La trata de negros: una empresa europea

Eliminada en Occidente a finales del Imperio romano, residual durante la Edad Media, la esclavitud reaparece masivamente, en el siglo XV, en las colonias europeas. África, que ya abastecía a Roma, sirve de nuevo de reserva humana. Buscando la ruta de las Indias por el mar, los portugueses exploraron el litoral del continente negro. Abrieron el camino: aquí es donde los europeos compran a sus esclavos.

En 1503, el gobernador español de Santo Domingo consigue autorización para establecer esclavos africanos. En 1517, Las Casas, defensor de los indios, sugiere que cada colono pueda importar una docena de esclavos negros. En 1518, Carlos V autoriza la implantación de trabajadores africanos en el Nuevo Mundo. Los negros, especialmente en las islas, se consideran aptos para afrontar el clima tropical y efectuar una labor que los indios no resisten. En 1494, españoles y portugueses se han repartido América del Sur. Para sacar mayor rendimiento a sus respectivos territorios, compran esclavos negros. Hacia 1620 los ingleses introducen la esclavitud en Virginia. En aquella época, los holandeses hacen lo mismo en el Surinam (la Guayana holandesa). Los franceses se instalan en las Antillas en 1635. A partir de 1642, Luis XIII autoriza la esclavitud allí.

En 1682, Colbert nombra una comisión encargada de definir el estatuto de la mano de obra servil. Pero muere antes de que se acabe su proyecto. La ordenanza promulgada por Luis XIV, en 1685, lleva sin embargo la firma póstuma de su ministro, para demostrar la parte que le correspondió en su elaboración. Esta ordenanza lleva un nombre: el Código Negro. «El texto jurídico más monstruoso de la historia moderna», acusa Louis Sala-Molins.[165] Un texto «impregnado de humanidad», suaviza un diccionario de historia de Francia.[166] El Código negro se puede considerar bajo dos ángulos distintos. Visto con la mentalidad actual, esta «recopilación de reglamentos elaborados que conciernen al gobierno, a la administración de la justicia, a la policía, a la disciplina y al comercio de los negros en las colonias» nos choca profundamente, pues inscribe la esclavitud en el derecho francés. Visto con los ojos de la época, toma otro sentido. El Código Negro se concibe en el momento en que las naciones marítimas europeas tienen, todas, el recurso a la esclavitud y en el que esta última, fuera del área de la civilización cristiana, se practica en medio de la sociedad. En este contexto, la intervención del Estado francés presenta un relativo mérito: se fijan reglas para suavizar la suerte de los esclavos.

De manera muy precisa, el Código Negro define las obligaciones de los amos: respeto al descanso dominical, cantidad y calidad de la comida, ropa que se debe proporcionar, tarifa de las penas aplicables, cuidados que se deben a los inválidos y ancianos. Las colonias están lejos de Versalles. ¿Quién puede asegurar que esta legislación se haya respetado in situ? «Los esclavos que no sean alimentados, vestidos y mantenidos por sus amos —estipula el artículo 26— podrán quejarse a nuestro procurador general. Los amos serán perseguidos para juzgarles, lo que queremos que sea observado para los crímenes y tratos bárbaros e inhumanos de los amos para con sus esclavos». Cláusula teórica. En los archivos no hay ningún rastro de que se hayan producido jamás juicios semejantes. En cuanto a las deserciones, se castigan con la muerte a la tercera reincidencia.

Según el Código Negro, el esclavo debe ser bautizado y casarse en la iglesia. Pero se le impone el bautismo y su matrimonio depende del beneplácito del amo. En realidad, el texto intenta conciliar principios contradictorios. Como cristiano, el esclavo es un hombre. Como esclavo, queda reducido al estado de objeto, pudiendo ser negociado como un bien mueble.

Durante el reinado de Luis XV, el desarrollo de las Antillas multiplica por diez el número de trabajadores serviles. Por otra parte, el territorio colonial de Francia se ha ensanchado con la Luisiana (que se extiende en el centro-oeste de los actuales Estados Unidos, desde Canadá hasta México). En 1724 se revisa el Código Negro. Pero no en el sentido de una mayor suavidad. Al contrario, endurece por ejemplo las normas de la liberación. En esta época, el sistema alcanza su apogeo. «El siglo de la Ilustración —observa Jean de Viguerie— es el siglo de la esclavitud. Es en el siglo XVIII cuando el mal reina con más fuerza, todas las colonias, y especialmente las francesas, se transforman en recintos para esclavos»[167].

La Martinica, Guadalupe, la parte occidental de Santo Domingo (Haití) —la otra mitad pertenece a España— y, en la otra punta del mundo, la isla Borbón (isla Reunión) exportan productos que la metrópoli consume cada vez más, y que vende a otros países: café, índigo, algodón y azúcar. El azúcar sobre todo, el oro blanco de las Antillas. Pero esta producción sólo es posible mediante la explotación de mano de obra servil. Hacia 1700, la isla Martinica está poblada con 15.000 esclavos por 6.000 blancos, y Guadalupe tiene 7.000 esclavos por 4.000 blancos. En 1739, de 250.000 habitantes en las Antillas, 190.000 son esclavos. La isla Borbón, en 1789, cuenta con 37.000 esclavos para 45.000 habitantes.

Pero el récord lo tiene Haití, donde Francia realiza las tres cuartas partes de su comercio colonial: la producción de azúcar de todas las colonias europeas juntas no alcanza la mitad de la de esa gran isla. Allí, verdaderas fábricas funcionan las veinticuatro horas. Y la curva de la esclavitud sigue la curva de la producción. En 1720, 47.000 esclavos producen 7.000 toneladas mensuales. En 1750, 200.000 esclavos producen 48.000 toneladas mensuales. Barcos con nueva mano de obra llegan con regularidad desde África. En las plantaciones, debido al carácter agotador del trabajo, la mediocridad de la alimentación y los malos tratos (lo que demuestra los límites del Código Negro), la mortalidad es elevada: el 5 o 6 por ciento de los esclavos muere cada año.

A partir de 1715, la trata de negros constituye un elemento esencial del comercio trasatlántico. Es lo que se llama el comercio triangular. Los navíos salen de Francia con un cargamento de trueque (textiles, armas, aguardiente, vino, galletas, papel, ámbar). Tras arribar a las costas de África, intercambian estas mercancías contra cautivos negros, que luego venden en las islas. De allí, vuelven a Francia con un flete compuesto por productos tropicales.

En Francia, todos los puertos de comercio se han visto involucrados en la trata, pero existen cuatro plazas principales: Nantes, Burdeos, La Rochelle y Le Havre. Desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX, se han contado 4.220 expediciones negreras, de las cuales el 41 por ciento corresponden a armadores de Nantes. Entre 1715 y 1792, con 1.427 expediciones, Nantes es el primer puerto mundial de trata. Para las compañías negreras, que son sociedades familiares, y para sus accionistas, el beneficio es de un 10 por ciento al año de media. Esta actividad continuará realizándose durante la Revolución. Entre 1815 y 1833, 353 navíos de trata fondean todavía en Nantes. «Hasta los años 1840 —escribe Olivier Pétré-Grenouilleau—, los negreros constituyen allí la élite dominante y, todavía en 1914, algunos de sus descendientes figuran entre los grandes capitalistas del lugar»[168].

Triste consuelo. Francia no se sitúa en cabeza de estas estadísticas. Según Serge Daget, sólo durante el siglo XVIII, 6 millones de cautivos negros habrían sido conducidos hacia América, de los cuales 2,5 millones por los ingleses, 1,7 por los portugueses, 1,1 por los franceses y el resto por los holandeses.[169] Según las fuentes, el total de los negros trasladados como esclavos a América, en tres siglos, se estima entre 9 y 12 millones. Seres humanos cambiados por productos materiales, transportados en condiciones espantosas (cerca del 10 por ciento no llega vivo), comprados como ganado y, para acabar, obligados a realizar una labor literalmente extenuante. Esta página de la historia, disimulada durante mucho tiempo, forma parte de los secretos vergonzosos de la vieja Europa.

En el momento en que florece este tráfico, ¿quién siente escrúpulos? Muy poca gente. En Inglaterra, capitaneado por William Wilberforce, el movimiento abolicionista es poderoso. En Francia, la leyenda querría que todos los filósofos hubieran condenado este sistema. En el capítulo dedicado a la Ilustración, hemos visto que no es verdad. Entre Montesquieu, Voltaire o Buffon, las críticas para con el estatuto servil están acompañadas de la idea, implícita y a veces explícita, de que los negros son seres inferiores. Y todos los enciclopedistas, que pertenecen a la clase acomodada, invierten algo en las compañías de trata. Frente a la esclavitud, las mentes ilustradas se consuelan pensando que esto evita a los africanos morirse de hambre. Lo mismo que los cristianos, que tranquilizan su conciencia diciendo que, como los esclavos reciben el bautismo, lo importante está a salvo.

A finales del siglo XV, el papa Pío II intentó paralizar la trata iniciada por los portugueses. La esclavitud fue condenada por Pablo III en 1537 y por Pío V en 1568. En 1639, Urbano VIII reprueba «este abominable comercio de hombres». Por entonces, el jesuíta español Pedro Claver ejerce su apostolado entre los esclavos de Colombia, haciéndose, según su expresión, «para siempre esclavo de los negros». En 1741, Benedicto XIV a su vez censura la esclavitud. Pero nadie les escucha: el afán de lucro es más fuerte. En el reinado de Luis XV, los eclesiásticos se quedan igualmente silenciosos. Jean de Viguerie señala: «Se esperaría una protesta de la Iglesia. Lo que llega es más bien una aprobación». El historiador apunta la debilidad teológica del siglo XVIII: «Nada ilustra mejor el declive del pensamiento cristiano como la cobardía de los clérigos frente al escándalo de la servidumbre»[170].