Ya preveíamos que un día la reacción alemana vendría. Sabíamos todo
esto y sin embargo, por pereza, cobardemente, no hemos hecho nada.
MARC BLOCH
Año 1999. Como apoyo a los albaneses de Kosovo en contra del dictador serbio Milosevic, la OTAN bombardea Belgrado. Como no hay unanimidad sobre la participación francesa en esta expedición militar, algunos señalan que París debería actuar para poner fin a la guerra. El 13 de abril, durante un debate en la Asamblea Nacional, Jacques Brunhes, diputado comunista por Hauts-de-Seine, se hace eco de esta tendencia: «Sobre la base de los principios que he recordado, y que son contrarios al espíritu de compromiso de Múnich, deberían tomarse iniciativas diplomáticas y políticas».
Año 2002. Estados Unidos prepara a la opinión mundial para un nuevo conflicto contra Sadam Hussein. Francia expone sus diferencias, insistiendo en la necesidad de un mandato de la ONU que legitime toda acción referente a Irak. El 10 de octubre, en la Asamblea Nacional, Édouard Balladur, diputado por París, defiende esta postura: «Francia no es favorable a una guerra preventiva iniciada contra Irak. Aquí no se trata, como lo pretenden algunos de nuestros compañeros, de un estado de espíritu “muniqués”; no se trata de ceder, sino de proceder por etapas».
El espíritu muniqués: desde la izquierda a la derecha, en toda situación de crisis internacional que pueda acabar en guerra se impone esta expresión para estigmatizar cualquier debilidad ante el adversario. Pero es olvidar que en 1938, durante el despedazamiento de Checoslovaquia avalado en Munich, todo el mundo (o casi) fue muniqués, de la izquierda a la derecha. Es olvidar también que el espíritu de Munich sólo fue el reflejo del pacifismo que dominó la sociedad francesa en todo el periodo de entre las dos guerras mundiales.