidad de que esos grupos minoritarios se conviertan en mayorías. Para más detalles acerca de los derechos “humanos” y de propiedad, ver más adelante. <<
[257] Para Spencer Heath, esta es la única forma genuina de democracia: <<
Cuando las personas contractualmente aúnan sus distintos títulos de propiedad tomando intereses indivisibles en la totalidad, eligen dirigentes (gerentes) y además ejercitan su autoridad sobre su propiedad por un proceso de votación, como partes, propietarios de acciones u otros beneficiarios. Esto es auténticamente democrático en el sentido de que todos los miembros ejercen autoridad en proporción a sus respectivas contribuciones. No se emplea la coacción contra nadie y todos son libres tanto de abandonar su pertenencia y propiedad como de contribuir a ella. (Heath, Citadel, Market, and Altar, p. 234).
[258] Incluso aunque, como sería altamente improbable (especialmente a la vista del hecho de que los dirigentes socialistas son más proclives a ejercer la fuerza), los líderes socialistas fueran santos, deseando dar a la oposición política todas las oportunidades e incluso aunque la oposición fuera especialmente heroica y se arriesgara a su liquidación mostrándose en público, ¿cómo decidirían las asignaciones los dirigentes? ¿Darían recursos y fondos a todos los partidos de la oposición? ¿O solo a una oposición prosocialista? ¿Cuánto asignarían a cada partido opositor? <<
[259] Ver Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy. <<
[260] El “demócrata moderno” podría objetar que la afiliación partidista del candidato le permite al votante conocer, si no su competencia personal, al menos su ideología política, Pero el “demócrata moderno” es precisamente el teórico que alaba el actual sistema bipartidista, en el que los programas de ambos partidos son casi indiferenciables, como la forma más eficiente y estable de gobierno democrático. <<
[261] Estas consideraciones también son válidas para refutar la afirmación “conservadora” de que una república evita las contradicciones inherentes a una democracia directa, una posición que por sí misma contradice la declarada oposición al poder ejecutivo frente al legislativo de sus defensores. <<
[262] Así Etienne de La Boétie: <<
Obviamente no hay necesidad de lucha para desalojar a este único tirano, pues este es automáticamente derrocado si el país rechaza consentir su propia esclavitud: no es necesario privarle de nada, sino no darle nada, no hay necesidad de que el país haga ningún esfuerzo, siempre que no haga nada contra sí mismo. Por tanto los mismos habitantes permiten, o al menos dan lugar a su propio sometimiento, pues al cesar la sumisión pueden poner fin a su servidumbre. (La Boétie, Anti-Dictator, pp. 8-9).
[263] A pesar de que, en la práctica, los votos en las áreas rurales y otras tienen generalmente mayor peso, este ideal democrático es muy aproximado o al menos es la aspiración general en los países democráticos. <<
[264] Algunos libertarios consideran una constitución como un instrumento útil para limitar o impedir las invasiones gubernamentales en las libertades individuales. Una dificultad importante de esta idea la ha apuntado con gran claridad John C. Calhoun: no importa cuán estrictas sean las limitaciones al gobierno en una constitución estricta, estas limitaciones deben debilitarse y expandirse constantemente si el poder final de interpretarlas queda en manos de órgano del mismo gobierno (como el Tribunal Supremo). Ver Calhoun, Disquisition on Government, pp. 25-27. <<
[265] Para una crítica de los argumentos para la actividad pública (“bienes colectivos” y “efectos de vecindad” o “beneficios externos”), ver Man, Economy, and State (1962, pp. 883-890 y 1029-1041). <<
[266] Las compras a empresas privadas deberían deducirse en bruto de las ventas del gobierno al público, en lugar de en neto, pues estas ventas son sencillamente equivalentes a ingresos de impuestos al absorber dinero del sector privado. <<
[267] Due, Government Finance, pp. 76-77. Para una aplicación del método anterior de corrección de las estadísticas del Producto Nacional, ver Murray N. Rothbard, America’s Great Depression (Princeton, NJ: D. Van Nostrand, 1963), pp. 296-304. <<
[268] En resumen, decimos que los medios deben estar justificados por los fines. ¿Qué otra cosa salvo el fin puede justificar un medio? La concepción común de la doctrina, “el fin justifica los medios”, es una justificación inmoral de los comunistas, desgraciadamente confusa. Cuando, por ejemplo, la gente se opone al asesinato como medio para alcanzar fines, se oponen al asesinato, no porque no crean que los medios estén justificados por los fines, sino porque tienen fines en conflicto (por ejemplo, el fin de que el asesinato no se produzca). Pueden sostener que este punto de vista como un objetivo en sí mismo o porque es un medio para otros fines, como mantener el derecho a la vida de todo hombre. <<
[269] Para una explicación más detallada, ver Man, Economy, and State, capítulo 10. <<
[270] Los intervencionistas suponen la competencia política (pero ninguna otra) del pueblo, incluso cuando apoya la dictadura en lugar de la democracia. Pues si el pueblo no vota bajo una dictadura, siguen debiendo aceptar la sumisión al dictador y sus expertos. Así que los intervencionistas no pueden evitar contradicción incluso si se abandona la democracia. <<
[271] Ludwig von Mises ha apuntado constantemente esta contradicción. Así, ver Planning for Freedom (South Holland, IL: Libertarian Press, 1952), pp. 42-43. Sin embargo, el resto de la crítica de Mises a este argumento antimercado (ibíd., pp. 40-44) difiere bastante de la que hemos presentado aquí. <<
[272] Mises, Human Action, pp. 728-729. La misma dictadura total sobre las decisiones de los consumidores está implícita en el argumento del conocimiento de intereses expuesto antes. Como señala agudamente Thomas Barber: <<
Es ilegal que los bateleros no lleven un salvavidas por cada persona a bordo. Un buen número de jóvenes tienen un empleo público para ir y buscar violadores de esta norma. Es muy agradable para estos jóvenes, claro. ¿Pero es realmente más asunto del gobierno que alguien navegue sin salvavidas que el que salga a la calle lloviendo y sin chanclas? (…) La ley resulta molesta para el individuo afectado, costosa para los contribuyentes y convierte a muchos productores potenciales en parásitos económicos. Quizá los fabricantes de salvavidas apoyaron su aprobación. (Barber, Where We Are At, p. 89).
[273] Es cierto que no defendemos fines en este libro y en ese sentido la praxeología es “utilitaria”. Pero la diferencia es que el utilitarismo extendería este requerimiento de neutralidad de su lugar adecuado en la economía y praxeología para abarcar todo discurso racional. <<
[274] Mises afirma repetidas veces que las medidas intervencionistas en el mercado, como los controles de precios, tendrán consecuencias que incluso los funcionarios públicos que administran los planes considerarían malas. Pero el problema es que no sabemos los fines de los funcionarios, excepto que está claro que les gusta el poder que han adquirido y la riqueza que han tomado del pueblo. Sin duda estas consideraciones pueden resultar primordiales en su mente y no podemos, por tanto, decir que los funcionarios reconocerían invariablemente, después de conocer todas las consecuencias, que sus acciones fueron erróneas. <<
[275] F. A. Harper, “Try This on Your Friends”, Faith and Freedom (January 1955): p. 19. <<
[276] Para una exposición más detallada de estos axiomas, ver Rothbard, “In Defense of Extreme Apriorism”, Southern Economic Journal (January, 1957): pp. 314-320. <<
[277] Blum y Kalven, Uneasy Case for Progressive Taxation, pp. 501 y ss. <<
[278] Spencer, Social Statics, p. 121. <<
[279] A veces este objetivo se ha formulado como “igualdad ante la ley” o “igualdad de derechos”. Aun así, ambas formulaciones son ambiguas y equívocas. La primera puede entenderse como igualdad de esclavitud o de libertad y, de hecho, se ha restringido tanto en los últimos años como para ser de menor significación. La segunda podría interpretarse significando cualquier tipo de “derecho”, incluyendo el “derecho a una renta igual”. <<
[280] “(…) la afirmación inicial incluye todo lo que la sigue, pues si cada uno infringe la libertad de otro, no todos sería igualmente libres”. Clara Dixon Davidson, en Liberty (September 3,1892), citada en Benjamin R. Tucker, Instead of a Book (New York: Benjamin R. Tucker, 1893), p. 137. La formulación de Davidson se ha olvidado completamente. <<
[281] Esta sección es más una crítica lógica a la teoría estamental que una explicación detallada de la sociedad de la edad media. Para una crítica de una expresión reciente del mito del campesino feliz, ver Charles E. Silberman, The Myths of Automation (New York: Harper & Row, 1967), pp. 98-107. <<
[282] Ver las obras citadas en la nota 3 del capítulo precedente. <<
[283] La devoción del gobierno por la caridad puede evaluarse por su represión universal de la mendicidad. Un regalo directo a un pedigüeño ayuda al receptor directamente y no deja oportunidad a las grandes organizaciones burocráticas para aprovecharse de la transacción. Por ello, el acoso a la ayuda directa funciona como una concesión de un privilegio monopolístico a las organizaciones “oficiales” de caridad. Isabel Paterson apunta que el gobierno estadounidense impuso un requisito de una mínima cantidad de dinero a los inmigrantes como ¡una supuesta forma de ayudar a los inmigrantes más pobres! Por supuesto, el efecto real fue alejar a los inmigrantes más pobres, que no podían cumplir el requisito, de las costas americanas y las oportunidades económicas. <<
[284] Sobre varios aspectos del problema de la caridad y la pobreza, ver Paterson, “The Humanitarian with the Guillotine”, en God of the Machine, pp. 233-250; Spencer, Social Statics, pp. 317-329; Mises, Human Action, pp. 831-836; F. A. Harper, “The Greatest Economic Charity”, en Senholz, ed., On Freedom and Free Enterprise, pp. 94 y ss.; y Leonard E. Read, “Unearned Riches”, ibíd., pp. 188-195. <<
[285] W. H. Hutt llega así de lejos en su artículo “The Concept of Consumers’ Sovereignty”, Economic Journal (March 1940): pp. 66-77. <<
[286] También resulta peculiar que los críticos generalmente concentrar sus ataques en los beneficios (“el móvil del beneficio”) y no en otras rentas del mercado, como los salarios. Es difícil ver algún sentido en las distinciones morales entre estas dos rentas. <<
[287] Hace años se nos prometió una “refutación” de la postura libertaria (que no ha aparecido). Iba a titularse “Vuelta a la selva”. Ver Ralph L. Roy, Apostles of Discord (Boston, MA: Beacon Press, 1953), p. 407. <<
[288] Sobre los falsos problemas del “poder de negociación”, ver Scoville y Sargent, Fact and Fancy in the T.N.E.C. Monographs, pp. 312-313; y W. H. Hutt, Theory of Collective Bargaining (Glencoe, IL: Free Press, 1954), parte 1. <<
[289] Nock, Our Enemy the State. <<
[290] Nos referimos aquí a los juegos de azar puros, como la ruleta, sin elementos de habilidad, como en las apuestas deportivas. <<
[291] Es curioso que tantos economistas, incluyendo a Alfred Marshall, hayan “probado” la “irracionalidad” del juego (por ejemplo, por la utilidad marginal decreciente del dinero) pero asumiendo antes, evidentemente erróneamente, que a los participantes ¡no les gusta jugar! <<
[292] Heinrich Rommen, The State in Catholic Thought, a Treatise in Political Philosophy (London, 1950). <<
[293] Así, ver Leoni, Freedon and the Law. <<
[294] Rommen, The State in Catholic Thought, p. 225. <<
[295] Ver Murray N. Rothbard, “Human Rights as Property Rights”, en Essays on Liberty (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1959), vol. 6, pp. 315-319. Ver también Rothbard, “Bertrand de Jouvenel e i diritti di proprietá”, Biblioteca della Libertá 2 (1966): pp. 41-45. <<
[296] Paul L. Poirot, “Property Rights and Human Rights”, en Essays on Liberty (Irvington-on-Hudson, NY: Foundation for Economic Education, 1954), vol. 2, pp. 79-89. <<
[297] Henry M. Oliver Jr., A Critique of Socioeconomic Goals (Bloomington, IN: Indiana University Press, 1954). <<
[298] Kenneth J. Arrow, “Review of Oliver’s A Critique of Socioeconomic Goals”, Political Science Quarterly (September 1955): p. 442. Sin embargo, Arrow tiene razón cuando dice, “Solo cuando se han clarificado los objetivos socioeconómicos podemos hablar inteligentemente acerca de las mejores políticas para alcanzarlos”. En este capítulo se ha tratado de realizar esa clarificación. <<
[299] Oliver, Critique of Socioeconomic Goals, pp. 1-12. <<
[300] Oliver, Critique of Socioeconomic Goals, pp. 12-19. <<
[301] Para objetar este postulado, Oliver afirma que “la ley angloamericana ha invalidado tradicionalmente ciertos tipos de contrato en la creencia de que se oponían al interés público”. Ibíd., p. 13. Es precisamente por esta razón por lo que los libertarios proponen cambiar la ley tradicional angloamericana para acomodarla a sus preceptos. Además, el “interés público” en un término sin sentido (un ejemplo de la falacia del realismo conceptual) y por ello descartable para los libertarios. <<
[302] Oliver, Critique of Socioeconomic Goals, pp. 26-57. <<
[303] Edward H. Chamberlin, The Theory of Monopolistic Competition, 7th ed. (Cambridge: Harvard University Press, 1956), pp. 182 y ss. La competencia “perfecta” es un modelo irreal (e indeseable) admirado por muchos economistas, en el que todas las empresas son tan diminutas que ninguna influye en el mercado. Ver Man, Economy, and State, capítulo 10. <<
[304] Oliver cita frecuentemente en su apoyo el ensayo de Frank H. Knight “Freedom as Fact and Criterion”, en Freedom and Reform (New York: Harper & Bros., 1947), pp. 2-3. No hay necesidad de continuar ocupándose del ensayo de Knight, excepto para apuntar su ataque a Spencer por adoptar a la vez el “hedonismo psicológico” y el “hedonismo ético”. Sin analizar Spencer en detalle, podemos, mediante una interpretación adecuada, encontrar sentido a la combinación de ambas posiciones. Primero, es necesario cambiar “hedonismo” (la búsqueda del “placer”) por eudemonismo (la búsqueda de la felicidad). Segundo, el “eudemonismo psicológico”, la opinión de que “cada individuo universal y necesariamente busca el máximo de felicidad” se deduce del axioma praxeológico de la acción humana. Esta verdad se deduce del hecho de la intención, pero solo si la “felicidad” se interpreta en un sentido formal, categórico y ex ante, es decir, aquí la “felicidad” significa aquello que el individuo elija valorar más alto en su escala.
El mismo teórico podría también apoyar el eudemonismo ético (que un individuo debería buscar su máxima felicidad), siempre y cuando se interprete en un sentido sustantivo y ex post, es decir, que cada individuo debería seguir cualquier conducta que le haga más feliz en sus consecuencias. Como ejemplo, un hombre puede ser un alcohólico. El eudemonista puede realizar estas dos afirmaciones: (1) A sigue la conducta que más prefiere (“eudemonismo psicológico”) y (2) A daña su felicidad, basando este juicio es las “reglas de felicidad” derivadas del estudio de la naturaleza del hombre y por tanto debería reducir su consumo de alcohol hasta el nivel en que deje de impedir su felicidad (“eudemonismo ético”). Las dos son posiciones perfectamente compatibles. <<
[305] Murray N. Rothbard, “Praxeology: Reply to Mr. Schuller”, American Economic Review (December 1951): pp. 943-946. <<
[306] Sobre los riesgos del pronóstico económico, ver John Jewkes, “The Economist and Economic Change”, en Economics and Public Policy (Washington, DC: The Brookings Institution, 1955), pp. 81-99; P. T. Bauer, Economic Analysis and Policy in Underdeveloped Countries (Durham, NC: Duke University Press, 1957), pp. 28-32; y A. G. Abramson, “Permanent Optimistic Bias-A New Problem for Forecasters”, Commercial and Financial Chronicle (February 20, 1958): p. 12. <<
[307] El profesor Mises ha demostrado la falsedad del popular término model-building [construcción de modelos] que (con muchas otras falsedades científicas) se ha tomado erróneamente por analogía de las ciencias físicas, en este caso de la ingeniería. El modelo de ingeniería mantiene las dimensiones cuantitativas exactas (a escala) del mundo real. Ningún “modelo” económico puede hacer algo parecido. Para ver una imagen desoladora de los resultados de las predicciones económicas, ver Victor Zarnowitz, An Appraisal of Short-Term Economic Forecasts (New York: Columbia University Press, 1967). <<
[308] Después de escribir esto, el autor ha encontrado un punto de vista similar en Rutledge Vining, Economics in the United States of America (Paris: UNESCO, 1956), pp. 31 y ss. <<
[309] Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics”, pp. 243 y ss. <<
[310] Ver Richard Goode, “Direct versus Indirect Taxes: Welfare Implications”, Public Finance/Finance Publique 11, no. 1 (1956): pp. 95-98; David Walker, “The Direct-Indirect Tax Problem: Fifteen Years of Controversy”, Public Finance/Finance Publique 10, no. 2 (1955): pp. 153-176. <<
[311] Para una crítica del “realismo” como base para una apología del statu quo por los científicos sociales, ver Clarence E. Philbrook, “‘Realism’ in Policy Espousal”, American Economic Review (December 1953): pp. 846-859. <<
[312] Por supuesto, probablemente sea cierto que el conocimiento general de estas consecuencias del control de precios reduciría el apoyo social a esta medida. Pero esa afirmación es política y psicológica, no praxeológica. <<