Al-Andalus: el mito de la tolerancia musulmana

El 2 de enero de 1492, asediado por los ejércitos castellanos, el rey Boabdil capitula ante Fernando el Católico. Su reino, constituido en 1232 durante el desmembramiento del imperio de los almohades, había controlado Córdoba, Sevilla y Jaén, ciudades que poco a poco habían reconquistado los cristianos. Desde 1270, Granada era la última plaza musulmana en España.

En la actualidad, Andalucía es un lugar altamente turístico. En las guías de viaje y los folletos que reparten los hoteles, no se canta sin embargo la gloria de la España católica, ni la epopeya de los caballeros de Santiago o de Calatrava, sino la triste canción del rey Boabdil. En Córdoba no se visita la catedral, sino la mezquita: no obstante, es el mismo edificio, que está consagrado al culto cristiano. El reino de Granada —Al-Andalus— simboliza una España musulmana refinada, dinámica y tolerante, opuesta a estados cristianos promotores de cruzadas, Inquisición y oscurantismo.

La fama de la mezquita de Córdoba se debe, sin duda, a que es una maravilla arquitectónica. En Granada, ¿quién no se ve seducido por los palacios nazaríes o los jardines de la Alhambra? La civilización hispano-musulmana ha sido brillante: en España, los árabes adquirieron el dominio del agua; su producción artesanal, desde el cuero hasta la seda, fue extraordinaria; ellos resucitaron la medicina de Hipócrates que Occidente había olvidado.

A pesar de ello, pintar la España musulmana como un modelo de coexistencia pacífica entre religiones es contar fábulas. Como observa Manuela Marín: «La leyenda ha impregnado el discurso político y ha pasado a ser un argumento retórico cómodo para afirmar el carácter bienhechor de la apertura a las demás culturas. Pero el mito funciona precisamente porque, hoy, se necesita»[63]. En el contexto actual de una Europa que cuenta con una fuerte minoría musulmana, parece tranquilizador presentar el islam como necesariamente pacífico. ¿Pero qué dice la historia?

Si ha habido reconquista cristiana es que previamente hubo conquista musulmana. La Reconquista fue una larga empresa (siete siglos), marcada en los dos campos por una alternancia de avances y retrocesos. Es una historia complicada, en la que los motivos territoriales y políticos contaron tanto como los factores religiosos. A lo largo de este tiempo, lo mismo que en Oriente en el momento de las cruzadas, hubo guerras entre cristianos, guerras entre musulmanes, musulmanes aliados con cristianos y viceversa. Estudiar con detalle la Reconquista nos obliga a atender a la cronología y a recurrir a los matices. En líneas generales, no deja de ser un enfrentamiento entre el islam y la cristiandad.

Del siglo VIII al XI —primer periodo—, el islam se encuentra en postura ofensiva. En 711, los musulmanes desembarcan de África del Norte. Vencidos los visigodos, la Península es ocupada en su totalidad. Los invasores atraviesan los Pirineos, pero son frenados en Poitiers, en 732. Retrocediendo hacia el sur, se asientan en España.

Del siglo XI al XII —segundo periodo—, cristianos y musulmanes están en posición de equilibrio. En 1031, el califato de Córdoba se divide en quince reinos rivales. Al norte, los reinos cristianos se organizan: Portugal, León, Castilla, Navarra, Aragón, Cataluña. Los castellanos llegan hasta el Tajo y Alfonso VI reconquista Toledo en 1085. Caballeros franceses y borgoñones participan en la batalla, y Lisboa se ve liberada por una flota flamenca: una cruzada en tierras europeas. En 1086, surge una nueva oleada de invasores. Procedentes de Marruecos y de Mauritania, los almorávides construyen un imperio y controlan la mitad de la Península. En 1172, en el momento en el que se disgrega el poder almorávide, nuevos conquistadores, los almohades, desembarcan, venidos de Marruecos. En 1198, en Alarcos, aplastan a los cristianos.

Del siglo XIII al XV —tercer periodo—, los cristianos toman la iniciativa. En 1212, la batalla de Las Navas de Tolosa marca un giro: los soberanos de Portugal, Navarra, Castilla y Aragón ganan una victoria común que asesta un golpe definitivo a los almohades. En 1229, Jaime I de Aragón reconquista las Baleares. Las ciudades del sur caen una por una en manos de los cristianos: Córdoba en 1236, Valencia en 1238, Sevilla en 1248, Cádiz en 1270. No queda más que Granada, que resistirá durante dos siglos. El 2 de enero de 1492, la Reconquista ha terminado.

En el siglo X, el califato de Córdoba cubre las tres cuartas partes de la España actual: sus 5 millones de habitantes son musulmanes en su mayoría. Hacia el año 900, Andalucía es cristiana en sus tres cuartas partes; hacia el año 1000, solamente un cuarto de sus habitantes son cristianos. ¿A cuánto asciende el número de árabes en la primera invasión? Según las fuentes, la cifra oscila entre 25.000 y 50.000 combatientes. Por lo tanto, no habiéndose producido una invasión masiva, la población está, pues, llamada a adherirse al islam. ¿Estas conversiones son fruto de la persuasión o de la coacción?

Algunas se efectúan libremente: nos encontramos otra vez ante el secreto de las almas. Pero se emplea también la violencia. Los cristianos y los judíos son especialmente perseguidos por los almorávides y los almohades. En 1086, la población cristiana de Ronda se echa al monte y resiste durante once años. En 1102, los cristianos de Valencia huyen masivamente hacia Castilla, del mismo modo que los de Sevilla lo hacen en 1146. Los almorávides deportan a pueblos enteros de cristianos rebeldes hacia África del Norte. El teólogo judío Maimónides debe fingir ser musulmán antes de poder exiliarse. La coerción ejercida por la administración musulmana desempeña su papel: para escapar al impuesto sobre la persona y al impuesto sobre bienes raíces que deben pagar los infieles, muchos prefieren la conversión.

De ahí esta constatación: en el reino de Granada, al igual que en toda la España musulmana, el pluralismo religioso existe, pero existe sobre una base de desigualdad. El no musulmán está sometido, en todos los aspectos de la vida social, a numerosas discriminaciones. Los cristianos —los mozárabes— tienen el estatuto de dhimmi, lo que significa que están protegidos. En realidad es una protección precaria. Si no cumplen con las tasas impuestas, se arriesgan a caer en la esclavitud o la muerte. Los cristianos están obligados a llevar ropa diferenciada. Les está prohibido poseer armas o montar a caballo. Deben hospedaje gratuito a todo musulmán que lo exija. En la vía pública, deben ceder el paso a los musulmanes. Cuando construyen una casa, debe ser más baja que la de su vecino musulmán. Se autoriza su culto, pero no pueden construir nuevas iglesias, ni hacer repicar las campanas, ni realizar procesiones, ni exponer una cruz o vino. Todo proselitismo está reprimido. El musulmán que se convierte en secreto al cristianismo es reo de muerte.

«Las condiciones de vida que se imponen a los cristianos mozárabes —concluye Philippe Conrad— tienen como finalidad debilitar su comunidad y alentar las conversiones»[64]. Con los no musulmanes no hay pues tolerancia, sino coexistencia. Una coexistencia que no tiene nada de pacífico: la clemencia de Al-Andalus es un mito.

A lo largo de la Reconquista, los musulmanes se quedaron en tierras cristianas. Estos mudéjares son unos 30.000 en Aragón, 50.000 en el reino de Valencia (que depende de la corona de Aragón), 25.000 en Castilla. En 1492, la caída de Granada lleva a 200.000 el número de moros bajo la jurisdicción de la reina Isabel y del rey Fernando. Una población pobre, que ejerce oficios de artesanos o de obreros agrícolas. Los mudéjares siguen siendo súbditos libres y pueden practicar su religión. Sin embargo, prevalece rápidamente la misma lógica que ha prevalecido contra los judíos. Siempre con el mismo objetivo de llegar a la unidad espiritual de España, con el apoyo de la Iglesia, los Reyes Católicos llevan una política de conversión. Ya en 1492, dos miembros de la familia de Boabdil se convirtieron al catolicismo. Con título de infantes de Granada, asimilados a la alta nobleza española, son ardientes defensores de la Corona. Una vez más, el racismo, en el sentido que le damos, no existe en este asunto. El obispo de Granada aprende árabe y lo hace estudiar al clero. Edita catecismos en árabe y en castellano. Los resultados son, sin embargo, muy escasos.

En 1500 y 1501, los musulmanes inician disturbios que son severamente reprimidos. Vuelta la calma, se les incita de forma perentoria a escoger entre conversión o exilio. En 1526, la religión islámica se prohíbe definitivamente. A pesar de todo, Carlos V, que ha sucedido a su abuelo Fernando el Católico, en el año 1516 da orden a la Inquisición de no intervenir hasta que la formación cristiana de los musulmanes convertidos —se les llama moriscos— no esté acabada. Una bula pontificia confirma esta moratoria de cuarenta años. De hecho, los moriscos mantienen clandestinamente prácticas islámicas. En 1566, al término de esta moratoria, Felipe II, hijo de Carlos V, sigue la política de su padre. Los moriscos se rebelan. De 1568 a 1570 tiene lugar la segunda guerra de Granada. Una guerra particularmente cruel, en la que los rebeldes destruyen iglesias y atacan sistemáticamente a los sacerdotes y a las monjas. Los musulmanes acaban siendo derrotados, pero siguen en contacto con los turcos berberiscos, que constituyen un peligro permanente para los navíos españoles. Así pues, preocupado por la cohesión de su reino, Felipe III, hijo de Felipe II, decide la expulsión de los moriscos. Entre 1609 y 1614, son 300.000 los que dejan España y desembarcan en África del Norte o en el Imperio otomano.

Joseph Pérez observa que «hay que renunciar a una idea preconcebida de una España en la que las tres religiones del Libro —cristianos, musulmanes y judíos— habrían vivido en buena armonía durante los primeros siglos de la dominación musulmana y luego en la España cristiana de los siglos XII y XIII»[65]. Como ya había fracasado con los judíos, la política de asimilación por medio de la conversión masiva fracasó también con los musulmanes. No se puede obligar al espíritu: nadie reniega de su cultura y su fe bajo la coacción. Es una gran lección. No obstante, sentar en el banquillo únicamente a la España cristiana es mentir por omisión. En esta época, ningún país musulmán tolera a los cristianos en su territorio. Todavía sigue siendo así, en el siglo XXI, en numerosos estados musulmanes.