1939: la alianza Hitler-Stalin

Hasta la guerra, la línea de conducta de los comunistas seguirá calcada de la que marca la URSS. Y para los socialistas, el miedo a cortar con el PCF, cuya alianza es necesaria para ganar las elecciones, será una manera de no plantearse nunca las verdaderas preguntas sobre la naturaleza del sistema soviético. A los ojos de la izquierda francesa, Mussolini es un césar de carnaval (no es falso), Hitler un monstruo (es verdad), pero Stalin es tratable: es mentira. En la URSS, la gran hambruna provocada por el régimen en 1932-1933 ha causado entre 8 y 9 millones de muertos, de los que 6 o 7 millones eran de Ucrania. En 1937-1938, mientras 9 millones de personas estaban en el gulag o en las cárceles, el Gran Terror provocó 690.000 víctimas. El régimen soviético es una máquina totalitaria cuya violencia no tiene nada que envidiar a la del nazismo. Pero la izquierda occidental, rápida para condenar el fascismo, se queda muda cuando se trata de denunciar los crímenes comunistas.

Sin embargo, la ideología de un Estado es una cosa, y sus intereses nacionales otra. Desde siempre, alemanes y rusos han mantenido unas relaciones ambivalentes, aliándose o enfrentándose según las circunstancias. Entre las dos guerras, de nuevo se comprueba esta ley. En Rapallo, en 1922, la república de Weimar y Moscú han contraído acuerdos ventajosos para las dos partes: el Estado soviético ha sido reconocido en derecho internacional, permitirán unas cláusulas secretas y más tarde el rearme alemán de manera considerable. La llegada al poder de Adolf Hitler no modifica este juego ambiguo, tanto menos cuanto que los dos regímenes comparten el cinismo, el desprecio por la palabra dada y la ausencia de escrúpulos en cuanto al valor del ser humano. En 1935, los diplomáticos de ambos países alcanzan un acuerdo comercial. Durante la purga de 1937-1938, los soviéticos liquidan a los comunistas alemanes refugiados en la URSS, salvo a los que Stalin entrega a la Gestapo, respondiendo a la petición del embajador del Reich en Moscú. Marguerite Buber-Neumann pasará así directamente de un campo soviético a Ravensbrück.

Hitler prepara la guerra en el oeste. Instruido por el ejemplo de 1914, necesita asegurar su tranquilidad en el este. El 22 de agosto de 1939, se firma un tratado comercial germano-soviético en Moscú. El 23 de agosto, le sigue un pacto de no agresión entre Alemania y la URSS, cuyo protocolo secreto acuerda el futuro reparto de Polonia.

¡Stalin aliado con Hitler! En París, la dirección del Partido Comunista, que al principio no da crédito a la noticia, acaba aceptandolo. El 24 de agosto de 1939, L’Humanité ve en este pacto una «política enérgica e inteligente a la vez, la única conforme con la causa de la paz». El 25 de agosto, Daladier ordena embargar el diario comunista. El 30 de agosto, el fiscal general de la República abre una investigación al PCF.

El 1 de septiembre, sin embargo, los alemanes invaden Polonia. El 3 de septiembre, Inglaterra y Francia declaran la guerra a Berlín. El 17 de septiembre, les toca a los rusos entrar en Polonia. Este país mártir se ve repartido entre dos potencias totalitarias: el 28 de septiembre se firma un nuevo tratado entre la URSS y el III Reich, «tratado de amistad y delimitación de fronteras», que acentúa todavía más la colaboración económica y política entre Berlín y Moscú.

El 26 de septiembre, el Partido Comunista Francés es disuelto por el gobierno. El 1 de octubre, en una carta al presidente de la Cámara, Édouard Herriot, Jacques Duclos pide la apertura de negociaciones de paz con Alemania. Durante este mismo mes, 2.500 consejeros municipales y 87 consejeros generales comunistas son cesados, y son destituidos los diputados y senadores del PCF.

¿Todos los comunistas se alinean con Moscú? Paul Nizan rompe su carné de afiliado, André Malraux se retira. De los 74 parlamentarios comunistas, 22 se dan de baja en el partido. Entre los militantes de base o los dirigentes sindicales, la confusión es inmensa. Pero la alta jerarquía y los grandes jefes regionales y locales siguen la consigna: Stalin ha ordenado a los comunistas de las democracias occidentales levantarse en contra de la guerra. «Abajo la guerra imperialista», proclama el prohibido PCF, mientras los soldados franceses esperan el asalto del enemigo. El 4 de octubre de 1939, el cabo Maurice Thorez, número uno del partido, deserta. Huye a Bruselas y luego llega a Moscú donde se quedará hasta 1944. En el frente o en la retaguardia, los militantes más duros distribuyen octavillas que incitan al derrotismo y a la deserción. En las fábricas de armamento, los comunistas realizan sabotajes que costarán la vida a cierto número de compatriotas, en mayo de 1940, durante la ofensiva alemana. Cinco días después de la embestida de los Panzer de Guderian, el 15 de mayo, el primer número clandestino de L’Humanité multiplica los ataques contra «los imperialistas de Londres y París».

Francia es aplastada. El 14 de junio, los alemanes están en París. El 22 de junio se firma el armisticio. Cuatro días más tarde, la dirección clandestina del Partido Comunista no ha dejado de manifestar de qué lado está: del lado de la alianza Hitler-Stalin.

A instigación de Eugen Fried, el 18 de junio de 1940, Maurice Tréand y Jean Cátelas, dos miembros del comité central del PCF, delegados de Jacques Duclos, solicitan oficialmente a la Propaganda Staffel la autorización para hacer reaparecer L’Humanité. Una militante, Denise Ginollin, deposita el expediente en la sección de prensa de la Kommandantur. El 19 de junio, los alemanes dan su acuerdo: el diario comunista debía reaparecer el 21 de junio. El número estaba listo, pero la policía francesa zanjó el asunto arrestando a Ginollin. Después del armisticio, se presenta una nueva petición. El 27 de junio, Otto Abetz, el embajador del III Reich en Francia, recibe en persona a Tréand y Cátelas. Pero el gobierno francés hace de nuevo fracasar el proyecto.

¿El Partido Comunista, primer apóstol de la colaboración? El 14 de julio de 1940, en el clandestino L’Humanité, se leen estas líneas: «Fraternidad franco-alemana. Las conversaciones amistosas entre trabajadores parisinos y soldados alemanes se multiplican. Nos alegramos de ello».

El 22 de junio de 1941, Hitler pone en marcha la operación Barbarroja: sus tropas invaden la URSS. En ambos bandos, la guerra en Rusia será de una crueldad atroz. Al tocar Stalin la cuerda patriótica, su pueblo consentirá en hacer enormes sacrificios para acabar con el nazismo. En el plano estratégico, para aplastar a Alemania, la alianza con Rusia era seguramente necesaria. Pero la feliz victoria de 1945 conllevará una trágica ambigüedad: presentar al comunismo como la defensa de la democracia frente al fascismo. ¿La URSS, un Estado democrático? Para los pueblos del Este, empezaba otro calvario.

Tristes años treinta. Lo que anunciaron, cegados ante el nazismo o ante el comunismo, es el triunfo del totalitarismo.