Resistentes de derechas y colaboradores de izquierdas

¿Quién resistió? ¿Quién colaboró? Abramos un libro de historia para uso escolar: «En Vichy, los puestos de poder están ocupados por hombres procedentes de la derecha». Y sigue: «Procedentes sobre todo de los ambientes de ultra-derecha, los “colaboracionistas” parisinos predican una colaboración total». Los resistentes en cambio son presentados como procedentes «de toda clase de ambientes», pero la frase no aclara si se trata de todos los estratos sociales o de todo tipo de familias de ideas[245]. A pesar de su disfraz, el mensaje está ahí: bajo la ocupación, la derecha era sistemáticamente petainista o colaboracionista, y la izquierda necesariamente resistente. Otro prejuicio que se reduce a la nada en cuanto se estudian los hechos.

Entre los políticos de antes de la guerra unidos a De Gaulle, se encuentran por ejemplo el socialista Léon Blum, los radicales Pierre Mendès France o Henri Queuille, pero también Louis Marin. Este último, antiguo presidente de la Federación Republicana, once veces diputado por Lorena, es un hombre de la derecha patriótica, marcado por el catolicismo social. El mismo De Gaulle procede de un ambiente conservador: sus padres eran monárquicos, y si actúa como republicano lo hace reprimiendo sus tendencias íntimas. El 11 de noviembre de 1942, el socialista Félix Gouin, de Londres, dirige a Blum un informe en el que le incita a reconocer al jefe de la Francia Libre, exponiendo a pesar de todo sus reticencias sobre el entorno inicial del general: «La mayoría eran gente de derecha y de extrema derecha, y han trasladado a esta casa sus prejuicios, sus creencias o sus odios ideológicos».

Aquí tenemos un capítulo que contradice enteramente la mitología antifascista. La primera resistencia, la de 1940-1941, incluye a gente de izquierda o a democratacristianos, pero los hombres de la derecha dura de la década de 1930 son ahí más numerosos. De los tres primeros agentes de la Francia Libre enviados en misión, dos de ellos, el teniente Maurice Duclos y el capitán Fourcaud, son antiguos cagoulards[246]. El tercero, Gilbert Renault, alias Rémy, fundador de la red Cofradía de Nuestra Señora, es maurrasiano: «Formado intelectualmente por L’Action Française no me era posible reconocer como definitiva la derrota de Francia». El teniente de navio d’Estienne d’Orves, primer agente de la Francia Libre en ser fusilado, es un monárquico por tradición. En Francia, Duclos entrará en contacto con su amigo Gabriel Jeantet, agregado del gabinete de Pétain en Vichy, antiguo miembro de la Acción Francesa y ex cagoulard, que será arrestado por la policía francesa en 1944 y entregado a los alemanes. Jeantet le presentará al coronel Georges Groussard; éste, jefe de la red Gilberto, unido a los servicios ingleses, reclutará a sus agentes entre los antiguos miembros de La Cagoule y de las ligas nacionalistas. Duclos se encontrará también con el comandante Georges Loustaunau-Lacau, un ex cagoulard, que creará la red Alianza y que será deportado a Mauthausen en 1943.

«Pertenecía sin saberlo a esta derecha francesa tradicionalista, pobre, patriota y paternalista», cuenta Henri Frenay, fundador de Combate[247]. ¿Hace falta citar más nombres? Animador de los Croix-de-Feu y del PSF, el coronel La Rocque funda la red Klan; será deportado en 1943. Charles Vallin, que se reúne en Londres con Pierre Brossolette, o Pierre Ruhlmann, cofundador de Ceux de la Liberation, militaron también entre los Croix-de-Feu, y luego en el PSF. Grandes resistentes, Jacques Arthuis, Philippe Lamour o Jacques Debû-Bridel, habían pertenecido al Fascio de Georges Valois; Pierre de Bénouville, Jacques Renouvin, Michel de Camaret o el coronel Romans-Petit son monárquicos formados por Maurras.

En 1987, François de Grossouvre, antiguo resistente y consejero personal de François Mitterrand, confesó: «La izquierda fue la que explotó la Resistencia, pero fue la derecha la que la creó»[248].

Vayamos ahora al Estado francés. Entre los ministros de Vichy hay hombres procedentes de la izquierda. René Belin, secretario de Estado y más tarde ministro de Trabajo de 1940 a 1942, era un antiguo dirigente de la CGT. Paul Marion, secretario general de Información en 1941, abiertamente anticlerical, era miembro del comité central del Partido Comunista en 1926, y se encargaba de la rúbrica antimilitarista de L’Humanité. Max Bonnafous, ministro de Agricultura entre 1942 y 1944, militó en la SFIO hasta 1933, antes de convertirse en neosocialista. François Chasseigne, secretario de Estado para el Abastecimiento en marzo de 1944, antiguo comunista, había sido elegido en las listas del Frente Popular, en 1936, antes de adherirse a la SFIO.

Por supuesto, la derecha clásica es mayoritariamente petainista en 1940. No obstante, a partir de 1942, el jefe del Estado ya no parece controlar los acontecimientos. La figura del mariscal sigue siendo respetada, pero la esperanza política se traslada a Giraud o a De Gaulle.

Es sintomática la evolución de François Valentin, católico conservador, elegido diputado en 1936, bajo la etiqueta de la Federación Republicana. El 10 de julio de 1940 vota a favor de los plenos poderes. En 1941 es director general de la Legión Francesa de los Combatientes (no confundirla con la Legión de Voluntarios Franceses contra el bolchevismo), organización que representa a un millón de socios en la zona sur, y cuyo objetivo es mantener a los antiguos combatientes en la mística de la Revolución nacional. Después del retorno de Laval, dimite de su puesto. En 1943, la creación de la Milicia por Joseph Darnand, antiguo jefe del servicio de orden de la Legión de Combatientes, le lleva a la ruptura. El 23 de agosto de 1943, Radio Londres difunde un mensaje de Valentin: «Nuestro error ha sido creer que podíamos volver a levantar un país antes de liberarlo. Cuando un gobierno está obligado a inspirarse en la voluntad de una potencia enemiga y a no buscar únicamente el interés francés, ya no es más que una fachada. No solamente ya no tiene derecho a la obediencia, sino que desobedecerle es una obligación cada vez que se aparta del bien general de la nación». Sin embargo, Valentin era giraudista y no gaullista.

Charles Maurras seguirá siendo fiel a Pétain. El director de L’Action Française, más partidario del mariscal que de Vichy (su diario, que se había replegado a Lyon, rechaza toda subvención), es violentamente hostil a Laval. Durante la invasión de la zona libre, decidió seguir publicando su diario. Pero, mientras se censuran sus artículos en contra de los ocupantes, polemiza con De Gaulle y la Resistencia, de tal manera que su propósito se ve desequilibrado y la línea principal que reivindica («solamente Francia») parece ciega ante la evolución de la guerra. A pesar de todo, cada vez más germanófobo, Maurras es el punto de mira de furiosos ataques procedentes de la prensa colaboracionista, especialmente de parte de Déat. En 1941, rompió con Brasillach cuando éste, terminado su cautiverio, volvió a publicar Je suis partout en la capital: «No volveré a ver nunca a la gente que admite hacer tratos con los alemanes».

En realidad, en el entorno de Pétain, son muy poco numerosos los maurrasianos propiamente dichos. Pero Simon Epstein demuestra que la sobrevaloración del papel de Maurras y de la Acción Francesa en torno a Vichy, en la historiografía dominante, no es inocente: «Rehabilita a la izquierda y al centro desviando la culpa hacia la derecha y la extrema derecha»[249]. Este investigador planteó dos cuestiones hasta ahora poco exploradas. Después del asunto Dreyfus, ¿qué pasó con los dreyfusistas? ¿Y qué hacían los colaboradores cuando eran jóvenes? Y lo que descubrió fue ¡que los dos grupos coincidían! Fantástico desmentido al maniqueísmo de lo políticamente correcto, los trabajos de Epstein demuestran que la colaboración parisina fue sobre todo la obra de hombres procedentes de la izquierda, dreyfusistas en su juventud. El lazo de unión con sus comienzos, al principio o mitad del siglo, es el pacifismo.

Para entender el fenómeno, hay que remontarse a antes de la guerra. En sus comienzos, Otto Abetz —embajador de Alemania en París de 1940 a 1944— era socialdemócrata. Francófono y francófilo, pasaba numerosas temporadas en la capital y organizaba en Sohlberg, en la Selva Negra, encuentros franco-alemanes para la juventud. En 1937, se adhiere al partido nazi. En 1939, vuelve al Reich. A partir de 1940, es destinado a París, con la misión de orientar la opinión hacia la colaboración. Con esta finalidad, toca tres registros: el pacifismo, el europeísmo y el anticapitalismo. Comenta Jean-Paul Cointet: «Sus interlocutores naturales se encontraban en los ambientes con los que más había trabajado antes de la guerra: socialdemócratas, pacifistas y seguidores de Briand»[250].

Entre los amigos y relaciones de Abetz antes de la ocupación, se encuentran Jean Luchaire, Fernand de Brinon y Marcel Déat: serán los heraldos de la colaboración. En noviembre de 1940, Jean Luchaire funda Les Nouveaux Temps, un diario colaboracionista; bajo la III República, radical, pacifista y seguidor de Briand, había apoyado al Frente Popular. Encargado de representar al gobierno de Vichy ante las autoridades de ocupación, Fernand de Briñón toma sistemáticamente partido a favor de los alemanes; en 1933, partidario de Briand, había sido el primer periodista francés en entrevistar a Hitler y había fundado el comité Francia-Alemania. Marcel Déat, del que ya hemos hablado anteriormente, había sido, antes de la guerra, diputado de la SFIO, fundador del Partido Socialista de Francia, socio del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas y, de forma breve, ministro en un gabinete radical-socialista.

Entre 1941 y 1943, Jacques Doriot pasa quince meses en el frente del Este, bajo uniforme alemán de la LVF; después del 6 de febrero de 1934, diputado comunista de Saint-Denis y defensor de una línea de unión de la izquierda que todavía no había sido predicada por Moscú, fue excluido del partido pero fundó, en 1936, el Partido Popular Francés, reactivado en 1941, con una mayoría de dirigentes procedentes del Partido Comunista.

¿Debemos proseguir? En 1940, el novelista Alphonse de Châteaubriant (premio Goncourt en 1911 por Monsieur de Lourdines) funda La Gerbe, semanario colaboracionista. Ya en 1935, seducido por el nazismo, escribía: «Hitler es inmensamente bueno, Hitler no es un conquistador, es un edificador de espíritus, un constructor de voluntades». Châteaubriant, activo dreyfusista, había sido amigo de Romain Rolland, poeta del pacifismo. Camille Fégy, el redactor jefe de La Gerbe, es un antiguo periodista de L’Humanité. Aujourd’hui, diario colaboracionista fundado en París en septiembre de 1940, tiene como redactor jefe a Henri Jeanson, antiguo libertario, pronto sustituido por Georges Suarez, discípulo de Aristide Briand. En 1941, René Chateau toma la dirección de La Transe Socialiste, un diario colaboracionista; en 1936, siendo dirigente del Gran Oriente y de la Liga de los Derechos del Hombre, era diputado radical-socialista. Jean Fontenoy, amigo de Abetz, crea en 1940 La France au Travail, diario colaboracionista de izquierdas subvencionado por los alemanes; Fontenoy es un antiguo comunista. Charles Spinasse funda en 1941 el semanario Le Rouge et le Bleu, favorable a la colaboración en el marco socialista; entre 1924 y 1940, diputado de la SFIO, era pacifista y partidario de un entendimiento con Alemania.

¿Y cuál es el extremista que confía las siguientes líneas a su diario íntimo, en julio de 1940? «Espero que venza Alemania; pues De Gaulle no debe ganar entre nosotros. Es notable ver cómo la guerra viene a ser una guerra judía, es decir, una guerra de miles de millones y también de Judas macabeos». Es el filósofo Alain, radical y pacifista, gran conciencia de la III República…

Al preguntarle los periodistas a François Mitterrand sobre su amistad con René Bousquet, que ordenó la redada del Vél' d’Hiv, contestó: «Vosotros queréis que todo sea blanco y negro. La vida no está hecha así. Nada es blanco y negro, todo es gris. Gris, sucio». La idea no es falsa, ¿pero es satisfactoria?

El general De Gaulle, en 1969, se había opuesto a la difusión de la película de Marcel Ophüls, Le chagrin et la pitié. De Gaulle había contestado al presidente de la ORTF, que le explicaba que la obra contenía «verdades»: «Se hace Historia con una ambición, no con verdades. De todas maneras, quiero dar a los franceses sueños que los eleven, más que verdades que les rebajen». La idea es hermosa, pero ¿es igualmente satisfactoria?

Ni leyenda negra, ni leyenda gris, ni leyenda dorada, la historia restituye todas las facetas de esta época. En la misma Francia, sólo una ínfima minoría se alegra de la ocupación alemana. Una gran mayoría zigzaguea esperando el fin de la guerra. Otra minoría, más importante, se entrega a la liberación del país. Las antiguas familias de ideas se redistribuyen entre estas tres opciones de base, a su vez subdivididas por múltiples matices, y que evolucionan con el paso del tiempo: 1940 no es 1941, 1941 no es 1942, 1942 no es 1943, 1943 no es 1944.

Para recordarlo, nos gustaría que todas las voces fueran convocadas ante la posteridad. Todas las víctimas: los judíos, los deportados políticos, los presos de los stalags y de los oflags (campos de concentración reservados a oficiales y suboficiales), los muertos anónimos de los bombardeos. Todos los que, servidores del Estado, defendieron lo que se podía, al precio de una humilde resistencia diaria. Todos los que fueron héroes, d’Estienne d’Orves, Henri Frenay o Pierre Brossolette, pero también el general La Porte du Theil. Todos los que, en la primavera de 1940, salvaron el honor. Todos los que, en 1944 y en 1945, liberaron al país con las armas. Frente a la Alemania nazi, todos dijeron no.