Cuatro años después del ralliement, en 1896, se celebra en Lyon un congreso nacional de la democracia cristiana. La expresión «democracia cristiana» toma entonces el sentido que le asigna León XIII en la Rerum novarum: amor y acción a favor del pueblo. En este congreso participan René de La Tour du Pin (que sigue siendo monárquico), Albert de Mun y Léon Harmel (adheridos a la República), así como el padre Lemire (republicano). Los principios del catolicismo social son entonces tan fuertes que trascienden las fronteras políticas.
Y lo son más aún debido a que, hasta principios del siglo XX, el personal político de la III República se muestra prácticamente indiferente ante estas cuestiones. «Durante mucho tiempo —observa François-Georges Dreyfus— los ambientes religiosos estuvieron infinitamente más preocupados por la cuestión social que los republicanos»[163]. Según François Caron, la izquierda, en el poder de 1877 a 1914, no tiene verdadera política social[164]: su política social es su política escolar, sobre la que volveremos más tarde. En la Asamblea, pues, son los representantes de la derecha (el padre Lemire y sus amigos constituyen un caso aparte) los que más a menudo elaboran propuestas de ley en el campo de la protección social. Y muchas de estas propuestas son rechazadas por diputados que sin embargo invocan el progreso y al pueblo.
Abreviemos una enumeración que sería fastidiosa, si bien se impone una mirada sobre las iniciativas parlamentarias tomadas por esos católicos. En 1872, Ambroise Joubert, diputado por Maine-et-Loire, pide la prohibición del trabajo de los niños de menos de doce años, así como la supresión del trabajo nocturno para las mujeres: proposición rechazada por la izquierda y los liberales. La ley se adoptará solamente dos años más tarde. En 1880, Émile Kéller, diputado por el Territoire de Belfort, somete un proyecto que introduce la semana inglesa, proyecto no presentado en la Cámara por presiones de los industriales. El mismo año, por reflejo anticlerical, la Asamblea abroga el descanso dominical instaurado durante la Restauración. En 1882, monseñor Freppel, diputado por el Finistére, efectúa una intervención (reiterada en 1888 y 1910) a favor de las jubilaciones obreras. En 1883, al día siguiente de grandes manifestaciones en contra del desempleo, Charles Baudry d’Asson, diputado de la Vendée, interpela al gobierno: «Hay grandes miserias, y si os habéis creído obligados a movilizar de 25.000 a 30.000 hombres para protegeros, cuando únicamente se venía a pedir trabajo y pan, dejad que os diga que las precauciones del miedo así como las promesas de la impotencia no satisfacen a los que tienen hambre y sufren». En 1884, durante la discusión sobre la ley que autorizará los sindicatos, Albert de Mun, que representa al Morbihan, propone la institución del patrimonio sindical; la enmienda es rechazada, y volverá a serlo en 1895, y sólo en 1920, con un gobierno de derechas, se concederán a las formaciones sindicales la personalidad civil y el derecho de propiedad.
Albert de Mun desarrolla, él solo, una actividad considerable. Entre 1882 y 1893, y luego entre 1898 y 1914, se le deben los siguientes proyectos legislativos: responsabilidad colectiva de la profesión en caso de accidente laboral y creación de compañías de seguros y accidentes (propuestas rechazadas en 1884; el riesgo profesional esperará hasta 1898 para ser reconocido); creación de una legislación internacional del trabajo; limitación de la jornada de trabajo a diez horas (De Mun vuelve a la carga en 1886, 1888 y 1889, año en el que sugiere ocho horas de trabajo); propuesta para retrasar la edad de trabajo hasta los trece años para los chicos y los catorce para las chicas; prohibición de trabajos pesados para los chicos de menos de dieciséis años y sin límite de edad para las mujeres; restablecimiento del descanso dominical (propuesta efectuada en 1886, 1888 y 1889; el descanso del domingo volverá a ser obligatorio solamente en 1906); creación de cajas de jubilación y de cajas de enfermedad para los obreros; institución de cuatro semanas de descanso para las mujeres que acaban de dar a luz (propuesta rechazada en 1886; el descanso maternal esperará hasta 1913); creación de consejos profesionales de conciliación y arbitraje (ley votada en 1892); fijación por ley de un salario mínimo; limitación de los embargos de retención sobre los salarios; cierre obligatorio de los establecimientos comerciales el domingo, e instauración de una pausa para la comida (propuesta de 1911, adoptada solamente en 1919).
En 1895, el padre Lemire propone la creación de un ministerio de Trabajo. La denominación aparecerá en 1906. En 1900 propone un sistema de seguro obligatorio contra la enfermedad y la vejez: los seguros sociales nacerán en 1930…
En la avanzadilla de las reivindicaciones a favor de los que tenían una vida más difícil, los católicos sociales estaban adelantados a su época. Lo estaban con una mentalidad —conservadurismo moral, paternalismo, respeto por las jerarquías sociales— que les reprocha la historiografía de izquierdas, que cree que la lucha de clases es inevitable. Lo hemos dicho, las grandes fuerzas no estaban a su lado. Pero si se hubiera escuchado a estas mentes lúcidas y valientes, y si la burguesía de la revolución industrial no hubiese demostrado tal indiferencia para la cuestión obrera, Francia quizá no hubiese heredado esta enfermedad que consiste en abordar todo litigio social por la vía del conflicto.