La Edad Media redescubierta

En 1977, Régine Pernoud publicaba un volumen de ciento cincuenta páginas con un título provocador: Para acabar con la Edad Media. La historiadora denunciaba todas las ideas preconcebidas que conciernen a la época medieval. Entre cien anécdotas, el libro nos hace saborear una conversación telefónica con un investigador que había llamado a la autora. «Busco unas fotos; sí, diapositivas que den una idea general de la Edad Media: matanzas, carnicerías, escenas de violencia, hambrunas, epidemias…»[6]. El libro de Régine Pernoud no cayó en gracia entre los críticos: especialista en Juana de Arco, la autora era una erudita, pero no marxista.

Por estas dos razones, Para acabar con la Edad Media constituye un libro testimonio: porque ha sido la avanzadilla del redescubrimiento de los tiempos medievales y porque los mismos que criticaban a Pernoud se han adherido en parte al punto de vista que defendía.

A pesar de las fórmulas rituales («ni que estuviéramos en la Edad Media»), la mentalidad ha cambiado desde los años setenta. Se ha modificado entre los historiadores. Siguiendo el ejemplo de Georges Duby (El domingo de Bouvines: 24 de julio de 1214, 1973) o de Emmanuel Le Roy Ladurie (Montaillou, aldea occitana, de 1294 a 1324, 1975), los tenores de la nueva historia —y es nueva a partir de 1980— han renunciado a estudiar en exclusividad las estructuras económicas y sociales, método que habían aprendido en la Escuela de los Anales[7]. Volviendo a descubrir la importancia de la cronología, han vuelto a evaluar el papel de los acontecimientos políticos y de los grandes personajes.

En 1964, Jacques Le Goff es marxista. El libro que publica ese año, La civilización del Occidente medieval, servirá de manual a varias generaciones de estudiantes. Citemos algunos subtítulos del capítulo «Sociedad cristiana (siglos X al XIII)»: «La lucha de clases en el medio rural», «La mujer y la lucha de clases», «La Iglesia y la realeza en la lucha de clases». Treinta años más tarde, al término de una trayectoria profesional en que sucede a Fernand Braudel a la cabeza de la sección VI de L’École Pratique des Hautes Études[8], Le Goff publica en 1996 una biografía de San Luis. El historiador reconoce que, antaño, este rey le inspiraba una «hostilidad fundamental» que achaca a sus «sentimientos de hombre del siglo XX»: «Primero, me he sentido muy alejado de él, tanto por la distancia del tiempo como por el estatus social. Luego le he sentido cada vez más cercano. Y lo que experimenté cada vez más es la atracción, la fascinación por el personaje. Y he concebido hacia él una mezcla de admiración y amistad».[9]

El gran público también ha abierto los ojos. Todo empezó con la pasión por los edificios antiguos. En este campo, la televisión ha hecho una labor útil: programas como Chefs-d’OEuvres en péril o La France défigurée han extendido hace unos años la idea de que Francia posee uno de los patrimonios más ricos del mundo. Los claustros de Saint-Guilhem-le-Désert y el de Saint-Michel-de-Cuxa se encuentran en Nueva York: actualmente no se permitiría su traslado. La más pequeña ciudad provista de murallas, de un palacio, de una fortaleza o de una hermosa iglesia organiza su festival de verano o su fiesta medieval. El talento o los medios económicos no siempre están presentes, pero la Edad Media proporciona el decorado. En el Mont-Saint-Michel, bajo las bóvedas de Chartres o de Reims, en las abadías románicas del Midi, la muchedumbre se ve deslumbrada. En marcha hacia Compostela, los nuevos peregrinos toman los antiguos caminos de Santiago. En 1994, los cantos gregorianos del monasterio benedictino de Silos, en España, arrasan en las tiendas de discos. En cuanto a los libros, las biografías y diccionarios de historia medieval resultan ser verdaderos éxitos. Las novelas también: 1.650.000 ejemplares de La chambre des dames [La habitación de las damas], el best-seller de Jeanne Bourin; 11 millones de lectores en el mundo de El nombre de la rosa de Umberto Eco, adaptada luego para el cine. En 1993, Los visitantes nos hacen reír con las aventuras del señor de Montmirail, perdido con su criado en el universo del siglo XX. En 2001 y 2002, El señor de los anillos, película sacada de la novela de Tolkien que nos presenta una Edad Media mitológica, vende 7 millones de ejemplares en Francia.

Esta Edad Media puede ser fantasiosa o tendenciosa (como en el caso del anticlerical Eco), pero los siglos medievales no dejan de poblar de nuevo nuestra imaginación. En 1964 se celebraba en París un encuentro en el Círculo Católico de los Intelectuales Franceses con el tema: «¿La Edad Media era civilizada?». «Sin ninguna clase de ironía», comenta Régine Pernoud. Cuánto camino recorrido.

Pero ¿qué es la Edad Media? La palabra «media», derivada del latín medius, señala lo que está «en medio». Edad Media, expresión que supone que esta época constituye un intermedio. ¿Un intermedio de mil años? ¿La civilización occidental habría pasado directamente de la Antigüedad al Renacimiento, padeciendo un eclipse de mil años? ¿Quién lo puede creer? En realidad, el concepto de Edad Media es engañoso. Bajo una denominación peyorativa, engloba una materia diversa hasta el infinito.

¿Qué límites cronológicos fijarle? Régine Pernoud diferencia cuatro periodos. La Alta Edad Media, época franca que se extiende desde la caída del Imperio romano al advenimiento de los carolingios (el equivalente del tiempo que separa a Enrique IV de la guerra de 1914); el periodo del Imperio carolingio (que dura doscientos años); la edad feudal, desde mediados del siglo X hasta final del siglo XIII (duración semejante a la que se extiende entre Juana de Arco y la Revolución) y la Edad Media propiamente dicha, los siglos XIV y XV, transición entre la edad feudal y la monarquía de los Valois. Jacques Heers, otro desmitificador de la Edad Media, no contradice a Pernoud. Observa, sin embargo, que estas referencias pueden ser discutibles[10]. En Occidente, el Imperio romano se derrumba en el siglo V, pero sigue en Bizancio: ¿dónde y cuándo se detiene la romanidad? Luis XI, fallecido en 1483, encarna el concepto moderno del Estado: ¿es o no es un soberano medieval? Giotto pinta los frescos de Asís antes de 1300: ¿es un artista de la Edad Media o del Renacimiento? Jacques Le Goff diferencia tres periodos: La Antigüedad tardía (prolongada hasta el siglo X), la Edad Media central (desde el año 1000 a la gran peste de 1348), y la Edad Media tardía (desde la guerra de los Cien Años a la Reforma protestante)[11].

Edad Media: expresión que recubre un mito. Sin embargo se ha impuesto. Se empleará por comodidad de lenguaje. Aunque también habría que considerar hasta qué punto los cientos de años qué separan unos acontecimientos de otros nos impiden toda tentativa de tratar la sociedad medieval como realidad precisa.

Si la transmisión de la cultura antigua no se hubiera asegurado durante la Edad Media, ¿cómo hubiera podido producirse el Renacimiento? La toma de Constantinopla por los turcos, en 1453, ha provocado sin duda la repatriación de valiosas bibliotecas en Europa. Sin embargo, Occidente no esperó a esta fecha para conocer los textos antiguos. Ya en época carolingia, algunos clérigos dominaban no sólo el latín, sino también el griego, el hebreo y el árabe. Aristóteles se descubrió a través de Constantinopla y de sus comentaristas árabes, Avicena y Averroes, cuyas obras se tradujeron al latín. Los cánones estéticos romanos son los que inspiran el arte románico de Italia, Francia y España.

¿Bárbara esta Edad Media que ha construido Sainte-Foy-de-Conques, Cluny y Le Thoronet? ¿Bárbaros estos tímpanos románicos de Moissac o de Autun? ¿Bárbaras las catedrales góticas de Amiens o de Beauvais? ¿Bárbaro el Ángel de la sonrisa de Nuestra Señora de Reims? ¿Bárbaras las vidrieras de Chartres, las de la Santa Capilla? ¿Bárbaros las iluminaciones, los relicarios, las custodias y los vasos litúrgicos, piezas de arte sacro que conmueven hoy hasta a los incrédulos? ¿Bárbaros el canto gregoriano, la polifonía de Guillaume de Machaut o de Josquin des Prés? ¿Bárbaros estos monjes que al crear la escala, el ritmo y la armonía ponen las bases de la música occidental? ¿Bárbaros estos clérigos que, en el siglo XIII, fundan las grandes universidades europeas? ¿Bárbaros estos astrónomos y estos médicos que, a pesar de una técnica limitada, profundizan en la aportación de los griegos y de los árabes, preparando así el progreso científico del mundo moderno?

En literatura, a través de los géneros heredados de la Antigüedad o a través de los que se han inventado más tarde, como la novela, la Edad Media expresa el abanico completo de los sentimientos humanos. La cantilène de Sainte Eulalie y Lancelot, Tristán e Isolda y Le roman de la rose, los versos de Christine de Pisan, los de Charles d’Orleans y los de François Villon, ¿acaso son obras de salvajes? En el siglo XII culmina el arte de los trovadores, procedente del Midi pero aclimatado a la corte de Francia. Y la lírica cortés dirige una mirada nueva hacia la mujer, fundada en el respeto, la ternura, la admiración. ¿Dónde están los signos de oscurantismo?

Georges Duby, en Le mâle Moyen Age[12], ha puesto en duda el juicio positivo manifestado por Régine Pernoud sobre «la mujer en el tiempo de las catedrales»[13]. Otro gran medievalista, Jean Favier, considera que, «en conjunto, la Edad Media protege a la mujer, tenida por frágil y vulnerable»[14]. Evidentemente, si se razona a partir del concepto de «paridad», es cierto que, durante la Edad Media, la mujer no goza de la misma autonomía que el hombre. A pesar de ello, hay que considerar los derechos esenciales de los que disfruta. En las asambleas urbanas o en las comunas rurales, las mujeres poseen el derecho de voto cuando son cabeza de familia. Entre los campesinos, los artesanos o los comerciantes no es raro ver a la mujer dirigir la finca, el taller o la tienda. Al final del siglo XIV en París, encontramos mujeres médicos, maestras de escuela, boticarias, tintoreras o religiosas.

Régine Pernoud subraya que, al contrario de lo que ocurre en el Extremo Oriente o en los países musulmanes, los progresos de la libre elección del cónyuge acompañan la difusión del cristianismo. Entre los siglos V y X, la Iglesia se pelea para limitar los casos de anulación del matrimonio y prohibir el repudio —costumbre romana y germánica—, lo que mejora considerablemente la condición femenina.

En 1990, Laurent Fabius, entonces presidente de la Asamblea Nacional, ante el hemiciclo del Palais-Bourbon, repite una vieja mentira histórica: «Los doctores de la Iglesia han discutido durante siglos para saber si las mujeres tenían alma». Lanzada en el siglo XVII, esa patraña forma parte desde entonces del repertorio anticlerical. ¿Cuál es su origen? En su Histoire des francs [Historia de los francos], Gregorio de Tours, nacido en 539, cuenta un incidente ocurrido cincuenta años antes de su nacimiento. En el sínodo de Mâcon, en 486, un prelado habría sostenido que no se debía «incluir a las mujeres bajo el nombre de hombres», utilizando la palabra homo (ser humano) con el sentido restrictivo del latín vir (individuo de sexo masculino). Gregorio de Tours relata que, apoyándose en las Sagradas Escrituras, «los argumentos de los obispos hicieron retractarse» al autor de esta interpretación errónea, lo que hizo «cesar la discusión». Como controversia que hubiese durado siglos, no hubo más. Si la Iglesia hubiese dudado de la plena naturaleza humana de la mujer (un cuerpo y un alma, según la teología), ¿cómo hubiera podido venerar a la madre de Cristo, declarar santas a tantas mártires del amanecer cristiano (Inés, Cecilia, Ágata, Blandina, Genoveva…) y dispensar el bautismo y la comunión a criaturas sin alma?

Desde Eloísa a Hildegarde de Bingen, son incontables las elevadas figuras femeninas de la cristiandad medieval. En el siglo XII, la primera abadesa de Fontevraud, Pétronille de Chemillé, nombrada con veintidós años, dirige un monasterio mixto, que reagrupaba una comunidad de hombres y otra de mujeres. Los monjes nunca se quejaron de estar dirigidos por una mujer. ¿Y las reinas? Coronadas como el rey, ejercen el poder durante su ausencia. Algunas de estas mujeres dominan en su época, como Leonor de Aquitania o Blanca de Castilla.