Goldfish Point, La folla, California
—Los misterios han sido resueltos y los enigmas desentrañados —anunció Selma, entrando en la sala de trabajo seguida de Pete y Wendy.
Sam y Remi, que continuaban con la hora de Madagascar, estaban sentados a la mesa de trabajo, sosteniendo cada uno una taza de café expréss doble. Como en la ocasión anterior, habían dormido durante la mayor parte del viaje a casa, pero aun así estaban agotados.
Después de saltar del puente al barco de vapor, decidieron hacerse pasar por turistas y, tras lavarse lo mejor posible, se pasearon por las cubiertas y contemplaron el paisaje con sus compañeros de travesía. No solo nadie les pidió los billetes, sino que unos camareros vestidos de blanco les sirvieron cócteles y una cena en el salón principal. Después de haber pasado el día arrastrándose por cuevas, peleándose con cocodrilos, luchando contra rebeldes, sorteando cantos rodados y siendo perseguidos por la campiña de Madagascar, Sam y Remi disfrutaron de la oportunidad de relajarse y dejarse mimar.
Dos horas después de saltar a bordo, el vapor atracó en un muelle que sobresalía de una península boscosa. Sam y Remi desembarcaron con el resto de los pasajeros y cruzaron un pasaje abovedado de piedra que daba a un pulcro sendero de grava. Al final del camino encontraron una mansión de cuatro plantas, cuyo estilo arquitectónico se hallaba a medio camino entre una hacienda de antes de la guerra y una casa de campo francesa. Una placa fijada en un poste rezaba: HOTEL HERMITAGE.
Mudos de asombro por haber encontrado un lugar así en mitad de la selva de Madagascar, Sam y Remi se demoraron mientras el resto de los pasajeros del transbordador atravesaban la entrada del vestíbulo cubierta por una pérgola.
Detrás de ellos, una voz de mujer dijo en un francés impecable:
—Bienvenidos al hotel Hermitage.
Sam y Remi se dieron la vuelta y vieron a una sonriente mujer negra vestida con una falda azul y una blusa blanca almidonada delante de ellos.
—Parlez-vous anglais? —dijo Remi.
—Desde luego, señora. ¿Puedo ayudarles?
—Me parece que nos hemos separado de nuestro grupo de viaje. ¿Podría buscarnos un transporte para volver a Tsiafahy?
La mujer sonrió.
—Bien sur.
Una hora más tarde llegaron a Tsiafahy. Gracias a Selma, encontraron un hostal donde pasar la noche, y a la mañana siguiente estaban en un vuelo chárter a Maputo, Mozambique.
Selma se sentó en un taburete al lado de ellos.
—Tienen cara de cansados.
—A lo mejor no te hemos explicado debidamente los detalles de nuestra aventura en Madagascar —dijo Sam. Selma asintió con la cabeza y agitó la mano.
—Cocodrilos, rebeldes, rocas… Sí, me acuerdo. Mientras tanto, nosotros hemos trabajado duro desembrollando lo indesembrollable.
—Esa palabra no existe. ¿Te hemos contado lo del puente que…?
—Selma, cuentas con toda nuestra atención, aunque no estemos muy animados —intervino Remi.
—Bien. Lo primero es lo primero: envié las muestras de la canoa al laboratorio de Point Loma. Dentro de un par de días tendremos los resultados. Envié las fotos de la canoa y una copia escaneada del Códice de Orizaga al profesor Dydell, como usted me pidió, Remi. Me dijo que mañana tendrá unas conclusiones preliminares.
Remi vio la expresión inquisitiva de Sam y dijo:
—Stan Dydell. Mi profesor de antropología en la Universidad de Boston. Selma, ¿has…?
—No le di ningún detalle. Simplemente le dije que usted quería que realizara un examen superficial. En cuanto al misterioso señor Blaylock… —continuó Selma—. Pete, Wendy y yo…
—Sobre todo nosotros —dijo Wendy.
—… hemos leído de cabo a rabo las cartas de Blaylock a la hermana de Ophelia, Constance. La señorita Cynthia estaba equivocada: creemos que había amor entre Blaylock y Constance… aunque más por parte de ella que de él.
—¿Por qué dices eso?
—Las dos primeras cartas que Blaylock envió desde África hablan principalmente de viajes. Blaylock se muestra afectuoso pero con mesura. Dice que desearía corresponder los sentimientos de Constance, pero que… —Selma consultó el cuaderno que tenía delante y leyó:
—«Me temo que mi dolor por mi querida Ophelia se convertiría en una desgarradora culpabilidad». Habla mucho de sus primeros días en Bagamoyo e incluso menciona «mi misión» varias veces, pero no entra en detalles.
—O eso creíamos —añadió Pete.
—Exacto. Después de las primeras cartas, nos fijamos en que cada misiva de Blaylock contenía puntos aleatorios debajo de determinados caracteres del texto.
Sam asentía con la cabeza.
—Un código: si sacas los caracteres marcados y los combinas, obtienes un mensaje secreto.
—Sí. Aunque Blaylock, el eterno matemático, no lo puso tan fácil. Les ahorraré los detalles, pero utilizó las fechas y los números de página para crear un filtro de sustracción. Por ejemplo, si el filtro es un tres, tomas la letra ge, le restas tres caracteres y obtienes la letra de.
—Una de las primeras cosas que descubrimos —dijo Wendy— es que Constance Ashworth trabajaba para el Servicio Secreto. Ella era el canal de Blaylock para contactar con los jefazos.
Sam soltó una risita.
—No me lo esperaba. ¿Cómo lo averiguasteis?
—El mensaje secreto de la tercera carta de Blaylock decía: «Informa de la presencia del barco de Camden en Bombay para ser reparado; tripulación, todos hombres de Maximiliano, acuartelados en Stone Town».
—¿Quiénes son los hombres de Maximiliano? —preguntó Remi.
—Cuando la guerra de Secesión terminó —contestó Sam—, el emperador Maximiliano I de México abrió las puertas a los soldados confederados dispuestos a seguir luchando. En esa época, Estados Unidos apoyaba a los guerrilleros que intentaban derrocar a Maximiliano. El emperador ofreció una compensación a los confederados: si luchaban primero para él, luego ellos se encargarían del gobierno de Estados Unidos. Las estimaciones con respecto a la cantidad de confederados que acudieron en su ayuda varían, pero fueron tantos que en Washington se preocuparon. Si sumas lo que Dudley dijo sobre los blancos que estaban tripulando El Majidi a la mención de Maximiliano en la carta de Blaylock… da como resultado una operación de inteligencia llevada a cabo por renegados confederados. Alguien fue a México, reclutó a unos marineros y los envió a Zanzíbar, donde estaba esperando El Majidi.
—¿Con qué fin?
—Me imagino que continuar donde el Shenandoah lo dejó. Ese barco causó enormes daños mientras estuvo en activo, y había muchas facciones poderosas en la Confederación que juraron seguir luchando a pesar de la rendición.
—Lo que me desconcierta es cómo consiguieron acceso a El Majidi —dijo Wendy.
—Es difícil saberlo. Lo que sí sabemos es que el segundo sultán de Zanzíbar (el hermano del hombre que inicialmente compró el Shenandoah) no sentía el más mínimo aprecio ni por su hermano ni por el barco, y sin embargo, cuando tuvo ocasión de hacerlo naufragar después del huracán de mil ochocientos setenta y dos, no lo hizo. De hecho, ordenó que lo remolcasen hasta Bombay para repararlo, lo que debió de costarle mucho dinero.
—A lo mejor esa camarilla secreta de confederados ya lo había comprado, y al sultán no le quedó más remedio —dijo Pete.
Sam frunció el ceño al oír ese comentario. Se levantó y se dirigió a un ordenador, donde empezó a teclear. Después de un par de minutos, se volvió en su asiento.
—Antes de morir, el primer sultán de Zanzíbar había empezado a tomar duras medidas en secreto contra el tráfico de esclavos en su país. Cuando su hermano lo sustituyó, esa política se anuló.
Selma asentía con la cabeza.
—Así, si la Confederación volvía a sublevarse, el segundo sultán tendría un mercado interno para su industria de esclavos.
—Todo son suposiciones, claro, pero parece que las piezas encajan.
—Vale, volvamos al primer mensaje en clave de Blaylock —dijo Remi—. Menciona a «Candem». ¿Quién es Candem?
—Candem, en Nueva Jersey, es donde nació Thomas Haines Dudley —respondió Selma—. Creemos que era el apodo que Blaylock usaba para referirse a él en lugar de un nombre en clave oficial. De hecho, Dudley tenía su propio mote para Blaylock: Jotun.
—Es una palabra de la mitología escandinava —añadió Wendy—. Jotun era un gigante con una fuerza sobrehumana.
—Claro —dijo Sam—. Jotun. No sé cómo no se me había ocurrido.
Remi le dio un leve manotazo en el brazo.
—Listillo. No le hagas caso, Wendy. Continúa, Selma.
—En otra carta dirigida a Dudley a través de Constance, con fecha de julio de mil ochocientos setenta y dos, Blaylock informaba de que El Majidi (entonces llamado Shenandoah II, suponemos) había vuelto al puerto con la tripulación ya a bordo. Blaylock sospechaba que las reparaciones del barco se habían terminado como mínimo un mes antes y que el barco y la tripulación habían estado en el mar desde entonces.
—¿Hubo ataques o pérdidas inexplicables en la zona durante esa época? —preguntó Sam.
—Docenas. Durante mucho tiempo, el océano índico fue un refugio pirata más importante que el Caribe. Pero no hemos podido relacionar el Shenandoah II con ninguna de esas pérdidas. Llegados a este punto, la historia da un giro todavía más extraño. Blaylock acaba su informe con esta frase: «He adquirido un barco seguro y he recibido las Sharps».
—¿Carabinas Sharps? —preguntó Sam; Selma asintió con la cabeza—. Dudley debía de haberlo arreglado para que se las enviaran a Blaylock.
Selma continuó.
—«La tripulación nilo-camítica aprende rápido y supera el miedo al agua; creo que estarán en condiciones de dar caza para finales de mes. Tengo la intención de agarrarlos con las manos en la masa».
—¿Nilo-camíticos? —repitió Sam—. Nunca había oído hablar de ellos.
—Yo sí —contestó Remi—. Es el antiguo nombre de la tribu masái. Parece que nuestro misterioso señor Blaylock reclutó una guerrilla de combatientes masái para localizar el Shenandoah II.
—Ese hombre tenía un don para el espectáculo, lo reconozco —dijo Sam—. Según la biografía de Blaylock escrita por Morton, vivió con los masái durante una temporada.
—Así es —respondió Selma—. Que nosotros sepamos por las cartas, exploró la zona hacia al interior de Bagamoyo y se hizo amigo de algunos masái. Así es como inició el reclutamiento.
—Muy bien, es julio de mil ochocientos setenta y dos. El Shenandoah II tiene una nueva tripulación y está preparado para la batalla. Y entonces ¿qué?
—La mayoría de lo que pasó después lo sabemos por los informes en clave de Blaylock, y parte de esa información la hemos cotejado con las pocas entradas fechadas que hemos encontrado en su diario.
»Un par de semanas más tarde, Blaylock y su tripulación se hacen a la mar en un boum (básicamente, un gran dhow con dos mástiles) y empiezan a buscar el Shenandoah II, que ha zarpado unos días antes. Durante un mes, juegan al ratón y al gato. Blaylock se entera de que un barco que coincide con la descripción del Shenandoah II ha hundido dos buques de carga con bandera de Estados Unidos cerca del golfo de Aden. Según nuestras bases de datos, dos barcos fueron hundidos en esa zona en torno a las fechas que Blaylock menciona; los daños se atribuyeron a los piratas.
—Tampoco andaban muy descaminados —comentó Sam.
—Aunque Blaylock no es marinero, demuestra ser un capitán competente, y los masái, una tripulación hábil. Blaylock no se atreve a atacar el Shenandoah ni directamente ni en el mar, así que durante todo julio y agosto hace todo lo posible por seguirlo. Recaba informes de inteligencia y espera la hora propicia hasta el dieciséis de septiembre.
»Encuentra el Shenandoah II anclado a la altura de la isla de Sainte Anne, en las Seychelles, a unos dos mil kilómetros al este de Zanzíbar. Blaylock ancla su embarcación en una cueva cercana, y él y sus hombres desembarcan, atraviesan furtivamente el cabo y, al más puro estilo pirata, se acercan nadando al Shenandoah II y lo toman por asalto. No hay ni un solo disparo, pero los masái, siendo guerreros, no se muestran muy misericordiosos. De los setenta y ocho miembros de la tripulación del Shenandoah II solo sobreviven seis: el capitán, otro oficial y cuatro hombres alistados.
»El informe oficial de Blaylock sobre la captura llega a Estados Unidos en noviembre. Informa a Dudley de que ha desembarcado a los supervivientes del Shenandoah II en la isla de Sainte Anne.
—¿Sabemos qué fue de ellos? —preguntó Remi.
—Por desgracia, no he encontrado nada. Blaylock reparte entonces a su tripulación entre el boum y el Shenandoah II y zarpa para regresar a Zanzíbar. A unos cuatrocientos ochenta kilómetros al este de las Seychelles, se encuentran con una tormenta, y el Shenandoah II se hunde.
Al oír eso, Sam y Remi se inclinaron hacia delante.
—¿Se hunde? —repitió Remi—. ¿Cómo demonios…?
—Además del informe dirigido a Dudley, Blaylock incluye un mensaje en clave para Constance. —Selma pasó una página de su cuaderno y recorrió un par de líneas con el dedo—. «Habiendo tomado el Shenandoah, rápidamente hicimos recuento de sus provisiones y sus bienes. Para gran sorpresa mía, en el camarote del capitán encontré un objeto extraordinario: una estatuilla de un gran pájaro enjoyado verde hecho de un mineral desconocido por mí que representa una especie que no he visto jamás. Debo reconocer, querida Constance, que me quedé cautivado».
Sam y Remi permanecieron en silencio mientras asimilaban la información. Finalmente, Sam dijo:
—Eso explica la frase de su diario «el gran pájaro enjoyado verde».
—Y todos los dibujos de pájaros —añadió Remi—. Y tal vez lo que encontramos en el museo de Morton en Bagamoyo. ¿Te acuerdas de todos aquellos pájaros disecados que colgaban del techo, Sam? Estaba obsesionado. ¿Qué más decía en la carta, Selma?
—Parafraseo sus palabras, pero he aquí el meollo del asunto: ha cumplido con su deber hacia su país, no una sino dos veces, y entre tanto ha perdido a su mujer. Reconoce que ha mentido a Dudley con respecto al hundimiento del Shenandoah II. Suplica perdón a Constance y le dice que tiene intención de descubrir dónde encontró la tripulación del Shenandoah II el pájaro enjoyado y de recuperar el resto del tesoro.
—¿Qué tesoro? —preguntó Sam—. A esas alturas, ¿tenía alguna pista de que había más cosas por encontrar?
—Si la tenía, no escribió nada al respecto. Por lo menos, en un texto sencillo. Teniendo en cuenta el carácter de su diario, puede que todo esté escondido ahí de alguna forma.
—¿Y el cuaderno de bitácora del capitán del Shenandoah II? —preguntó Remi—. Si Blaylock suponía que la anterior tripulación había encontrado el pájaro enjoyado durante sus viajes, el cuaderno de bitácora sería un lugar lógico por el que empezar.
—Él no menciona en ningún momento un cuaderno de bitácora, pero estoy de acuerdo con tu hipótesis.
—Yo creo que copió en su propio diario toda la información relevante que encontró en el cuaderno de bitácora.
—En todo caso —prosiguió Selma—, Blaylock siguió escribiendo a Constance después de la captura del Shenandoah II, si bien sus cartas se volvieron cada vez más irracionales. Pueden leerlas ustedes mismos, pero está claro que Blaylock se estaba volviendo loco.
—Y esas solo son las cartas inteligibles —añadió Pete—. Todavía tenemos catorce por descifrar.
—A juzgar por toda esta información —dijo Sam—, Winston Blaylock probablemente se pasó el resto de su vida surcando el mar a bordo del Shenandoah II, escribiendo en su diario, contemplando su pájaro enjoyado y grabando glifos en el interior de la campana mientras buscaba un tesoro que puede que existiera o puede que no.
—Es posible que la cosa se complique todavía más —terció Remi—. Si el Códice de Orizaga es auténtico y la canoa con batanga es lo que creemos que es, en algún momento Blaylock pudo haber tropezado con un secreto que fue enterrado con Cortés y sus conquistadores: el verdadero origen de los aztecas.