Prólogo

El espíritu del siglo. Es una de las escasas

enfermedades en la que los antibióticos no surten efecto.

JEAN ANOUILH

La policía detiene a un grupo de inmigrantes clandestinos refugiados en una iglesia: unos manifestantes protestan por una redada digna de Vichy. Un candidato imprevisto llega al segundo turno de la elección presidencial: al grito de «no al fascismo», la calle organiza la resistencia. Unos islamistas fomentan un atentado: el espectro de las guerras de Religión está en el aire. El ejército francés interviene en un país africano: el colonialismo está en la picota. El Papa defiende una postura no conforme con la mentalidad contemporánea: se menciona la violación de las conciencias por parte de la Inquisición…

La lista podría alargarse hasta el infinito. «El debate público —señala Alain Besançon— hace constantemente referencia a la historia. La prensa, la televisión, los severos guardianes de la decencia intelectual y, en voz baja, los policías del pensamiento, cuadran sus declaraciones según falsas representaciones del pasado. Y los verdaderos historiadores saben que son falsas. En Francia, el debate público navega orientándose sobre bloques históricos masivamente ignorados o falsificados»[1].

El buen historiador parte de unos hechos y los estudia en su momento concreto, separando las causas de las consecuencias. Lo políticamente correcto no tiene nada que ver con este método cuando saca sus imágenes de la historia. Siguiendo el capricho de sus consignas, juega con las épocas y los lugares, resucitando un fenómeno desaparecido o proyectando en los siglos anteriores una realidad contemporánea. Juzgando la historia pasada en nombre del presente, lo históricamente correcto ataca el racismo y la intolerancia en la Edad Media, el sexismo y el capitalismo bajo el Antiguo Régimen, el fascismo en el siglo XIX. El hecho de que sus conceptos no signifiquen nada fuera de su contexto poco importa: el anacronismo es rentable en los poderes mediáticos. No es el mundo de la ciencia, sino de la conciencia; no es el reino del rigor, sino del clamor; no es la victoria de la crítica, sino de la dialéctica.

Es también, y sobre todo, el triunfo del maniqueísmo. Mientras el historiador debe medir el peso sutil de los matices y las circunstancias y recurrir a los campos complementarios de su saber (geografía, sociología, economía, demografía, religión, cultura), lo políticamente correcto borra la complejidad de la historia. Todo lo reduce al enfrentamiento binario del Bien y del Mal, pero un Bien y un Mal reinterpretados según la moral de hoy en día. Así, la historia se convierte en un campo de exorcismo permanente: cuanto más se anatematizan las fuerzas oscuras del pasado, más debe uno justificarse de no mantener con ellas ninguna solidaridad. Se demonizan así personajes, sociedades y épocas enteras. Sin embargo no es más que una engañifa. En realidad no se apunta hacia ellos: a través de ellos somos nosotros los que estamos en el punto de mira.

Políticamente correcto, históricamente correcto. Pensamiento único, historia única. ¿Cómo inmunizarse? No hay que contar con el Ministerio de Educación. En el pasado, la escuela republicana elaboró una novela que hacía girar toda la historia de Francia alrededor de la Revolución de 1789, pero por lo menos sus profesores poseían el mérito de enseñar y obligar a aprender las fechas y los nombres de memoria. Esta escuela ha dejado algunos mitos vivaces, pero se ha muerto. Después de la guerra, le ha seguido una escuela marxista. La lucha de clases, las estructuras y las superestructuras han sustituido a los héroes y las batallas. Posteriormente, la quiebra del comunismo ha hecho decaer la fe marxista, que sin embargo ha dejado numerosas huellas en la escuela.

Hoy en día, en el seno de la institución escolar, están en primera fila las ciencias humanitarias unidas a la moral humanitaria. Esa clave de lectura no ayuda para nada a comprender el pasado teniendo en cuenta que la cronología sigue sin estar de moda. En vísperas del Baccalauréat[2], se pide a los estudiantes que filosofen sobre la historia como si opositaran a una cátedra, pero sin tener los conocimientos necesarios. Veamos esta circular del ministerio: «Al finalizar los estudios de segundo ciclo, el programa de las clases de Bachillerato se inspira, como en los años anteriores, en la misma voluntad de organizar los conocimientos alrededor de ejes problemáticos, reteniendo exclusivamente los hechos significativos de las grandes evoluciones, exceptuando todo acercamiento al acontecimiento»[3]. Detrás de este galimatías, descifremos las intenciones. Excluir el «acercamiento al acontecimiento» (una historia sin acontecimientos, ¡qué prodigio!) permite alejar todo lo que perturba la leyenda oficial; en cuanto a los «ejes problemáticos», autorizan, con este título intelectual de buen tono, a los profesores a dar las lecciones conforme a sus opiniones. Según una encuesta del CSA[4], el 72 por ciento de los profesores ha votado a un candidato de izquierdas en el primer turno de la elección presidencial de 2002. Estaban en su más estricto derecho, pero los ciudadanos también tienen el derecho de suponer que esta orientación masiva del profesorado incide sobre el contenido de las clases. Por lo demás, puede que los profesores que votan a la derecha tampoco escapen a la mentalidad de estos tiempos: lo históricamente correcto se manifiesta por todas partes.

En la actualidad, la mayoría de los que se niegan a ser dominados por un pensamiento único llegan a la misma conclusión. Puedo dar testimonio de que los dos tercios del abundante correo que he recibido tras la publicación de mi ensayo sobre el terrorismo intelectual[5] denunciaban la manera de instrumentalizar la historia que tienen los manuales escolares y los poderes mediáticos.

Pero esta constatación la han hecho los mismos historiadores. Cada día, especialistas que han dedicado numerosos años a estudiar tal o cual tema pasan por la prueba de descubrir, al azar de un artículo en el periódico, de un programa de radio o de televisión, flagrantes contraverdades que manifiestan una incultura proporcional a la autoridad con la que se asestan.

Aun así, son muchos los historiadores que trabajan en la verdad despreciando la opinión de la época, pero no todo el mundo tiene posibilidad de leerlos o de conocer sus obras, con más razón cuando contradicen los clichés imperantes. De ahí este libro. Su ambición consiste en ofrecer una síntesis de las investigaciones más recientes sobre los temas que son materia de prejuicios, de ideas recibidas y lugares comunes en el campo histórico. Este panorama nos muestra un sorprendente desfase entre la historia real y su versión mediática y escolar.

Como es imposible ser exhaustivo, he debido elegir. En estas páginas, Napoleón casi no aparece (pero lo políticamente correcto no se interesa por él más que de pasada), tampoco ciertos temas esenciales como la comparación entre comunismo y nazismo, el tercermundismo o Mayo del 68 (temas que ya abordé en Le terrorisme intellectuel [El terrorismo intelectual]). Algunos capítulos tratan de épocas anteriores a la formación de la nación y otros atraviesan las fronteras, pues este libro no se interesa por la historia de Francia exclusivamente. No pretende tampoco ofrecer una historia total de las épocas estudiadas, sino responder a los principales prejuicios que les afectan. Inspirados en fuentes diversas, estos prejuicios han evolucionado: lo históricamente correcto posee su propia historia y sus contradicciones. Para no hacer más pesado este volumen, no ha sido posible hacer el inventario sistemático. Tal cual es, este libro representa, pues, un viaje libre a través de algunas deformaciones de la historia que se dan a título ideológico o político en la Francia actual. Dentro de veinte o treinta años quizá el panorama sea diferente.

Para establecer una bibliografía completa hubiera hecho falta una lista de centenares de volúmenes. He renunciado, pues, a ello. Para los lectores que quieran ir más allá, las obras citadas a pie de página proporcionan amplías pistas.

Este libro toma partido. Pero ha intentado evitar los escollos de las ideas preconcebidas. Si lo históricamente correcto está profundamente ligado a las ideologías de izquierda en sus estratos sucesivos, no creo haber salvado algunas leyendas de moda entre la derecha. A pesar de enseñarse en la escuela con menor frecuencia, no son menos históricamente… incorrectas.