Cuando salió Amen, vimos de todo, oímos de todo, leímos de todo. En un artículo titulado «Cuando la cruz era gamada», un semanario de izquierdas se atrevía a afirmar que «porque “Hitler protegía a la cristiandad del comunismo”, la Iglesia católica se negó a condenar durante la última guerra al régimen que exterminaba a los judíos»[256].
Aquí tenemos el segundo punto de acusación lanzado contra Pío XII. A partir de 1941, obsesionado con el anticomunismo, el Papa habría apoyado a Alemania en contra de la Unión Soviética, bendiciendo al régimen nacionalsocialista. Pero no solamente no existe ningún texto, ningún mensaje o ningún discurso demostrando que el Papa haya apoyado al Reich contra la URSS, sino que los archivos prueban lo contrario.
En el Ministerio de Asuntos Exteriores, el historiador Yves-Marie Hilaire ha estudiado las actas dirigidas a París por los dos hombres que, de 1940 a 1944, ocuparon el puesto de embajador de Francia ante la Santa Sede: Wladimir d’Ormesson, nombrado por la III República, que estuvo hasta octubre de 1940, y Léon Bérard, nombrado por el mariscal Pétain, instalado en el Vaticano hasta agosto de 1944. Los documentos de estos diplomáticos nos informan sobre el estado de ánimo del Vaticano durante la guerra. «En ellos se aprende que Hitler es considerado como el enemigo de la civilización cristiana y que el Papa pone todas sus esperanzas en la resistencia británica y la ayuda americana. Y sobre todo que el ataque a la URSS no es para nada considerado como una “cruzada”»[257].
El 28 de octubre de 1940, de retorno a Francia, Wladimir d’Ormesson entrega su informe de conjunto sobre su misión. En lo concerniente a la actitud de la Santa Sede, escribe: «Es muy favorable a Gran Bretaña y a Estados Unidos, francamente hostil a Alemania, todavía más a la URSS, afectuosa y afligida con Italia. (…) La Santa Sede teme ante todo el triunfo total de Alemania. Para Europa, para Italia, por último para la Iglesia. (…) La Santa Sede creyó que Inglaterra tenía bazas para una negociación después de la derrota francesa. Cuando vio que se afianzaba la resistencia británica, que se prolongaba, pensó que quizá Gran Bretaña podría salvar más todavía, el Vaticano puso todas sus esperanzas en esta resistencia y en la ayuda de Estados Unidos. (…) Ningún rastro de nazifilia en el Vaticano: Hitler está verdaderamente considerado como el enemigo de la civilización cristiana».
El 22 de febrero de 1941, Léon Bérard redacta una nota destinada al almirante Darlan (entonces jefe del gobierno), titulada Le Saint Siège et la guerre, rétrospective [La Santa Sede y la guerra, retrospectiva], donde se lee: «La Santa Sede ve una oposición fundamental, teóricamente irreductible, entre la doctrina de la Iglesia y la que inspira el nacionalsocialismo». Conclusión del embajador: «La Santa Sede considera que el nazismo tal como se ha manifestado en el mundo implica una confusión total de lo temporal y de lo espiritual. Y sobre esto, la Iglesia sólo sabría transigir al precio de lo que sería, ante sus ojos, una abdicación».
El 22 de junio de 1941, Alemania ataca a la URSS. ¿El Vaticano va a apoyar la «cruzada antibolchevique» alabada por la propaganda hitleriana, trampa en la que caen todos los colaboradores? Ninguna palabra de aliento sale del Vaticano. El 21 de agosto de 1941, dos meses después de la ofensiva alemana en Rusia, Léon Bérard cuenta al almirante Darlan esta confidencia de Pío XII: «Temo a Hitler más todavía que a Stalin».
Estados Unidos sólo formará parte de los países beligerantes a finales del mismo año. Pero en medio de la sociedad americana, entre los aislacionistas y los que juzgan el conflicto inevitable, el debate es intenso. Sin embargo, los católicos se plantean una pregunta. ¿Si deben luchar contra Alemania, tienen moralmente derecho a hacerlo junto a la URSS, potencia atea? Los obispos americanos plantean este tema al cardenal Maglione, secretario de Estado de Pío XII. ¿Y qué explica Maglione? Que en la encíclica Divini Redemptoris (en la que Pío XI definió el comunismo como «intrínsecamente perverso»), «no hay nada en contra del pueblo ruso»: la Iglesia ha condenado el comunismo, no ha condenado a Rusia. Así pues, ante sus escrúpulos, Pío XII indica a los católicos americanos que pueden ser aliados de la URSS.
¿Dónde y cuándo habría pensado el Papa que Hitler protegía a la cristiandad del comunismo?