Por ideología, el emperador era favorable al principio de las nacionalidades. Lo mismo que había apoyado la unificación italiana, verá en sus comienzos de manera favorable los esfuerzos de Bismarck para lograr la unidad alemana. Pero en 1866, cuando los prusianos aplastan a los austríacos en Sadowa, Napoleón III se despierta: su política ha favorecido a una potencia que pasa a ser amenazadora.
A principios de julio de 1870, se desarrollan unas negociaciones en Ems, en Alemania, entre el embajador de Francia y el rey de Prusia, sobre la candidatura del príncipe de Hohenzollern-Sigmaringen al trono de España, candidatura a la que se opone Napoleón III. Cuando hace público el contenido de la entrevista, Bismarck deforma voluntariamente el sentido de la información, dándole una forma insultante para los franceses. El canciller quiere guerra: la tendrá.
En París, se enciende la opinión. A pesar de la oposición de Thiers, el cuerpo legislativo acepta el compromiso contra Berlín. El 19 de julio, segura de su fuerza, Francia declara las hostilidades. «El ejército prusiano no existe», gallea el ministro de la Guerra, el mariscal Leboeuf. Quimera: desde el 12 de agosto, la batalla de las fronteras está perdida. Y sobre suelo francés, las derrotas se suceden. El ejército de Bazaine está cercado en Metz. El 2 de septiembre de 1870, Napoleón III capitula en Sedán. Es apresado junto con 100.000 hombres. La noticia del desastre llega a París el 3 de septiembre. Enseguida, una consigna recorre la ciudad: reunión al día siguiente en la plaza de la Concordia. El 4 de septiembre, una masa de 100.000 personas desborda a la tropa, cerca el Palais-Bourbon e invade la Cámara. Ante un hemiciclo lleno de amotinados, Léon Gambetta pronuncia la deposición del emperador. A propuesta de Jules Favre, los jefes de la izquierda se dirigen al Ayuntamiento, rodeado también por los manifestantes. De forma simbólica, se proclamará aquí la república. Bajo la presidencia del general Trochu, se constituye un gobierno provisional de la Defensa nacional. Étienne Arago es nombrado alcalde de la capital. Una vez más, el cambio de régimen se ha producido por la presión de la calle, sin que haya sido consultada la opinión. Por otra parte, el nuevo poder clausura las Asambleas. La república del 4 de septiembre de 1870 es la república de París.
Si creemos la leyenda, el puro fervor patriótico habría sido el que animaba a los padres fundadores de la III República. La verdad obliga a decir que no es cierto, o por lo menos que no siempre es cierto. Los reflejos ideológicos han tenido su parte en los acontecimientos.
El 1 de agosto de 1870, cuando empezaban las operaciones militares, Le Rappel, periódico republicano, imprimía estas líneas: «Francia corre, en estos momentos, dos peligros. El peligro de la derrota es el menor, porque es el menos probable. El más serio es la victoria». Al conocer un hecho de armas en el que los prusianos habían sido rechazados, Alfred Naquet, según Jules Valles, «lloraba de rabia». El 7 de agosto, al enterarse de la primera derrota francesa, Jules Favre se alegraba: «Los ejércitos del emperador están vencidos». El 9 de agosto, cuando el conflicto estaba en su apogeo, 20.000 manifestantes exigían el destronamiento de Napoleón. El 14 de agosto, Blanqui, viejo agitador que acumulaba veinte años de cárcel, intentaba en vano atacar el cuartel de bomberos de la Villette para procurarse armas con el fin de sublevar París. Después del desastre de Sedan, Francisque Sarcey, crítico dramático, anotaba en su diario: «No creo haber disfrutado tanto del goce de vivir como en estas últimas horas. Hoy, era la nación misma la que iba a levantarse en armas y resolver sus asuntos. Volveríamos a comenzar el 92».
Republicana o socialista, la izquierda vive siempre en el culto del levantamiento en masa, en el mito de la guerra contra los reyes, los nobles y los sacerdotes. En 1870, antes que afligirse por la derrota de Francia, los republicanos saludan la caída de Napoleón III.
Socialmente, las grandes obras de Haussmann han cortado París en dos. Al oeste los ricos, al este los pobres. El desarrollo económico del Segundo Imperio no ha beneficiado a los distritos en los que predominan el artesanado y la pequeña industria. En 1800, la ciudad y los suburbios contaban con 550.000 habitantes; hacia 1850 eran un millón; en 1870 son 1.900.000, de los que solamente el 35 por ciento son parisinos de nacimiento. Atraída por las múltiples obras iniciadas por el Imperio, una franja de antiguos campesinos, sacados de su ambiente y marginales, se había instalado en los barrios periféricos o en las comunas colindantes. Entre esa población reina la miseria, con su cortejo de criminalidad, alcoholismo y nacimientos ilegítimos. Mientras que en el país se produce un renacer religioso, la práctica está en constante retroceso en la capital. Y para el pueblo bajo, el ideal republicano sirve de fe. «El obrero parisino —señala Jacques Chastenet— es, a su manera, profundamente patriota. Pero la Francia a la que rinde culto es menos una patria hecha de campos, bosques, casas y tumbas, que una patria ideológica»[142]. Minoritario, el socialismo ha hecho su aparición. Fundada por Marx en 1864, la Asociación Internacional de Trabajadores posee su sección francesa. Engels les ha avisado: «Batirse contra los prusianos por la burguesía sería una locura». Ellos sólo piensan en la lucha de clases.
Frente al gobierno que se reúne en el Ayuntamiento, la municipalidad propiamente dicha hace oír su voz y Arago nombra a alcaldes de distrito muy de izquierdas. Por su lado, los delegados de la Internacional han creado un Comité central republicano para los veinte distritos. En cuanto a la jefatura de policía, está infiltrada por los blanquistas. A su regreso del exilio, Victor Hugo arenga a los franceses: «Los prusianos son 600.000, vosotros sois 37 millones. ¡Levantaos y soplad encima!». Pero se multiplican las fuentes de poder, rivalizan, y luchan entre sí. ¿Quién podría ganar una guerra en esas condiciones?
En París, el derrumbamiento de la autoridad y el acercamiento del enemigo provoca la huida de la población adinerada. A la inversa, los habitantes de las aldeas que están junto a la capital se cobijan en el interior del cinturón fortificado. El gobierno almacena aprovisionamientos y reúne tropas: 100.000 soldados, 100.000 guardias nacionales de provincias, 100.000 guardias del departamento del Sena. Pero estos últimos eligen a sus oficiales y los revocan cuando no les convienen. En total, medio millón de hombres que forman, según Stéphane Riais, «una masa indisciplinada cuyo ardor belicista sólo iguala su incompetencia militar»[143].
El 19 de septiembre, la capital está cercada. Al asediar París, Bismarck no tiene intención de asaltarlo: quiere matar a la ciudad de hambre. El 7 de octubre, Gambetta sale en un globo aerostático. En Tours, y luego en Burdeos, el delegado del gobierno moviliza a 600.000 hombres. El esfuerzo es indudable, pero la ideología no se arrincona. Se deja a un ejército de bretones, acusados de monárquicos, sin armas y sin aprovisionamientos en el campamento de Conlie, cerca de Le Mans, y allí mueren los hombres de hambre y de enfermedad. Lleno del concepto revolucionario de la invencibilidad del pueblo en armas, Gambetta azuza una propaganda que hará todavía más amarga la derrota final. Durante el nevado invierno de 1870-1871, a pesar del heroísmo de algunos regimientos y de algunos éxitos, estas tropas improvisadas serán derrotadas en Orleans (3-4 de diciembre de 1870), en Saint-Quentin (19 de enero de 1871), en Le Mans (11-12 de enero), en Belfort (17 de enero).
En París, por otra parte, los intentos de salida resultan desastrosos. El 28 de octubre de 1870, los prusianos toman Le Bourget. El mismo día, se sabe que Bazaine, bloqueado en Metz, se ha rendido sin luchar y ha entregado 170.000 hombres a los alemanes. Circula un rumor: el gobierno va a pedir el armisticio. El 31 de octubre, una muchedumbre manipulada por los blanquistas invade el Ayuntamiento. Gritando que les traicionan y reclamando la guerra a ultranza, los amotinados retienen prisionero al gobierno. Batallones leales hacen fracasar el alzamiento, pero se adopta un compromiso: habrá nuevas elecciones municipales al día siguiente. El 1 de noviembre, el gobierno retrasa la votación y decide organizar un plebiscito al cabo de tres días. El 3 de noviembre, los electores deben contestar a esta pregunta: «¿La población de París mantiene los poderes del gobierno de Defensa Nacional, sí o no?». El sí gana por 557.996 votos, pero el no obtiene, así y con todo, 62.638 sufragios, concentrados en los barrios del este de la capital. Estos mismos distritos (XI, XVIII, XIX, XX) votan a los partidos de vanguardia en las elecciones del 5 y 7 de noviembre. Detrás de esta fisura geográfica y sociológica, se dibuja la futura Comuna.
Bismarck trata de desmoralizar a los parisinos. Sus cañones tienen un alcance de 8 kilómetros. Se sirve de ellos. El 27 de diciembre de 1870 empieza el bombardeo de los fuertes de la periferia, el 5 de enero de 1871 el de los barrios del sur de la capital. En veintitrés días se contabilizan 100 muertos y 400 heridos. Las epidemias aparecen, triplicando la tasa de mortalidad. Es el «año terrible». Los parisinos tienen miedo. Tienen frío. Tienen hambre. Jules Ferry, que ha sustituido a Arago como alcalde, organiza las restricciones alimentarias. Los panaderos fabrican pan añadiendo arroz y avena. Desde el mes de noviembre, sólo se puede comprar carne de caballo. Pero en los mercados pronto se venden cuervos, gatos, perros, ratas. Los privilegiados comparten los animales exóticos del zoo del Jardín des Plantes.
Lo único que no falta es el alcohol. La absenta, cuyo consumo aumenta un 500 por ciento, hace estragos. En un ambiente avinado y ahumado, los afiliados a los clubes discuten hasta el alba sobre la revolución social. Periódicos, folletos, carteles, comités de vigilancia: siempre la nostalgia de 1792 y los recuerdos de 1830 y 1848.
El 19 de enero, una salida organizada por Trochu acaba en Buzenval. Vencidos por los prusianos, 80.000 hombres vuelven con 5.000 muertos y heridos. Consultados, los alcaldes de distrito se niegan a capitular. El 21 de enero, una panda de agitadores libera a los presos políticos de la cárcel de Mazas, luego ocupa el Ayuntamiento del distrito XX. El 22, al grito de «¡Viva la Comuna! ¡Guerra a ultranza!», se produce un nuevo intento de sublevación en el Ayuntamiento. Los manifestantes intentan sobornar a los soldados de la guardia móvil de Finistère que vigilan el edificio, pero éstos sólo comprenden el bretón. La tropa abre fuego. Un centenar de dirigentes revolucionarios es arrestado. Trochu, sin embargo, dimite del gobierno.
El 18 de enero, se proclama el Imperio alemán en la galería de los Espejos de Versalles. Bismarck ha alcanzado su objetivo: la unidad alemana alrededor de Prusia. El 26 de enero, Jules Favre, ministro de Asuntos Extranjeros, firma un alto al fuego con los plenipotenciarios del Reich. El 28 de enero, a fin de permitir la elección de una Asamblea Nacional, se decreta el armisticio por veintiún días. El 8 de febrero se organiza en todo el país la votación legislativa, incluso en los departamentos ocupados. El voto se realiza por sufragio universal. La Asamblea elegida es conservadora: 200 legitimistas, 200 orleanistas y 30 bonapartistas por 200 republicanos moderados y 20 representantes de la extrema izquierda. Los diputados más radicales, partidarios de proseguir la guerra (Louis Blanc, Gambetta, Víctor Hugo o Garibaldi), fueron todos designados por la capital. Las provincias votaron masivamente contra la revolución parisina y a favor de la paz. «Mayoría de campesinos, vergüenza de Francia», escribe el republicano Adolphe Crémieux. Entre ciertos historiadores, la Asamblea elegida el 8 de febrero es vista siempre con condescendencia. «¿Acaso el sufragio universal —comenta Emmanuel Le Roy Ladurie— sólo sería legítimo con la condición de que se vote a la izquierda?»[144].
La Asamblea se reúne en Burdeos. Aun siendo mayoría, los 400 monárquicos siguen sin embargo divididos por la cuestión dinástica: la cuestión del régimen es aplazada. El 17 de febrero, Adolphe Thiers es nombrado jefe del poder ejecutivo de la república. Con setenta y tres años, abogado, periodista, historiador, opositor bajo la Restauración, ministro y luego presidente del Consejo bajo la Monarquía de Julio, jefe de la Unión Liberal bajo el Segundo Imperio, este gran burgués adherido a la república («el régimen que menos nos divide») está en el apogeo de su poder. Él, que puso en guardia ante la guerra, en 1870, tiene que ajustar dos cuentas con los extremistas: odia el belicismo irresponsable, y detesta todavía más el desorden social. Thiers aprovecha el armisticio para acelerar las negociaciones con los alemanes: Francia deberá abandonar Alsacia (menos Belfort) y la Lorena moselana (con Metz), y pagar una indemnización de 5.000 millones de francos-oro. El 26 de febrero se firman los preliminares de la paz en Versalles. Tres días más tarde, en Burdeos, la Asamblea ratifica las condiciones convenidas, pero 107 votos de izquierda, con todos los diputados de París, se declaran en contra de la paz. El 10 de mayo, Jules Favre irá a Frankfurt a firmar la paz.
Bismarck había exigido que sus tropas desfilaran en los Campos Elíseos. El 1 de marzo, los alemanes entran en París. Esta humillación añadida electriza a la población. El 3 de marzo, los delegados de doscientos batallones de la Guardia Nacional se organizan en Federación Republicana de la Guardia Nacional. De ahora en adelante se les llamará federados. Como desafío ante la mayoría monárquica de la Asamblea, lanzan una proclama afirmando que «la república es el único gobierno posible».
La primera quincena del mes de marzo de 1871 se caracteriza por una agitación endémica. Son atacados los puestos de policía, saqueados los depósitos de armas. En ciertas unidades del ejército regular, estallan motines. En la misma época, Thiers adopta medidas desafortunadas. Con vistas a restablecer la disciplina en la Guardia Nacional, confía el mando al general D’Aurelle de Paladines, un bonapartista. Luego suprime el sueldo de los guardias nacionales, siendo su única fuente de recursos. Por otra parte, el gobierno pone fin a la moratoria de los alquileres y de los efectos de comercio, que había sido decretada al iniciarse la guerra. Al no haberse reiniciado la actividad económica, esta medida condena a 40.000 artesanos y comerciantes a la quiebra.
El 11 de marzo, la Asamblea deja Burdeos para ir a Versalles. ¿Por qué no a la capital? Consciente de que sube la tensión, Thiers desea evitar a los diputados la amenaza de la calle. Pero los republicanos ven ahí el anuncio de un golpe de Estado o de una restauración monárquica. No obstante, el 15 de marzo, el jefe del poder ejecutivo y su gobierno se instalan en el Quai d’Orsay. Disponen de pocas fuerzas leales y están aislados en una ciudad que les es hostil. Un poder alejado o debilitado, un clima inquieto, fuerzas revolucionarias activas: todo está dispuesto para la explosión.