16. La descolonización

¿Cuándo incluirá la ONU el antioccidentalismo

entre los crímenes contra la humanidad?

PASCAL BRUCKNER

Enero de 2003. En los escaparates de las librerías, en la sección de novedades, un ladrillo de 800 páginas con título impactante: El libro negro del colonialismo. El libro aparece con unas tapas idénticas a El libro negro del comunismo, publicado en 1997 por la misma editorial. La similitud no es fortuita. Artífice de la obra, Marc Ferro así lo justifica: «Es una necesidad evidente el que El libro negro del colonialismo forme pareja con El libro negro del comunismo. Los que trabajan sobre los regímenes totalitarios han leído a Hannah Arendt de forma parcial. Así omitieron darse cuenta de que había asociado el imperialismo colonial al nazismo y al comunismo»[273].

La referencia erudita a Hannah Arendt no enmascara lo engañoso de la analogía. El comunismo, en su apogeo, se extendió por todo el planeta, pero el marxismo-leninismo y la filiación que reivindica después de la Revolución bolchevique confieren una unidad a todos los regímenes comunistas. El nazismo es un fenómeno concentrado en el tiempo (los años 1930 y 1940), en un lugar concreto (Alemania), y debe su unidad y su doctrina a la persona de su fundador, Adolf Hitler. El comunismo y el nazismo, sistemas totalitarios, son intrínsecamente criminales porque sus respectivos proyectos —el uno en nombre de la lucha de clases, el otro en nombre de la lucha de razas— postulan la eliminación de grupos humanos enteros: representantes del orden capitalista por un lado (propietarios, burgueses, y oficiales), etnias indeseables por otro lado (judíos, gitanos y eslavos). La colonización no forma una ideología, sino un modo de dominación económico, político y cultural: si el comunismo y el nazismo destruyen la sociedad allí donde toman el poder, la colonización provoca la sujeción del colonizado, no su destrucción. Además, ¿de qué colonización hablamos? El libro negro del colonialismo amalgama fenómenos que se extienden desde el siglo XV al siglo XX, y que se produjeron en América, en África, en Asia y en Australia, en contextos diferentes, en medio de universos heterogéneos. En el plano metodológico, tal finalidad suscita preguntas.

Pero el contenido de la obra plantea otras muchas cuestiones. Desde la desaparición de los indios de América a la trata de negros, desde la colonización europea en Asia a la conquista de África por los blancos, desde la implantación rusa en el Cáucaso a la guerra de Argelia, siempre son naciones occidentales o de cultura cristiana las que se ponen en la picota. En la historia del mundo ¿sólo colonizaron los occidentales? ¿La invasión de España por los musulmanes acaso no fue la expresión de una voluntad de poder? El libro negro del colonialismo no dice nada sobre esto. De veintisiete temas, sólo uno trata de la colonización árabe de Zanzíbar y otro de la colonización japonesa. Pero, ¿para enseñarnos qué? Que los esclavistas musulmanes de Zanzíbar compraban armas a los europeos. Conclusión: «Occidente haría mal en indignarse virtuosamente ante el régimen esclavista zanzibarita, pues fue su instigador, indirecto pero indudable, o al menos el promotor de éste». En cuanto a la colonización japonesa, provenía de un reflejo de autodefensa: «El colonialismo japonés aportaba una respuesta a la amenaza occidental en Asia». Aquí tenemos una ley histórica simple: en todos los casos, los occidentales son los culpables.

Marxismo, tercermundismo, odio al capitalismo y a la civilización occidental. Tal es la mentalidad de una obra que se pretende científica, pero que más bien refleja los prejuicios de una generación de investigadores formados en las universidades después de mayo del 68. Historiador de izquierdas, Marc Ferro fue profesor en Orán entre 1948 y 1956. Durante la guerra de Argelia, formó parte de las redes de apoyo al FLN. Sin embargo, fue él mismo el que, un día, dio este testimonio: «En la época colonial, los maestros, los profesores, los médicos realizaron una obra de la que no tienen que sonrojarse. Mantenían buenas relaciones con la población»[274]. Pero esto —aunque no fuera más que esto— ¿no debería ser contado a favor de la colonización?