«Tejeremos las mortajas del viejo mundo, pues ya se oye rugir la revuelta…». La sublevación evocada por el célebre Chant des canuts es la de los obreros de Lyon, en 1831. En las fiestas revolucionarias, no hace mucho, los militantes cantaban este estribillo a coro. Ante sus ojos, la gesta de los tejedores de Lyon representaba una de las primeras luchas populares, preludio de todos los combates de clase que el proletariado iba a llevar contra el capitalismo. Un proletariado evidentemente socialista, que se enfrenta a una burguesía evidentemente conservadora.
Pero Le chant des canuts no es de 1831: su letra fue escrita en 1899 por Aristide Bruant, cancionetista de Montmartre, que ponía música al anarquismo de la Belle Époque. Y el clima que él sugiere (el levantamiento en contra de los «grandes de la Iglesia» y los «grandes de la tierra») poco tiene que ver con la verdadera historia de los tejedores.
A principios del siglo XIX, en Lyon, el tejido de la seda constituye la única actividad industrial. Existen treinta mil telares Jacquard, repartidos entre ocho mil talleres. Estos ejecutan los pedidos que les dan los fabricantes y los negociantes en seda, un grupo de quinientas familias burguesas. Durante el reinado de Luis-Felipe, en 1831, los jefes de taller reclaman, por su trabajo, la garantía de una tarifa mínima. Al término de una negociación llevada bajo los auspicios del prefecto del Ródano, los delegados de los tejedores se ponen de acuerdo con los negociantes en seda. Se promulga una tarifa. Pero, en cuanto se firma, se anula el convenio. Los obreros tejedores —se les llama los canuts— se rebelan. Victoriosos durante un tiempo, son aplastados por la fuerza armada de la monarquía burguesa.
Ésa es la versión oficial, la que más o menos encontramos en todos los libros escolares. Con esta perspectiva, la insurrección lionesa de 1831 prolonga la sublevación parisina de 1830. Un diccionario de historia de Francia lo explica así: «Republicanos avanzados y primeros socialistas ven en la revuelta de los tejedores la irrupción del problema social. Lyon figura así como “ciudad santa del socialismo” de la que debe salir la futura revolución del proletariado»[153].
El artículo apenas menciona las otras claves del acontecimiento, que aclaran su verdadero aspecto.
Entre los tejedores, los jefes de taller no son proletarios, sino maestros artesanos: son dueños de sus telares. Sus empleados viven y trabajan en casa de sus jefes, comparten su modo de vida y su condición social. Según Guy Antonetti, los tejedores encarnan una «mentalidad tradicional, enemiga del liberalismo económico introducido por la Revolución»[154]. Bajo el Antiguo Régimen, en 1744 y en 1786, ya habían organizado huelgas. Entonces fueron apoyados por los canónigos de la primacial Saint-Jean, que les financiaron, les dieron cobijo para que llevaran a cabo sus asambleas e intercedieron por ellos ante las autoridades. En 1790 recurrieron, una vez más, a los canónigos, quienes les impulsaron a mantener una asamblea constituyente social en la que se estableció un salario mínimo.
La seda es un producto de exportación. A partir de 1825, la coyuntura internacional provoca una disminución de la producción. Para ayudarse mutuamente, los tejedores fundan unas asociaciones de ayuda, como la Sociedad del Deber Mutuo, creada en 1828 por Pierre Charnier. En octubre de 1831, cuando se aprueba la tarifa mínima gracias a la mediación del prefecto, la negativa de ciertos fabricantes a aplicarla, en nombre del liberalismo, provoca la sublevación de los barrios obreros. Guy Antonetti, sin embargo, señala: «Dueños de la ciudad, los obreros se guardan muy bien de saquearla y se niegan a seguir a los cabecillas republicanos que intentan apropiarse del movimiento con fines políticos». Se producen enfrentamientos con las fuerzas del orden local, que dejan víctimas, porque la oposición revolucionaria ha utilizado como trampolín el descontento de los tejedores. Pero éstos presentan reivindicaciones puramente profesionales. Al frente se encuentra Pierre Charnier, quien no tiene nada de «republicano avanzado»: monárquico, ese piadoso católico se ha hecho legitimista desde la instauración de la Monarquía de Julio. El 3 de diciembre de 1831, el ejército del general Soult, enviado por Luis-Felipe con la consigna de restablecer el orden sin llevar a cabo «ninguna ejecución», entra en Lyon sin derramamiento de sangre. Se anulará la tarifa y el prefecto será destituido: el primer ministro, Casimir Périer, es un liberal para quien las leyes del mercado son soberanas.