Entre el momento en que se promulga el edicto de Nantes (1598) y el momento en que se revoca (1685), transcurren ochenta y siete años. Es mucho si este acta fuera un compromiso, es poco si fuese una manifestación de tolerancia. A la muerte de Enrique IV (1610), se confirma el edicto. Siendo Luis XIII un niño, su madre, María de Médicis (segunda esposa de Enrique IV), asume la regencia. Aspirando al acercamiento con España, la reina sigue una política antiprotestante. Los hugonotes se sublevan en 1615, insurrección que fue reprimida por las tropas reales. Al alcanzar la mayoría de edad, en 1620, Luis XIII y su ejército ocupan el Béarn con la finalidad de restablecer allí la libertad de culto católico. Los hugonotes de La Rochelle crean entonces la Unión de las Provincias Reformadas de Francia, suscitando una oposición larvada contra la corona. A fin de restablecer el orden y de hacer triunfar la autoridad del Estado, el monarca se pone en campaña y se apodera de las plazas protestantes. En 1622 no quedan más que La Rochelle y Montauban.
El cardenal Richelieu entra en el Consejo del rey en 1624. En 1625, el Languedoc reformado se subleva y La Rochelle concluye un acuerdo con los ingleses. Para Richelieu, estos repetidos ataques contra la unidad del reino no son tolerables. En 1627, las fuerzas reales asedian La Rochelle, que capitula al año siguiente. Luis XIII y Richelieu bajan luego al Languedoc, donde toman Privas y Alès. El 28 de junio de 1629, el edicto de gracia de Alès suprime las plazas de seguridad de los hugonotes, dejando del edicto de Nantes todas las estipulaciones que garantizan la libertad del culto reformado. La fe calvinista es libre, pero es el fin del Estado en el Estado constituido por el protestantismo.
El cardenal muere en 1642, el rey en 1643. Durante la minoría de Luis XIV, mientras gobierna Mazarino, La Fronda divide Francia, pero los protestantes son leales al trono. Muchos sirven en el ejército y en la magistratura. Se dan matrimonios mixtos. Los reformados disponen de 630 templos y de 736 pastores. En 1661 cuando se inicia el reino personal de Luis XIV, las pasiones parecen calmadas.
No se debe idealizar nada. La élite hugonote manifiesta a menudo cierta arrogancia que hiere al bajo pueblo católico. Allí donde los protestantes están en mayoría —en el Languedoc, en ciertos cantones de Normandía o del Poitou—, los sacerdotes sufren insultos, las procesiones o las imágenes piadosas son objeto de burla. En la región de Nimes, se cita el caso de parroquias católicas convertidas a la fuerza por su señor de horca y cuchillo. En Montauban, en 1656, una protestante abjura in articulo mortis; su familia provoca desórdenes durante el entierro y rapta el cadáver.
Al principio de su reinado, Luis XIV manifiesta un juicio comedido sobre los hugonotes. El rey, señala Pierre Gaxotte, «no tenía temperamento de perseguidor»[86]. Pero la Iglesia (obispos, cofradías religiosas, órdenes regulares, clero local) y todo el aparato del Estado (el consejo privado, los ministros, el fiscal del Tribunal Supremo, el teniente general de policía[87], el teniente civil[88], los intendentes, los parlamentos de París y los de provincias, los estados provinciales) incitan a la conversión de los fieles de la RPR («religión pretendidamente reformada»). Además, la organización sinodal del calvinismo choca con la visión jerárquica de la Francia católica y monárquica. Mirando a menudo hacia Amsterdam o Ginebra, los protestantes son sospechosos de republicanismo. Durante la guerra de Holanda, algunos apenas disimulan su simpatía por Guillermo de Orange.
En Europa, Francia es el único país en el que se acepta legalmente el dualismo religioso. Ahora bien, Luis XIV no solamente emprende la labor de consolidar el Estado, sino de lograr su unidad. La consecuencia es ineludible: «A medida que la sociedad se hacía más homogénea gracias a los progresos de la centralización —anotacion de la T. Jean-Christian Petitfils— se hacía más necesario plantear la cuestión de la unidad religiosa»[89]. Sobre todo teniendo en cuenta que esta época vive el apogeo del catolicismo barroco y clásico, fruto de la Contrarreforma.
Según François Bluche, el siglo XVII fue quizá más religioso que el siglo XIII. Ese renacer de la fe se observa en el alto nivel de práctica: el 95 por ciento de los franceses asiste a la misa dominical, comulga en Semana Santa y respeta las normas de ayuno y abstinencia durante la Cuaresma. El padre De Ranée reforma La Trapa y Luis-María Grignion de Montfort envía misiones hacia el oeste: Francisco de Sales, Juana de Chantal, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Bérulle, Juan Eudes: todas ellas figuras canonizadas por la Iglesia, que reflejan el espíritu y la obra de la Reforma católica. Y ésta se ha dado como objetivo la conversión de los protestantes.
Durante la década de 1660, la «reunión» es una esperanza que anima a toda Europa. Esta política de persuasión no violenta es la que prefiere Luis XIV. Bossuet, obispo de Metz, habla al rey de un proyecto de reunión en el que trabaja junto con el pastor Ferry. En 1660, el rey crea un consejo especial encargado de la reunión, compuesta por católicos —Bossuet, el padre Annat, confesor del rey, el ministro Le Tellier— y algunos protestantes, entre los que destaca Turenne, que más tarde se convertirá. En el Chablais saboyano, en el Poitou, misiones de salesianos o de capuchinos organizan procesiones, predicaciones y controversias públicas que duran varios días, y se ven frecuentemente coronadas por el éxito. En el Languedoc, el calvinismo resiste. En Nimes, los predicadores no obtienen más de 100 conversiones. Pero en el oeste, entre 1600 y 1680, 40.000 protestantes se convierten libremente. Ante este panorama, François Bluche observa: «A este ritmo, Francia habrá pasado a ser totalmente católica entre 1730 y 1760»[90].
A partir de 1670, el edicto de Nantes se aplica de forma puntillosa. A partir de 1678, de forma restrictiva. Por entonces, Luis XIV está enfrentado al papa Inocencio XI a propósito de la regalía, derecho que le permite disponer, durante la vacante de una sede episcopal, de los beneficios eclesiásticos. En 1682, este asunto será el elemento detonador de la crisis galicana en la que el clero francés, en contra de Roma, tomará partido por el rey. El monarca necesita, pues, el apoyo del clero. Y éste desea la unidad religiosa mediante la extinción del protestantismo. Y aunque el tiempo trabaje en este sentido, el rey está impaciente.
En 1681, se pasa a las conversiones forzosas. René de Marillac, intendente del Poitou, inventa las dragonadas. En esta época, los cuarteles son escasos; cuando las tropas se desplazan, se alojan en las casas de los habitantes del lugar. En su provincia, Marillac instala sistemáticamente a los soldados (los dragones) en los pueblos protestantes, donde se toman demasiada confianza, más allá de lo permitido. El robo y la violación están prohibidos, pero sería una ingenuidad creer que nunca se cometieron. A fin de paralizar estos tratos indignos, los hugonotes del Poitou envían a dos nobles como delegados a la corte, donde Louvois les concede audiencia. El ministro se ve obligado a informar al rey, que le recuerda su deseo de actuar sin violencia. El intendente del Poitou, sin embargo, manda listas de conversos con miles de nombres. Ruvigny, el diputado de las Iglesias Reformadas en la corte, interviene a su vez. Recibido por el rey, le expone los métodos de Marillac y consigue su deposición. El nuevo intendente del Poitou, Basville, aplica las consignas de moderación que Luis XIV le ha dado, pero, en el fondo, sigue siendo la misma política: se trata de convertir a los hugonotes de buen grado o por fuerza. En 1683, un movimiento de rebeldía surge en el Languedoc, el Vivarais, las Cevenas y el Delfinado. Algunos protestantes toman las armas. Se reprime la sedición, pero su inicio es prueba del profundo malestar. En 1685, vuelven las dragonadas, esta vez sin violencia física. Abjuran localidades enteras: ¿cómo creer en la sinceridad de estas conversiones?
Partidarios de la revocación del edicto de Nantes, Louvois y Le Tellier impiden a los diputados hugonotes acercarse a Luis XIV, al que le transmiten noticias falseadas. El 1 de septiembre de 1685, se le comunica la conversión de Montauban, el 6, la de Burdeos, el 29, la de Gap, el 2 de octubre, Castres, el 5, Montpellier, el 9, Uzès, el 13 de octubre, ¡la de todo el Poitou!
El 18 de octubre de 1685, en Fontainebleau, Luis XIV firma el edicto que ha preparado Le Tellier. «Puesto que la mejor y la mayor parte de nuestros súbditos de la religión pretendidamente reformada ha abrazado la fe católica, la aplicación del edicto de Nantes se hace inútil». El culto es reformado, los templos y las escuelas protestantes son suprimidos. Al prohibirse las asambleas, los pastores deben convertirse o salir del reino. Se prohíbe a los fieles huir, quedando a salvo su derecho de propiedad. En el artículo 12 del edicto se especifica: «Nuestros súbditos de la religión pretendidamente reformada podrán permanecer en el reino sin abjurar hasta que Dios quiera iluminarlos». El edicto de Fontainebleau no es aplicable en Alsacia; esta provincia, donde un tercio de los habitantes son luteranos, es francesa desde hace poco, pero sigue rigiendo el estatuto consuetudinario del derecho del Imperio.
En este asunto, aunque el entorno del rey ha ejercido extensamente su influencia, la responsabilidad personal sigue siendo por entero de Luis XIV. «Fue una de las mayores faltas del reino», piensa Petitfils. François Bluche es de la misma opinión, pero recuerda, que, desde el punto de vista del derecho público, la revocación del edicto de Nantes es perfectamente legal. Protector de la Iglesia por el juramento de la coronación, el rey se ha comprometido a combatir a los herejes. Para la Reforma católica, no cabe duda de que el calvinismo es herético. Tampoco hay que olvidar que la revocación fue una medida inmensamente popular. Según Petitfils «habría sido ratificada por referéndum». Todos los ilustrados de su tiempo —Bruyère, La Fontaine, Racine, madame de Sévigné o Bossuet— aplaudieron la decisión del rey.
Según las reglas de la época, la revocación se basa en un principio legítimo, pero no deja de ser, sin embargo, un acto arbitrario. Jean de Viguerie escribe: «Su injusticia consiste en obligar a los protestantes a quedarse en el reino, al mismo tiempo que se les retira su culto. Semejante coacción no se justifica. La expulsión habría sido comprendida por la opinión internacional, y seguramente aceptada por los protestantes»[91]. Élisabeth Labrousse llega a la misma conclusión: «Los hugonotes hubieran juzgado legítima la revocación si se les hubiera concedido jus emigrandi»[92]. Según François Bluche, en teoría, Luis XIV hubiera podido proceder de otro modo: abolir el culto público dejando el derecho al culto privado, prohibir a los protestantes el acceso a los cargos públicos dejándoles abiertas otras profesiones y rechazar el traslado de los capitales al extranjero sin prohibir la emigración de las personas. No obstante, el historiador observa que esta solución, que habría otorgado a Luis XIV la indulgencia de la posteridad, no hubiera sido aceptada en la época. El monarca «hubiera suscitado en el reino la oposición, si no la revuelta, de 19 millones de católicos. Obispos, monjes, sacerdotes y fieles habrían aceptado de muy mala gana este régimen mixto. La emigración habría disminuido y, como consecuencia, la temible fuerza del Refugio (las comunidades de hugonotes instaladas en el extranjero). Pero ¿se habría desmantelado la red de complicidades extranjeras, se habría obtenido mayor lealtad de los hugonotes que se quedaron en el país?»[93].
Durante años, se calculó que un millón de protestantes salieron ilegalmente de Francia después de la revocación, aunque la crítica moderna rebaja hoy esta cifra a 200.000 personas. Artesanos o ingenieros, banqueros o empresarios se llevaron su talento a Alemania, Inglaterra u Holanda. Sin embargo, esta sangría no afectó a la vitalidad del reino: más han ganado los demás países que perdido Francia. Pero el Refugio formará de ahora en adelante una potencia moral hostil a Francia. Hay de todo, y a pesar de la persecución algunos protestantes, como el navegante Abraham Duquesne, seguirán siendo leales al rey. Pero los reformados franceses, a la espera de una derrota francesa que les volvería a traer el edicto de Nantes, parecerán cada vez más un partido extranjero.
Según Élisabeth Labrousse, justo antes de la revocación se habrían convertido 400.000 protestantes. Para transformar a estos «nuevos conversos» (es el nombre que se les da) en auténticos católicos, la Iglesia ha hecho un gran esfuerzo. En el transcurso de misiones llevadas por las órdenes predicadoras, se difunden por miles libros de piedad, catecismos, ediciones en francés del Nuevo Testamento (ya que los ex hugonotes sentían aversión por el latín). En vísperas de la Revolución, el protestantismo habría desaparecido en regiones como el Béarn o el Montalbanais. ¿Conversos sinceros o conversos forzosos? Una vez más, el secreto de las almas… Pero ahí donde la conversión ha sido sincera es sin duda gracias al trabajo realizado por el clero. Pues, por otra parte, la autoridad pública ha tomado medidas con vistas a conseguir conversiones. Violencia inexcusable: niños protestantes fueron retirados a su familia para ser confiados a educadores católicos. Entre los nuevos conversos, un número indeterminado no ha hecho más que someterse a la presión social: otros tantos dramas íntimos.
Pierre Gaxotte observa: «El estado de conciencia hugonote, la adhesión personal a una creencia libremente escogida, la pasión por las Sagradas Escrituras, el entusiasmo bíblico… no se sospechaba; toda esta fuerza de resistencia que contenía el alma protestante»[94]. Así 30.000 recalcitrantes fueron condenados a galeras. Mujeres que se negaron a abjurar fueron encarceladas en la torre de Constanza, en Aigües-Mortes. Marie Durand, hermana de un pastor, encarcelada con quince años, quedó libre treinta y ocho años más tarde. La imaginación protestante se alimenta todavía de esta memoria de la persecución. El resultado es que en el Languedoc existe un calvinismo puro y duro, comparándose los fieles con el pueblo de Israel que buscaba refugio en el desierto. De 1702 a 1704, la última insurrección de los hugonotes ensangrentará las Cevenas, los camisards de Jean Cavalier se batirán con la convicción de estar viviendo las tribulaciones del pueblo elegido. Sin embargo, no eran santos: si bien fueron víctimas de exacciones por parte de las tropas reales, fueron también los autores de algunas matanzas abominables.