De Gaulle: de la revuelta a la victoria

¿Francia libre? «Es la historia de un bluff que tuvo éxito»[238]. La frase no es de un antigaullista: es del general mismo. Subsecretario de Estado para la Guerra, el general De Gaulle vuela a Londres el 17 de junio de 1940, cuando su protector, el presidente del Consejo Paul Reynaud, se niega a asumir el armisticio y dimite para ceder su puesto al mariscal Pétain. Al micrófono de la BBC, el 18 de junio, cuando el cese de las hostilidades había sido anunciado pero no firmado, lanza su célebre llamada a seguir la lucha. Al hacerlo, rompe con la noción de obediencia, sagrada para todo militar. Esta ruptura está dictada por una doble conciencia. Conciencia política, en primer lugar, pues este hombre de aguda inteligencia siempre lo pensó todo en términos políticos; conciencia de su propia valía, luego, pues, desde su adolescencia, vivió con la convicción de ser llamado a un destino excepcional. Para Charles de Gaulle, la elevada idea que tiene de Francia se confunde con la elevada idea que tiene de sí mismo. Por eso este personaje desatará tantas pasiones: venerado u odiado, no dejará a nadie indiferente.

De Gaulle no tiene dudas de que encarna la legitimidad francesa. Pero como no puede haber dos fuentes de autoridad, desde el 26 de junio de 1940, mientras Pétain es legal y constitucionalmente presidente del Consejo de la III República (el Estado francés se formó el 11 de julio), le declara la guerra. Eric Roussel demostró que De Gaulle, para hacer pedazos la imagen del mariscal, exagera a propósito. Pero lo exige su estrategia de ruptura. En 1940, ¿qué peso tiene De Gaulle al lado del vencedor de Verdún? Ninguno. Y sin embargo, la historia va a invertir su destino. El prestigioso mariscal dispone de bazas que perderá poco a poco y, merecido o inmerecido, el oprobio quedará ligado a su nombre. El general desconocido, que partió solo, logrará su fin y hará de su nombre un mito nacional.

La fuerza del general De Gaulle radica en su audacia profética. Ya en el mes de junio de 1940, previendo la coalición que se formará contra Hitler, apuesta por la derrota de Alemania. Le anima una segunda intuición: si Francia quiere tener voz y voto después de la victoria, es necesario que esté presente al lado de las potencias en guerra contra el Reich. De Gaulle luchará, pues, para imponerse a los británicos, que le dan refugio al mismo tiempo que buscan utilizarle en el sentido de sus intereses. Sus relaciones con Churchill serán caóticas, pero Inglaterra reconocerá enseguida a la Francia libre. No ocurrirá lo mismo con Estados Unidos. Roosevelt le atribuye intenciones dictatoriales, de modo que el general deberá esperar mucho tiempo el apoyo americano, que le será concedido con parquedad. A De Gaulle no se le informará ni del desembarco de 1942 en África del Norte («Espero que la gente de Vichy los eche al mar», exclamó en un momento de furor), ni del desembarco de 1944 en Normandía. En Teherán, en noviembre de 1943, Churchill, Roosevelt y Stalin se pondrán de acuerdo para excluir a Francia de las negociaciones posteriores a la guerra. En 1944, los americanos habrán previsto tratar a Francia como territorio ocupado, sometido a una administración militar, la AMGOT (Allied Military Government of the Occupied Territories): será necesaria la energía del general para hacer fracasar este plan e instaurar, en contra de la voluntad de Roosevelt, un gobierno francés después de la liberación. Tampoco se invitará a De Gaulle a Yalta (febrero de 1945), ni a Potsdam (julio de 1945), las dos grandes conferencias que determinarán el destino de Europa.

Sin embargo, lo esencial está aquí. En junio de 1940, Francia fue militarmente aplastada. En mayo de 1944, el cuerpo expedicionario francés en Italia, dirigido por el general Juin, lleva una campaña admirable en el Garigliano y entra en Roma un mes más tarde. El 15 de agosto, el primer ejército francés del general De Lattre de Tassigny pisa el suelo de Provenza. El 25 de agosto, la segunda división blindada del general Leclerc desembarcada en Normandía y libera París. Francia ha recobrado el honor de las armas. El 8 de mayo de 1945, en el acto de capitulación del III Reich, De Lattre está presente en Berlín. «He conducido a los franceses mediante los sueños», decía De Gaulle. El sueño era haber colocado a la Francia vencida de 1940 en el bando de los vencedores de 1945.