Verdades y leyendas de la Resistencia

¿Y la Resistencia propiamente dicha? Aquí también las líneas de compromiso no corresponden a ideas demasiado simples. Ante todo, contestemos a la pregunta ritual: «Durante la guerra, ¿qué hubiera hecho yo?». Por muy decepcionante que parezca, la inmensa mayoría de los franceses, bajo la ocupación, no hicieron otra cosa que seguir viviendo. Las organizaciones petainistas juntaban 1,5 millones de personas, los partidos ultracolaboradores un total de 160.000 socios, y se entregaron 255.000 carnés de combatientes voluntarios de la Resistencia después de la guerra. La masa no es ni colaboradora, ni colaboracionista, ni resistente; es partidaria de esperar acontecimientos. Y para todos, de 1940 a 1944, la primera preocupación es la de alimentarse, calentarse, encontrar jabón, tabaco o un par de calcetines.

La reconstrucción mitológica realizada después de la guerra en torno a la figura del general De Gaulle así como del «Partido de los 75.000 fusilados» (el Partido Comunista) tiende a hacer olvidar dos elementos fundamentales. En primer lugar, la resistencia interna, inicialmente, no se confunde con la Francia libre: De Gaulle tendrá que imponerse a esta constelación de movimientos nacidos al margen de él. En segundo lugar, los comunistas entran en la Resistencia solamente en 1941, y por razones que no todas surgen del patriotismo francés, por lo menos en lo que concierne a sus dirigentes.

Al principio, todo es embrionario y todo procede de personas aisladas que constituyen su propio equipo. En zona ocupada, la red montada por Honoré d’Estienne d’Orves (que depende de la Francia Libre) es desmantelada en enero de 1941, y su jefe ejecutado en agosto. Lo mismo ocurre con la red del Museo del Hombre (Boris Vildé, Anatole Lewitsky), cuyos cabecillas caen en el invierno de 1941. Sin embargo, se fundan otras redes, como Liberación-Norte, dirigida por Christian Pineau. Pero es en la zona libre, lejos de la vista de los alemanes, donde mejor se organiza la Resistencia. En todos los casos, se encuentra el impulso de personalidades: Henri Frenay (Combate), François de Menthon y Pierre-Henri Teitgen (Libertad), Philippe Viannay (Defensa de Francia), Emmanuel d’Astier de La Vigerie (Liberación-Sur), Jean-Pierre Lévy (Francotirador).

Estas redes son todas de información. Muchos trabajan para o con los servicios especiales ingleses (como Alianza) o americanos (a partir de 1942), lo que irrita a De Gaulle y no deja de provocar fricciones con los servicios de información de la Francia libre, el BCRA (Bureau Central de Renseignements et d’Action Militaire) del coronel Passy. En diciembre de 1941, Viannay escribe en Défense de la France [Defensa de Francia]: «Que se ponga al frente de la resistencia, si es necesario que se vaya a África del Norte y todos le seguirán». Habla del mariscal Pétain…

Con eso se demuestra que la Resistencia no es forzosamente gaullista. Mucho después de la guerra, Henri Frenay lo atestiguará: «En Londres, el general De Gaulle y sus servicios no entendieron para nada el nuevo fenómeno que representaba la Resistencia francesa encarnada en los movimientos. Cuanto más nos alejamos de la guerra, tanto más se imagina la opinión pública que nos levantamos a la llamada del 18 de junio. Leyendo las Memorias del general, podríamos pensar que fue él quien inspiró, organizó y dirigió la Resistencia. En realidad, un muro de incomprensión no dejó de separarnos»[242].

Lo que ahonda la separación entre la resistencia interna y De Gaulle es, por una parte, el debate sobre la conveniencia de actuar directamente con los aliados y, por otra, la voluntad del general de integrar a hombres políticos de la III República en el seno de su gobierno embrionario. Con vistas a la posguerra, De Gaulle quiere colocar a todos los partidos bajo su autoridad. Numerosos resistentes, idealistas, imaginan otro mundo para el día en el que el país sea liberado. Pero el jefe de la Francia Libre conseguirá sus fines, tomando las riendas del conjunto de la Resistencia, tarea realizada por Jean Moulin, llegado a Londres en octubre de 1941. En abril de 1943, los tres grupos más importantes —Combate, Francotirador y Liberación— se federan en Movimientos Unidos de la Resistencia. Un mes más tarde, Moulin es nombrado delegado del general De Gaulle para toda Francia y colocado al frente del Consejo Nacional de la Resistencia. Fue escogido por el general, además de por sus evidentes cualidades personales, por su paso por el gabinete de Pierre Cot, ministro socialista del Frente Popular, lo que permitía ampliar el campo de influencia del gaullismo. Sin embargo, Moulin es arrestado en junio de 1943. Bajo su sucesor, Georges Bidault, el Consejo Nacional de la Resistencia no constituye más que una unidad de fachada.

A partir de 1943, los comunistas tienen un peso preponderante en la Resistencia. Pero forman un Estado dentro del Estado. Dando un giro de 180 grados, se lanzaron después de junio de 1941, cuando el Reich atacó a Rusia. El 1 de julio de 1941, Dimitrov, jefe del Komintern, les dio una consigna: «Entrad en contacto con De Gaulle, infiltraos en las colonias favorables a los aliados y suscitad en Francia, en contra del gobierno de Pétain y Darlan, un movimiento que debe desembocar en una guerra civil»[243]. El 21 de agosto de 1941, al asesinar a un oficial alemán en la estación de metro Barbès, Pierre Georges (el futuro coronel Fabien) inauguró la técnica comunista basada en el ciclo provocación-represión: cometer atentados que, al desencadenar represalias, deben sublevar a la opinión en contra de las fuerzas de ocupación. Esta táctica alcanza su objetivo. Después de cada atentado, los alemanes cogen rehenes indistintamente. El gobierno de Vichy, en la medida en la que interviene en el chantaje que consiste en designar a unas víctimas en lugar de otras, pasa así a ser cómplice de la represión.

Pronto, el objetivo no sólo serán los ocupantes: colaboradores, o presuntos colaboradores según los comunistas, son asesinados, e incluso trotskistas, ajustando así el PCF las cuentas con sus hermanos enemigos.[244] La Milicia, con o sin los alemanes, al perseguir a los «terroristas», hace que el engranaje radicalice la situación: en 1944, en las regiones de maquis, reina un clima de guerra civil, en el que unos franceses acosan a otros.

El general De Gaulle reprueba los atentados individuales, así como el activismo insurreccional que juzga prematuro. En febrero de 1944, la resistencia armada se unifica en las Fuerzas Francesas del Interior. En el seno de las FFI, los comunistas sin embargo conservan su organización particular, los Francotiradores y los Partisanos. En la liberación, a De Gaulle le costará enormemente impedir que departamentos enteros —especialmente en el suroeste— caigan bajo su poder. El jefe del gobierno provisional comprará la paz interior nombrando a ministros comunistas, amnistiando a Maurice Thorez y mezclando a las FFI con el I Ejército.

Durante la ocupación fueron fusilados un total de 29.000 franceses. El título con el que se adorna el PCF (el partido de los 75.000 fusilados) es, por lo tanto, falso. Sin embargo, es verdad que los comunistas pagaron muy cara su lucha contra el ocupante. Después de la guerra, utilizaron este hecho para acallar a los que les recordaran su actitud de 1939 y 1940 (cuando aprobaban el pacto Hitler-Stalin y solicitaban a los alemanes la reaparición de L’Humanité), y para tener el mayor peso posible en la vida política, social y cultural del país.