Prólogo

Zoey

Creo que mi madre está muerta.

Analicé las palabras mentalmente. Carecieran completamente de sentido. No podía ser cierto. Era como si intentara convencerme a mí misma de que el mundo se había vuelto del revés o de que el sol salía por el oeste.

Inspiré profundamente emitiendo un hipido, y me puse de lado mientras estiraba el brazo para coger otro pañuelo de papel de la caja que estaba en el suelo, junto a la cama.

Stark farfulló algo, frunció el ceño y se removió inquieto.

Lenta y cuidadosamente, me levanté, recogí su sudadera gigante de donde la había dejado tirada, me la puse y me acurruqué en el puf situado en el rincón de nuestra pequeña habitación de los túneles.

El puf hizo ese inconfundible ruido que siempre me hacía sentir como si hubiera pegado un salto en uno de esos castillos inflables para niños, y Stark volvió a fruncir el ceño y a mascullar algo. Entonces me soné la nariz. Sin hacer ruido. Deja de llorar. Deja de llorar. Deja de llorar. No servirá de nada. No hará que mamá vuelva. Parpadeé unas cuantas veces y me soné de nuevo la nariz. Quizás ha sido solo un sueño. Aun así, mientras pronunciaba estas palabras en mi mente, mi corazón sabía que era la verdad. Nyx me había sacado de mis sueños para mostrarme una visión de mamá entrando en el Otro Mundo. Aquello significaba que había muerto. Mamá le ha dicho a Nyx que sentía defraudarme, me recordé a mí misma mientras las lágrimas volvían a surcar mis mejillas.

—Ha dicho que me quería —dije con un hilo de voz.

Apenas se me oyó, pero Stark dio una sacudida, se giró inquieto y masculló «¡Basta!».

Yo apreté los labios con fuerza, a pesar de que sabía que no eran mis palabras lo que turbaba sus sueños. Stark era mi guerrero, mi guardián y mi novio. No. Novio era una palabra demasiado simple. Entre Stark y yo existía un vínculo que iba mucho más allá de salir juntos, mantener relaciones sexuales y todo lo que conlleva un noviazgo normal. Era por eso por lo que estaba tan inquieto. Percibía mi tristeza. Incluso en sueños sabía que estaba llorando y que me sentía dolida, asustada y…

Stark retiró la sábana de su pecho y vi que tenía el puño cerrado. Entonces le miré la cara. Seguía dormido, pero tenía la frente arrugada y el ceño fruncido.

Cerré los ojos y respiré hondo, intentando serenarme.

—Espíritu —susurré—. Por favor, ven a mí. —De inmediato sentí el elemento deslizarse por mi piel—. Ayúdame. No, mejor ayuda a Stark a protegerse de mi tristeza. Y tal vez, añadí mentalmente, podrías protegerme también a mí de mi propia tristeza. Aunque solo sea por un ratito.

Una vez más, inspiré profundamente mientras el espíritu se movía en mi interior y a mi alrededor, y se desplazaba en forma de remolino hasta la cama. Entonces abrí los ojos y pude ver flotar una bruma que envolvía a Stark. Su piel parecía brillar con luz propia mientras el elemento se posaba sobre él como una sábana diáfana. Percibí una sensación cálida y, bajando la mirada, observé mis brazos y vi el mismo resplandor tenue sobre mi piel. Stark exhaló un largo suspiro al mismo tiempo que yo mientras el espíritu infundía en nosotros un poco de magia tranquilizadora y, por primera vez desde hacía varias horas, sentí que una pequeñísima parte de mi tristeza se elevaba, abandonándome.

—Gracias, espíritu —susurré, cruzando los brazos y abrazándome con fuerza. Envuelta en el reconfortante elemento, me sentí más cercana a él. De hecho, empezaba a tener algo de sueño. Fue entonces cuando una especie de calidez diferente penetró en mi conciencia. Lentamente, sin querer alterar el hechizo vivificante que el espíritu estaba llevando a cabo, descrucé los brazos y me toqué el pecho.

¿Por qué está caliente mi piedra vidente? La pequeña piedra redonda estaba colgada de su cadena de plata, reposando entre mis pechos. No me la había quitado desde que Sgiach me la había regalado antes de abandonar la hermosa y mágica isla de Skye.

Sorprendida, la saqué de debajo de la sudadera y deslicé los dedos por su suave y marmórea superficie. Seguía recordándome a un caramelo de sabor a coco, pero el mármol de Skye brillaba con una luz sobrenatural, como si el elemento que había invocado le hubiera hecho cobrar vida, como si la calidez que sentía obedeciera a un pálpito vital.

La voz de la reina Sgiach resonó en mi memoria: «Las piedras videntes están en sintonía con la más antigua de las magias: el tipo de magia que yo preservo en mi isla. Te obsequio con ella para que te permita reconocer a los antiguos, si es que todavía existe alguno en el mundo exterior…».

Mientras sus palabras volvían a resonar en mi mente, las imágenes del interior de la piedra empezaron a girar lentamente, casi con pereza. El agujero del centro era como un mini telescopio. Conforme daban vueltas sobres sí mismas, vi a Stark iluminado por ellas, y todo lo que alcanzaba mi vista también se alteró, estrechándose.

Tal vez era porque el espíritu se encontraba muy cerca de mí en ese momento, pero lo que vi no me resultó tan alucinante como la primera vez que miré a través de la piedra en Skye, cuando acabé perdiendo el conocimiento.

Pero eso no significa que fuera menos inquietante.

Stark estaba allí, tumbado de espaldas, con la mayor parte del pecho desnudo. El resplandor del espíritu se había desvanecido. En su lugar vi otra imagen, pero estaba borrosa y no pude percibir sus rasgos. Era como la sombra de alguien. El brazo de Stark dio una sacudida y la mano de la sombra se abrió. Mientras observaba, la Espada del Guardián, la enorme hoja que Stark había recibido en el Otro Mundo, tomó forma en su puño. Sorprendida, dejé escapar un grito ahogado, y el guerrero fantasmagórico giró la cabeza en dirección a mí y aferró la espada.

En un abrir y cerrar de ojos, la Espada del Guardián se transformó, cambió, y se convirtió en una larga lanza negra, peligrosa, letal y manchada de sangre, que me resultaba demasiado familiar. El miedo se apoderó de mí.

—¡No! —grité—. ¡Espíritu, da fuerzas a Stark! ¡Haz que esa cosa desaparezca!

Con un sonido similar al de un gigantesco pájaro batiendo las alas, la visión se esfumó, la temperatura de la piedra vidente descendió y Stark se incorporó y se quedó sentado en la cama, mirándome.

—¿Qué haces ahí? —preguntó, frotándose los ojos—. ¿Por qué estás haciendo tanto ruido?

Abrí la boca para tratar de explicarle la extraña escena que acababa de presenciar cuando suspiró profundamente, se tumbó de nuevo y, levantando las sábanas, me hizo un gesto con la mano con expresión somnolienta.

—Ven aquí. No consigo dormir si no te acurrucas junto a mí. Y te aseguro que necesito dormir un poco.

—De acuerdo. Sí. Yo también —respondí y, con las piernas temblorosas, me dirigí rápidamente hacia él y me acurruqué a su lado con la cabeza apoyada en su hombro—. Ummm, esto… Acaba de pasar algo muy extraño —empecé a decir, pero cuando giré la cabeza para poder mirarlo a los ojos, los labios de Stark se fundieron con los míos. La sorpresa no duró demasiado, y me dejé llevar por el beso. Me hacía sentir bien, muy bien, estar cerca de él. Entonces me rodeó con sus brazos y yo apreté mi cuerpo contra el suyo mientras sus labios recorrían la curva de mi cuello.

—Me ha parecido oírte decir que necesitabas dormir un poco. —Mi voz sonaba entrecortada.

—Pero te necesito más a ti —respondió.

—Sí —dije—. Yo también.

A continuación nos fundimos el uno en el otro. El contacto con la piel de Stark ahuyentó la muerte, la desesperación y el miedo. Juntos nos recordábamos mutuamente la vida, el amor y la felicidad. Después, por fin, nos quedamos dormidos y la piedra vidente permaneció fría y olvidada en mi pecho, entre nosotros.