Una izquierda mayoritariamente pacifista

Abandonada por Inglaterra, Francia se encontró sola, durante veinte años, frente a Alemania. ¿Por qué no reaccionó en 1935, en 1936, en 1938, cada vez que Hitler movía sus fichas? En 1939, la opinión todavía cree que el país es la primera potencia militar del mundo. Aterradora quimera. Philippe Masson observa: «La victoria de 1918 ha provocado efectos perversos. Una esclerosis afecta al alto mando, convencido de poseer la llave del éxito. El pacifismo, en diversos grados, socava todas las capas de la sociedad»[178]. El pacífico ama la paz, pero está dispuesto a ir a la guerra para preservar su libertad y su dignidad. El pacifista ama la paz por encima de todas las cosas y se muestra dispuesto a todo para evitar la guerra. ¿Una sociedad carcomida por el pacifismo? Sin duda esta reacción merece circunstancias atenuantes. Entre 1914 y 1918 fueron movilizados 8 millones de hombres, hubo 1,5 millones de muertos y 3 millones de heridos. En las memorias y en las carnes queda el horror de las trincheras. Durante la Gran Guerra, cayeron cerca de un tercio de los hombres de dieciocho a veintisiete años. Otros tantos padres potenciales que no tuvieron hijos. Para una nación cuya población decrece desde el siglo anterior, esta sangría es dramática: en 1935, los fallecimientos superan a los nacimientos. Francia es un país que envejece, cansado, con un estado sanitario deteriorado. Según Philippe Masson, el número de bajas temporales y de inútiles para el servicio alcanza en 1936 un 37 por ciento en Francia, mientras en Alemania es del 17 por ciento. Una Alemania en la que Hitler disfruta del apoyo del ejército y en la que la población está sicológicamente preparada para tomarse la revancha de 1918.

Después de la desaparición de Clemenceau y de Poincaré, a la III República le faltan personalidades fuertes. La inestabilidad ministerial es crónica: cuarenta y dos gabinetes en veintiún años, es decir, ¡una duración media de seis meses para cada gobierno! Paralizado, el Estado se ve incapaz de mantener una voluntad continua.

No obstante, si hace falta elaborar la lista de los factores que contribuyeron a la apatía francesa frente a Alemania, a la ideología le corresponde una parte. En la época de entreguerras, quedaban lejos los tiempos de los «húsares negros de la República», estos maestros patriotas del final del siglo XIX. En la enseñanza pública, el Sindicato Nacional de Maestros es todopoderoso. Y es pacifista. Durante sus congresos se aplaude un slogan: «Más vale la servidumbre que la guerra». En el mismo momento, al otro lado del Rin, los maestros machacan con el discurso contrario.

Heredada de Jaurés, la idea de la reconciliación franco-alemana es retomada por Aristide Briand o Joseph Caillaux como base de un programa de conciliación y de arbitraje. Pero estos hombres se niegan a ver que la república de Weimar —la carta de Stresemann al Kronprinz— sigue con una política nacionalista, política que será llevada a su paroxismo por Hitler. Michel Winock reconoce: «La inconsecuencia de todos los partidarios de la “seguridad colectiva” es que no quieren dotar su voluntad de paz y su defensa del derecho con una fuerza con la que puedan hacerse respetar. En cuanto su propio Estado —Estado de derecho— intenta garantizar las fronteras de los Estados independientes mediante una política de firmeza, que implica la amenaza militar, lo denuncian como promotor de guerras»[179].

En la CGT, los pacifistas son mayoritarios. Ocurre lo mismo en el Partido Socialista (SFIO). Paul Faure, su secretario general de 1920 a 1940, preconiza el compromiso a favor de la paz, aunque este compromiso fuera unilateral. En 1933, los militantes de SFIO reprochan a sus diputados haber votado el presupuesto militar. En cuanto a Léon Blum, figura intelectual del socialismo, no se queda atrás. Se le debe cierto número de intervenciones sobre las que no insisten sus biógrafos. El 15 de mayo de 1930, en Le Populaire, pregona su optimismo: «En lo relativo a Alemania, podemos, desde este mismo momento, iniciar el desarme». En el mismo periódico, el 2 de agosto de 1932, dos días después de las elecciones que han transformado al partido nazi en la primera fuerza política alemana, se consuela de esta manera: «Pase lo que pase, el camino hacia el poder le está cerrado a Hitler». En el mes de noviembre siguiente, los nazis pierden 34 escaños en el Reichstag. Análisis de Blum: «De ahora en adelante, Hitler está excluido del poder; está incluso excluido, por así decirlo, de la esperanza misma del poder»[180].

En marzo de 1935, en el momento en el que el Reich decide poner en pie a treinta y seis divisiones, el gobierno pide a la Cámara extender el servicio militar a dos años. En la Asamblea, el 13 de marzo, Blum denuncia esta propuesta de ley: «Pensamos que la potencia militar de un país no está en los efectivos acuartelados que sirven de base a los estrategas, sino en el levantamiento en masa. La solución está en incluir a Alemania en un sistema de desarme, de control, de asistencia, aceptado voluntariamente o impuesto». El 14 de marzo, siempre en Le Populaire, Blum protesta: «Los generales asustan a la opinión jugando con la amenaza de una posible guerra con Alemania». El 15 de marzo de 1935, se autoriza por fin al gobierno a aplicar una ley de 1928 que permite mantener a una quinta sirviendo en el ejército. Comentario de Le Populaire: «Igual que en 1913, la Cámara capitula ante los generales».

En mayo de 1936, el Frente Popular gana las elecciones con una promesa: «Pan, paz y libertad». El 4 de junio, Blum es jefe de un gobierno socialista y radical, conformándose los comunistas con un «apoyo sin participación». Al día siguiente de las elecciones, se desencadena una oleada de huelgas. Blum negocia. Firmados el 7 de junio, los acuerdos de Matignon aumentan los salarios entre un 7 y un 15 por ciento, y conceden diversos derechos sociales (convenios colectivos, creación de delegados del personal). Al no ceder los huelguistas, se votan otras ventajas durante el verano, concretamente la semana de 40 horas y dos semanas de vacaciones retribuidas. Contrariamente a lo que piensa cierta burguesía, estas medidas no tienen nada de revolucionarias: Francia sólo recupera su atraso social. Pero esta política, puesta en práctica de forma brutal, sin consideración hacia el contexto internacional y las realidades económicas, tendrá consecuencias dramáticas. Rebajar la semana de trabajo de 48 a 40 horas provoca una caída de la producción industrial. Únicamente en 1939 se volverá a encontrar el nivel de 1928. En Alemania, durante la misma época, la producción, y especialmente la producción de armas, dará un salto del 17 por ciento.

A partir de 1937, el radical Chautemps sucede a Blum. El Frente Popular sólo ha durado un año, pero ha actuado como si Hitler no existiera.

Toda la izquierda humanista y laica sigue cultivando un profundo pacifismo con tufo antimilitarista. En septiembre de 1936, Roger Martin du Gard escribe a un amigo: «¡Todo antes que la guerra, todo! Incluso el fascismo en España, incluso el fascismo en Francia, incluso Hitler». En la primavera de 1938, Simone Weil confiesa a Gaston Bergery que prefiere la hegemonía alemana a la guerra, aunque eso se traduzca en algunas leyes de exclusión en contra de los comunistas y los judíos.

¿Y los comunistas? A partir de los años veinte, cuando el asunto del pago de las reparaciones de guerra, militan, en nombre de la solidaridad con los obreros alemanes, contra toda sanción a la república de Weimar. Hasta 1935, en el Parlamento se niegan a votar los créditos militares. El Partido Comunista obedece las órdenes de Moscú. Y desde 1920, la URSS se ha acercado a Alemania, acercamiento hecho oficial con un tratado comercial firmado en 1921, y posteriormente por el tratado de Rapallo, en 1922. La subida del nazismo no modifica esta línea. El 14 de febrero de 1933, dos semanas después de la llegada de Hitler a la cancillería, Jacques Duclos escribe en L’Humanité: «Los trabajadores de Alemania deben saber que sus hermanos de Francia no quieren que estén sometidos al imperialismo francés, y por ello, la ayuda al pueblo alemán, que quiere liberarse, y la lucha contra la guerra no se pueden concebir sino con una lucha diaria para romper la tenaza de Versalles». El 15 de marzo de 1935, durante el debate sobre la ley que amplía el servicio militar a dos años, Maurice Thorez declara ante la Cámara: «No permitiremos que se arrastre a la clase obrera a una guerra llamada de defensa de la democracia en contra del fascismo. Los comunistas no creen en la mentira de la defensa nacional». El 30 de marzo siguiente da esta consigna en L’Humanité: «Invitamos a nuestros afiliados a penetrar en el ejército para cumplir la labor de la clase obrera, que consiste en disgregar el ejército». Algo más de un año después, el 2 de septiembre de 1936, cuando el Reich ha vuelto a ocupar Renania, Thorez lanza un alegato pacifista ante la Asamblea: «Hay que entenderse con cualquiera que quiera la paz, con quienquiera que ofrezca una posibilidad, por muy pequeña que sea, de salvaguardar la paz. Hay que entenderse con Italia, a pesar de la dictadura fascista. Incluso hay que entenderse con la Alemania de Hitler».