El mito del fascismo francés

Fascismo mussolíníano, nacionalsocialismo y franquismo son propios de Italia, Alemania y España: son fenómenos nacionales. ¿Qué equivalente podría tener en la Francia de la III República? Zeev Sternhell convierte a Maurice Barrès en el padre de una tradición que, mezclando nacionalismo y socialismo antes de 1914, habría llevado al fascismo de entreguerras, tradición que se habría desarrollado en las ligas de extrema derecha[191]. Esta tesis (vulgarizada por Bernard-Henri Lévy en L’idéologie française [La ideología francesa]) la ponen en duda historiadores franceses tan diferentes como Serge Berstein o Raoul Girardet. En 1933, en su testimonio a favor de Bertrand de Jouvenel —figura del pensamiento liberal de posguerra, que entabló un juicio por difamación contra Sternhell por haberle retratado en uno de sus libros[192], bajo los rasgos de un fascista en la década de los treinta—, Raymond Aron denunciaba el método del investigador israelita: «Su libro es el más totalmente ahistórico que se pueda pensar. El autor no pone nada en su contexto. Da del fascismo una definición tan vaga que cualquier cosa puede relacionarse con él».

Barrès, partidario del parlamentarismo y diputado durante mucho tiempo, es fundamentalmente republicano y conservador. Si las ligas de entreguerras profesan un antiparlamentarismo demostrado, comparten este sentimiento con gran parte de la opinión, cansada de lo que Robert de Jouvenel (tío de Bertrand), ya en 1913, llamaba la «República de los camaradas». El fascismo es revolucionario por esencia. Proyecto totalitario, aspira a la constitución de un partido único, al rechazo de los valores y de las élites tradicionales. Pero ninguna formación de derechas de las que se manifiestan en París en febrero de 1934 pregona este credo. Los Croix-de-Feu defienden un programa republicano basado en la restauración de la autoridad del Estado; su visión de la sociedad, fundada en la familia y la asociación del capital y del trabajo, procede del catolicismo social. «La imitación fascista o nazi —proclama La Rocque—, imponer a Francia un régimen contrario a su genio, contrario al respeto de la personalidad, la empujaría irremediablemente hacia los horrores de la revolución roja». Legalistas, los Croix-de-Feu se retiraron el 6 de febrero. Disuelto en 1936, este movimiento dará lugar al Partido Social Francés; con sus 600.000 afiliados, será el mayor partido de derechas antes de la guerra. Presentes también el 6 de febrero, las Juventudes Patriotas de Pierre Taittinger son conservadoras y nacionalistas, pero en absoluto fascistas. En cuanto a la Acción Francesa, única en su género, es monárquica; su crítica del centralismo y del cesarismo plebiscitario es incompatible con el fascismo.

Algunas ligas son violentas. Las peleas provocadas por los Camelots du roi —las tropas de choque de Acción Francesa— son legendarias. El 14 de mayo de 1936, Maurras escribe en su periódico que Blum es «un hombre a quien hay que fusilar, pero por la espalda», texto que le valdrá ocho meses de cárcel. ¿Es una prueba de fascismo? La izquierda es igual de violenta. El 1 de noviembre de 1935, el órgano de la SFIO, Le Populaire, afirmaba que «si algún día se produce la guerra es porque lo habrán querido los señores Béraud y Maurras. Que suene la hora de la movilización y, antes de seguir la ruta gloriosa de su destino, los movilizados abatirán a los señores Béraud y Maurras como a perros». El 9 de febrero de 1934, la manifestación organizada por los comunistas tiene un aspecto insurreccional, ya que los militantes más decididos van armados con revólveres o barras de hierro.

Serge Berstein diagnostica «una casi inexistencia del fascismo organizado en la Francia de entreguerras»[193]. «La expresión fascismo francés da lugar a peligrosos equívocos», confirma Raoul Girardet, subrayando que si existió la tentación fascista, quedó de hecho entre formaciones muy minoritarias o casos particulares.[194] Así ocurrió con Robert Brasillach o Pierre Drieu La Rochelle, escritores que buscaron en el fascismo la respuesta a un malestar personal.

El Fascio de Georges Valois, el Francismo de Marcel Bucard o la Solidaridad Francesa del comandante Renaud se refieren explícitamente a Mussolini, que les financia. Pero estos grupúsculos, desprovistos de apoyo popular, no ejercen ninguna influencia política. Se puede debatir para saber si la Cagoule —complot activista fundado por disidentes de las ligas en 1935— o el Partido Popular Francés, creado por Doriot en 1934 después de su exclusión del Partido Comunista, son fascistas. No basta con juzgarlo según el compromiso posterior de algunos con la colaboración; lo examinaremos en el capítulo siguiente. Sin embargo, está comprobado que la tentación fascista, de manera minoritaria pero ciertamente real, se manifestó igualmente en la izquierda.

Doriot, lo hemos dicho, procede del comunismo. En el Partido Radical Socialista, Gaston Bergery anima una tendencia reformadora de izquierdas. En 1933, es antifascista. En 1936 funda un partido frentista, pacifista y dirigista, que tiene, según Philippe Burrin, «acentos fascistoides»[195]. Marcel Déat, pacifista de izquierdas, excluido de la SFIO en 1933 por haber regañado con Léon Blum, convertido en teórico del «neosocialismo», inicia una conversión al fascismo que estallará durante la guerra. En cuanto a Bertrand de Jouvenel, no es necesario adherirse a las tesis de Sternhell, para recordar que en febrero de 1936 publicó en París Midi una entrevista con Adolf Hitler increíblemente complaciente. Al mismo tiempo, era candidato neosocialista a las elecciones que dieron la victoria al Frente Popular…

Pero estas corrientes, lo repetimos, son extremadamente minoritarias y no perturban a la gran masa del electorado. ¿Por qué Francia no padeció una verdadera corriente fascista? En primer lugar, retomando los criterios de evaluación citados más arriba, porque Francia es un país cuya unidad es antigua; porque los antiguos combatientes —y en aquella época, todos los hombres maduros eran antiguos combatientes— no han conocido la frustración de alemanes e italianos; porque la crisis económica de la posguerra no es, ni mucho menos, tan dramática como más allá del Rin o de los Alpes. Y también, según Serge Berstein, debido a la larga «impregnación republicana y democrática» de Francia. La explicación sin duda es cierta en lo que respecta al centro y a la izquierda. Sin embargo, para la derecha, en la medida en que los católicos siguen excluidos del poder y la III República atraviesa una profunda crisis de confianza, este motivo es insuficiente. La clave está en el hecho de que el fascismo es un modelo extranjero —y la derecha está nutrida por un patriotismo que raya en el chovinismo— y que a la inmensa clase media conservadora, siendo profundamente individualista, le repugna todo enrolamiento. A la derecha de la derecha, y para toda una generación de católicos, hay que recalcar la atracción intelectual ejercida por Maurras. «Por haberme encontrado con la Acción Francesa —apunta Jacques Laurent— escapé al encanto fascista»[196].