1938: derechas e izquierdas, todas muniquesas

En 1938, los acuerdos de Munich constituyen un evidente retroceso ante Hitler. «Una derrota que nos ahorra un desastre», observa Maurras, cuyo editorial termina con una llamada desesperada: «¡Armemos, armemos, armemos!». Salvo escasas excepciones (Mandel, Reynaud, Kérillis), la derecha es partidaria de Munich. Pero las izquierdas también: la Cámara de los diputados que ratifica por una aplastante mayoría (537 votos contra 75) el acuerdo firmado por el radical Daladier, es la cámara radical-socialista del Frente Popular. Si los comunistas votan en contra se debe únicamente a que la URSS no se ha visto asociada a las negociaciones de Munich.

Al comenzar la crisis de los Sudetes, el Sindicato de Maestros y el Sindicato de Correos —dos organizaciones de izquierdas— lanzaron una petición «en contra de la guerra»: «Pedimos al gobierno francés que persevere en la vía de las negociaciones sin dejarse desanimar por las dificultades que vuelven a surgir». Al día siguiente de los acuerdos, el secretario general de la SFIO, Paul Faure, se alegró: «Pensé, hemos pensado en el Partido Socialista, que era necesario temporizar, negociar, acudir a todas las fuerzas morales y espirituales del mundo para evitar el recurso a las armas»[183].

De Léon Blum, con fama de antimuniqués, se cita a menudo la expresión de «cobarde alivio», pero omitiendo que la empleó a propósito de sí mismo: «La guerra está probablemente descartada. Pero con condiciones tales que yo, que no he dejado de luchar por la paz, que desde hace años le había entregado el sacrificio de mi vida, no puedo sentir alegría y me siento dividido entre un cobarde alivio y la vergüenza»[184]. En la Asamblea, el 4 de octubre de 1938, el líder socialista también acoge favorablemente los acuerdos de Munich: «El grupo socialista en su totalidad participa de los sentimientos que animan unánimemente a la Cámara. Si hoy existe en Francia una voluntad de paz tan general y profunda, se debe, señores, en gran parte, a nuestra labor».

Hitler acaba de devorar Austria y la mitad de Checoslovaquia. El ejército alemán vuelve a ser poderoso. El Frente Popular ha lanzado un programa de rearme de 14.000 millones de francos, pero nada está a la altura del peligro. Con el sentimiento de vivir protegida por la línea Maginot, la opinión, al igual que la clase política, sigue siendo pacifista. Las encuestas acaban de aparecer: una de ellas revela que el 57 por ciento de los franceses aprueba la política seguida en Munich. Como canta un estribillo de moda: «Todo va bien, señora marquesa»[185].

Hoy, los acuerdos de Munich están marcados por un sello de infamia. Pero se nos olvida que todo el país se caracterizó por el «espíritu muniqués». Y que no nació en 1938: ya se había dejado el campo libre a Alemania en 1930, en 1935, en 1936. ¿Apatía, despreocupación, miedo a que «eso» vuelva a ocurrir? Todo el periodo de entreguerras fue muniqués.