Kalona
Rephaim no se lo había dicho. Le había hecho creer que la Diosa lo había perdonado y que, al hacerlo, lo había obsequiado con la forma de un joven humano.
Pero su hijo no había mencionado que también lo había condenado a ser un pájaro, una bestia que lo único que podía hacer era anhelar algo que, para la mente de una criatura, siempre había sido inalcanzable.
—Y al menos durante las horas en que brilla el sol, lo sigue siendo —dijo Kalona mientras caminaba de un lado a otro por la cima de la montaña.
—¿Podemos ayudar tú?
Al escuchar la voz sibilante y semihumana de su «otro» hijo, la rabia que había estado acumulando estalló haciendo que se girara hacia Nisroc con la mano en alto dispuesto a propinarle una bofetada para que cerrara el pico. El resto de cuervos del escarnio que se apiñaban a su alrededor retrocedió para que no pudiera alcanzarlos. Nisroc, por su parte se agachó, pero se quedó donde estaba, sin intentar escapar de la furia de su padre.
Justo cuando estaba a punto de golpearlo, Kalona vaciló y acabó bajando la mano. Luego, sin decir nada, se quedó mirando a su hijo, que estaba encogido esperando el golpe.
—¿Por qué? —preguntó Kalona, permitiendo que su voz trasmitiera la desesperación que lo invadía—. ¿Por qué queréis ayudarme?
Nisroc levantó la cabeza y lo miró con expresión confundida.
—Tú eres padre.
—Pero no he sido un buen padre —se oyó decir a sí mismo Kalona.
Nisroc no apartó la vista, sino que siguió mirándolo con sus ojos rojos.
—Essso no importar. Siguesss sssiendo padre.
Completamente derrotado, Kalona solo tuvo fuerzas para sacudir la cabeza y decir con una voz dulcificada por unas emociones que apenas podía comprender:
—No podéis ayudarme en esto. —Seguidamente señaló hacia el cielo y añadió—: Marchaos. Ya ha oscurecido por completo. Podéis estirar las alas y surcar el cielo sin ser vistos. Basta con que volváis antes de que amanezca.
Sus hijos no lo dudaron ni un instante. Se lanzaron desde la cumbre y, graznando como los cuervos que eran, alzaron el vuelo.
Hasta que no lo oyó hablar, Kalona no se dio cuenta de que Nisroc no se había marchado con sus hermanos.
—Yo quiero ayudar tú.
Kalona se quedó mirando a su hijo y respondió:
—Gracias.
Nisroc agachó la cabeza como si las palabras de su padre fueran tan palpables como el golpe que había estado a punto de recibir. Entonces el inmortal se aclaró la garganta y, apartando la vista de la criatura que había creado a través de la rabia y la lujuria, dijo:
—Quiero que te marches. Obedéceme y vete con tus hermanos.
—Sssí, padre.
El inmortal escuchó el batir de las alas de su hijo chocando contra el viento y levantó la cabeza para ver cómo desaparecía en la lejanía.
Fue entonces cuando el teléfono empezó a sonar. Sintiéndose como un completo estúpido, Kalona agarró aquella cosa de la roca sobre la que la había dejado la noche anterior. En la pantalla se podía leer el nombre de Stevie Rae y, sin dudarlo, Kalona apretó el botón de aceptar y se acercó el móvil a la oreja.
—¡Ayuda a Rephaim! ¡El toro va a matarlo! —gritó la voz de la Roja entre medias de un montón de ruidos de fondo.
Luego se escuchó una especie de chirrido, como si se estuviera produciendo una interferencia, y se cortó la línea.
El cuerpo de Kalona se puso en marcha incluso antes de que su mente tuviera tiempo de procesar la decisión, impulsándolo a emprender el vuelo y a reunir consigo las etéreas volutas que iban y venían desde el Otro Mundo formando corrientes invisibles en el cielo de los mortales.
—Espíritu de los antiguos inmortales, tú que me perteneces por derecho y me debes obediencia, ven a mí. Llévame hasta la sangre de mi sangre, al hijo de mi espíritu. ¡Condúceme hasta Rephaim!
Zoey
—¡Ayuda a Rephaim! ¡El toro va a matarlo!
Stevie Rae pegó un grito y dejó caer el teléfono, que fue absorbido inmediatamente por la brillante luz escarlata. A continuación, intentó ponerse en pie para acercarse hasta donde yacía Rephaim, pero su cuerpo estaba atrapado por la fuerza del círculo.
—¡Cierra el círculo! ¡Deja que lo ayude!
No lo dudé ni un instante. Habíamos visto la verdad de lo que le había sucedido a mi madre, de manera que podía clausurar el círculo.
—¡Espíritu, tierra, agua, fuego, aire! ¡Yo os libero!
Sin embargo, mis palabras no cambiaron nada. El manto brillante seguía sin liberarnos.
—¿Qué está pasando?
Stevie Rae no dejaba de sollozar mientras intentaba, sin éxito, ponerse en pie.
—Ha sido la muerte la que ha puesto este hechizo en marcha —repitió Tánatos. Su voz sonaba triste y resignada—. Solo ella puede liberarnos.
—Tú representas a la muerte. ¡Libéranos tú! —le grité.
—¡No puedo! —Parecía derrotada y envejecida—. ¡Perdonadme!
—¡No! ¡Eso no es suficiente! ¡Tienes que…!
Antes de que pudiera terminar la frase, Aurox agachó su horrible cabeza dispuesto a embestir de nuevo contra Rephaim. Sangrando y derrotado, Dragon Lankford se situó, tambaleándose, entre el chico y la criatura, recibiendo el golpe que estaba destinado a Rephaim. La cornamenta de Aurox penetró justo en mitad de su pecho, levantándolo del suelo mientras el toro empitonaba por completo al maestro de esgrima. Aurox dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza hasta que el cuerpo de Dragon se desprendió y cayó al suelo. Lankford empezó a toser y a temblar y, justo antes de expirar su último aliento, miró hacia el círculo y dijo:
—Si lo único que puede liberaros es la muerte, que sea la mía…
Aurox rugió victorioso y rodeó a Dragon para retomar su ataque contra Rephaim.
No obstante, la muerte de Dragon lo cambió todo. El manto rojo se elevó del círculo, alcanzando tal altura que incluso pareció que tocaba la luna. Una vez en el cielo, explotó, provocando una neblina plateada que regresó a la tierra bañándolo todo con una suave y cálida lluvia que olía a primavera.
Apenas se liberó, Stevie Rae echó a correr, gritando:
—¡Tierra, ven a mí! ¡Protege a Rephaim!
Sin embargo, el resplandor verde que apareció inmediatamente alrededor de Rephaim no fue necesario. Apenas la lluvia plateada entró en contacto con el toro, la criatura comenzó a retorcerse y a dar sacudidas hasta caer desplomada. Yo parpadeé y me pasé la mano por la cara intentando aclararme la vista, pero me di cuenta de que no me pasaba nada en los ojos. Aquella cosa con forma de toro se estaba deshaciendo, cambiando, transformándose, y en cuestión de segundos Aurox, el chico que me había salvado de morir aplastada por una rama, apareció ante nosotros.
El joven parpadeó varias veces y miró a su alrededor como si estuviera confundido, como si no supiera quién era.
—¡No te acerques a él! —le espetó Stevie Rae colocándose entre Aurox y Rephaim. Sus manos despedían un destello verde.
Aurox, aturdido, dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza, y miró de nuevo a su alrededor con evidente desconcierto hasta encontrar el cuerpo desgarrado de Dragon.
—¡No! —gritó—. ¡No! —A continuación apartó la vista de la figura inerte y me buscó con la mirada—. ¡Zoey! ¡Elegí un futuro diferente! ¡Lo hice!
Justo en ese momento, Darius y Stark se abalanzaron sobre él con las espadas en ristre. Aurox siguió sacudiendo la cabeza y repitiendo una y otra vez:
—¡Elegí un futuro diferente! ¡Elegí un futuro diferente! —No obstante, a pesar de lo que decían sus palabras, su cuerpo empezó a vibrar de nuevo. Estaba volviendo a transformarse en el toro. Y Stark y Darius iban a matarlo.
La Oscuridad no siempre es lo mismo que el mal; la Luz no siempre trae el bien. Mira con la visión verdadera, hija… Mira con la visión verdadera.
La voz de Nyx inundó mi mente y de repente supe lo que tenía que hacer. Levanté la piedra vidente que colgaba entre mis pechos, inspiré profundamente y miré a Aurox a través de ella.
Visto a través de la piedra, el cuerpo del chico irradiaba un fulgor del color de las piedras de luna que emanaba desde el centro de su pecho, cerca de su corazón. El resplandor se expandió hasta rodear por completo a Aurox y entonces me di cuenta de lo que era realmente: era la imagen de otro cuerpo, de un cuerpo etéreo, fantasmagórico, tan deslumbrante que en realidad no estaba resguardando a Aurox, sino más bien eclipsándolo.
Y sobre todo, me resultaba tremendamente familiar.
—¡Heath! —grité de pronto. Aurox, que ya se había transformado parcialmente en la criatura, giró la cabeza para mirarme. La resplandeciente visión de Heath se movió con él y, por un breve instante, nuestras miradas se cruzaron y vi a Heath mirándome sorprendido, con los ojos muy abiertos—. ¡Tierra! —grité tomando prestada la energía del elemento que Stevie Rae ya había invocado—. ¡No dejes que Darius y Stark le hagan daño a Aurox!
En ese momento, una parte del resplandor que flotaba sobre Rephaim se desplazó, arrastrándose por el suelo para levantarse delante de Aurox, formando una pared entre él y los dos guerreros.
—¡Zoey! ¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Stark, intentando rodear el muro protector.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo —respondí sin apartar la vista de Aurox. Sin embargo, este había dejado de ser humano. La criatura había tomado forma por completo y la imagen de Heath había desaparecido. La bestia soltó un rugido de rabia, dolor y exasperación, agachó la cabeza y embistió directamente contra mí.
Sé de sobra que me comporté como una estúpida, pero no me moví. En vez de eso seguí mirándolo a los ojos y en un tono calmado y seguro, que no se correspondía en absoluto con cómo me sentía, dije:
—No vas a hacerme daño. Sé que no lo harás.
En el último instante, Aurox viró hacia un lado, pasando a pocos centímetros de mi cuerpo, hasta el punto que pude advertir el olor a sangre y muerte que lo recubría y el roce de su piel de toro. Y entonces desapareció en la oscuridad.
No sé si fue la adrenalina o la estupidez lo que hizo que permaneciera inmóvil hasta aquel momento, pero el caso es que, de pronto, tanto una como la otra me abandonaron y me caí de culo. En ese mismo momento el muro verde también se desvaneció y Stark corrió hacia mí.
—¿Estás herida? ¿Te encuentras bien? ¿Se puede saber qué te pasa? —Stark estaba agachado junto a mí, acribillándome a preguntas mientras me recorría el cuerpo con las manos—. ¿Estás sangrando?
Yo le agarré las manos y se las apreté con fuerza, con la esperanza de que no se diera cuenta de que las mías estaban temblando.
—Estoy bien. Te lo aseguro.
—Eres tonta de remate. De verdad —dijo Aphrodite mirándome por encima del hombro—. En serio, Z. O eso, o estás delirando. El chico toro no es Heath.
—¡Por todos los demonios! ¡Por supuesto que no es Heath! —dijo Stark observando a Aphrodite como si hubiera perdido el juicio.
Así que no me ha oído. ¡Dios! Tal vez nadie más me ha oído. Lo de Aphrodite puedo controlarlo. Después.
En ese momento decidí ignorarla, lo que me resultó bastante fácil porque la abuela se acercaba hasta mí corriendo con una expresión tan preocupada como la de Stark.
—¿Estás herida?
Yo tiré de las manos de mi guardián y él me ayudó a levantarme. Entonces abracé a la abuela.
—No. Estoy bien.
Ella me dio un achuchón tranquilizador y por suerte, no me llamó estúpida. En vez de eso, dijo:
—En cambio Rephaim no.
—Oh, oh.
Damien, Erin y Shaunee se habían reunido con Stevie Rae, que estaba de rodillas junto a su chico, y los demás hicimos lo mismo.
—Esto va a acabar mal. Muy mal —dijo Aphrodite por lo bajo.
Intenté por todos los medios no mirar el cuerpo de Dragon, pero mis ojos no me obedecieron. Yacía no muy lejos de Rephaim. Mirándole solo a la cara, se podría haber pensado que estaba durmiendo. De hecho, de no ser por el hilo de sangre que le chorreaba de la comisura de los labios, parecía mucho más en paz consigo mismo de lo que había estado desde la muerte de Anastasia. Era su cuerpo lo que estaba hecho un completo desastre. Tenía heridas en ambos brazos y la cornamenta de Aurox le había rasgado la tela de los pantalones, dejando a la vista uno de sus muslos, que estaba tan destrozado que parecía hecho de carne de hamburguesa. Su pecho era algo difícil de olvidar. Los fragmentos de costillas astilladas asomaban por el agujero y desde el torso para abajo estaba completamente cubierto de sangre.
Estaba allí en pie, mirando, cuando la capa de terciopelo de Tánatos apareció ondeando ante mis ojos. Se había soltado el broche que la mantenía sobre sus hombros y, con un movimiento amplio, la alta sacerdotisa cubrió el cuerpo de Dragon. Su rostro mostraba una expresión extraña, y mientras intentaba averiguar lo que estaba pesando, tomó la palabra.
—Ya puedes marcharte. En tu destino estaba escrito que, o bien morías esta noche cumpliendo tu juramento y siguiendo tu verdadero camino, o salías con vida pero con tu espíritu muerto, cubierto de infamia y de deshonra. —Tánatos sonrió, y entonces me di cuenta de que la extraña expresión de su rostro se debía a que estaba hablando con el aire que flotaba sobre el cuerpo de Dragon—. Al sacrificarte por Rephaim te has reencontrado con la misericordia y, de ese modo, también con nuestra Diosa. —Acto seguido, Tánatos levantó el brazo y realizó un gesto con la mano increíblemente elegante que la hizo parecer todavía más hermosa—. Ahí tienes tu camino. Tómalo y márchate al Otro Mundo y a tu nuevo futuro.
Yo emití un grito ahogado al ver que el cielo que se extendía sobre la cabeza de Tánatos empezaba a temblar y se abría de par en par dejando a la vista un árbol que me resultó muy familiar. Era verde y frondoso, un serbal y un espino enroscados sobre sí mismos. Los trozos de tela que estaban atados a la enorme sombrilla de ramas cambiaban continuamente de color y de longitud mientras ondeaban suavemente, agitados por una suave brisa que olía a tierra, a musgo y a primavera.
—El árbol votivo de la Diosa —susurró Stark.
—¿Tú también lo ves? —le pregunté en voz baja.
—Sí —respondió él.
—Y yo también —intervino Aphrodite.
—Y yo —dijo Darius mientras el resto de mis amigos asentían con la cabeza y respondían en susurros mientras contemplaban maravillados cómo una chica salía desde detrás del árbol. Era rubia, estaba sonriendo, y tenía un aspecto absolutamente fabuloso con aquella falda larga color topacio con un ribete de cuentas de cristal, conchas y flecos de cuero blanco en la parte inferior y en el escote de su blusa sin mangas. Además, llevaba en las manos un girasol.
—¡Es Anastasia! —exclamó Damien.
—¡Qué joven está! —dije yo. Acto seguido, cerré la boca, preocupada por haber dicho algo que pudiera provocar que la visión se desvaneciera.
Pero Anastasia no parecía vernos. Estaba mirando completamente embelesada al joven caballero que acababa de aparecer en escena. Tenía una espesa melena recogida en una coleta y los ojos brillantes, como si estuviera a punto de echarse a llorar.
—Es Dragon —dijo Shaunee.
—No —la corrigió Tánatos—. Es Bryan. Su Bryan.
El joven Bryan Lankford tocó el rostro de Anastasia con veneración.
—Mi alma —dijo él.
—Vida mía —dijo ella—. Sabía que volverías a encontrarte a ti mismo.
—Y al hacerlo, te encontré a ti.
Sonriendo, la rodeó con sus brazos y, en el mismo momento en que sus labios se juntaron, el cielo empezó a temblar de nuevo y la puerta de acceso al Otro Mundo se cerró.
Stark me pasó un clínex hecho una bola que se había sacado del bolsillo de sus vaqueros y me soné la nariz.
—¿Y ahora morirá también Rephaim?
La pregunta de Stevie Rae hizo que volviéramos a poner los pies sobre la tierra y, cuando me giré, vi que seguía arrodillada junto a su amado. En aquel momento me encontraba lo suficientemente cerca para ver que tenía una profunda brecha en la cabeza que no paraba de sangrar. Y estaba pálido. Muy pálido.
—Tu afinidad es con la muerte —continuó Stevie Rae enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano y mirando fijamente a Tánatos—. Así que dime la verdad. ¿Rephaim va a morir?
En ese momento se escuchó un potente silbido, como el de una fuerte ráfaga de viento, y Kalona descendió de los cielos. De inmediato, Stark y Darius levantaron sus armas y se colocaron entre Aphrodite, yo y el inmortal. Pero Kalona ni siquiera nos miró, sino que se dirigió a toda prisa hacia Rephaim.
—¡Es demasiado tarde! —le gritó Stevie Rae—. ¡Te he llamado, pero has tardado demasiado!
Kalona apartó la vista de su hijo y miró a Stevie Rae.
—No he dudado ni un instante. He venido apenas he recibido tu llamada. —En ese momento me quedé absolutamente anonadada cuando vi que se arrodillaba junto a Stevie Rae y, lentamente, estiraba el brazo y tocaba el rostro de su hijo.
—Está vivo.
—No por mucho tiempo —dijo Tánatos con dulzura—. Aprovecha el poco tiempo que le queda para despedirte de él. La muerte ha marcado a Rephaim y lo quiere para sí.
Kalona miró a Tánatos con sus penetrantes ojos de color ámbar, como si quisiera atravesarla, y la potencia de su voz fue tan terrible como su dolor.
—¡La muerte no puede llevárselo! ¡Es mi hijo y yo soy un inmortal! ¡No puede morir!
El dolor que dejó entrever el rostro de Kalona era sobrecogedor. Me di cuenta de que trataba de hablar, pero las palabras no le salían.
Entonces Stevie Rae tocó el brazo del inmortal y él la miró.
—Todos hemos dicho alguna vez cosas que en realidad no sentimos, en especial cuando estamos furiosos. Si no lo pensabas de verdad, ¿por qué no intentas decirle que lo sientes? —En ese momento dejó de mirar al inmortal y dirigió la vista hacia su hijo—. Díselo. Tal vez pueda oírte. —A continuación se apartó, dejando solo a Kalona, arrodillado junto a Rephaim.
El inmortal se inclinó hacia delante, tiró de su hijo hacia él y lo colocó sobre su regazo. Luego lo miró durante largo rato y finalmente, con la voz entrecortada por la emoción, dijo:
—Lo siento, Rephaim. Eres mi hijo y siempre lo serás. —Seguidamente el guerrero caído de Nyx cerró los ojos, inclinó la cabeza y añadió—: Te lo ruego, Diosa. No permitas sea él quien pague por mis errores.
Una única lágrima surcó el rostro de Kalona y aterrizó en la herida sangrante de la frente de Rephaim, provocando un destello tan brillante y puro que me cegó por un instante. Cuando, parpadeando, conseguí librarme de los puntitos brillantes que obstaculizaban mi visión, vi que Rephaim inspiraba profundamente y abría los ojos. Parecía algo desconcertado. Kalona se movió torpemente para ayudarle a sentarse por sí mismo, algo que hizo con suma facilidad. El joven sonrió tímidamente, pero su voz sonó perfectamente normal cuando dijo:
—Hola, padre. ¿Cuándo has llegado?
Stevie Rae lo rodeó con sus brazos y lo estrechó con fuerza, pero el hecho de que tuviera la cabeza levantada puso de manifiesto que estaba hablando con Kalona cuando dijo:
—Justo a tiempo. Tu padre ha llegado justo a tiempo.
Kalona se puso en pie. En aquel momento no era un seductor, poderoso y aterrador inmortal, sino un simple padre que no sabía qué decirle a su hijo.
—La Roja… —Kalona hizo una pausa y empezó de nuevo—. Stevie Rae me llamó, y yo vine.
Al principio, Rephaim sonrió, pero luego su felicidad se quebró cuando resultó evidente que empezaba a recordar lo sucedido.
—Dragon. ¿Dónde está? No intentaba hacerme daño. Ahora lo sé.
Stevie Rae se mordió el labio y los ojos se le llenaron de lágrimas mientras decía:
—Tienes razón. Dragon te salvó de Aurox.
—¿Aurox? ¿La criatura de Neferet ha estado aquí? —preguntó Kalona.
—Así es. Intentó matar a tu hijo e interrumpir el ritual de revelación. Dragon Lankford entregó su vida para salvarlo —explicó Tánatos.
Los ojos de todos nosotros se dirigieron al cadáver amortajado de Dragon.
No sabía qué decir. ¿Cómo demonios iba a explicarles que había visto el alma de Heath en el interior de Aurox? ¿Y qué demonios iba a hacer al respecto?
—Has de saber que Neferet se ha aliado con la Oscuridad —dijo Kalona.
—Lo sé —respondió Tánatos—. Y muy pronto el Alto Consejo vampírico también lo sabrá.
—¿Qué va a pasar ahora? —le pregunté a Tánatos.
—A Neferet se le despojará de su título de alta sacerdotisa y deberá sufrir el rechazo de todos los vampiros —me aclaró ella.
—Se opondrá con todas sus fuerzas —dijo Kalona con gesto circunspecto—. Y tiene poderosos aliados en la oscuridad.
—Entonces nos defenderemos —replicó Tánatos.
—¿Significa eso que te quedarás en Tulsa o que vas a volver a tu isla italiana y dejar que estos chicos se enfrenten solos a la Oscuridad? —preguntó Kalona.
Tánatos lo miró con los ojos entrecerrados.
—La Casa de la Noche de Tulsa tiene una nueva alta sacerdotisa, y esta es la Muerte.
Kalona se quedó mirando a Tánatos y luego desvió la mirada hacia su hijo. Me di cuenta de que su rostro denotaba indecisión y me imaginé que estaba preparándose para emprender el vuelo. De hecho se me pasó por la cabeza que, a pesar de que le había pedido perdón a su hijo y parecía que existía una tregua entre nosotros, no podíamos estar completamente seguros de que no siguiera teniendo algo que ver con Neferet. Al fin y al cabo, había confiado en él anteriormente, antes de que Heath muriese por culpa de mi ingenuidad.
Sin embargo, cuando el inmortal finalmente se movió, no fue para emprender el vuelo, sino para caminar con paso firme hasta donde se encontraba Tánatos y, apoyando una rodilla en el suelo, decir:
—Al parecer vuestra Casa de la Noche va a necesitar también un nuevo maestro de esgrima. Si aceptas mi palabra, juro entregarme en cuerpo y alma a protegeros, alta sacerdotisa. De hecho, creo que hace un momento me he convertido ya en un guerrero al servicio de la muerte.
—¡Me cago en todo! —escuché murmurar a Aphrodite.
A mi lado Stark se removió inquieto, y vi que intercambiaba una mirada con Darius.
—Acepto tu juramento, Kalona, y a partir de ahora lo considero vinculante.
Kalona inclinó la cabeza y se llevó la mano al pecho diciendo:
—Gracias, alta sacerdotisa.
Cuando se levantó, lo primero que hizo fue mirar directamente a su hijo.
Rephaim lo observaba todo con una sonrisa resplandeciente, a pesar de que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas.
—Has hecho lo correcto —le dijo a su padre.
Kalona hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, por fin.
—Bueno, y ahora, ¿qué os parece si volvemos a la Casa de la Noche y vemos lo que nos espera allí? —preguntó Tánatos.
Todos mostramos nuestra conformidad, aunque estaba segura de que no era la única a la que le dolía el estómago y que lo que más deseaba era salir huyendo y gritando como una loca de lo que quiera que fuéramos a encontrarnos al volver a Tulsa.
No obstante, ninguno de nosotros salió huyendo, y tampoco dijo gran cosa mientras seguíamos a la Muerte y a su alado inmortal hasta el autobús. Darius y Stark llevaban el cuerpo de Dragon envuelto en la capa y yo, tras darle un beso de despedida a la abuela, me quedé mirando por la ventana mientras pasábamos por delante del círculo que la Oscuridad había dejado sin vida y que en aquel momento rebosaba de plantas de lavanda que florecían profusamente.
—¡Espera! —le dije a Darius—. ¡Para el autobús!
Seguidamente abrí mi ventana y escuché cómo mis amigos hacían lo mismo. Entonces, todos a la vez inspiramos profundamente, inhalando el mágico perfume de la lavanda nuevamente bendecida.
—¡Mirad! —exclamó Stevie Rae señalando el espacio que se extendía por encima del círculo.
Yo levanté la vista y descubrí que allí, flotando en el aire, estaba nuestra Diosa. Iba vestida con una túnica del color de la noche y llevaba un tocado decorado con estrellas. Estaba sonriéndonos y, junto a la fragancia de las flores, sus palabras penetraron en el autobús:
Aferraos al recuerdo de la curación que ha tenido lugar esta noche. Necesitaréis su fuerza y su paz para la batalla que está por venir.
Yo cerré los ojos, bajé la cabeza y pensé:
¡Maldita sea…!