Aurox
Aurox abandonó rápidamente el campus de la Casa de la Noche, seguro de que había salido mucho antes que el autobús escolar. Según los criterios humanos, era bastante tarde, y la carretera estaba prácticamente vacía. Se alegraba de poder contar con las indicaciones de voz de su vehículo y de disponer de tiempo suficiente para conducir y pensar sin tener que preocuparse de que lo descubrieran siguiendo a Darius, que solía ser muy diligente en sus funciones.
Neferet le había ordenado que abortara el ritual que iba a llevarse a cabo y el hechizo que tenía previsto realizar Tánatos, aunque le había dejado bien claro que no debía matar a ninguna sacerdotisa en el cumplimiento de su cometido. A Aurox no lo pilló por sorpresa el alivio que le produjo aquella pequeña salvedad. Por un instante, mientras Neferet le dictaba órdenes, había creído que iba a encargarle que matara a Zoey. La idea había hecho que sintiera ganas de vomitar aunque, según la sacerdotisa, no poseía la habilidad de sentir. Era un recipiente. Las emociones de los demás servían para cargarlo de energía pero se suponía que, una vez utilizadas, debían disiparse.
Entonces, ¿por qué, desde aquel momento en el que se había encontrado a solas con Zoey la noche que lloraba por la muerte de su madre, sentía tristeza, una profunda e insistente desesperación, culpabilidad y, recientemente, algo más, algo nuevo? Aurox se sentía solo.
Casi le pareció escuchar la risa burlona de su sacerdotisa.
—¡Sí! ¡Siento! —gritó. Su voz retumbó en el interior del vehículo, como si estuviera solo en una cueva. Siempre solo—. ¡Siento! ¡Aunque la sacerdotisa diga lo contrario! —Entonces golpeó con el puño el salpicadero, sin importarle que los nudillos se le fisuraran y que la cubierta de cuero se abollara por la fuerza del impacto—. ¡Siento su tristeza! ¡Siento su miedo! ¡Siento su soledad! ¿Por qué? ¿Por qué Zoey Redbird hace que sienta?
Todos y cada uno de nosotros decidimos quienes somos a través de las elecciones que hacemos a lo largo de nuestra vida. La voz de Tánatos parecía oírse allí mismo, en el interior del coche. Nuestros actos nos definen, y seguirán haciéndolo hasta después de nuestra muerte.
—Fui creado para servir a Neferet.
¿Era posible que Tánatos tuviera razón? ¿Incluso con una criatura como él?
Como si su intención fuera responder a su pregunta, recordó otra frase de Tánatos.
… el futuro no tiene que ser dictado por el pasado.
En ese momento se escuchó la voz del coche, disipando las sabias palabras de Tánatos y diciéndole que debía torcer a la derecha y que le faltaban ochocientos metros para llegar a su destino. Aurox completó el giro, pero luego metió el coche en la cuneta y continuó avanzando hasta estar seguro de que había aparcado lo bastante lejos de los faros y ojos de posibles curiosos. Entonces bajó del coche y, avanzando rápidamente pero con sigilo, caminó en paralelo al pintoresco camino de gravilla que conducía hasta una modesta casa.
Aurox se detuvo antes de llegar a la vivienda, y no solo porque necesitaba utilizar el pequeño huerto adyacente y el amplio campo de lavanda que lo enmarcaba para esconderse. Lo que lo hizo detenerse fue la visión del círculo calcinado en mitad de las hierbas dormidas por el frío del invierno. El causante de que la tierra estuviera carbonizada y las plantas de lavanda destruidas no había sido el fuego. Lo había provocado un frío abrasador, una destrucción glacial.
La Oscuridad ha estado aquí, se dijo a sí mismo Aurox. Este suceso lo llevaron a cabo Neferet y el toro blanco. Fueron ellos los que mataron a la madre de Zoey Redbird.
De pronto algo se deslizó en su interior, como si una rueda que había estado atascada, luchando contra el fango y la tierra, finalmente se hubiera liberado. Aurox sintió que le fallaban las piernas y se dejó caer sobre el suelo con la espalda apoyada en la áspera corteza de uno de los árboles, esperando… observando… pero sin hacer nada.
Dragon
Encontrar la dirección del domicilio de Zoey había sido pan comido. La granja de su abuela estaba relativamente cerca, más o menos a una hora de viaje. Esperó a que el autobús escolar abandonara el campus y después lo siguió lentamente, asegurándose de que Darius, que siempre estaba alerta, no lo viera por el espejo retrovisor. Dragon no necesitaba mantenerse cerca del vehículo. Sabía adónde iba, y sabía lo que tenía que hacer.
La obligación lo era todo para él.
Su deber era defender la escuela y mantener a salvo a los estudiantes.
Los dragones protegían a los suyos.
Aquello era lo único que quedaba de él: el dragón.
Tu muerte me ha roto el corazón.
Ya no soy nada excepto un dragón.
Incluso sus propias palabras se burlaban de él.
—¡Es la pura verdad! —le gritó a la nada—. ¡Te has marchado, Anastasia! ¡Ya no queda nada de mí, excepto el dragón y mis obligaciones!
Si ya no eres mi sincero y amable compañero.
¿Cómo haré yo para encontrar a la persona que quiero?
La respuesta de Anastasia pareció quedarse flotando a su alrededor, trayendo consigo el fecundo olor de la tierra que bordeaba el poderoso río Misisipi y una cálida y húmeda brisa veraniega proveniente del lugar donde los girasoles agachaban sus pesadas cabezas como si mostraran su conformidad.
—¡No! —gritó, deshaciéndose del recuerdo—. ¡Aquello terminó! Te fuiste. Ya no me queda nada. Yo no lo elegí. Fue tu Diosa la que dejó que te separaran de mí porque muchos años antes me mostré benévolo. No volveré a cometer el mismo error.
Y entonces, ignorando el vacío que habitaba en su interior, Dragon Lankford siguió conduciendo.
Zoey
Conforme nos aproximábamos a la casa de la abuela, me iba poniendo cada vez más nerviosa. El estómago me estaba matando, me dolía la cabeza, y mi corona de angélica era una verdadera mierda. ¡Con deciros que Stark tuvo que ayudarme a acabarla! En serio. Stark. Y os aseguro que no se le puede considerar precisamente un virtuoso del trenzado.
Mi madre es la verdad. Es lo único que sé.
—Recordad —dijo Tánatos mientras nos adentrábamos en el camino que conducía a casa de la abuela y que tan familiar me resultaba—. Lo importante es el propósito. Estamos aquí para descubrir la verdad, para que se haga justicia con la persona a la que se le arrebató la vida. Nada más y nada menos. —Entonces me miró—. Puedes hacerlo. No te falta valor.
—¿Estás segura?
En su rostro se leyó un amago de sonrisa.
—Tu alma se rompió en pedazos. Por lo general eso supone una sentencia de muerte, y sin embargo no solo sobreviviste, sino que volviste a ser tú misma trayendo contigo a tu guerrero. Hasta ahora nadie había hecho nada igual. Te lo aseguro, no te falta valor —repitió.
Stark me apretó la mano con fuerza y yo asentí con la cabeza como si estuviera de acuerdo con ella, pero en mi interior gritaba a pleno pulmón otra verdad muy diferente: Si realmente hubiera tenido valor, habría sido capaz de salvar a Heath, evitando que mi alma se rompiera en mil pedazos y que Stark tuviera que rescatarme.
Afortunadamente, antes de que mi boca dejara escapar lo que de verdad pensaba y fastidiara todo lo que Tánatos intentaba que hiciéramos, Darius detuvo el autobús y abrió las puertas.
Todos permanecimos sentados en nuestros sitios hasta que Tánatos dijo:
—Zoey, deberías ser la primera en tocar la tierra. La persona que fue asesinada aquí era tu madre.
Yo me levanté y, sin soltar la mano de Stark, bajé las escaleras del autobús.
Habíamos aparcado delante de la casa de la abuela y el autobús parecía completamente fuera de lugar en el pequeño aparcamiento de gravilla junto al jeep de la abuela.
Probablemente se debió al hecho de saber que la abuela no estaría en casa durante los siete días que duraba el ritual de purificación, pero me esperaba encontrarme un lugar oscuro y sombrío, con un aspecto extraño, y resultó ser exactamente lo contrario. Las luces de todas las habitaciones estaban encendidas, y el lugar estaba tan iluminado que tuve que guiñar los ojos para mirarlo directamente. Las ventanas relucían como si acabaran de sacarles brillo a los cristales y la luz del porche delantero también estaba encendida, mostrando las cómodas mecedoras y unas mesitas con unas jarras de limonada.
Y después estaba la abuela, que apenas me vio me rodeó con sus brazos inundando todo lo que estaba a mi alrededor con los aromas de mi niñez.
—¡Oh, u-we-tsi-a-ge-ya! ¡No sabes la alegría que me da verte! —dijo después de que por fin consiguiéramos separarnos la una de la otra.
Llevaba puesto su vestido favorito de ante. Yo sabía que era muy antiguo, porque su madre y ella habían elaborado juntas el adorno realizado con cuentas violetas y verdes que decoraba la parte frontal. Me había contado muchas veces la historia de cómo, cuando todavía era una niña, le había entregado un cinturón a una de las mujeres sabias de su tribu en el que había estado trabajando todo un invierno a cambio de las conchas y cuentas de cristal que había cosido en los puños y en el borde inferior. Todavía recordaba cuando el vestido era de un blanco tan puro que me hacía pensar en el color de las nubes, pero con el tiempo había amarilleado. Aquello debería haberle dado un aspecto viejo y ajado, pero no era así. Para mí lo hacía mucho más bonito y valioso que cualquier prenda de las que se encontraban en algunas tiendas o en las subastas de ebay a un precio absolutamente desorbitado.
Tampoco pude evitar darme cuenta de que la abuela había perdido peso y de que bajo sus expresivos ojos había unas profundas ojeras.
—¿Cómo te encuentras, abuela?
—Mejor, querida. Y estoy convencida de que, después del ritual de esta noche, me sentiré aún mejor. —A continuación la abuela se llevó la mano al corazón y saludó respetuosamente a Tánatos, inclinando la cabeza—. Bendita sea, alta sacerdotisa.
—Bendita sea, Sylvia Redbird. Es un placer conocerla en persona, aunque hubiera preferido hacerlo en otras circunstancias.
—Lo mismo digo. Me habría encantado sentarme a charlar tranquilamente con la Muerte —dijo la abuela con un atisbo de la vieja llama en sus ojos.
—Sus palabras me honran —dijo Tánatos—, pero no pretendo, ni mucho menos, que se me considere la encarnación de la Muerte. Tan solo tengo una afinidad con la madre.
—¿La madre? —preguntó la abuela.
—Sí. Es una madre la que nos trae a cada uno de nosotros a este mundo. ¿No le parece lógico que sea también una madre la que nos llama para abandonarlo?
—¡Vaya! Nunca había pensado en la muerte de ese modo —dijo Shaunee.
—En cierto modo, hace que resulte incluso agradable —opinó Stevie Rae.
—Eso depende de cómo sea tu madre —intervino Aphrodite.
—No, profetisa. Depende de la Madre —la corrigió Tánatos, enfatizando sus dos últimas palabras.
—Admito que la conversación está siendo muy interesante, pero tal vez deberíamos centrarnos en el hechizo —dijo Stark—. Bastantes problemas tenemos ya.
—Tienes toda la razón, joven guerrero —dijo Tánatos—. Será mejor que empecemos. Si es tan amable, Sylvia, ¿podría indicarnos el lugar exacto en el que descubrió el cadáver de su hija?
—Por supuesto.
La abuela solo tuvo que recorrer unos cuantos metros desde donde nos encontrábamos. El lugar en el que se había producido el crimen era superevidente. Allí, en el borde del campo de lavanda que flanqueaba la cara norte de la casa, justo detrás del prado delantero, había un círculo de plantas quemadas con los bordes perfectamente delimitados. La tierra de su interior estaba muerta, y presentaba un espantoso color negro. Incluso las plantas que rodeaban el círculo presentaban un aspecto mortecino, como si hubieran sido víctimas de una plaga.
—No hay restos de sangre —dijo Tánatos levantando la mano para que ninguno de nosotros entrara en el círculo de destrucción.
—Esa es una de las rarezas a las que el sheriff y sus hombres no lograron encontrarle explicación —dijo la abuela.
Tánatos cambió de posición, colocándose justo delante de la abuela. Entonces le apoyó una mano en el hombro y la escuché inspirar profundamente, con un sonido ahogado, como si la alta sacerdotisa le hubiera infundido energía con solo tocarla.
—Entiendo que no debe ser fácil para usted, pero tengo que preguntárselo. ¿Cómo murió exactamente su hija?
La abuela inspiró de nuevo y respondió con voz fuerte y clara:
—A mi hija la degollaron.
—¿Y aun así no encontraron restos de sangre alrededor de su cuerpo?
—No. Ni aquí, ni en el porche, ni en la casa.
—¿Y qué me dice del cadáver? ¿Encontraron restos de sangre en el interior del cuerpo?
—En el informe del forense se decía que no. Y también decía que era imposible. Que Linda había sido víctima de algo más que un corte en el cuello, pero que no tenía respuestas, solo preguntas. Como todos los demás.
—Sylvia, estamos aquí para encontrar las respuestas, siempre que sea usted lo suficientemente fuerte como para presenciarlas.
La abuela levantó la barbilla.
—Lo soy.
—Entonces, que así sea. Todos los rituales vampíricos comienzan con un altar en el centro dedicado a nuestra diosa —nos explicó Tánatos. Estaba pensando que aquello era algo que todos sabíamos, cuando las palabras que siguieron me sacaron de toda duda—. Sylvia, me gustaría pedirle que sea usted la que forme el altar en el corazón de este ritual. ¿Está dispuesta?
—Sí, lo estoy.
—Pues vamos allá. Deberá entrar en la tierra mancillada junto a mí y mostrarme el lugar exacto en el que encontró a su hija. Ese será el lugar de nuestro altar y el centro, el corazón y el espíritu de nuestro círculo. —A continuación nos miró a los demás—. Nadie más podrá entrar. El círculo de Nyx todavía no está formado, pero este es el lugar exacto en el que debemos centrar nuestro propósito. Solo cruzaréis sus límites cuando invoquemos cada uno de los elementos. —Seguidamente dirigió la mirada hacia Darius, Stark y Rephaim—. Guerreros, componed un triángulo en el exterior del círculo. —Tánatos señaló con el dedo el espacio que se extendía justo delante de ella—. Rephaim, el Norte se encuentra en esa dirección. Es ahí donde deberás situarte tú. Stark, colócate en el Este. Darius, tu lugar será el Oeste.
—¿Dónde quieres que me ponga yo? —preguntó Aphrodite.
—Fuera del círculo, protegiendo la única posición que queda descubierta: la del sur.
—Pero ella no es un guerrero —argumentó Darius.
—No, es algo mucho más poderoso, una profetisa de nuestra Diosa. ¿Acaso dudas de su fuerza?
Aphrodite se llevó las manos a las caderas con los puños cerrados y le levantó una de sus rubias cejas.
—No, jamás pondría en duda su fuerza —contestó Darius y, mostrando su respeto a Tánatos con una reverencia, él, Aphrodite y los otros dos guerreros se situaron en sus respectivos puestos fuera del círculo.
Entonces Tánatos agarró la mano de la abuela y, con la cesta de hechizos en la otra mano, preguntó:
—¿Estás preparada, Sylvia?
La abuela asintió con la cabeza y respondió afirmativamente en cheroqui.
—Uh.
Juntas se adentraron en el círculo de destrucción. La abuela guio a Tánatos hasta un punto ligeramente hacia el sur respecto al centro y le indicó con el dedo índice:
—Mi hija estaba aquí.
—Siéntate en el lugar en el que yacía tu niña, mirando hacia el norte, la dirección del elemento de la tierra, y representa así el espíritu de Nyx, en este círculo que reclamaremos como nuestro y que liberaremos de la destrucción a través de la verdad revelada.
La abuela asintió con solemnidad y tomó asiento con tanta elegancia que su vestido de ante ondeó con delicadeza. Estaba girada hacia el norte, de espaldas a nosotros, pero podía ver que tenía la barbilla levantada y los hombros erguidos con actitud resuelta.
En aquel momento me sentí tan orgullosa de ella que pensé que me iba a estallar el corazón.
Tánatos colocó la cesta junto a la abuela, la abrió y sacó un precioso trozo de terciopelo hecho del mismo material que su capa. Tenía forma cuadrada y, tras sacudirlo un poco, lo extendió en el suelo delante de la abuela. Acto seguido sacó las coronas de angélica que habíamos trenzado. Me sorprendió lo bonitas que quedaron una vez unidas, con las flores blancas que casi parecían brillar en contraste con el color azul zafiro del terciopelo. Después, sacó una bolsita de terciopelo negro que estaba convencida de haber visto usar a Anastasia alguna que otra vez durante sus clases. Si no me equivocaba, debía de estar llena de sal. Entonces la colocó sobre el trozo de tela junto con las cinco velas que representaban cada uno de los elementos, todo ello al alcance de la abuela.
Tánatos se giró hacia nosotros y su voz se difundió fácilmente por el oscuro lugar como si los insectos y los pájaros que nos rodeaban hubieran hecho una pausa para escucharla.
—La invocación de este círculo será algo diferente de lo habitual, puesto que nuestro ritual será, en realidad, un hechizo dentro de un ritual que a su vez se hará dentro de un círculo. Aun así, empezaremos con el aire y terminaremos con el espíritu. Conforme os vaya llamando, os aproximaréis al altar y entregaréis a Sylvia el objeto que simboliza la verdad sobre vosotros mismos que queréis dar a conocer. Expresádsela en voz alta y regresad a vuestro lugar en el círculo.
—Entonces, ¿serás tú la que irá llamando a los elementos? —le pregunté, pues todavía no estaba segura de si sería yo la que dirigiera la invocación del círculo o no.
—La invocación de círculo será una cosa de las dos, joven sacerdotisa —dijo—. Yo conjuraré el hechizo y lo sellaré con sal. Tú encenderás las velas. Mi intención es que, cuando hayamos invocado al espíritu y el círculo esté formado, las siguientes palabras que pronuncie, con ayuda de todos los elementos y en especial de la tierra, sirvan para realizar el hechizo e invocar a la muerte.
—De acuerdo —dije. Luego miré a mis amigos y todos ellos asintieron con la cabeza—. Estamos listos.
—Damien, acércate al altar y representa a tu elemento, el aire.
Escuché que Damien inspiraba profundamente antes de entrar en el círculo de lavanda chamuscada y de aproximarse a la abuela.
—¿Qué es lo que deseas revelarle al espíritu? —preguntó Tánatos.
Damien metió la mano en el bolso de caballero que llevaba siempre colgado y sacó una cajita de polvos compactos de MAC. Seguidamente la abrió y cuando la luz de la luna la alcanzó mostró una superficie fragmentada y un reflejo hecho pedazos. Luego se la entregó a la abuela y dijo:
—He traído un espejo roto porque, aunque pueda parecer que me comporto como si estuviera bien, dentro de mí me pregunto si la muerte de Jack ha roto algo en mi interior que nunca conseguiré reparar.
La abuela colocó la cajita en el trozo de tela que hacía las veces de altar y le confió la vela amarilla que representaba el aire. Luego le tocó la mano y dijo:
—Yo te escucho, hijo mío.
Damien se dirigió a la derecha de la abuela y se posicionó en el borde del círculo situado al este.
—Es mi turno —dijo Shaunee quedamente justo antes de acercarse a la abuela. Una vez estuvo delante de ella, le entregó una larga pluma blanca que llevaba oculta entre las dos manos—. Esta pluma simboliza que, aunque durante mucho tiempo me asustaba estar sola, ahora quiero liberarme de ese miedo.
La abuela colocó la pluma junto al espejo roto de Damien y otorgó a Shaunee su vela roja.
—Yo te escucho, hija mía —dijo tocando la mano de Shaunee con extremo cuidado y delicadeza, tal y como había hecho con Damien.
Erin no dijo nada y se limitó a aproximarse rápidamente a la abuela y entregarle la pequeña bolsa térmica que había subido al autobús. La abuela la abrió, metió la mano y sacó un cubito de hielo.
—Esto es como soy yo por dentro. Estoy hecha de hielo, como si no tuviera sentimientos.
La abuela cogió el cubito y lo juntó con los otros objetos que descansaban sobre el trozo de hielo. Luego confió la vela azul a Erin tocándola suavemente y diciendo:
—Yo te escucho, hija mía.
Erin se situó en el lado occidental del círculo con el rostro completamente inexpresivo.
—Deséame suerte —me susurró Stevie Rae.
—Suerte —le dije en voz baja.
Entonces se dirigió hasta donde estaba la abuela y con una sonrisa dijo:
—Hola, abuelita.
—Hola, hija de la tierra —respondió la abuela devolviéndole la sonrisa—. ¿Qué es lo que deseas revelarme?
Stevie Rae sacó un trozo de papel del bolsillo de sus vaqueros. Era grueso y de color negro, similar a las cartulinas que nos daban en primaria para hacer manualidades.
—Este papel es como mi miedo a perder a Rephaim por culpa de algo oscuro y pavoroso que no consigo entender.
La abuela desdobló el trozo de papel y lo extendió sobre la tela del altar. Luego le entregó la vela verde y la tocó con sumo cariño diciendo:
—Yo te escucho, hija mía.
Antes de que Stevie Rae se colocara en su lugar en el norte, Tánatos cogió las coronas de angélicas y se las puso sobre la cabeza.
—La verdad se revela desde la tierra a través de vosotros. Ha llegado el momento de preguntar, de manera que así sea.
—Gracias. Haré lo que buenamente pueda —dijo Stevie Rae con solemnidad, antes de proceder a posicionarse en su lugar.
Había llegado mi turno. Nyx, ayúdame a ser lo suficientemente fuerte para hacer frente a lo que voy presenciar esta noche. Entonces me dirigí a la abuela. Ella me sonrió y dijo:
—¿Qué es lo que deseas revelarme, u-we-tsi-a-ge-ya?
Había dejado mi bolso en el autobús, pero antes había sacado mi objeto simbólico. En ese momento extraje del bolsillo de mis vaqueros una cinta para el pelo. Era una de esas cintas elásticas que se suponía que debían servir para sujetarte la melena hacia atrás, pero que nunca funcionaban. A continuación se lo entregué a la abuela.
—Últimamente me siento como si la gente, un buen puñado de gente, tirara de mí en distintas direcciones, y en ocasiones creo que voy a quebrarme de golpe, como una cinta elástica, y a hacerme de nuevo añicos, pero esta vez para siempre.
La abuela colocó cuidadosamente la cinta para el pelo sobre la tela y me entregó la vela de color violeta, cogiendo mis manos entre las suyas. La voz le tembló ligeramente cuando dijo:
—Yo te escucho, hija mía.
Seguidamente me situé detrás de ella, en el centro del círculo, y miré a Tánatos para que me indicara que pasos debía seguir.
La alta sacerdotisa sacó una larga caja de cerillas de madera de la cesta de hechizos, alzó la bolsita de sal y me dijo:
—Puedes dejar tu vela sobre el altar. Tu abuela hará las veces de guardián del espíritu hasta que invoques a tu elemento.
Yo puse la vela en medio del pequeño círculo que había hecho la abuela con las cosas que cada uno de nosotros le había entregado, me incliné y le di un beso en su suave mejilla.
—Independientemente de lo que veamos esta noche, recuerda que te quiero y que siempre nos tendremos la una a la otra —dije.
La abuela me abrazó y me pareció que iba a devolverme el beso. En vez de eso me susurró:
—Ten mucho cuidado, u-we-tsi-a-ge-ya. Percibo ojos observándote desde las sombras.
Antes de que tuviera tiempo a decir nada, Tánatos me entregó las cerillas y me trasmitió las últimas indicaciones.
—Permaneceré a tu izquierda para que dirijas la invocación física del círculo pero, conforme nos acerquemos a cada elemento, seré yo quien los llame. El hechizo de revelación está íntimamente ligado con la llamada de los elementos. A medida que nos vayamos moviendo alrededor del círculo, sellaré el hechizo con sal e invocaré a la muerte. Espero que se muestre dispuesta a escucharme.
Tánatos levantó la voz y se dirigió a mis amigos, que esperaban instrucciones.
—Con un círculo tan fuerte como este, lo normal sería esperar una respuesta a mi invocación bastante tangible. Preparaos y recordad, este ritual no es algo que se haga para vosotros, sino más bien con vosotros. —Acto seguido elevó las manos al cielo y entonó:
—¡Comencemos lo que pretendemos acabar! ¡Buscamos la verdad para que la tierra este crimen pueda reparar!
Juntas, Tánatos y yo caminamos hasta donde se encontraba Damien, que sujetaba fuertemente su vela con ambas manos y que parecía muy nervioso, casi tanto como me sentía yo.
De acuerdo, allá vamos, me dije a mí misma. Te lo suplico Nyx, ayúdame. No puedo hacer esto sin ti.