LA TEORÍA DE LA POLÍTICA PÚBLICA DE MURRAY ROTHBARD
Miguel Anxo Bastos Boubeta
Departamento de Ciencia Política y de la Administración
Universidade de Santiago de Compostela
Los estudios de políticas públicas, de teoría de la regulación e intervencionismo son los hermanos menores de la teoría austriaca. Esta, desde siempre, ha preferido habitar los territorios de la alta teoría y ha relegado desde sus inicios los estudios aplicados a problemas concretos a los márgenes. Al ser una escuela metodológicamente teórico-deductiva, y rechazar por consiguiente el empirismo, sus estudios más acabados se centran en cuestiones de método[1], sobre fundamentos de teoría económica como capital, precios, cálculo económico y dinero o sobre grandes problemas de organización social como el capitalismo o el socialismo. Los relativamente escasos libros que los austriacos dedican a problemas de política pública e intervención se cuentan entre las obras menores de la escuela, y muchos de los grandes autores, en especial los fundadores casi ni se dignan a tratarlos[2]. Mises, autor central en la escuela, si bien aborda el tema en La acción humana no redacta un tratado sistemático sobre el tema, pues su Crítica del intervencionismo[3] o su Planning for Freedom[4] en los que se aborda el tema no son más que compilaciones de trabajos sobre este tema. Hayek tampoco dedica mucho espacio en su obra a temas de política pública, hay que ir bien a la prehistoria de la escuela en autores como Bastiat y sus Sofismas económicos, a divulgadores como Hazlitt o bien a autores situados en sus fronteras como Randall Holcombe[5], George Reisman[6] o Pascal Salin[7] o bien a trabajos sobre teoría de la planificación[8] para encontrar tratados que aborden de forma sistemática estos temas. Y eso que los austriacos son una escuela prolija en la redacción de libros sistemáticos y de gran volumen. Tampoco se caracterizan los textos existentes por elaborar una teoría general de la intervención, que a nuestro entender tiene que venir del desarrollo de un caso particular de la teoría de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, del mismo tipo que explica la imposibilidad del cálculo económico dentro de una organización a partir de un determinado tamaño[9] o la que pudiese, pues aun está sin desarrollar como tal, explicar la imposibilidad teórica de un imperio a escala mundial. Porque en efecto el problema del intervencionismo es también un problema de cálculo económico, algo que solo en esbozo está tratado por la escuela austriaca[10], al ser un tipo particular de socialismo y en el que se dan fenómenos de umbral[11] en cuanto al tratamiento de información lo que impediría la formulación de una política correcta[12], de poderse definir en que consiste esta, claro está. La diferencia entre el socialismo total y el intervencionismo es un problema de escala pero no de esencia, peor en cualquier caso el planificador no dispone de la información vía precios necesaria para poder realizar correctamente sus cálculos y de ahí que no sea capaz de acertar en la determinación de la cantidad y calidad de los bienes o servicios ofertados ni que conozca la forma más correcta económicamente de producirlos. Esto es agravado por el hecho de que muchas de las políticas diseñadas e implementadas por las agencias estatales se sitúan en ámbitos no catalácticos de la vida social[13], esto es sectores de la vida social como la determinación oficial de una lengua, la determinación de leyes matrimoniales o la implantación de códigos de justicia en la que no hay precios monetarios, bien porque no hay posibilidad praxeológica de determinarlos, bien porque en el momento histórico de la intervención no hay mercados establecidos para los mismos, y por lo tanto la información que pudiese venir de otros lugares o tiempos (que es lo que evita que el intervencionismo termine en caos, como ocurrió en el caso de las experiencias comunistas del siglo XX) no existe en la cantidad necesaria como para servir de marco de referencia, de forma que los daños de la intervención se agravan aun más que en el caso de una intervención de orden cataláctico. El problema aquí no es solo el de desviar la acción social de sus guías, que son los precios de mercado y que de alguna forma pueden servir como referente, sino intervenir en lugares donde no hay ni puede haber precios que sirvan de referencia, por lo que la descoordinación causada por la intervención estatal puede hacer un daño aun mayor al no existir ningún patrón de medida. Buena parte de la política pública si bien tiene aspectos catalácticos tiene muchos otros que no lo son y muchas veces unos y otros se encuentran mezclados entre sí[14]. La educación pública, por ejemplo, tiene un elemento cataláctico, sus costes económicos, y uno no cataláctico, el adoctrinamiento del cual es imposible determinar cuáles son sus costes y sobre todo cual hubiera sido el tipo de educación escogido, en contenido, cantidad y calidad, en ausencia de una política pública educativa. La escuela pública juega con el referente de precios de las escuelas privadas existentes y en ese aspecto puede orientarse, pero no pude conocer cuáles serían los costes no catalácticos de la intervención educativa, pues los contenidos y la calidad de la educación vienen determinados por el obligación de enseñar un mismo currículo, un mismo número de horas, bajo la amenaza de no conceder validez formal a dichos títulos. La educación pública descoordina las actuaciones de padres y alumnos obligándolos a aprender unos contenidos no solo que no desean sino que en muchos casos agreden los valores de padres y estudiante. El nivel académico, la calidad de la enseñanza, y la cantidad de la misma, esto es el número de horas semanales y de años que los estudiantes deben asistir obligatoriamente, son ambos fijados por los planificadores educativos. Estos no conocen ni la capacidad intelectual de sus consumidores ni sus preferencias presentes y futuras en lo que respecta al precio a pagar o a su valoración relativa del tiempo de estudio frente a otras alternativas como trabajo u ocio, ni tienen la información que deriva de los precios para guiarse, por lo que necesariamente tienen que suministrar un producto que no satisface ya sea por exceso o por defecto a sus obligados consumidores. Lo mismo ocurre con los demás servicios públicos, o bien son producidos en mayor cantidad o bien en menor[15] de lo que los consumidores realmente desean, por lo que en cualquiera de los casos hay descoordinación social. Son estos espinosos asuntos los que pudieran haber alejado a los grandes autores austríacos de los temas de política pública en general, pues su falta de precisión les lleva a no estar tan cómodos en sus conclusiones y recomendaciones y les obligaría a adoptar una postura sobre la política pública no cataláctica muy semejante a la que adoptan sobre la política cataláctica, esto es, demostrar su imposibilidad y las consecuencias negativas no previstas, y derivar por tanto en posturas anarquistas no solo en el ámbito económico sino en otros ámbitos de la sociedad, algo que no todos estarían dispuestos a hacer, pues excepto Rothbard ninguno de los teóricos clásicos de la escuela fue anarquista[16]. En cualquier caso es una contradicción por su parte limitar el análisis teórico del intervencionismo al ámbito económico y no extenderlo a otros ámbitos de la intervención pública.
La teoría austriaca del intervencionismo tiene otras carencias, y es que no se ha preocupado mucho hasta el presente de meditar sobre las complejas causas de la intervención[17], que no siempre lo son por motivos de lucro en sentido estricto pues pueden influir factores ideológico o imperativos de corte político, y volveríamos a entrar en el problema presentado antes de dilucidar el peso relativo de todas y cada una de las causas que conducen a la intervención. Tampoco se ha interesado mucho, salvo los trabajos de Ikeda y Bradley[18], en ofrecer una visión dinámica del proceso de intervención, algo contradictorio en una escuela que enfatiza los análisis dinámicos sobre los estáticos. Esto es, falta aun explicar cómo se determinan en cada momento los límites a la intervención, porque en las modernas economías capitalistas no se alcanza nunca a intervenir completamente todos los sectores del mercado ni se llega nunca a la desintervención total. Habría que integrar una teoría del poder político y de las ideas e intereses que lo influyen para determinar cómo se establecen estos límites y en qué medida la imitación y competencia entre países influyen en esta dinámica. Por último tendría que explicar las alternativas que brindan los mercados a la intervención estatal, en especial el funcionamiento de los mercados negros de bienes intervenidos, sobre el que existen muy pocos trabajos[19] y las dinámicas de corrupción que engendra la intervención, que son un rasgo característico de la intervención estatal en la vida social[20].
De ahí la importancia que cobra la publicación de la traducción de uno de los pocos libros teóricos que la escuela ha dedicado al tratamiento sistemático de la política pública, no solo por ser un bien escaso dentro de la tradición austriaca, sino porque tampoco las traducciones que se han hecho al español de los clásicos de esta escuela se prodigan mucho en el interés por estos temas. Si ya son relativamente pocos los libros sobre políticas públicas en la escuela austriaca, los editores españoles han optado también por preferir estos temas y no han optado a la hora de decidir sus publicaciones por libros de esta temática, y eso a pesar de que en España existe una muy rica tradición en materia de política social e intervencionismo[21], casi toda ella elaborada desde un punto de vista favorable al intervencionismo[22], y por lo tanto la necesidad de bibliografía crítica con esta tradición se hace especialmente acuciante.
La visión que Murray Rothbard (1926-1995) alumno y discípulo de Mises en Nueva York[23] nos ofrece sobre la política pública es similar en la forma a la de su maestro y a la del resto de la escuela, pero en el fondo es muy distinta dado que su rechazo a la intervención pública es total y no parcial, y su fundamentación es moral y no utilitaria como la de su maestro. Esto es, si Mises, por ejemplo, critica una regulación laboral lo hará argumentando que aumenta el desempleo o distorsiona la estructura productiva. Rothbard, en cambio, lo hará afirmando que es inmoral que una tercera parte, el Estado, impida por la fuerza un acto económico entre dos adultos consintientes. Para Rothbard lo que hace intrínsecamente perversa la intervención estatal en cualquier ámbito es que implica, directa o indirectamente, el uso de la fuerza física y, por tanto obligar a las personas a actuar de una forma que no se llevaría a cabo en ausencia de violencia. La política pública es para Rothbard violencia pura y dura enmascarada y justificada con argumentos de orden teórico elaborados por intelectuales camarlengos al servicio del poder político. La teoría de la política pública de Rothbard es pues coherente con su teoría del poder político, pues su visión es la propia de un anarquista que ve al estado como un ente criminal y agresor que impone sus decisiones por la fuerza y en beneficio de una casta dominante[24]. La educación pública y obligatoria se encargaría de inculcar en los ciudadanos la idea de la necesidad de la existencia del Estado y de su intervención en aspectos concretos de la vida social para corregir las “injusticias” y los “fallos” del mercado.
La labor de Rothbard a la hora de explicar la política pública parte de una situación en la cual la mayor parte de la población y la inmensa mayoría del establishment académico no solo apoya y justifica la intervención estatal sino en que en muchos casos la reclama aun en más cantidad. De ahí se deriva que la primera tarea que hay que llevar a cabo para revertir esta situación sea la de deslegitimar la intervención estatal. Así Rothbard dedicará un trabajo a criticar la economía del bienestar, la idea de que los gobernantes pueden realizar comparaciones intersubjetivas de utilidad y escoger por consiguiente una alternativa de política que maximice el bienestar social[25]. En otras obras criticará conceptos que forman parte de la retórica estatista como el de eficiencia[26] o el de igualdad[27] y por último pasará a desmontar la retórica de los bienes públicos y a cuestionar la pertinencia de su gestión por parte de los actores estatales[28]. El objetivo no declarado pero implícito en su obra es formular un sistema teórico de oposición al Estado, y por ello el segundo escalón de su obra sería el de establecer una crítica sistemática a todas y cada una de las intervenciones del Estado en la vida social y, cuando decimos todas es todas, incluyendo sanidad, educación, defensa, justicia y obras públicas y a ello dedica un libro, Hacia una nueva libertad[29], que pretende ser un manifiesto libertario pero que queda configurado como un magnífico manual de (anti) políticas públicas. En este libro además de exponer las críticas al funcionamiento gubernamental en todos sus ámbitos se establece también una estrategia de salida para todas y cada una de las políticas, alternativas de mercado a la prestación del servicio público cuestionado y una estrategia global de actuación política para aproximarse a una sociedad anarcocapitalista. El libro que estamos presentando pertenecería este nivel de crítica, si bien se centra exclusivamente en la crítica de políticas catalácticas. El tercer nivel de crítica de Rothbard es el que se refiere a la crítica sistemática del Estado como institución que él define como criminal y agresora, labor que realiza en un libro de carácter filosófico, La ética de la libertad[30], en el que estudia en profundidad la naturaleza del Estado. Para Rothbard el Estado es un ente intrínsecamente perverso, dado que a diferencia de las relaciones de mercado que son de índole voluntario, el Estado es siempre una relación basada en la fuerza lo que implica que ya sea en su directa actuación, ya en la forma en que se financia, se impide a los ciudadanos hacer uso de su libertad bajo amenaza de ser sancionados e implica en mayor o menor grado una agresión por parte de las instituciones que lo conforman. Conviene apuntar aquí, que la visión rothbardiana del poder es muy restringida y que poder para él es toda relación humana en que una de las partes cede a las pretensiones de la otra bajo amenaza de algún mal o de ser privada de un bien al que legítimamente tiene derecho. Rothbard distingue así implícitamente el poder político, que implica fuerza o amenaza de daño de otras categorías de acción humana como la autoridad o la influencia, que son relaciones humanas también desiguales, pero en las que no existe coerción[31]. De esta forma todo poder es político, lo cual no es sinónimo de estatal pues el Estado es una de las múltiples formas de poder político que pueden existir, y todo poder es ejercido por personas concretas con intereses concretos, lo que no es más que una derivación lógica del individualismo metodológico que propugna la escuela austriaca. Siguiendo este razonamiento no hay tal cosa como poder económico desde que una de las partes tiene que dar algo a cambio para obtener obediencia y desde que la relación puede ser terminada libremente por cualquiera de las partes sin sufrir estas ningún daño o sin perder algo a lo que se tuviese legítimo derecho. La conclusión de Rothbard es que el Estado no solo es criminal, sino que considera criminales a quienes se comportan de la misma forma que él buscando detentar el monopolio del mismo, y por tanto cualquier acción que el emprenda viene viciada de origen, incluso las de defender el territorio o elaborar leyes. En su sistema construido sobre los tres pilares aquí expuestos pretende no dejar ni un solo espacio de legitimación teórico a las instituciones estatales, dejando la carga de la prueba de la necesidad el Estado a sus rivales que son quienes han de demostrar primero que es lo que diferencia en esencia a determinadas funciones sociales para que no puedan ser prestadas por el mercado y segundo, cuáles deben ser estas y con qué criterio pueden ser determinadas.
Al igual que otro gran libro de política como El príncipe de Maquiavelo, Poder y mercado no fue concebido como un libro separado sino como parte de una obra más grande, y al igual que aquel fueron circunstancias de coyuntura las que decidieron su edición separada. Ganar el favor de un príncipe, el primero, y el favor de un editor el segundo. A comienzos de los 50 Rothbard colaboraba con una fundación libertaria (en el sentido norteamericano de la palabra) el Volker Fund, que había financiado también las posiciones docentes de Mises y Hayek, y le fue encargado la redacción de un libro de texto introductorio de economía, que supliese las deficiencias tanto de los textos próximos a la escuela austriaca existentes en la época como los manuales de Taussig o Fetter[32] como presumiblemente los errores de otros textos populares en la época como las primeras ediciones del manual de Samuelson[33], auténtico propagador de valores intervencionistas desde 1948 hasta hoy[34]. El resultado de lo que pretendía ser un manual introductorio de breve extensión se convirtió en una gigantesca obra de cerca de 1,500 páginas, que hubo que dividir en dos libros para que el editor aceptase su publicación. La primera parte de la obra, Man, Economy, and State, que cubre los aspectos más generales de la teoría económica fue publicada en 1962, mientras que Power and Market tuvo que esperar hasta 1970 para ser publicado[35]. Si bien no era intención del autor dividir el libro en dos partes, la división no alteró sustancialmente la naturaleza de ambos libros e incluso en algunos aspectos puede haber tenido alguna ventaja, porque al leerlos separadamente se eliminan algunas redundancias que existen en el texto conjunto y además se hace posible la existencia de un texto teórico sobre políticas públicas que puede ser leído separadamente y ser usado como texto introductorio a esta disciplina.
Este tratado hace aportaciones de extraordinario interés en muchas áreas de política gracias al uso de métodos praxeológicos para abordarlas y visto en perspectiva abre el debate con posturas propias sobre temas hoy en día muy relativos, pero que en el momento de la publicación del libro no lo eran tanto. Por ejemplo es coherente desde su punto de vista anarquista en su crítica, eso sí matizada, a los derechos de propiedad intelectual, o a las restricciones a la inmigración, o a la oposición a la subordinación del desarrollo económico a los principios de la economía sostenible reabriendo en cada caso, y ahora a la luz de la teoría austriaca, viejos debates de política pública y dándoles un enfoque singularmente nuevo.
En segundo lugar es el primer tratado sobre intervencionismo que realiza una tipología sistemática de los tipos de intervención en la que se los considera a todos ilegítimos siendo el criterio de clasificación la forma en que el Estado se relaciona con los ciudadanos a él sujetos, autista, cuando el Estado impide el uso del propio cuerpo, binaria cuando el Estado impone a un individuo o grupo una prestación, ya sea personal o pecuniaria y triangular cuando el Estado prohíbe por la fuerza interacciones llevadas a cabo entre sí por terceras personas consintientes. Es también políticamente incorrecto su tratamiento del soborno y la corrupción. Para nuestro autor esta responde en buena medida a la intervención estatal y hacer uso de ellos es en muchos casos un arma de defensa del ciudadano contra el abuso de poder estatal y en muchos otros una forma de usar el poder político en servicio propio, pero en cualquiera de los casos se minimizarían con una radical reducción del intervencionismo público.
Otra de las principales aportaciones del libro es su extenso y novedoso tratamiento de la fiscalidad y las consecuencias que los tributos tienen no solo sobre la actividad económica inmediata, sino sobre la estructura productiva y la acumulación de capital. Rothbard afirma que no hay tributo neutro, no hay un tributo mejor que otro y que lo que importa es el monto total del tributo no la forma que este adopte.
El libro está escrito no solo en perspectiva económica, como la mayoría de los tratados al uso, sino que incorpora sutiles reflexiones sobre ciencia política y en ningún momento desliga la intervención del fenómeno del poder político. Por desgracia no desarrolla lo suficiente alguna de sus afirmaciones, como cuando afirma, refiriéndose al postulado de Hayek de que en política los peores se sitúan siempre a la cabeza, que constituye una ley praxeológica el hecho de que los más capaces en cada actividad se colocan siempre a la cabeza de la misma y dado que la política requiere de ciertas habilidades, entre las que destacan la capacidad de manipulación y engaño, los más capaces en estas serán los que triunfen. Un libro reciente de Bryan Caplan[36], al referirse a la política en las democracias contemporáneas explica, desarrollando las intuiciones de Rothbard, como en democracia el político electo es aquel que es más hábil en ofrecer a los votantes lo que estos quieren en cada momento y en argumentar las ofertas electorales de tal forma que se adapten a las ideas de la mayoría de los ciudadanos. Triunfa aquel que es más hábil en camuflar sus ideas y en adaptarlas al gusto de la mayoría de los consumidores, no aquel que promueva las medidas más eficaces para alcanzar los fines propuestos. En democracia, es la conclusión a que llega Caplan y a la que apunta Rothbard, el ciudadano obtiene lo que quiere y tiene lo que merece.
Un ciudadano educado necesita, por tanto, conocer cuáles serán las consecuencias previsibles de las políticas que anhela. Pocos libros hay mejores que este, para comprender a qué nos llevaría guiar las políticas públicas por tópicos y propuestas presentadas como de “sentido común”, que en muchos casos a lo que conducen es al desastre económico y social.