28

Neferet

Las sombras se mostraban inquietas. Algo estaba saliendo mal. Muy mal.

—Leed el siguiente capítulo de vuestro libro de sociología. Tengo asuntos importantes que atender.

Lo soltó así, de repente, dejando desconcertados a sus alumnos de la quinta hora mientras abandonaba la clase precipitadamente. Luego se envolvió de bruma y oscuridad para evitar que algún que otro fisgón y ciertos profesores excesivamente cotillas pudieran ver cómo se dirigía a sus habitaciones privadas. Una vez allí, se clavó la uña del dedo índice en la mano y, con la palma llena de sangre, la levantó a modo de ofrenda:

—¡Mi sangre podéis beber! ¡Y ahora decidme, ¿qué es lo que he de temer?!

Los zarcillos de la oscuridad empezaron a arremolinarse alrededor de su sangre, arrastrándose por su piel como gusanos. Mientras tanto, a medida que se alimentaban, la mente empezó a llenársele de voces diferentes.

El recipiente no hace nada para impedir que la tierra, mano a mano con el espíritu, haga renacer las visiones de muerte.

—¡¿Cómo?! —La rabia se apoderó de Neferet—. ¿Aurox no está allí? ¿Acaso su estupidez no le ha permitido encontrar la granja?

El recipiente está allí. Observa sin importarle.

—¡Obligadle a actuar! ¡Haced que interrumpa ese maldito ritual!

Las voces de los zarcillos empezaron a parlotear al mismo tiempo, provocando un batiburrillo confuso en su mente.

Entonces cerró la palma de golpe y los ahuyentó con una sacudida de la mano.

—¡Haced lo que os ordeno! ¡Ya habéis tenido vuestra ración de sangre!

El sinnúmero de voces susurrantes se detuvo de golpe en el mismo momento en que el espectro del toro blanco se materializó en medio de la habitación. Era una imagen transparente, con los bordes difusos, pero su poderosa voz retumbó en su mente, claramente irritada. Te dicho infinidad de veces que tu sacrificio debe estar a la par con la orden.

Con un gran esfuerzo, Neferet reprimió su propia rabia y, en un tono calmado y apaciguador, se dirigió a la fantasmagórica aparición:

—Pero el recipiente fue un regalo tuyo. ¿Por qué se necesita un gran sacrificio para controlar a una criatura creada por la Oscuridad? Ni siquiera consigo entender por qué desobedece mis órdenes.

Ya te advertí cuando lo engendré que el sacrificio que realizaste para crearlo no era perfecto y que, por lo tanto, el recipiente podría resultar defectuoso.

—Bueno, últimamente he empezado a dudar de su inteligencia.

Tal vez no se deba a su incapacidad para pensar, sino a que está pensando por sí mismo.

—¿Estás sugiriendo que es un vago? ¡Le he encargado una tarea y no la está cumpliendo! —Neferet hizo una pausa, controló su mal genio, y luego suspiró teatralmente—. No es que me preocupe por mí misma, pero me parece una falta de respeto hacia ti.

¡Oh, desalmada mía! Me conmueve que te preocupes por mí. Tal vez el recipiente necesite un estímulo.

—Si decides empujarlo a actuar, te estaré muy agradecida —dijo Neferet mostrándole su sometimiento con una profunda reverencia.

Por ti, mis hilos incitarán sus acciones. No obstante, estos requieren un sacrificio apropiado.

Esforzándose por que no se notara lo enfadada que estaba, Neferet dijo:

—De acuerdo. ¿Qué es lo que esperas de mí?

El recipiente es una bestia; es por eso que, para controlarlo, deberás sacrificar a uno de sus semejantes.

—¿Una bestia? ¿Un cuervo del escarnio?

No. Deberás sacrificar a una criatura afín a ti.

Neferet sintió ganas de vomitar.

—¿Estás hablando de Skylar? ¿Tengo que sacrificar a mi gato?

Si tanto te perturba la idea, elige otro. Hay muchos felinos por estos parajes, ¿no?

Con estas palabras el espectro del toro blanco empezó a vacilar y a continuación se desvaneció. Entonces, con una fría mirada de determinación, Neferet sacó de su tocador el afilado athame, abrió la puerta de su habitación, y empezó a llamar a la criatura perfecta para el sacrificio. No sería Skylar, no era el gato de un guerrero. Su muerte no estaría imbuida de la violencia necesaria. No, había un solo felino cuya muerte se adecuaría a aquella circunstancia. Y entonces, envuelta en brumas y sombras, Neferet se adentró en la noche…

Zoey

—Ven a nosotros, aire. Dulce roce del aliento divino de Nyx.

Desde la primera frase del hechizo de Tánatos, supe que aquel no se iba a parecer a ningún otro círculo en el que hubiera participado con anterioridad. Para empezar, la voz de la alta sacerdotisa había cambiado. No es que estuviera gritando ni nada parecido, pero había algo en la cadencia cantarina del conjuro que imprimía fuerza a su voz hasta el punto de que sus palabras parecieron cobrar vida mientras flotaban a nuestro alrededor. A medida que siguió hablando, esa fuerza se diluyó en el espacio que nos rodeaba chisporroteando sobre mi piel y por todo mi cuerpo. Mirando los brazos de Damien, me di cuenta de que se le había puesto la carne de gallina y supe que los demás también estaban sufriendo sus efectos.

—Aparta de este lugar las sombras que ocultan la verdad. La única sombra que deseamos ver es la de la muerte, revelada a través del círculo que estamos invocando.

Con un ademán ostentoso, Tánatos indicó a Damien que levantara su vela. Luego me hizo un gesto de asentimiento y yo encendí la cerilla y dije:

—Aire, te ruego que te unas a nuestro círculo.

A continuación se escuchó un silbido y un potente viento empezó a soplar con fuerza a nuestro alrededor, agitando mi melena y haciendo que el vestido de Tánatos empezara a ondear.

—Es el turno del fuego —me dijo, y yo me dirigí sumisa a Shaunee, siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Estaba mirando fijamente a algún lugar detrás de nosotras, con sus grandes ojos marrones muy abiertos. Recordando la advertencia de la abuela, miré y emití un grito ahogado. Una brillante línea de color escarlata similar a una serpiente brotaba de Damien, dibujando el contorno del círculo y trazando el camino desde él hasta Shaunee.

Estaba acostumbrada al hilo plateado que solía aparecer cuando invocaba un círculo, pero aquello era diferente. Sí, sin duda era muy poderoso, pero también siniestro, como si no augurara nada bueno. No estaba segura de si Tánatos también lo veía, ni si su aparición era una buena o una mala señal, pero no quería interrumpir el hechizo de la alta sacerdotisa, que estaba empezando a invocar al fuego.

—Ven a nosotros, fuego. Tu resplandor ha de ser fuerte, firme y verdadero. Quema, abrasa, destruye todo lo que obstaculice nuestra visión. Obliga a la violenta muerte a revelarse y haz que tu esclarecedora llama la exponga a la luz verdadera.

A continuación, hizo un gesto a Shaunee, que levantó la vela roja y la encendió diciendo:

—Fuego, te ruego que te unas a nuestro círculo.

De repente pareció como si hubiéramos estado en pie en mitad de una descomunal hoguera. El cuerpo de Shaunee empezó a arrojar llamas, llenando el círculo ya chamuscado pero, a diferencia del otro, este fuego no contribuyó a aumentar la destrucción. En vez de eso se escuchó un potente silbido y de las zonas muertas y marchitas se levantó una especie de bruma, como si el fuego, en lugar de mezclarse con la tierra, hubiera entrado en contacto con el hielo.

Entonces el aire se unió al fuego y las llamas y la bruma se elevaron hacia el firmamento, que empezó a emitir destellos.

—Relámpagos —dijo Shaunee en voz baja, como si estuviera asustada—. El aire mezclado con el fuego está provocando relámpagos.

—Es el turno del agua —dijo Tánatos.

El espeso cordón brillante de color escarlata nos siguió.

Cuando nos detuvimos delante de Erin, me dio la sensación de que parecía atemorizada, pero se limitó a asentir con la cabeza y a decir:

—Adelante. Estoy lista.

Entonces Tánatos dijo:

—Ven a nosotros, agua, fluye a través de este círculo y con una oleada de verdad arrastra todo aquello que hasta ahora nos ha impedido ver y permítenos contemplar el rostro surcado de lágrimas de la muerte barriendo la violencia de este lugar de violencia y librándonos de la suciedad del mal.

Erin levantó su vela y, poniéndola en contacto con mi cerilla, dijo:

—Agua, te ruego que te unas a nuestro círculo.

En ese momento se escuchó un terrible estruendo, como si de pronto nos hubieran transportado al centro mismo de una catarata. El cielo nocturno empezó cubrirse de sombras añil, turquesa y zafiro: todos los colores del agua. El elemento penetró a raudales en el círculo oscurecido y empezó a dar vueltas sobre sí mismo como un enojado torbellino, hasta que, tal y como había sucedido con el aire y el fuego, se elevó hacía el centelleante firmamento. Las nubes comenzaron a hincharse y a enturbiarse y el cielo tronó, rugiendo con tal intensidad que sentí un escalofrío.

—El enfado del agua no tiene nada que ver con nosotros —explicó rápidamente Erin.

—Ni el del fuego —dijo Shaunee.

—Ni tampoco el del aire —añadió Damien.

—Los elementos se sienten ultrajados por el crimen que se cometió en este lugar —dijo Tánatos—. Preparaos, círculo. Ha llegado el momento de la tierra.

Mientras los nubarrones se multiplicaban sobre nuestras cabezas y los rayos iluminaban la creciente tormenta, me desplacé para situarme frente a Stevie Rae.

—Ha llegado el momento de atarse los machos —dijo ella.

Tánatos asintió con la cabeza y recitó la invocación:

—Ven a nosotros, tierra, verde, fértil y bendecida por la diosa. Tu seno nutre y mantiene la llave de este hechizo. Ábrelo y haz que la negra muerte salga a la luz, permitiendo que se haga justicia y que la herida de tu corazón cicatrice.

Stevie Rae levantó su vela verde y la aproximó a mi llama.

—Tierra, te ruego que te unas a nuestro círculo.

La tierra que se extendía bajo nuestros pies empezó a temblar como si se estuviera produciendo un terremoto y no pude evitar que se me escapara un chillido.

—¡Zoey! —gritó Stark. Cuando miré hacia él, vi que estaba tambaleándose, intentando acceder al círculo, que en aquel momento estaba completamente circundado por una especie de soga de intenso color rojo.

—¡Espera! ¡No pasa nada! —gritó Stevie Rae, elevando la voz por encima del ruido ensordecedor que emitían los enfurecidos elementos—. Al igual que los otros elementos, la tierra no está enfadada con nosotros. No pretende hacernos daño. ¡Mira! ¡Está renovando el terreno!

Al oír sus palabras miré hacia el suelo y vi que tenía razón. La tierra, tras haber sido barrida por el agua, se había transformado, rodando sobre sí misma hasta que las cenizas y los restos de plantas marchitas dieron paso a una rica capa de la característica tierra rojiza de Oklahoma.

—¿Lo ves? Se ha regenerado —dijo Stevie Rae, y, mientras hablaba, los temblores disminuyeron hasta desaparecer por completo.

—Hemos de concluir el círculo y el hechizo —dijo Tánatos—. Invoca al espíritu, Zoey. Ahora.

Aurox

Desde su escondrijo en el huerto, Aurox observó la formación del reluciente círculo de color escarlata. Tenía una fuerza abrumadora. Era fascinante contemplar el poder de los elementos. Podía sentir las emociones que el aire, el fuego, el agua y la tierra suscitaban en los iniciados y vampiros que los encarnaban. La alegría, el valor y una cólera completamente justificada llenaban el círculo y se desbordaban penetrando en su interior.

Aurox podría usar la energía para cambiar, para transformarse en la criatura que surgiría de su interior, atacar a Rephaim tal y como le había ordenado Neferet y de ese modo, interrumpir el hechizo que su alta sacerdotisa estaba a punto de consumar.

Entonces se quedó mirando a Zoey que, radiante, se giraba hacia la anciana que estaba sentada en el centro del círculo. Aurox sabía que una vez Tánatos hubiera invocado el último elemento, el espíritu, y Zoey encendiera la vela de color púrpura, el círculo estaría completo, poniendo en marcha el hechizo revelador.

Si había que detenerlo, había llegado el momento de actuar.

Entonces se puso en pie, luchando contra sí mismo.

Fui creado para servir a Neferet. Y ella sirve a la Oscuridad.

Delante de él, la Luz de los elementos de la Diosa relucía y se expandía, tan limpia y brillante, sobre todo si se la comparaba con todo aquello que había sido mancillado por la Oscuridad y la destrucción.

¡No debería detener esto! En lo más profundo de su ser, su espíritu le gritaba que no lo hiciera. Le sugería que esperara, que fuera testigo de lo que estaba sucediendo, que…

El dolor estalló en su interior cuando los pegajosos zarcillos de la Oscuridad lo azotaron inesperadamente, rodeando y oprimiendo su cuerpo como una red. Aurox emitió un grito ahogado mientras su piel empezaba a absorber cosas que empezaron a fundirse con la criatura que dormitaba en su interior, despertándola. Incapaz de contenerse, Aurox sintió cómo surgía el toro y se apoderaba de su voluntad. Lo único que sé es lo último que me ordenó Neferet: que atacara a Rephaim.

Seguidamente, agachó la cabeza y, con los relucientes cuernos que acababan de brotarle, Aurox arremetió contra Rephaim.

Zoey

Tánatos y yo nos desplazamos lentamente para situarnos delante de la abuela, que seguía sentada, ilesa, en medio del tumulto formado por los elementos. Estaba extremadamente pálida, pero las manos no le temblaban lo más mínimo mientras sujetaba la vela de color púrpura.

Tánatos empezó a enunciar la invocación del espíritu:

—Ven a nosotros, espíritu, fiel, eterno y juicioso. Sella con sal la verdad que solicitamos que nos sea revelada, los años perdidos, las lágrimas malgastadas que oíste derramar a Linda. ¡Márchate, Oscuridad! Queremos sentir la fuerza del espíritu.

Estaba encendiendo la cerilla para prender la vela de color púrpura, cuando el grito de Stevie Rae lo trastocó todo.

—¡Rephaim! ¡Cuidado!

Levanté la vista justo a tiempo para ver a Dragon Lankford emergiendo repentinamente de las sombras. Corría a toda velocidad, espada en ristre, hacia el lugar donde se encontraba Rephaim.

—¡Confiad en mí! —gritó Dragon—. ¡Agachaos!

—¡No! —chilló Stevie Rae.

Sin dudarlo ni siquiera un instante, Rephaim se puso de rodillas, como si se sacrificara a sí mismo entregándose a la espada del maestro de esgrima. Al ver todo aquello me entraron ganas de vomitar. Oí a Aphrodite vociferando «¡Os lo dije!», pero no podía mirarla. Estaba completamente segura de que Dragon iba a cortar en dos al pobre Rephaim y no podía apartar la vista del terrible choque de trenes que se le venía encima.

Inesperadamente, Dragon saltó por encima de él y, con un terrible chirrido su espada, colisionó con la afilada cornamenta de la terrible criatura cuyas formas recordaban a las de un toro. En el último momento, se las arregló para desviar la mortal embestida, pero el ímpetu de la bestia era demasiado fuerte y su cuerpo demasiado vigoroso. Ni siquiera Dragon pudo detener el impacto. A pesar de que los cuernos no habían lacerado su cuerpo, Rephaim salió disparado por los aires con tal fuerza que tardó una eternidad en caer desplomado, inerte, a una distancia considerable del círculo.

—¡Oh, Diosa! ¡No! —sollozó Stevie Rae—. ¡Rephaim!

¡No rompas el círculo! ¡Eso es lo que quiere la oscuridad! ¡Si lo haces, todos nuestros sacrificios habrán sido en vano!

No podía ver a Aphrodite, pero sus palabras resonaron con tal majestuosidad que Stevie Rae no pudo obviarlas y, en lugar de romper el círculo, cayó de rodillas del mismo modo que lo había hecho Rephaim instantes antes. Luego inclinó la cabeza y, con la voz rota, dijo:

—Nyx, confío en tu misericordia. Te lo suplico, protege a Rephaim.

La bestia con aspecto de toro se giró y, desgarrando la tierra con sus pezuñas, embistió de nuevo contra él.

Dragon Lankford se movió a una velocidad casi tan preternatural como la criatura y consiguió llegar a tiempo para interponerse entre la muerte y Rephaim.

—¡Tienes ante ti a un maestro guerrero de Nyx! ¡Yo protegeré a Rephaim!

El profesor de esgrima atacó de nuevo a la bestia y esta arremetió contra él sin darse cuenta de que, de ese modo, Dragon lo alejaba del cuerpo inconsciente de Rephaim. Entonces, con un gruñido terrorífico, la criatura giró la cabeza, permitiéndome ver su atroz rostro. Fue como si me hubieran propinado una patada en la garganta. Los ojos de la bestia brillaban como si fueran piedras de luna. De pronto supe que aquella cosa era Aurox, completamente cambiado y sin rastro alguno de humanidad en él.

—¡Guerreros! ¡Venid a mí! ¡Rápido! —gritó Dragon, posicionándose para hacer frente a la siguiente arremetida de Aurox.

—¡Zoey! ¡Debes invocar al espíritu y encender la vela! —Tánatos me tenía agarrada por los hombros y, tras girarme para que la mirara a la cara, empezó a sacudirme. Con fuerza—. Dragon peleará contra la bestia. Nosotros tenemos que aferrarnos al círculo y completar el hechizo, de lo contrario, ninguno de ellos se salvará.

¿Ninguno de ellos? ¿Dónde está Stark? ¿Dónde está Darius?, me pregunté buscando desesperada a mi alrededor.

Mis ojos pasaron por encima y a través de ellos antes de que me diera verdadera cuenta de lo estaba viendo. Seguían allí, los dos, en pie en el punto exacto en el que se habían situado cuando habíamos empezado a invocar el círculo, pero no podían ayudar a Dragon. Ni siquiera podían ayudarse a sí mismos. Darius y Stark, mi guerrero, mi guardián, estaban completamente paralizados, como dos zombies. Ambos tenían la boca abierta como si estuvieran sufriendo un dolor insoportable, y sus ojos sin vida miraban al vacío.

—Los hilos de la oscuridad los han atrapado —dijo Tánatos sin soltarme los hombros—. Tienes que abrir el círculo para que pueda completar el hechizo. Necesitamos el poder de la muerte y de los cinco elementos para combatir toda esta maldad.

—Zoey Redbird, haz lo que te pide —dijo la abuela levantando la vela de color púrpura.

Con las manos temblorosas, encendí la mecha y grité:

—¡Espíritu, únete a nuestro círculo!

Tánatos levantó los brazos esparciendo sal alrededor nuestro mientras pronunciaba las últimas palabras del encantamiento:

—¡Oscura puerta de la muerte, te ordeno que te abras a mí! ¡Permítenos ver la tétrica verdad que ha permanecido oculta!

El cordón escarlata se expandió y, con un rugido ensordecedor, se elevó en forma de embudo, creando una vorágine brillante de color rojo que iluminó las abullonadas nubes moradas que se extendían sobre nuestras cabezas.

—¡No dejéis escapar vuestros elementos! ¡Recordad nuestro propósito! —vociferó Tánatos—. ¡Empezad con el aire!

Damien elevó los brazos al cielo y con voz firme y segura, dijo:

—¡Aire, aparta de este lugar las sombras que ocultan la verdad!

Un vendaval brotó de su interior, capturando el caótico resplandor rojo y transformándolo en un cono de energía concentrada.

—¡Fuego! —ordenó Tánatos.

—Shaunee levantó las manos, gritando:

—¡Fuego, quema, abrasa, destruye todo lo que obstaculice nuestra visión!

Un potente rayo proveniente del cuerpo de mi amiga se reunió con el resto de los elementos atraído como un imán hacia el centro del brillante cono.

—¡Agua!

Erin no tenía los brazos en alto. En vez de eso indicaba con el dedo índice el lugar donde la abuela había encontrado el cuerpo de mamá.

—¡Agua, con una oleada de verdad arrastra todo aquello que hasta ahora nos ha impedido ver!

¡Crac!

Apenas terminó de pronunciar la invocación, un relámpago descendió del firmamento descargando sobre la tierra y provocando una grieta de la que brotó una gran cantidad de agua que cubrió la tierra rojiza formando lo que parecía un charco de sangre.

—¡Tierra!

Stevie Rae, que seguía de rodillas, tenía la vista puesta en la batalla que Dragon libraba contra Aurox, observando cómo giraban, acercándose cada vez más al cuerpo de Rephaim. Estaba llorando y le temblaba la voz, pero sus palabras retumbaron en el interior del círculo, empujadas por el dolor de su corazón.

—¡Tierra, verde, fértil y bendecida por la diosa! ¡Tu seno nutre y mantiene la llave de este hechizo!

El agua empezó a ondear y una serie de imágenes se elevaron desde las profundidades del enorme charco como si la tierra estuviera vomitándolas. Aun así, se trataba de una visión vacilante e imprecisa, fugaces atisbos de rostros irreconocibles y formas vagamente humanas.

—¡Espíritu! —gritó Tánatos.

La boca se me abrió y, a través de mí, el espíritu recitó las palabras exactas para realizar el hechizo revelador.

—Los años perdidos, las lágrimas malgastadas que entre gritos oíste verter a mi madre. ¡Espíritu, revela la verdad ante nuestros ojos!

De inmediato, todo lo que estaba fuera del círculo, Aurox, Dragon, Stark, Darius y Aphrodite, dejó de existir para mí. La única cosa real era lo que se estaba revelando en el interior del charco. El agua se esclareció y, como si estuviera sucediendo delante de mis ojos, vi a mi madre en el porche delantero de la casa de la abuela. Acababa de abrir la puerta y, aunque sonreía a la persona que había llamado, la expresión de su rostro denotaba cierto desconcierto. Entonces la escena se amplió y el punto de vista cambió, dejando al descubierto a Neferet, que estaba desnuda al otro lado de la puerta preguntando si Sylvia Redbird estaba en casa. Justo en ese mismo instante oí sollozar a la abuela y quise correr en dirección al charco, interponerme entre él y la abuela, intentar protegerla de la espantosa e insoportable visión que estaba a punto de presenciar.

Pero no podía moverme.

—¡No! ¡Espera! —Presa del pánico, bajé la mirada. El resplandor de color rojo que delimitaba el contorno de nuestro círculo se expandió, cubriéndolo todo como si fuera una moqueta e incluyéndonos a todos nosotros.

—¡Esto es demasiado! ¡No quiero que la abuela…!

—No puedes detenerlo —dijo Tánatos—. Ha sido la muerte la que ha puesto este hechizo en marcha y solo ella puede liberarnos.

La abuela se las arregló para levantar el brazo y entrelazó su mano con la mía. Atrapadas por el poder de la muerte que habían desatado los elementos, lo vimos todo. Neferet amarró a mi madre con unos hilos negros y pegajosos que parecían látigos y, tras rebanarle el cuello, dejó que arrastraran su cuerpo fuera del porche. Luego, en mitad de un círculo de plantas marchitas, el toro blanco de la Oscuridad bebió de ella y los hilos que lo rodeaban se hincharon hasta el hartazgo. Una vez agotada toda la sangre de mi madre, Neferet, riéndose, se subió a la grupa de la bestia y juntos desaparecieron.

—¡Es cierto! —exclamó Tánatos—. ¡El consorte de Neferet es la Oscuridad!

En ese momento Stevie Rae gritó:

—¡Ayuda a Rephaim! ¡El toro va a matarlo!

Yo desvié la mirada de la visión que empezaba a desvanecerse y me concentré en mi amiga. Apenas tuve tiempo para preguntarme qué demonios hacía pegada al móvil, cuando el mundo que me rodeaba explotó en una mezcla de ruido y sangre.