Vichy es un término cómodo, pero engañoso. Bajo la misma etiqueta, la palabra engloba momentos, espacios y hombres diferentes. El verano de 1940 es el momento de volver a poner en marcha el país. El 24 de octubre de 1940, después de entrevistarse con Hitler en Montoire, por instigación de Laval, Pétain lanza el término «colaboración». El 13 de diciembre de 1940, por orden de Pétain, el vicepresidente del Consejo es arrestado «por política personal». El 9 de febrero de 1941, el almirante Darlan se pone al frente del gobierno. En abril de 1942, bajo la presión de los alemanes, Laval vuelve al poder. En noviembre de 1942, los aliados desembarcan en África del Norte. Darlan, que se halla casualmente en Argel, hace que África del Norte entre en la guerra al lado de los anglo-americanos, pero es asesinado a finales de año.
Para Vichy, es el viraje decisivo. Aunque sigue siendo importante el prestigio del mariscal Pétain, ya no existe zona libre (los alemanes la han ocupado), la flota se ha hundido, el ejército del armisticio se ha disuelto, el Imperio ha recobrado su libertad. De la soberanía francesa que podía subsistir después del armisticio, ya no queda prácticamente nada. En cuanto al jefe del gobierno, el 22 de junio de 1942, «desea la victoria de Alemania», aunque añada «porque, sin ella, el bolchevismo se instalará mañana por todas partes». A partir del año siguiente, es la caída hacia la colaboración total. «Parece indiscutible —señala Jean-Marc Varaut— que la legitimidad del Estado desaparece el 18 de diciembre de 1943»[217]. Ese día, al negarse los alemanes a que anuncie que el poder recaería en la Asamblea Nacional en el caso de su muerte, Pétain se somete y escribe a Hitler que, en adelante, «las modificaciones de ley se someterán, antes de su publicación, a las autoridades de ocupación». En 1944, los extremistas de la colaboración, los mismos que en 1940 insultaban a «los ancianos de Vichy», entran en el gobierno.
El análisis histórico no puede confundirlo todo. Ser partidario del mariscal en la zona sur en 1940, no es lo mismo que ser colaboracionista en la zona norte en 1944. Pétain, mudo icono, sirve de coartada a los que se valen de su protección. Pero, al aspirar a políticas contrarias, los partidarios del mariscal, los de Pétain, los colaboradores o los colaboracionistas se odian.
Emparentado con la derecha tradicionalista, el general Weygand es ministro de Defensa Nacional del 16 de junio al 6 de septiembre de 1940. Cuando se organiza el ejército del armisticio, se opone a Laval y se muestra enseguida favorable a la preparación de una revancha con ayuda de tropas francesas de ultramar. Nombrado delegado del gobierno para el África francesa, pone secretamente en pie un aparato militar. En febrero de 1941, firma un acuerdo con el cónsul americano, Murphy, que organiza el abastecimiento de estos territorios por Estados Unidos y prepara el desembarco aliado. Se le oye vituperar a «Vichy, que se revuelca en la derrota como un perro en la mierda». En noviembre de 1941, es despedido, a petición de Hitler. Durante la invasión de la zona libre, en noviembre de 1942, aconseja en vano a Pétain partir hacia Argel. Arrestado por los alemanes, se le manda a una cárcel del Reich.
Hombre de izquierdas, rival de Léon Blum para la dirección de la SFIO en 1933, Marcel Déat convierte en 1940 L’OEuvre en uno de los principales periódicos de la colaboración parisina, en el que denuncia el carácter reaccionario de Vichy. Predica una «verdadera» colaboración, y es el que inventa, en noviembre de 1940, el término «colaboracionista». En 1941, funda el Rassemblement National Populaire, partido cuya ideología se acerca al nacionalsocialismo. Miembro de la milicia y del comité de los amigos de las Waffen SS, es nombrado secretario de Estado de Trabajo, en marzo de 1944, por Laval (pero Pétain se niega a firmar el decreto de su nombramiento). El nombramiento se llevó a cabo a petición de los alemanes, que deseaban para él un puesto más importante. A finales de 1944, Déat forma parte de la triste cohorte de los ultras que forman un gobierno fantoche en Sigmaringen. Durante el derrumbamiento del Reich, se esconde y encuentra refugio en un convento, en Italia, en el que este notorio anticlerical morirá convertido.
Weygand y Déat fueron ambos ministros de Vichy. Pero no en el mismo momento, y manifiestamente no animados por las mismas intenciones.
Lo convenido es estigmatizar las «leyes de Vichy». Examinaremos más adelante la legislación antisemita. En el plano económico y social, sin embargo, en un periodo que corresponde esquemáticamente al gobierno de Darlan, se promulgaron textos de los que las tres cuartas partes están todavía en vigor, retomados punto por punto en la liberación y transmitidos de la IV a la V República. Política familiar, política agrícola, acuerdos profesionales, comités de empresa, salario mínimo, inspección del trabajo, fondos nacionales para el paro, jubilaciones… «Tantas prácticas e innovaciones —señala Marc Ferro— que aparecieron en 1941 y se ampliaron en la obra social de la IV República»[218]. Más allá de las contingencias inmediatas, altos funcionarios piensan en el porvenir: François-Georges Dreyfus concluye: «Es en Vichy donde se prepara concretamente lo que Jean Fourastié llamó muy acertadamente las Treinta Gloriosas»[219].
Trabajar para este Estado, ¿acaso es traicionar? Alto funcionario, hombre con sensibilidad de izquierdas, François Bloch-Lainé sirvió con Vichy. Lo explicó: «Francia estaba ocupada. Era necesario administrarla para hacerle atravesar este paso tan duro de la manera menos mala posible. Los funcionarios, en Francia, consideraban que servían a la espada (De Gaulle) a través del escudo (Pétain). No se daban cuenta, como los holandeses o los belgas, de que el Estado se había marchado»[220]. ¿Doble juego? Sí, hay doble juego en Vichy cuando, en octubre de 1940, Pétain manda un emisario secreto a Churchill (Louis Rougier) o cuando el gobierno trampea para no ceder a las exigencias alemanas, a veces, con éxito. Hitler, Ribbentrop o Goering no dejaron de quejarse de la mala voluntad de la administración francesa.
No se puede confundir todo: el Vichy de 1940 no es el Vichy de 1944. La ruptura de 1942 se traduce con el horror de las cifras: de junio de 1940 a noviembre de 1942 hay 1.000 fusilados y 20.000 deportados, de noviembre de 1942 a julio de 1944, hay 24.000 fusilados y 120.000 deportados. Hasta la invasión de la totalidad del territorio, más vale vivir en zona libre que en zona ocupada. Para los perseguidos como para los resistentes, la zona libre constituye una cierta seguridad. Joven judía refugiada en zona no ocupada, Annie Kriegel da su testimonio: «Zona sur. En aquel verano de 1942, si bien la libertad es allí relativa y bajo control, es indiscutible el sentimiento de seguridad que se siente después de haber cruzado la línea de demarcación»[221]. Jefe de una red de resistentes en 1941, Alain Griotteray nos dice lo mismo: «En cuanto a nosotros, los resistentes del interior, pero unidos con Londres, podíamos despreciar al régimen de Vichy, ya que debíamos a su existencia la posibilidad de llevar a cabo nuestras operaciones: pues no hay operaciones de comando sin base en la retaguardia»[222].
En julio de 1940, parecía haber «40 millones de partidarios de Pétain» (Amouroux). Un año más tarde, en su mensaje del 12 de agosto de 1941, el mismo Pétain indica que ha cambiado el ambiente: «Desde hace unas semanas, siento que se está levantando un mal viento. La preocupación invade los ánimos, la duda se apodera de las almas». El 24 de abril de 1944, en la capital, el mariscal es aclamado todavía, al confiar a la muchedumbre (frase que se verá censurada en los periódicos y la radio): «Ésta es la primera visita que os hago. Espero poder volver fácilmente a París, sin estar obligado a avisar a mis guardianes». Pero, lo que aquel día provoca la emoción, es la alusión a la salida de los alemanes.
Como no se efectuaron elecciones entre 1940 y 1944, ni tampoco encuestas, es imposible evaluar verdaderamente el grado de adhesión o de rechazo a la política de Vichy. Sin embargo, poseemos indicaciones sobre la evolución de la popularidad del gobierno. Y cuanto más ilusoria parecía su libertad, tanto más se derrumbaba aquélla. Un historiador americano, John Sweets, realizó un estudio sobre la región de Clermont-Ferrand, en el que combate la tesis de su compatriota Paxton y la película de Ophüls, Le chagrin et la pitié. Lo que demuestra, con el ejemplo de la capital de Auvernia (en la que los alemanes sólo aparecieron en noviembre de 1942), es el derrumbamiento de la opinión pública según un espectro mucho más complejo que el de la separación entre resistencia o colaboración, su desapego progresivo del régimen a medida que la opinión tiene la impresión de que ya no sirve a los intereses del país. En un informe al ministro del Interior, el 4 de agosto de 1942, el subprefecto de Thiers estima que el 60 por ciento de la población es, «si no partidaria de De Gaulle, por lo menos favorable a los anglosajones, el 10 por ciento comunista y el 30 por ciento indiferente o fiel a la Revolución nacional». El 26 de diciembre de 1942, el comisario central de Clermont-Ferrand señala que «el público tiene la impresión de no tener ya gobierno independiente»[223].
En julio de 1940, Pétain no es el mismo que en julio de 1944. «La historia me juzgará sólo a mí», profetizó en octubre de 1940, al anunciar la política de colaboración. En Montoire, le dio un apretón de mano a Hitler («con asco», dirá más tarde), lo mismo que lo hubiera hecho con Guillermo II. Ahí radica su error. Nacido en 1856, el viejo soldado tenía catorce años cuando se produjo la derrota de 1870, sesenta años en la batalla de Verdún, ochenta y cuatro al principio de la ocupación. En el fondo, es un hombre del siglo XIX. Quizá espere, al igual que en 1917, la salvación de los americanos, pero no tiene la menor idea de la dimensión planetaria de esta guerra, y menos todavía de la naturaleza totalitaria del nacionalsocialismo. De ahí su terrible fracaso. Prisionero de Laval, prisionero de Vichy (que se niega a dejar en noviembre de 1942), prisionero de su papel, Pétain está imposibilitado para modificar una política que quizá no apruebe en su totalidad, pero que se vale de él. Sin embargo, nadie puede asegurar que este anciano con facultades alteradas por la edad, convencido de que se sacrifica para proteger a sus compatriotas, no presintiera el drama que iba a ser suyo, asociando su nombre y su honor de mariscal de Francia con un acercamiento continuo al Reich, él, que no dejaba de llamar a los alemanes los boches. «Son ustedes una nación de salvajes», soltará al delegado de Hitler, Renthe-Fink, después de la matanza de Oradour. François Mauriac meditará sobre el misterio de Pétain: «El mariscal, el día en el que asumió esta carga que deberá llevar mientras la nación francesa tenga historia, ¿supo de antemano que se iba a convertir en el cómplice del crimen hitleriano? Nunca sabremos sí, al decir “entrego mi persona a Francia”, consagra por adelantado la aceptación del cáliz más amargo que pueda beber un anciano jefe: “la deshonra hasta la muerte y más allá de la muerte”»[224].