Una respuesta a la expansión militar del islam

No hace tanto que, en los libros escolares de historia, las cruzadas se beneficiaban todavía de una imagen favorable. En la versión católica, era la epopeya de la salvaguarda de los Santos Lugares. En la versión republicana (y colonial), esta expedición hacía irradiar la cultura francesa más allá de los mares. Entre los cristianos, el tema roza con el arrepentimiento. Y entre los humanistas, se consideran las cruzadas como una agresión perpetrada por occidentales violentos y codiciosos contra un islam tolerante y refinado. Se sustituye una leyenda negra por una leyenda dorada.

Señalemos en primer lugar una cuestión de vocabulario que no es anodina. La palabra cruzada es posterior a las primeras cruzadas: se fecha muy al principio del siglo XIII. Los cruzados hablaban de peregrinación, de tránsito, de viaje a ultramar. Se debe a que el primer objetivo de la cruzada es religioso: se trata de seguir los mismos pasos de Cristo. En cuanto se convierte, en el siglo IV, el emperador Constantino da a conocer los lugares donde ha vivido Jesús. De la misma manera que ir a Tierra Santa equivale a obtener el perdón de los pecados, Belén, Nazaret y Jerusalén pasan a ser metas de peregrinación.

Lanzados a la conquista del mundo para extender la fe de Mahoma, los árabes toman Jerusalén en el 638. Se tolera a los cristianos de Palestina. Sin embargo, se les reduce a la condición de dhimmi: se les autoriza a practicar su culto, siempre y cuando lleven signos distintivos y paguen un impuesto especial, la yizia. Pero les está prohibido construir nuevas iglesias, lo que, a la larga, les condena. Las peregrinaciones europeas pueden continuar, con la condición de pagar un tributo, especialmente para acceder al Santo Sepulcro. En el año 800, los califas abasíes, cuya capital es Bagdad, incluso conceden a Carlomagno la tutela moral sobre los Santos Lugares. Los peregrinos son cada vez más numerosos durante los siglos IX y X.

La situación se vuelve más tensa a principios del siglo XI, cuando se obliga a los cristianos que sirven en la administración califal a convertirse al islam. En 1009, el califa Al-Hakim inicia la persecución y manda destruir el Santo Sepulcro. En 1065, un grupo de peregrinos alemanes es atacado por unos beduinos. Pronto, nuevos invasores se extienden por Palestina: los turcos. En 1078, los seléucidas se apoderan de Jerusalén. A partir de esta fecha, las peregrinaciones pasan a ser extremadamente peligrosas; luego se interrumpen.

Para un cristiano de la Edad Media, hacer una peregrinación era un acto corriente. A unas leguas de su casa, a un santuario donde se veneraba alguna reliquia; más lejos, cuando se requiere una penitencia especial; muy lejos, con una meta excepcional. El dejar de tener la facultad de ir a orar sobre la tumba de Cristo no se puede soportar. La cruzada responde en primer lugar a una exigencia práctica y moral: liberar los Santos Lugares.

En el siglo VII, los musulmanes han ocupado Palestina y Siria: en el siglo VIII, han aniquilado la cristiandad de África del Norte y luego invadido España y Portugal. En el siglo IX, han conquistado Sicilia. Constantinopla todavía planta cara frente al peligro turco. A pesar del cisma de 1054, a pesar de las diferencias teológicas, nunca se han cortado los puentes entre Roma y Bizancio. En 1073, el emperador Miguel VII pide ayuda al papa Gregorio VII, llamamiento reiterado en 1095 por Alejo I Comneno a Urbano II. La cruzada es una respuesta a la expansión militar del islam, una réplica a la implantación de los árabes y de los turcos en las regiones cuyas ciudades han sido cuna del cristianismo en tiempos de San Pablo y sede de los primeros obispados. Regiones en las que, en lo sucesivo, los fieles de Cristo estarán perseguidos.

En España, la Reconquista ha empezado hacia 1030. Toledo es reconquistada a los moros en 1085, pero ya al año siguiente, los almorávides, venidos de Marruecos, lanzan una nueva ofensiva. En respuesta al llamamiento de Urbano II, caballeros franceses prestan auxilio a los ejércitos de Aragón, Castilla y Portugal. En 1095, numerosos participantes provenzales o de Languedoc en la primera cruzada ya habían luchado en España. En Sicilia, los normandos desembarcan en 1040 y expulsan a los árabes después de treinta años de enfrentamientos.

En Occidente, el siglo XI constituye un momento clave. Las invasiones han sido frenadas, nuevos pueblos se convierten (como los húngaros), la conquista de Inglaterra (1066) acerca la isla al continente. Los nacimientos se multiplican, las ciudades se extienden. La Iglesia se ve empujada por el impulso de la reforma gregoriana y Europa se cubre de monasterios (40.000 fundaciones entre el siglo IX y el XII). En el plano económico, circula la moneda, el comercio, se reactiva y se acrecienta la riqueza. Occidente se siente fuerte: en esos momentos es cuando los pueblos son audaces.