—¿Envenenados?
Trevanion, Finnikin, Sir Topher y Musgo caminaban por los calabozos tapándose la nariz y la boca con paños. Era obvio que el rey impostor y sus hombres habían sufrido una muerte muy larga y dolorosa. Uno de ellos había conseguido reventarse la cabeza contra la pared de su celda para acabar de una vez con su agonía.
—¿Cómo? —preguntó Trevanion con la voz cargada de furia.
—No lo sabemos —le respondió el guardia en voz baja—. Pero hemos arrestado al panadero que les trajo el pan esta mañana a los prisioneros.
—¿Ha confesado?
El guardia negó con la cabeza.
—Esto solo puede ser obra de alguien que conozca muy bien el uso de los venenos, así que espero que ya hayamos sacado a la reina del monasterio de Tesadora —declaró Finnikin.
—Perri ya está en camino —contestó Trevanion—. Se llevará a la reina con los monteses hasta que esté preparada para regresar al palacio.
—Debemos tratar con cuidado este asunto —declaró Sir Topher—. No podemos repetir los mismos errores con aquellos que adoran a Sagrami.
—Estoy de acuerdo —contestó Trevanion con brusquedad—. Pero si Tesadora es culpable de esto, debe ser arrestada.
—No estarás sugiriendo que trabaja para los charynitas y que quería impedir que el rey impostor hablara, ¿verdad? —dijo Sir Topher.
—No pienso correr ningún riesgo.
Tardaron casi todo el día en llegar cabalgando al monasterio, situado en el extremo noroeste del reino. De camino pasaron por delante del cerezo que habían plantado en honor a la hija pequeña de la reina muerta, Isaboe. El monasterio, donde Perri había escondido a Tesadora y a las novicias hacía ya años, era uno de los templos más antiguos de la tierra. Estaba rodeado de bosques, donde se hallaban apostados los hombres de Trevanion, unos a la vista y otros, escondidos.
La entrada al monasterio era una senda cubierta que llevaba a unos jardines circulares donde las novicias trabajaban y meditaban. Los aposentos y demás zonas habitables se encontraban alrededor de los jardines. Tesadora estaba en la entrada, desde donde miraba, impasible, a los hombres. La luz que entraba a través de la abertura formada por los arcos le confería un aspecto casi fantasmal debido a su extraño cabello y a su hermoso rostro. Finnikin se preguntó cómo aquella mujer tan pequeña había sido capaz de sacar a Beatriss, que era mucho más grande, del calabozo aquel día.
—Por lo que parece, hay muchos hombres enfurecidos en los alrededores, capitán —le dijo Tesadora a modo de saludo—. Están inquietando a mis chicas.
—Espero que hablaras esta mañana con Perri, Tesadora.
—El Salvaje y yo nos conocemos muy bien, como ya debes de saber —replicó ella con frialdad—. Ha sacado a la reina del monasterio, para mayor angustia tanto de las novicias como de la propia reina.
Trevanion miró a uno de los guardias que estaba cerca. Este hizo un gesto de asentimiento para confirmar lo que ella había dicho.
—Pedimos permiso para entrar —dijo Sir Topher.
—No permitiré que mis novicias sufran más sobresaltos. Temo que también me saquéis a mí a la fuerza del monasterio si os dejo entrar.
Finnikin estaba seguro de que lo único que Tesadora conocía del miedo era cómo infundirlo en los demás.
—Tesadora, aunque solo sea por lo que hicisteis para que Lady Beatriss sobreviviera, mi padre se contendrá —dijo.
Ella le miró fijamente, como si le viera por primera vez en mitad de los otros.
—Dejad a vuestros hombres aquí fuera —les ordenó.
Luego se dio media vuelta y comenzó a recorrer el pasillo. Trevanion, Sir Topher y Finnikin la siguieron.
—No vuelvas a hablar en mi nombre, Finn —le advirtió su padre en voz baja—. Sería un pésimo capitán si tomara todas mis decisiones basándome en cómo han sido tratados mis seres amados.
Cruzaron los jardines muy conscientes de las miradas que les lanzaban las novicias. Las que pertenecían al culto de Sagrami iban vestidas de azul y las de Lagrami, de gris. La mayoría eran muy jóvenes. «Finnikin de la Roca. Pertenece a la reina», le oyó susurrar a una de ellas.
Llegaron al templo principal, donde Tesadora encendió una vela.
—Tenemos al rey impostor y a nueve de sus hombres muertos en los calabozos del palacio. Los han envenenado —comunicó Sir Topher después de que ella acabara de purificar el aire con el humo aromático de la vela y con una plegaria a su Diosa.
Tesadora le sostuvo la mirada.
—¿Me estáis acusando, Sir Topher? —Luego se volvió hacia Trevanion—. ¿Esto es un arresto, capitán Trevanion? ¿O es que alguien espera que derrame lágrimas por esos…? ¿Cómo les habéis llamado? ¿Hombres?
—La única prueba que teníamos de que Charyn planeaba invadir Belegonia a través de nuestro reino ha quedado destruida —contestó Trevanion—. ¿Qué harías en nuestro lugar?
Ella soltó una risita.
—Yo en vuestro lugar declararía un día de fiesta por todo Lumatere.
—Especialmente quizá para aquellos que adoran a Sagrami —apuntó Finnikin.
—A lo largo de estos diez años, el rey cabrón y sus hombres no han hecho distinción alguna entre los adoradores de Lagrami y los de Sagrami. Todos los lumateranos fueron víctimas de su reinado de terror.
—¿Y los Habitantes del Bosque que sobrevivieron? —preguntó Trevanion, señalando hacia el bosque—. ¿Acaso ordenaron ellos el asesinato del rey impostor y de sus hombres, Tesadora?
Tesadora no hizo caso de aquella pregunta.
—Los Habitantes del Bosque han pedido su autonomía.
—No —replicó Finnikin con firmeza—. Tu gente pertenece al reino. Una autonomía solo empeorará vuestra situación.
—Aquellos que adoran a Sagrami no sintieron que pertenecían al reino durante los cinco días de lo innombrable. Así es como llaman a esos días, ¿verdad?
—La reina no permitirá que nada malo les pase a los Habitantes del Bosque.
—¿Y si algo le pasa a la reina? Nuestro rey y reina anteriores nos protegieron, pero, en cuanto murieron, nos cazaron como animales y nos mataron. ¿Te gustaría seguir con ese censo aquí, Finnikin? Antes de los cinco días de lo innombrable había cuatrocientos treinta y siete Habitantes del Bosque. Hoy quedan menos de cuarenta.
—Se les protegerá —dijo Sir Topher con firmeza.
—¿Sin importar lo que me pase a mí?
—¿Es que acaso te hemos tratado como a un enemigo? —preguntó Finnikin—. Necesitamos saber lo que nos puedes enseñar. Necesitamos saber sobre la magia.
—¿Para controlarla? ¿Para enjaularla?
—A lo mejor para loarla —dijo Finnikin— y de ese modo aprender a ser curanderos. Tus jóvenes tienen habilidades.
—¿Y esperáis que me crea que esa es la razón por la que me visitáis hoy? ¿Mientras estoy aquí, contestando a vuestras preguntas en una sala de interrogatorios?
—Nadie te ha arrestado, Tesadora, y esto es un templo —contestó Sir Topher.
—Aun así vuestro capitán está con la espada en la mano, preparado para atacar.
—¡Se acusará al panadero de asesinato a menos que arrojes algo de luz y nos aclares lo que sucedió en el palacio esta mañana! —exclamó Trevanion.
No hubo respuesta.
—Sufrirá por algo que tú planeaste, Tesadora.
—Y Beatriss sufrió por algo que tú hiciste, ¿no, Trevanion? El capitán de la Guardia que eligió no postrarse a los pies del rey cabrón. Pero por nuestra Diosa —maldijo Tesadora—, se aseguraron de que su amante se postrara ante ellos. Continuamente. La sacaban de su casa arrastrándola por el pelo noche tras noche. Una vez fue la mujer más enviada de todo Lumatere, cuando el capitán de la Guardia Real la amaba. Pero nadie la envidió durante nuestros años en cautividad. Era el arma perfecta para mantener a nuestra gente en su sitio. Cuando descubrieron que estaba viva y la volvieron a arrestar, el rey cabrón decidió no ejecutarla. No, encontró un mejor uso para la antigua amante del Capitán de la Guardia. «Mirad a esta mujer», se burlaba cada vez que sus hombres arrastraban hasta la plaza su cuerpo magullado y destrozado, «esto es lo que les ocurrirá a vuestros seres queridos si os atrevéis a desafiar al rey».
Sir Topher abucheó con furia mientras Trevanion salía del templo. Finnikin no podía imaginarse las imágenes que acababan de pasársele a su padre por la cabeza. Le habían contado historias del destino de Beatriss, pero como un tonto había esperado que su padre nunca las oyera.
Sir Topher se quedó mirando a Tesadora.
—Yo tengo algo mejor que contar —espetó—. El capitán presintió lo que iba a ocurrir entre él y el rey impostor, así que le envió un mensaje a su amigo de confianza, Perri el Salvaje. Le decía que sacara a Lady Beatriss de la casa solariega y la llevara al Valle de la Tranquilidad, donde Lord August y Lady Abian estaban refugiados. Que la dejara con ellos, que estaría protegida. Sin embargo, nadie logró encontrar a Perri ese día y no llegó a recibir el mensaje. Verás, Perri iba a avisar a una antigua enemiga suya de la infancia, alguien con quien su familia se había portado muy mal. Alguien que él creía que merecía vivir. Esto me lo contó el propio Perri en persona, todavía acongojado después de tantos años por la pena de haberle fallado a su capitán. Tesadora, imagínate qué hubiera ocurrido si Perri hubiera recibido el mensaje. Imagínate la vida que Beatriss hubiera llevado con Lord August y su familia en Belegonia.
Tesadora torció la boca en un gesto de amargura, pero no pudo impedir que los ojos se le llenaran de lágrimas.
—Pero Perri jamás se arrepintió de venir hasta tan lejos para esconderte a ti y a las novicias de Sagrami. Yo jamás creí que debiera arrepentirse y Trevanion tampoco. Quizás hasta hoy.
Finnikin se puso a buscar a su padre. Lo encontró encorvado y de espaldas al monasterio, con una mano apoyada en un árbol. Cuando Trevanion se dio la vuelta, su hijo vio que se estaba limpiando la boca con la manga. Tenía el rostro ceniciento. Sir Topher se encontraba en la entrada del monasterio y ambos se dirigieron hacia él en silencio.
—Ya hemos acabado por hoy aquí —le dijo Sir Topher.
Tesadora apareció en el pasillo a su espalda. Su rostro seguía impasible, pero su mirada se había suavizado.
—Todo comenzó con la primera hija de Beatriss —les dijo—. Tu hija, Trevanion. Mi madre fue a la hoguera con la sangre de la niña en las manos. Creemos que esa sangre, mezclada con la de Balthazar y la de Isaboe, quedó atrapada en la magia oscura de la maldición y eso la convirtió en su luz.
Trevanion se quedó callado.
—¿Por qué tanto el hijo real como el bebé eran puros de corazón? —le preguntó Sir Topher.
—No —le respondió Tesadora.
Finnikin se estremeció cuando ella cruzó la mirada con la suya. A pesar de lo extraño que tenía el cabello y la oscuridad de su espíritu, era probablemente la mujer más hermosa que jamás hubiera visto.
—No —repitió ella—. Creo que se debe a que un joven hizo un sacrificio para mantener a salvo a la princesa. Carne de tu propio cuerpo, Finnikin. Pero te costó algo más que eso.
Finnikin no se atrevió a apartar la mirada.
—Yo estaba en la plaza el día que mi madre murió —siguió diciendo ella, pero con voz furiosa—. Incluso durante la maldición, mientras otros huían, yo me quedé. Ella me vio llegar a este mundo, me trajo ella misma, así que le vi abandonarlo. El equilibrio perfecto, ¿no os parece?
Nadie dijo una sola palabra.
—Te vi ese día —continuó Tesadora sin apartar la mirada de Finnikin—. Vi lo que hiciste. Tengo una daga con tu nombre, Finnikin de la Roca. Mi único consuelo al llorar por mi madre es que no sufrió por culpa de las llamas durante mucho tiempo.
Finnikin oyó las exclamaciones de Trevanion y Sir Topher, vio el asombro en sus rostros.
—¿Qué tiene que ver lo que hizo Finnikin con el contacto que hubo con la reina Isaboe en el exterior de Lumatere? —preguntó Sir Topher.
—Sabéis tanto como yo, Sir Topher. Los muertos no dan explicaciones ni aclaran nada. Lo descubrimos todo por nuestra cuenta. Encontré a Lady Beatriss en los calabozos del palacio, donde estaba con un bebé muerto en brazos. No volví a verla después de devolverla a Sennington hasta que pasaron cinco años. Fueron los peores años. De repente, un día, en el quinto año de nuestro cautiverio, Lady Beatriss apareció en nuestra puerta. Justo ahí —dijo señalando la entrada—. En plena madrugada. Y no vino sola. —Se volvió hacia donde una joven estaba de rodillas, plantando algo—. ¿Japhra?
La joven se les acercó y Finnikin se dio cuenta de que se trataba de una de las novicias que iba en el carro de Tesadora el día que entraron en Lumatere. Era baja, casi fornida, con unos ojos parecidos a los de un ciervo y una melena corta y espesa de cabellos muy negros.
—Son unos amigos de Lady Beatriss, Japhra —le presentó Tesadora—. ¿Puedes traernos un poco de té?
La muchacha se fue y Tesadora los condujo de nuevo al interior de una de las estancias del monasterio.
—Beatriss había conseguido sacar a escondidas a la chica del palacio la noche que vino a verme y ambas atravesaron la oscuridad a caballo para encontrarnos. Japhra de las Llanuras tenía doce años. El rey cabrón se la arrebató a su familia para hacer con ella lo que quiso. Casi estaba catatónica e incluso hoy sigue con el espíritu dañado.
Finnikin se estremeció.
—Yo llevaba tiempo intentando entrar en contacto con el espíritu de mi madre mediante la magia de las Diosas, pero siempre fracasaba. Todo cambió la noche en la que volví a ver a Lady Beatriss. Japhra no era la única razón por la que había venido a verme. Digamos que fue por… motivos medicinales.
—¿Estaba embarazada? —preguntó Trevanion.
—No creo que tenga que decírtelo, pero si esta conversación sale de aquí…
—¿Nos envenenarás? —dijo Trevanion.
Ella le lanzó una mirada mordaz.
—A Beatriss se le rompería el corazón si se enterara de que sabéis por qué vino a verme esa noche y no queremos que eso ocurra, ¿verdad, capitán?
—¿Quería librarse del bebé que llevaba en su seno? —preguntó Finnikin.
—No creo que ni siquiera ella misma supiera lo que quería, pero estaba agotada de tanto cabalgar, así que la dejé quedarse esa noche. Las chicas y yo habíamos tenido muy poco contacto con el resto del reino hasta ese momento. Tenía a mi cargo en el monasterio a doce de los cuarenta Habitantes del Bosque supervivientes, además de a la sacerdotisa de Lagrami y a sus chicas. No confiaba en nadie más para cuidarlas.
La chica volvió y sirvió el té con manos temblorosas.
—Gracias, Japhra —le dijo Trevanion en voz baja.
Ella asintió y se fue.
—Esa noche, apareció el espíritu de mi madre y me llamó. La sentí, como si me estuviera abrazando. Me dijo algo que no fui capaz de recordar a la mañana siguiente, no hasta que Beatriss me contó el extraño sueño que había tenido. Había soñado que tenía en brazos a su primer bebé y que el bebé le había hablado para transmitirle un mensaje.
Los tres hombres se quedaron esperando.
«La hija de Beatriss compartirá sueños con la heredera que nos devolverá la libertad».
Ella se quedó observando las expresiones de asombro e incredulidad en sus rostros.
—Podríais decir que no se trataba más que de la necesidad de dos mujeres apenadas, una por la muerte de su hija y otra por la muerte de su madre. Sin embargo, caballeros, en momentos así una persona se agarra a cualquier signo de esperanza. Lo agarras con las dos manos y le das aliento todos los días. Haces cualquier cosa para mantenerlo con vida.
»Lo hablamos día y noche junto a la sacerdotisa de Lagrami y llegamos a varias teorías. Seranonna y la niña murieron el mismo día, así que creímos que mi madre llevó al bebé de Beatriss a los cielos para que nuestra Diosa la protegiera. Trevanion, esa noche en el monasterio, tu niña vino en busca de su madre.
—¿Qué magia utilizasteis para poneros en contacto con Isaboe?
—Ninguna. Algo así está más allá de mis poderes o de mis conocimientos. Puedo sanar porque mi madre me enseñó qué plantas y qué flores debía utilizar. Eso es lo que les enseño a mis novicias. Japhra es una de las que ha mostrado más talento. Pero la curación y la magia son dos cosas distintas. Una persona debe ser muy poderosa para conseguir contactar con otra mediante sus sueños. Un espíritu muy fuerte, lleno de todo lo bueno y de todo lo malo. Con la capacidad para mirar en la oscuridad y encontrar una luz.
—Isaboe —dijo Finnikin.
Tesadora asintió.
—Ella nos encontró. Encontró a Vestie, pero creo que su espíritu onírico estaba buscando a la primera hija de Beatriss, la hermanastra de Finnikin. De algún modo, la sangre creó un vínculo entre Isaboe y cualquier niño al que Beatriss diera a luz. Todo porque Finnikin hizo un sacrificio para mantener a salvo a la princesa y supongo que utilizó la misma daga para ese sacrificio que para acabar con el sufrimiento de mi madre.
Finnikin no le contestó.
—Por supuesto, Beatriss se quedó asombrada ante el mensaje, pero supo que no tenía elección. Le prometí que si daba a luz al bebé, yo me encargaría de la criatura y ella nunca tendría que recordar quién era o lo que representaba. Ella aceptó. No le quedaba nada más que dar. Sin embargo, cuando vio a Vestie… —Tesadora soltó un suspiro—. Creo que si alguien hubiera intentado apartar a Beatriss de esa niña, le habría matado. Mucha gente se sintió reconfortada al verlas juntas. Los aldeanos visitaban a Beatriss temerosos de hablar, pero no a tener esperanzas y, de algún modo, Beatriss les daba esas esperanzas. «Lo que haga falta», me decía.
»Un día vino a verme el herrero de una aldea del Río, Petros. Me confesó que había echado a una adoradora de Sagrami después de la muerte de nuestra amada familia real. Me suplicó que tomara bajo mi protección a sus hijas.
—Hiciste bien al aceptarlas —admitió Trevanion.
—No lo hice —replicó ella con brusquedad—. Así que, esa noche, mientras su familia dormía, asfixió a su mujer y a sus tres hijas y luego se clavó una daga en el corazón. No fue capaz de soportar la idea de lo que el rey cabrón y sus hombres podrían hacerle a sus hijas.
»Beatriss me amenazó. Me dijo que si no trazaba un plan para proteger a las jóvenes de Lumatere, no podría acercarme a su hija. A una niña que lo primero que había dicho era “Isaboe”. Fue nuestra primera señal de que la heredera y Vestie habían caminado juntas en sueños. Nos quedamos asombradas al descubrir que había sido la princesa y no el príncipe quien había sobrevivido. Cuando le dije a Beatriss que no podíamos hacer nada, ella me recordó la poción que mi madre le había dado. Aunque muchos no lo sepan, Beatriss de las Llanuras puede ser bastante bravucona cuando se lo propone. Ya se puede uno imaginar de quién lo aprendió —comentó Tesadora con cierta socarronería al tiempo que miraba a Trevanion.
—Tenías elección —le dijo Finnikin—. Protegiste a la sacerdotisa de Lagrami y a sus novicias mucho antes de esa noche.
—No te hagas una idea demasiado sentimental de mí, jovencito —replicó con aspereza Tesadora—. Solo te hará parecer un tonto.
La expresión de su cara se había endurecido y Finnikin se dio cuenta de que ya había dicho todo lo que tenía que decir. La sacerdotisa se puso en pie para acompañarlos a la salida.
—Esta noche interrogaremos al panadero —comentó Trevanion mientras la seguían.
—Lo dudo mucho —le contestó Tesadora.
Sir Topher y Finnikin intercambiaron una mirada.
—La reina ya ha ordenado que lo liberen —les advirtió ella.
—¿La convenciste tú para hacerlo? —preguntó Finnikin, enfurecido.
Tesadora soltó una risa sin alegría alguna.
—He oído decir que solo hay una persona capaz de convencer a la reina, Finnikin.
—En cuanto la reina sepa lo que ocurrió en los calabozos… —empezó a decir Finnikin.
—Ocurren muy pocas cosas en el reino de las que no se entere la reina —le cortó Tesadora con un brillo triunfal en la mirada—. Yo de ti seguiría su consejo y me preocuparía menos de la verdad y más de lo que representa el mayor bien para su gente.
Finnikin se estremeció al darse cuenta de la verdad. Vio por las expresiones de sus caras que Trevanion y Sir Topher habían llegado a la misma conclusión. Aquello no había sido un acto vengativo casi al azar realizado por los Habitantes del Bosque. El envenenamiento del rey impostor y sus hombres había sido ordenado por la mayor autoridad del reino.
—¿Dónde está la reina? —le preguntó a Musgo mientras este se les acercaba—. ¿Dónde está?
—Recuerda cuál es tu lugar, Finnikin. En Lumatere, quien manda es la reina —le dijo Trevanion con firmeza.
—Perri la ha llevado con los monteses —informó Musgo en voz baja.
Finnikin ya se había subido al caballo antes de que nadie tuviera tiempo de decir algo más.
Trevanion sintió que Tesadora le clavaba una mirada furiosa mientras Finnikin se alejaba.
—¿Recuerda cuál es tu lugar? —repitió con rabia—. Caballeros, por el bien del reino espero que no hayáis preparado a ese chico para que recuerde cuál es su lugar entre la realeza, sino que se dé cuenta de que está al lado de la reina.
—Sin duda es una tarea muy difícil si tenemos en cuenta que la premonición de tu madre le suena en la cabeza desde que tenía ocho años —comentó Sir Topher.
—El muchacho recuerda las palabras tal y como quiere recordarlas —respondió ella—. Pero el hombre tiene que comprender el significado real.
Finnikin alcanzó a la reina y a Perri mientras descansaban al pie de las montañas. Isaboe estaba sentada cerca del guardia, con la espalda apoyada en un sauce llorón y la barbilla apoyada en las rodillas. El trayecto no había acabado con la cólera que sentía. Cuando Perri vio el caballo que se acercaba a galope tendido, se puso en pie de inmediato con la espada en la mano. Isaboe se levantó a su espalda, con una mirada oscura y penetrante. Perri volvió a guardar la espada y ella se adelantó mientras Finnikin desmontaba.
—Espero que hayas venido a comunicarme que habéis encontrado a Froi —le dijo Isaboe con una voz cargada de rabia.
Llevaba un vestido de color violeta con el cuello fruncido y adornos dorados. Era ancho a la altura de los tobillos para permitirle la libertad de montar a caballo y cabalgar.
—¿Qué es lo que has hecho? —le preguntó Finnikin con furia apenas contenida.
Isaboe tenía los puños apretados.
—Lo que tenía que hacer —respondió.
—Necesitábamos pruebas de lo que había planeado Charyn —espetó él—. Pero has estropeado por completo cualquier posibilidad de llevar ante la justicia a los responsables al matar a los que podían demostrarlo.
Había tan poca culpabilidad en su mirada que eso provocó que aumentara su furia. Por encima del hombro de la reina vio a Perri, preparado para entrar en acción. Captó la mirada de advertencia del guardia. Finnikin sabía que acabaría tendido en el suelo si se pasaba de la raya.
—¿Es que no sientes remordimientos? ¿No te arrepientes de nada?
La mirada de la reina estaba llena de odio.
—De lo que me arrepiento es de no haber podido ver cómo sufrían. Me han contado que duró bastante —respondió con los dientes apretados—. Me alegré mucho cuando me enteré de lo doloroso que había sido.
—Belegonia ha…
—¡Deseado invadir Charyn desde que existe esta tierra! —le interrumpió ella a gritos—. ¡A la espera de cualquier excusa!
—Tienen todo el derecho a saber que Charyn planeaba atacarles a través de nuestro reino.
—A Belegonia no le importa quiénes queden atrapados en medio, Finnikin. Se apoderarán de Charyn, pero no por venganza, sino por lo que pueden sacar de ese reino. Y utilizarán a Lumatere como atajo.
—Entonces, ¿la verdad quedará oculta?
—Mejor que una verdad conocida que nos llevaría a una guerra de tres reinos. Eso por no mencionar a Sarnak y cualquier otro reino con el que tengamos frontera. Charyn pagará, Finnikin. Deja que Trevanion y Perri hagan lo que mejor se les da. No finjamos que el capitán y Perri no saben cómo infiltrarse en un palacio y rebanarle el gaznate a un rey extranjero y salvaje que se merece la muerte. Lo que no puedes pedirme es que sacrifique a mi gente.
—A eso se le llama asesinato, ¿verdad, Perri? —le dijo a gritos al guardia—. Hacer exactamente lo que hicieron con nuestro rey y…
—¡No! —gritó ella, aunque más que una palabra era un sollozo.
A sus espaldas, Perri negó con la cabeza hacia Finnikin en un gesto de advertencia.
—¡No compares la matanza de mi familia con la muerte del monstruo que la planeó y el traidor que la llevó a cabo! No vamos a ordenar la muerte de personas inocentes. Vamos a vengarnos al mismo tiempo que nos aseguramos de que Lumatere no se desangre en el proceso.
—Isaboe, tu gente necesita saber la verdad.
—Lo que mi gente necesita saber es que la bestia y los hombres que arrasaron nuestro reino están muertos. Que todos ellos sufrieron. Que la bestia y los hombres que violaron a sus mujeres e hijas ya no existen. ¿Sabes cómo castigaban a los hombres que se atrevían a enfrentarse a ellos? ¿Cómo les impedían resistirse? ¿Sabes que venían a por sus hijas a plena luz del día? ¿Sabes cuántas de ellas se tiraron al río para ahogarse antes de soportar lo que ocurría? Y yo sentí cada una de esas cosas. —Sollozó mientras empezaba a darse golpes de puño en el pecho—. Sentí todas y cada una de ellas. Ojalá los gobernantes de los reinos sintieran el dolor de todos los ciudadanos que envían para luchar en sus guerras. Acaba con mi sufrimiento ahora mismo antes de permitir que sienta las muertes de mi gente mientras luchan para que se sepa semejante verdad.
Finnikin agarró la mano con la que se estaba golpeando el pecho y ella se inclinó hacia él con la voz estrangulada por la emoción.
—Si quieres ayudarme a gobernar este reino, tendrás que hacerlo a mi lado, y no desde tu aldea en la Roca.
—¿Qué es lo que te hace suponer que quiero gobernar tu reino? —replicó él con frialdad.
Pero estaba demasiado cerca de ella y lo único que quería era apoyar la frente en la suya, tomar todo lo que Isaboe le estaba ofreciendo.
—¿No fue lo que predijo Seranonna? —preguntó ella en voz baja—. ¿En el Bosque, cuando éramos niños? Luz y oscuridad. ¿Qué más es lo que dijo, Finnikin? ¿A qué le tienes tanto miedo?
Él se estremeció.
—¿Por qué no me tienes miedo? —le preguntó al tiempo que le clavaba los dedos en el brazo—. ¿Por qué no temes que derrame tu sangre para ser rey?
Vio que ella torcía la boca en una mueca de dolor y sintió el brazo de Perri alrededor del cuello cuando este comenzó a tirar de él para alejarlo.
—Eres un estúpido —le dijo ella con las mejillas llenas de lágrimas—. ¿Es que crees que no eres lo bastante hombre para la tarea? Quizá debería concederle ese privilegio al príncipe de Osteria, quien me suplica venir para reforzar los lazos que unen a nuestros dos reinos.
Finnikin se mordió la lengua hasta notar que se hacía sangre. Algo salvaje en su interior quiso matar a cualquier otro hombre que la tocara.
—Quiero que sepas una cosa, Finnikin. Te despreciaré el resto de mi vida si me obligas a llevar a otro hombre a mi lecho como mi rey.
Ella se alejó y Finnikin ansió seguirla, pero Perri no le soltó y pegó la boca a la oreja de Finnikin.
—Háblale así otra vez a la reina, o tócala de ese modo, y acabarás por orden de tu propio padre haciendo guardia en la frontera yerma de Sendecane —le amenazó el guardia en voz baja.
Finnikin se soltó, con la respiración irregular.
—Asegúrate de dejar a alguien como tú para protegerla cuando te vayas, Perri, porque parece que no tardarás en marcharte a Charyn —respondió con amargura—. Para matar a un rey.
—Finnikin, si eso es lo que me ordena mi reina, eso es lo que haré.