Para comprender la Comuna, necesitamos volver hacia atrás. El drama de 1871 no se puede separar de las convulsiones de 1830 y 1848, en las que París ya se veía cubierto de barricadas. No puede tampoco disociarse de un descubrimiento efectuado a medida que se amplía el derecho al voto: en el siglo XIX, el sufragio universal es conservador, lo que condujo al París revolucionario a levantarse contra la democracia cuando ésta no iba a su favor.
El 4 de junio de 1814, Luis XVIII concede una carta constitucional que garantiza las libertades individuales y la igualdad ante la ley. La Cámara de los diputados, elegida por sufragio restringido, comparte el poder legislativo con la Cámara de los pares nombrada por el rey. Bajo la Restauración, ultras y liberales se disputan la mayoría en la Cámara. Peticiones, multas, interpelaciones del gobierno: Francia descubre las lides parlamentarias. En 1824, Carlos X sucede a su hermano. Él, que tanto se impacienta ante la Cámara, no comprende que la Asamblea —designada por los 80.000 electores censitarios— es la representante de la burguesía. Y ésta es volteriana en lo religioso y antidinástica en lo político. Pero por nada del mundo el rey consentiría el sufragio universal, en el que ve un factor revolucionario. Grave error.
En marzo de 1830, la Cámara pide la cabeza del presidente del Consejo, el ultra Polignac. En mayo, Carlos X disuelve la Asamblea. Pero en julio, las nuevas elecciones refuerzan la mayoría liberal. Tal como se lo permite el artículo 14 de la Carta, el rey y su ministro deciden gobernar por medio de ordenanzas. El 26 de julio, se disuelve la Cámara y se modifica la ley electoral, reduciendo el número de electores. A la mañana siguiente, el pueblo parisino se echa a la calle. El 28 de julio, se levantan las primeras barricadas en los arrabales populares. El 30 de julio, Carlos X retira sus ordenanzas. Demasiado tarde: la capital está en manos de los sublevados. En el Ayuntamiento, La Fayette manda izar la bandera tricolor. Algunos reclaman la instauración de la república, pero los jefes de la oposición (Laffitte, Périer y Thiers) proponen el poder al duque de Orleans. El 3 de agosto, Carlos X parte para el exilio y, tres días más tarde, Luis-Felipe se convierte en rey de los franceses.
La gran mayoría del país se ha quedado alejada de los acontecimientos. Las «Tres Gloriosas» (27,28 y 29 de julio de 1830) son, sin embargo, el origen de un poderoso mito, que posee sus símbolos: la bandera tricolor, las barricadas, el Ayuntamiento de París y la columna de la Bastilla. Glorificado por el cuadro de Delacroix, La Libertad guiando al pueblo (imagen que habrá ilustrado centenares de libros de historia), este mito coagula reminiscencias de la gran Revolución: el pueblo de la capital es considerado como la vanguardia del pueblo francés, que tiene como misión llevar la libertad a los demás pueblos.
La Carta revisada de 1830 aumenta el carácter parlamentario de la monarquía. El censo es rebajado, pero permanece; se cuentan 170.000 electores en 1832, 250.000 en 1845. Napoleón se había apoyado en el principio del plebiscito, Luis XVIII y Carlos X en el principio de legitimidad: Luis-Felipe no disfruta de ninguno de estos recursos. Si su diplomacia pacífica produce el descontento entre los que sueñan con la epopeya imperial, satisface a las apacibles masas rurales y la burguesía media, pero ésas no votan. La Guardia Nacional, tropa que mantiene el orden, recluta a hombres que tampoco votan. Por lo tanto, la Monarquía de Julio descansa sobre bases frágiles.
En 1847, una campaña de banquetes republicanos reclama la disminución del censo electoral. Guizot, presidente del Consejo, es contrario a ello. El 14 de febrero de 1848, manda prohibir un banquete en París. El 22 de febrero, una manifestación de protesta pide su dimisión. Se levantan barricadas en la capital. El 23 de febrero, el ejército dispara contra los manifestantes, pero la Guardia Nacional pacta con la muchedumbre. El rey destituye a Guizot y nombra primer ministro a Thiers. El 24 de febrero por la mañana, unas mil barricadas obstruyen las arterias de París. Thiers propone a Luis-Felipe hacerse con la ciudad por las armas, pero, no queriendo mantenerse en el trono al precio de una guerra civil, el rey abdica. Por la tarde de este 24 de febrero de 1848, Lamartine proclama la república y Luis-Felipe emprende el camino hacia Inglaterra.
De nuevo, los acontecimientos fueron un episodio parisino, provocado por un golpe de fuerza de la calle. En ningún momento se consultó a Francia: ¿quería la revolución?
Apenas instalado, el gobierno promete el derecho al trabajo. El 26 de febrero de 1848, para emplear a los parados, crea los Talleres Nacionales. Cambio esencial, se instituye el sufragio universal para todas las elecciones (estando sin embargo excluidas las mujeres), en primer lugar para las legislativas que acaban de convocarse. En la izquierda, los más radicales están preocupados: «Reconozco que me han entrado escalofríos cuando me he enterado de que el sufragio universal estaba instalado en Francia», reconocerá Jean Macé, el futuro fundador de la Liga de la Enseñanza. ¿Qué hacer si los electores dan la victoria a la reacción? El 17 de marzo, los socialistas reclaman el aplazamiento de la votación, y la «dictadura del progreso».
El 23 de abril de 1848, van a votar el 84 por ciento de los 9,4 millones de franceses inscritos en las listas electorales. De 800 escaños de diputados, los republicanos avanzados consiguen menos de 100, repartiéndose la mayoría entre moderados y monárquicos. Revelación sorprendente: el sufragio universal es conservador. Esto no conviene a los extremistas, aunque se digan demócratas. El 15 de mayo, unos amotinados invaden la Cámara y toman el Ayuntamiento. Sin embargo, la Guardia Nacional vuelve a controlar la situación. El fracaso de este intento de sublevación sólo es una tregua. El 21 de junio se cierran los Talleres Nacionales por orden de la Asamblea, después de no haber conseguido dar trabajo a nadie, aunque sí servir de focos de agitación. Esta decisión actúa como detonador: el 23 de junio, se montan unas barricadas en París. La Asamblea confía entonces plenos poderes al general Cavaignac, que tarda tres días en acabar con la insurrección. El balance es grave: 4.000 muertos entre los rebeldes, 1.600 entre las fuerzas del orden. «La república tiene suerte, puede disparar contra el pueblo», sonreirá tristemente Luis-Felipe.
En las elecciones locales de agosto de 1848, las provincias votan masivamente a la derecha, apoyando la reacción burguesa. La Constitución promulgada en el mes de noviembre siguiente prevé la elección, por medio del sufragio universal, de un presidente de la república dotado de un mandato para cuatro años. El 10 de diciembre de 1848 es elegido Luis-Napoleón Bonaparte con el 74 por ciento de los votos. Votaron a su favor los campesinos conservadores, los ciudadanos liberales así como los obreros revolucionarios: su nombre sirvió de aglutinante.
En mayo de 1849, la elección legislativa lleva al poder a una Asamblea en la que los monárquicos son mayoría. No obstante, reiterando el error de la Restauración y de la Monarquía de Julio, no comprenden que el sufragio universal no es un factor revolucionario: en 1850, la Asamblea reduce en 3 millones el número de electores.
En sentido inverso, el príncipe-presidente, sirviéndose de la democracia, se constituye una clientela política. Con la idea de hacerse elegir de nuevo, Luis-Napoleón necesita una revisión constitucional que autorice a efectuar un segundo mandato. La Asamblea se niega, pues los monárquicos tienen la esperanza de salir del atolladero en el que les sitúa la división dinástica entre orleanistas y legitimistas. Bonaparte prepara entonces un golpe de Estado. El 2 de diciembre de 1851, después de arrestar a 230 diputados —monárquicos o republicanos—, se disuelve la Asamblea.
La II República era un régimen paradójico, nacido de las barricadas parisinas y dotado por el país de una Asamblea en sus tres cuartas partes monárquica. Le sucede una dictadura, pero Francia esperaba una mano firme: el 21 de diciembre de 1851, por 7 millones de síes contra 600.000 noes, un plebiscito aprueba «el mantenimiento de la autoridad de Luis-Napoleón Bonaparte». El 14 de enero de 1852, la nueva Constitución confía el poder ejecutivo al presidente de la República, elegido por sufragio universal por diez años. Conociendo el sentido monárquico de las provincias, Luis-Napoleón propone, el 7 de noviembre de 1852, el restablecimiento de la dignidad imperial en su persona. El 21 de noviembre, por 7.800.000 síes contra 250.000 noes, los electores refrendan esta elección. El 2 de diciembre de 1852, se proclama el Imperio. Alternativamente conservador y revolucionario a fin de contentar las diferentes tendencias de los franceses, habiendo reducido a la impotencia a la oposición, Napoleón III gobernará mucho tiempo solo, sostenido por las masas rurales, la Iglesia y la burguesía liberal.