—Claro —murmuró Sam—. No podía ser algo evidente, como un mapa con una gran equis.
Temiendo dañar el resto del pergamino, o lo que hubiera escondido dentro del bastón de Blaylock, Pete y Wendy lo habían llevado a la cámara del archivo para su extracción y preservación.
Diez minutos más tarde, una imagen de lo que Sam había cogido con las pinzas apareció en la pantalla de LCD de la sala de trabajo.
Pete salió de la cámara.
—Hemos tenido que reducirlo —dijo Pete—. Las dimensiones reales del mapa son aproximadamente de quince centímetros de ancho por veinticinco de largo.
—¿Y las anotaciones que aparecen a lo largo de la costa? —preguntó Sam.
—Cuando hayamos digitalizado el mapa, Wendy intentará limpiarlas usando el Photoshop. Considerando su situación y el añadido de la erre mayúscula, probablemente sean nombres de ríos: en francés, según parece. La palabra parcial de la esquina superior izquierda («ruñes») también podría sernos útil.
»Hay otra anotación —prosiguió Pete—. ¿Ven la flecha que está superpuesta?
—Sí —contestó Remi.
—Hay una microescritura encima de esa pequeña isla. También estamos trabajando en ello.
La cámara del archivo se abrió, y Wendy salió con un rectángulo de pergamino emparedado entre dos láminas de policarbonato transparente.
—¿Qué es eso? —preguntó Remi.
—La sorpresa que había detrás de la puerta número dos —contestó Wendy—. Estaba enrollado en el fondo del bastón. Colocó las láminas sobre la mesa.
Sam, Remi y Selma se reunieron en torno a ellas y las miraron en silencio durante unos instantes.
—Es un códice —susurró finalmente Remi—. Un códice azteca.
Al verse frente a dos objetos aparentemente dispares, decidieron dividirse. Pete y Wendy se sentaron ante un ordenador para identificar el mapa, mientras Sam, Remi y Selma se enfrentaban al nuevo pergamino.
Remi empezó.
—Codex quiere decir «trozo de madera» en latín, pero con el tiempo se convirtió en sinónimo de libro encuadernado o de pergamino. Es el modelo de la fabricación de libros moderna, pero antes de que la encuademación se extendiera cualquier cosa podía considerarse un códice: incluso un trozo de pergamino o varios pergaminos doblados.
»Veréis, cuando los españoles invadieron México en mil quinientos diecinueve…
—Tal vez este sea un buen momento para un curso de iniciación al mundo azteca —la interrumpió Sam.
—Está bien. Tened en cuenta que los historiadores han debatido mucho sobre los aztecas, desde aspectos triviales hasta otros más importantes. Os voy a dar una versión intermedia resumida.
»Azteca es la palabra popular para denominar a un grupo de pueblos de habla náhuatl a los que algunos historiadores se refieren como mexica (pronunciado “Me-SHI-ca”), que en el siglo VI emigraron hasta el centro de México desde algún lugar al norte.
—Algún lugar al norte es bastante vago —observó Selma. Remi asintió con la cabeza.
—Y también otro motivo de controversia. Dentro de un momento me ocuparé de eso. Así pues, los aztecas continuaron su migración al valle de México, desplazando y asimilando a otras tribus, incluida parte de su mitología y de su cultura. El proceso siguió de esa forma hasta en torno al siglo XII. En esa época, la mayoría del poder de la región estaba concentrado en manos de los tepanecas de Azcapotzalco. Resumiendo: el poder cambia de manos, se forman y se rompen alianzas, y los aztecas ocupan una posición bastante baja en la escala del poder.
»Hasta mil trescientos veintitrés, cuando, según la leyenda, a los aztecas se les apareció un águila con una serpiente en el pico posada en un cactus. Después de vagar durante unos años más, los aztecas dieron con una isla pantanosa apenas habitable en medio del lago Texcoco, que actualmente ha desaparecido en su mayoría; se encuentra debajo de Ciudad de México. Fue en esa isla donde supuestamente se les apareció el águila con la serpiente sobre el cactus. Dejaron de vagar y empezaron a construir. Llamaron a su nueva ciudad Tenochtitlán.
»A pesar de que su nueva capital estaba compuesta en igual medida de pantanos y de terreno, los aztecas llevaron a cabo un prodigio de ingeniería. Tenochtitlán ocupaba unos trece kilómetros cuadrados en la zona oeste del lago Texcoco. Construyeron pasos elevados a tierra firme, con puentes levadizos para dar acceso al tráfico de embarcaciones; construyeron acueductos para suministrar agua fresca a la ciudad; había plazas y palacios, zonas residenciales y centros financieros conectados mediante canales. Cuando la población se volvió demasiado numerosa para alimentarse de las cosechas cultivadas en tierra firme, los ingenieros aztecas crearon jardines flotantes llamados chinampas que podían producir hasta siete cosechas al año.
»La situación continuó de esa forma hasta finales de la década de mil cuatrocientos veinte, cuando se formó la triple alianza entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Todas las tribus que estaban al margen fueron sometidas cuando la alianza ganó poder. Y durante el siglo siguiente, poco a poco, los aztecas y Tenochtitlán ascendieron a lo más alto.
—Y luego llegó Cortés —dijo Sam.
—Así es. En la primavera de mil quinientos diecinueve. Al cabo de dos años, el imperio azteca estaba prácticamente destruido.
—¿Dónde reside el resto de la controversia sobre los aztecas? —preguntó Selma.
—En su lugar de procedencia: norte o sur, y lo lejos que estaba. Muchas culturas mesoamericanas clásicas y preclásicas (los toltecas, los mayas, los olmécas) poseen similitudes con los aztecas. Es la clásica pregunta: cuál es la primera fuente de la que bebieron. ¿Fue simplemente una cuestión de intercambio cultural o fue uno de esos pueblos el precursor del resto? Muchos historiadores creen que los aztecas fueron los auténticos progenitores de Mesoamérica.
Sam y Selma asimilaron la información. A continuación, Sam dijo:
—Vale, antes hablabas de códices…
—Sí —afirmó Remi—. Cuando Cortés invadió el territorio y el Imperio azteca desapareció, había muchos códices escritos, la mayoría por monjes jesuitas y franciscanos, otros por soldados o diplomáticos, e incluso unos cuantos por aztecas dictados a otros. Estos últimos son bastante raros y por lo general han sido descartados, al menos hasta los últimos doscientos años. Los códices aztecas tendían a desviarse de la «línea de partido» española, que consistía en que los aztecas eran salvajes y que su conquista era maravillosa y había sido dictada por Dios. Captáis la idea.
—Una vez más, los vencedores escriben la historia —dijo Sam.
—Eso es.
—Se refiere al Códice Borbónico, el Códice Mendocino, el Códice Florentino…
—Exacto. Hay docenas. Normalmente describen la vida azteca antes, durante o después de la conquista española. Algunos solo son cuadros de actividades rutinarias mientras que otros están concebidos como crónicas históricas de la llegada de Cortés, o de las batallas libradas o las ceremonias, etcétera.
Remi sacó una lupa de un cajón y se inclinó para examinar el códice. Se pasó diez minutos estudiando cada centímetro cuadrado, y luego se levantó y suspiró.
—Desde el punto de vista temático, se parece mucho al Códice Boturini. Supuestamente, el Códice Boturini fue escrito por un autor azteca anónimo entre mil quinientos treinta y mil quinientos cuarenta y uno, unos diez años después de la caída de los aztecas. Se supone que relata la historia del viaje de los aztecas desde Aztlán hasta el México del momento.
—¿Aztlán? —preguntó Sam.
—Uno de los dos hogares ancestrales míticos de los pueblos nahua, entre los que se encuentran los aztecas. Muchos historiadores difieren con respecto a si Aztlán es una leyenda o si existió realmente.
—Has dicho dos hogares.
—El otro se llama Chicomoztoc, o Lugar de las Siete Cuevas. Tiene un papel importante en la tradición y la religión azteca. Echad un vistazo a nuestro códice. ¿Veis la figura de una flor hueca que hay en la esquina inferior derecha?
Sam y Selma asintieron con la cabeza.
—Es como se representaba habitualmente Chicomoztoc. Pero ésta es un poco distinta. Tendré que establecer unas comparaciones.
—Si no lo he entendido mal —dijo Sam—, se supone que representa un viaje por mar. ¿La canoa es una metáfora?
—Es difícil saberlo. Pero ¿te has fijado en el objeto con forma de peine que tiene a un lado?
—Sí, lo he visto.
—Es el glifo azteca del número cien.
—¿Personas o embarcaciones?
—Dada su situación, supongo que lo segundo.
—Cien barcos —repitió Sam—. Navegando de Chicomoztoc a… ¿dónde?
—¿A donde viven ese pájaro y el objeto de debajo? —propuso Selma—. ¿Qué es eso? No lo distingo del todo.
—Parece una espada —aventuró Sam—. O una antorcha, quizá.
—No lo sé, pero ese pájaro me resulta familiar —dijo Selma.
—Debería —contestó Remi—. Es del diario de Blaylock. Hay otra cosa que también tenéis que reconocer.
Sam señaló la figura tosca que ocupaba la parte superior del códice.
—Esto también es del diario de Blaylock.
—Una estrella de oro para el señor Fargo. Y una más —dijo Remi, dándole la lupa—. La inscripción.
Sam se llevó la lupa al ojo y se inclinó sobre el códice.
—Mi español no es muy bueno, pero allá vamos… —dijo Sam. Y acto seguido recitó—: «Dado este duodécimo día de julio, año de nuestro Señor mil quinientos veintiuno, por su alteza Cuauhtemotzin. Javier Orizaga, S. J.».
—Orizaga… Es otro dato que aparece en el diario de Blaylock: «¿Estuvo Orizaga aquí?».
—¿Aquí, dónde? —preguntó Selma—. ¿En Chicomoztoc?
—Nadie lo sabe —contestó Remi—. Pero estáis pasando por alto la auténtica bomba.
Sin decir nada más, se acercó a un ordenador, abrió el navegador de Internet y se pasó cinco minutos navegando por las páginas de famsi.org: la Fundación para el Avance de los Estudios Mesoamericanos. Por fin se volvió en su asiento.
—Evidentemente, las siglas «S. J.» en el nombre de Orizaga significan «Sociedad de Jesús». Era un fraile jesuita. La fecha, doce de julio de mil quinientos veintiuno, es doce días después de lo que los españoles llamaron la Noche Triste. Con ese nombre se conoce la retirada forzosa de la capital azteca de Tenochtitlán después de que Cortés y sus conquistadores masacraran a cientos de aztecas (incluido su rey, Moctezuma II) en el Templo Mayor. Fue un momento decisivo para el Imperio azteca. En agosto del año siguiente, Tenochtitlán fue arrasada, y el último rey de los aztecas, Cuauhtemotzin, fue capturado y torturado.
—Cuauhtemotzin —repitió Sam, y acto seguido se volvió hacia el códice un instante—. Es quien dictó este códice, según Orizaga.
—Cuauhtemotzin vio la escritura en las paredes —dijo Selma—. Sabía que su gente estaba condenada y quería que alguien lo supiera…
Su voz se fue apagando.
Remi asintió con la cabeza.
—Si este códice es auténtico, puede que estemos ante la última voluntad de los aztecas.