Neferet
¿Cómo prosigue la consecución del caos, desalmada mía?
La voz del toro blanco retumbó en su mente.
Neferet se giró sobre sí misma hasta casi dar una vuelta completa antes de descubrir su pelaje mágico y luminoso, sus enormes cuernos y sus pezuñas hendidas. Se aproximaba a ella desde detrás de la tumba sobre la que se alzaba la estatua de una niña angelical que miraba hacia abajo con la cabeza inclinada. El paso del tiempo había desmoronado una de sus manos de piedra y Neferet pensó que su expresión parecía como si el ángel hubiera entregado parte de sí mismo a modo de oferta, tal vez al toro blanco.
La idea hizo que Neferet se consumiera de celos.
Comenzó a caminar para encontrarse con el toro, moviéndose lenta y lánguidamente. Neferet sabía que era preciosa, pero aun así se sintió obligada a extraer energía de las sombras que la circundaban para realzar su hermosura. Su larga y espesa cabellera brillaba tanto como la seda de su vestido negro. Lo había elegido porque le recordaba a la Oscuridad, y sobre todo a su toro.
Neferet se detuvo delante de él y se dejó caer elegantemente sobre ambas rodillas.
—La consecución del caos prosigue muy bien, mi señor.
¿Así que ahora soy tu señor? ¡Qué interesante!
Neferet echó la cabeza hacia atrás y miró al enorme dios con una sonrisa seductora.
—¿Preferirías que te llamase consorte?
¡Ah, los nombres! ¡Cuánto poder hay en ellos!
—Sí, tienes razón —dijo Neferet levantando la mano y tocando uno de sus espesos cuernos. Relucía como el ópalo.
Me gusta el nombre que has elegido para el recipiente. Aurox, por los uros, los toros de la antigüedad. Me parece de lo más adecuado.
—Me alegra contar con tu aprobación, mi señor —respondió ella, pensando que todavía no le había dicho si podía o no llamarlo consorte.
¿Y cómo te sirve esta criatura engendrada a partir de un sacrificio imperfecto?
—Me sirve bien. Y cuando lo miro no veo ninguna imperfección, solo un gracioso regalo de parte tuya.
Aun así, espero que no olvides mi advertencia. El recipiente puede romperse.
—El recipiente en sí no tiene ninguna importancia —dijo Neferet con desdén—. Simplemente es el medio para la consecución de un fin. —Acto seguido se puso en pie y se acercó a él—. No necesitamos perder un tiempo tan precioso en hablar de Aurox. Me sirve y me servirá bien, de lo contrario dejará de existir.
¡Con qué facilidad desechas mis regalos!
—¡Oh, no me malinterpretes, mi señor! —lo tranquilizó—. Me limito a escucharte y a tener en cuenta tu advertencia. Y ahora, ¿no podríamos hablar de algo más agradable que un recipiente vacío?
Has mencionado la palabra consorte. Eso me ha hecho recordar algo que me gustaría enseñarte y que, tal vez, sea de tu interés.
—Sabes que estoy a tu completa disposición —dijo Neferet, realizando una reverencia.
La enorme encarnación de la Oscuridad se arrodilló, ofreciéndole su lomo.
Ven conmigo, desalmada mía.
Neferet se colocó sobre él a horcajadas. Su pelaje era como el hielo: liso, frío e impenetrable. Él la condujo a través de la noche, deslizándose a una velocidad sobrehumana a través de las sombras, cabalgando sobre las corrientes de la noche, utilizando esas horribles cosas ocultas que siempre, siempre, hacían su voluntad, hasta que al final se detuvo en las sombras más espesas bajo unos antiguos árboles desnudos en una sierra al suroeste de Tulsa.
—¿Dónde estamos? —preguntó Neferet con un escalofrío, aferrándose a él.
No digas nada, desalmada mía. Observa en silencio. Contempla. Escucha.
Neferet observó, escuchó y, unos instantes más tarde, lo que le pareció un hombre alto y musculoso descendió de uno de los tres refugios de madera situados en la colina que se alzaba delante de ellos. A continuación se acercó al borde de la cordillera y se sentó en un enorme y liso peñasco de piedra arenisca.
Hasta que no se hubo sentado no le vio las alas.
¡Kalona! No pronunció su nombre, tan solo lo pensó, pero el toro le respondió igualmente.
Sí, se trata de tu antiguo consorte, Kalona. Acerquémonos un poco más y observémoslo.
La oscuridad que los rodeaba se removió ondeante a su paso, envolviendo al toro y a Neferet de una forma tan sobrecogedora que parecía que formaban parte del tejido de las sombras y de la perezosa neblina que de pronto había empezado a levantarse por encima de las montañas.
Neferet contuvo la respiración mientras el toro se acercaba lentamente a Kalona, tanto que incluso pudo mirar por encima de sus anchos hombros y descubrir que sostenía entre sus manos un teléfono móvil. Entonces empezó a tocar la pantalla y Neferet la vio iluminarse. El alado inmortal vaciló, planeando con el dedo índice por encima como si no supiera que hacer.
¿Sabes lo que estás viendo?
Neferet se quedó mirando fijamente a Kalona. Había dejado caer los hombros con actitud de derrota y se frotaba la frente con la cabeza gacha. Al final, a regañadientes, dejó el teléfono sobre la roca con sumo cuidado.
No, pensó Neferet. No sé lo que estoy viendo.
Kalona, el guerrero caído de Nyx, suspira por alguien que ya no está a su lado. Alguien con quien le gustaría contactar, pero no tiene valor suficiente.
¿Yo?, se dijo Neferet, incapaz de reprimir sus pensamientos.
La risa carente de humor del toro retumbó en su mente.
No, desalmada mía. Tu antiguo consorte echa de menos la compañía de su hijo.
¡Rephaim! Neferet sintió que la rabia se apoderaba de ella. ¿Suspira por ese chico?
Así es, aunque todavía no ha puesto nombre a sus sentimientos. ¿Sabes lo que eso significa?
Neferet reflexionó antes de hablar y descartó los celos, la envidia y todas las trampas del amor mortal. Entonces, y solo entonces, lo entendió.
Sí. Significa que Kalona tiene un importante punto débil.
Así es.
Acto seguido comenzaron a desvanecerse, descendiendo por la ladera de la colina, saltando de sombra en sombra mientras cabalgaban la noche. Neferet acarició el cuello del toro, pensó en las nuevas posibilidades que se le abrían, y sonrió.
Rephaim
—Tenemos que hablar de la visión de Aphrodite —dijo Stevie Rae.
Él cogió uno de sus rizos y empezó a enrollárselo alrededor de un dedo. Una vez lo hubo capturado por completo, tiró de él con actitud juguetona.
—Tú habla, yo te tocaré el pelo.
Ella sonrió, pero le apartó la mano delicadamente.
—Ya basta, Rephaim. Tienes que ser serio. La visión de Aphrodite es espeluznante.
—¿No decías que Aphrodite había predicho la muerte de Zoey? En dos ocasiones, para ser más exactos. Y que yo sepa, también la de su abuela. Y en los tres casos la premonición de estas muertes permitió que la evitaran. —Rephaim le acarició la mejilla y la besó con dulzura antes de decir—: Utilizaremos esta visión para evitar también mi muerte.
—De acuerdo, eso tiene sentido —respondió ella acariciándole la mano con su mejilla—. Pero tenemos que tener bien clara una cosa. Dragon es una pieza clave en toda esta historia, de manera que tienes que mantenerte alejado de él.
—Sí, lo sé. —Rephaim apoyó la mano en el lateral de su cabeza, pensando en lo mucho que adoraba su pelo, mientras deslizaba los dedos por su cuello y su hombro.
—Por favor, escúchame. —Stevie Rae le cogió la cara entre las manos obligándolo a dejar de tocarle el pelo y la piel.
—Te estoy escuchando —dijo él concentrándose de mala gana en lo que decía su chica.
—He estado pensado que tal vez estaba equivocada. Quizás es mejor que te quedes aquí, lejos de la escuela, y por supuesto no deberías asistir al ritual que llevaremos a cabo en la granja de la abuela de Z, o al menos tendrás que mantenerte al margen hasta que conozcamos mejor los detalles de la visión de Aphrodite.
Rephaim le apartó las manos de su rostro y se las sujetó con fuerza.
—Stevie Rae, si empiezo a esconderme ahora, ¿cuándo acabará?
—No lo sé. Lo que sí sé es que estarás vivo.
—Hay cosas peores que la muerte. Estar atrapado por el miedo es una de ellas. —En ese momento sonrió—. De hecho, toda esta historia me parece curiosamente positiva. La visión significa que realmente soy humano.
—¿De qué demonios estás hablando? ¡Por supuesto que eres humano!
—Tengo apariencia humana, al menos hasta que sale el sol, pero ser mortal hace que sea verdaderamente lo que parezco.
—¿Pero no te entristece saber que tu sangre inmortal ha desaparecido?
—No, hace que me sienta un poco más normal.
Los ojos azul claro de Stevie Rae lo miraron.
—¿Sabes qué más hace? Hace que ya no formes parte de la sangre de Kalona.
Rephaim intentó entender el rechazo de Stevie Rae hacia su padre. A decir verdad, lo comprendía, pero no conseguía reprimir la actitud defensiva, la rabia que le provocaba el hecho de que intentara apartarlo del alado inmortal.
—¿Crees que hace falta algo más que la sangre para convertirse en padre? —le preguntó lentamente, intentando razonar a través de sus sentimientos y encontrar la verdad que se escondía detrás de ellos.
—Sí, por supuesto que sí —respondió ella.
—En ese caso estarás de acuerdo en que la ausencia de sangre común no hace automáticamente que alguien deje de ser tu padre. —Antes de que ella pudiera rebatirle sus argumentos, continuó—: Kalona es inmortal, pero yo estuve a su lado el tiempo suficiente para percibir un atisbo de humanidad dentro de esa inmortalidad.
—Mira, Rephaim, no quiero discutir contigo sobre tu padre. Sé que piensas que lo odio, pero no es así. Lo que odio es que te haga daño.
—Eso lo entiendo —dijo él, atrayéndola hacia sus brazos y besándola en la cabeza, inspirando el dulce y familiar olor femenino mezclado con el del jabón y el champú—. Pero tienes que dejar que encuentre mi propio camino en este asunto. Kalona es mi padre y eso no cambiará jamás.
—Vale, intentaré dejar de insistir en que te mantengas alejado de tu padre, pero quiero que me prometas que considerarás la idea de apartarte del camino de Dragon, al menos durante un tiempo.
—Es una promesa muy fácil de hacer. Ya intento evitar al maestro de esgrima porque sé que verme le causa dolor, pero no me esconderé. No puedo esconderme de Dragon del mismo modo que no puedo esconderme de mi padre.
Ella dio un paso atrás y lo miró a los ojos.
—Estamos juntos en esto, ¿verdad?
Él hizo lo propio.
—Por supuesto. Siempre.
—De acuerdo, entonces sigamos juntos, aunque sea peligroso. Yo te protegeré —dijo ella.
—Y yo te protegeré a ti —añadió él. A continuación Rephaim la besó, larga y lentamente, y luego la retuvo un rato más entre sus brazos dejando que su aroma y su dulzura lo envolvieran.
—¿Tienes que irte ya? —preguntó ella con la cara enterrada en su pecho.
—Sabes que sí.
—Voy a dejar de preguntarte si quieres que te acompañe porque sé que no quieres que lo haga, pero quiero que sepas que si alguna vez cambias de opinión permaneceré contigo hasta el final porque, aunque seas un pájaro, eres mi pájaro.
El comentario le provocó una risa ahogada.
—No se me había ocurrido verlo de ese modo, pero sí, soy tu pájaro, y tu pájaro necesita salir al aire libre a estirar un poco las alas.
—Vale.
Rephaim agradeció que fuera ella la primera en soltarse y que lo mirara con una sonrisa entusiasta, aunque no del todo creíble.
—Estaré aquí cuando vuelvas a casa.
—Bien, porque siempre volveré a donde tú estés.
A continuación la besó brevemente, se puso la camiseta y abandonó la habitación. Se alegró de haber salido antes de que la piel empezara a vibrar de aquel modo tan desagradable. Detestaba la sensación de pánico que le provocaba el tener que recorrer los túneles a toda prisa, deseando ardientemente subir a la superficie y surcar el cielo que parecía llamarlo a gritos.
Cuando apenas le faltaban unos metros para llegar a la última intersección antes de la salida del sótano, vio algo que se movía en las sombras y, automáticamente, se puso a la defensiva.
—¡Tranquilo! Solo soy yo.
Efectivamente se tranquilizó cuando reconoció la voz de Shaunee, seguida muy de cerca por la dueña de esa voz que surgía del ala derecha del túnel. Llevaba el pelo revuelto y una enorme bolsa de plástico.
—Hola, Shaunee —dijo—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, supongo que sí. Todavía tengo que sacar un bulto más del cuarto de Erin para terminar de llevarme todas mis cosas a mi nueva habitación. —Luego señaló con el pulgar a la oscuridad que se extendía detrás de ella y añadió—: Y sí, sé que voy a tener que instalar algunas luces.
—¿Tú necesitas luz?
Ella sonrió, levantó una mano con la palma extendida hacia arriba y sopló encima, provocando la aparición de una pequeña llama que empezó a bailar alegremente.
—Bueno, yo no, pero si viene alguien a visitarme probablemente sí.
—Si quieres, mañana puedo ayudarte —dijo Rephaim casi sin pensar, y de pronto deseó no haberlo hecho. ¿Y si le pasaba como al resto de los iniciados y no quería tener mucho que ver con él?
Pronto se demostró que no había necesidad de preocuparse. Shaunee no lo rechazó. De hecho, su sonrisa se volvió aún más abierta.
—Eso sería genial. Iba a intentar instalar algunas cuando terminara de traer la última bolsa, pero mudarse es un verdadero asco y lo único que me apetece es acurrucarme en mi nueva y confortable cama y volver a ver el último episodio de Juego de tronos en mi iPad. Tengo unas ganas tremendas de ver un rato a Daenerys.
—Stevie Rae y yo también hemos estado viendo la serie. Como sabes, salen cuervos.
—Sí, y dragones, y muertos, y un gnomo superguay que debería estar loco y hacer un montón de chorradas, y en realidad es así, pero de buen rollo. —En ese momento se mordió el labio y a Rephaim le dio la impresión de que estaba intentando decidir si decir algo más, así que el joven se quedó allí en pie, esperando, a pesar de que empezaba a sentir un hormigueo bajo la piel. Finalmente Shaunee dijo en un tono casi inaudible—: A Erin nunca le gustó. Decía que era como Dragones y mazmorras pero para tontos, y yo le daba la razón, aunque luego la veía a escondidas cuando se quedaba dormida.
Rephaim no estaba seguro de cómo responder a aquello. Jamás había entendido por qué las dos chicas habían sentido siempre la necesidad de comportarse como si fueran una sola persona, así que también le costaba entender por qué de pronto las dos, cada una a su manera, parecían tan disgustadas y perdidas.
—Quizás podríamos verla juntos cuando empiece la nueva temporada —le propuso.
—¿Crees que Stevie Rae accedería a preparar palomitas con mantequilla? Recuerdo que le salían buenísimas.
—Las sigue preparando, así que en principio sí. Yo diría que no tendría inconveniente en prepararlas. Con mantequilla.
—¡Ummm! ¡Genial! Trato hecho. Y gracias, Rephaim.
—De nada. Lo siento pero ahora tengo que irme… —dijo mientras empezaba a alejarse de ella hacia la salida del sótano que le permitiría salir al exterior.
—¡Eh! Me he enterado de lo de la visión de Aphrodite. Solo quería decirte que espero que no te maten.
—Yo también lo espero. —Entonces hizo una pausa y añadió—: Si me pasara algo, ¿me harías el favor de llamar al teléfono que le diste a mi padre y contárselo?
—Sí, claro. Pero no te pasará nada. Espero. Además, no hace falta que te maten, puedes llamar al teléfono siempre que quieras. Ya sabes, para hablar con él.
Rephaim se dio cuenta de que hasta ese momento no se le había ocurrido algo tan simple, tan mundano y tan normal como llamar por teléfono a su padre.
—Lo haré. Pronto —dijo sintiéndolo de verdad—. Nos vemos después del atardecer.
—¡Hasta luego! —respondió ella.
Una vez se hubieron despedido, Rephaim tuvo que recorrer a toda prisa la última parte del túnel y subir corriendo la escalera de hierro que llevaba a la salida, pero no le importó. Su último pensamiento antes de que el cuervo y el cielo se apoderaran de su mente humana fue que se alegraba de que Shaunee y Erin hubieran dejado de ser una sola persona porque Shaunee, por sí misma, era una chica muy maja. Y junto con Damien y, tal vez, incluso Zoey, podrían convertirse en los primeros amigos de verdad que había tenido jamás…
Kalona
Había algo en el aire aquella noche que no lo dejaba descansar. Sus hijos dormían tranquilamente, a salvo del frío y de los peligros en los tres refugios de caza. Él también debería estar durmiendo, pero en vez de eso se encontraba fuera, en la cumbre de la montaña, sentado en un enorme risco con la parte superior plana, pensando.
Tenía el iPhone en la mano y reflexionó sobre el mundo moderno y la extraña magia que había desarrollado. No sabía decir si le parecía mejor o peor que el mundo antiguo. Desde luego, era más cómodo. Y sin duda alguna, también más complicado. ¿Pero mejor? Kalona decidió que no.
En ese momento se quedó mirando el teléfono. La iniciada se lo había dado para que pudiera ponerse en contacto con Rephaim, pero el nombre del chico no aparecía en la lista de contactos. Menuda cosa más estúpida e inútil, pensó. Y entonces, tras pensarlo mejor, se dio cuenta de que Stevie Rae sí que estaba en la lista. Bastaba contactar con la Roja para contactar con su hijo.
Pero no quería hablar con la Roja. Ella era la causante de todos sus problemas. Si no se hubiera metido donde no la llamaban, Rephaim estaría allí, junto a él, como era ley de vida.
O quizás Rephaim habría muerto desangrado, roto y solo, aquella noche terrible. ¿Y acaso ese no habría sido un final mejor, más apropiado para mi hijo, que vivir encadenado a una joven vampira y a su inclemente diosa?
Apenas la idea tomó forma en su cabeza, Kalona la rechazó.
No, no hubiera sido mejor que Rephaim hubiera muerto.
Y Nyx no era inclemente. Había perdonado a su hijo. Al único al que se negaba a perdonar era a él.
Kalona dirigió su voz a los cielos.
—Es irónico que, teniendo un gesto de bondad con mi hijo, hayas cometido una crueldad conmigo. Me has arrebatado a la última criatura de este mundo que me amaba de verdad.
Su voz se perdió rápidamente en la noche y se quedó completamente solo. ¡Oh, Diosa! ¡Estaba tan cansado de estar solo!
Echaba de menos la compañía de Rephaim.
Kalona dejó caer los hombros.
Fue entonces cuando percibió la presencia de la Oscuridad. Era muy sutil y estaba bien camuflada, pero Kalona conocía la Oscuridad desde hacía demasiado tiempo, tanto batallando contra ella como luchando a su favor, para dejarse engañar.
Kalona dejó el teléfono a un lado y se esforzó por controlar la expresión de su rostro para convertirla en una máscara impasible y neutral. No tenía ni idea de por qué el toro blanco lo estaba acechando aquella noche, pero sabía que su presencia auguraba grandes problemas y tribulaciones a este mundo y, quizás, también a él.
Él sabía algo que Neferet era incapaz de entender debido a lo embriagada que estaba por el poder: la encarnación de la Oscuridad nunca podría ser un verdadero aliado. El toro blanco tenía un único objetivo: la destrucción y completa desaparición del toro negro. Utilizaría cualquier cosa y a cualquier persona para conseguir su objetivo, de la misma manera que destruiría cualquier cosa y a cualquier persona que se interpusiera en su camino.
Si Neferet creía ser su consorte, estaba de lo más equivocada. El toro blanco de la Oscuridad no tenía consortes, solo conquistas.
La presencia se desvaneció y Kalona respiró aliviado. Entonces se irguió y se quedó pensando: ¿Neferet? ¿Había percibido también su presencia?
En ese momento, bajó la mirada y se quedó mirando el iPhone. ¿Cuánto tiempo habían estado observándolo? ¿Qué habían oído? ¿Qué sabían exactamente?
¿Estaba en peligro Rephaim?
Kalona se puso en pie y echó a volar. Sus poderosas alas agitaban la noche mientras viajaba rápida y silenciosamente a través de las corrientes de aire en dirección este, adentrándose en la penumbra previa al amanecer.
Llegó a la estación poco antes del alba y aterrizó en el suelo cubierto de piedras, cerca de las vías del tren, lejos de la enorme fachada de la entrada que, según le había explicado Shaunee, nadie utilizaba. Kalona caminaba lentamente, mirando una vieja rejilla de metal y maldiciendo para sus adentros por haberse dejado el maldito teléfono sobre la roca, cuando alguien apartó a un lado la rejilla oxidada y su hijo salió a toda prisa del edificio.
Kalona empezó a moverse hacia él, sintiendo un alivio imposible de expresar con palabras al ver que su hijo se encontraba bien, cuando su boca se abrió de par en par y dejó escapar un chillido espeluznante. A continuación el cuerpo de Rephaim empezó a temblar, a retorcerse y a transformarse y, de repente, inexplicablemente, un cuervo surgió bajo la piel del chico.
Dejándose llevar por el instinto, Kalona echó a volar siguiendo al cuervo. El inmortal se mantuvo a una distancia considerable, alejado de los curiosos ojos de la ciudad, aunque en realidad el cuervo pasó muy poco tiempo en la metrópoli. En vez de eso voló hacia el oeste y luego un poco hacia el sur y, sorprendentemente, realizó el mismo trayecto que había recorrido Kalona. No pasó mucho tiempo antes de que el cuervo se posara en un viejo roble que se alzaba en la cima de la montaña, cuyas ramas se extendían como un gigante protector alrededor de las chozas de los cazadores. Entonces Rephaim el cuervo se quedó allí, alejándose solo de vez en cuando para comer algo o para dar unas vueltas por el cielo, pero siempre, siempre, regresaba a la cima dibujando un círculo en el cielo.
Cuando se aproximaba la puesta de sol, el cuervo emprendió el vuelo. Esta vez no dibujó un círculo sino que se dirigió hacia el este, hacia Tulsa. Kalona lo siguió y, mientras el sol desaparecía por el horizonte, el cuervo se posó junto a la entrada del sótano de la estación. El pájaro emitió un chillido que se transformó en un grito de agonía, y de pronto reapareció Rephaim, desnudo, de rodillas y respirando con dificultad.
Kalona se ocultó entre las sombras y observó a su hijo mientras se vestía y luego ambos dirigieron la mirada hacia la rejilla metálica al escuchar que alguien la desplazaba.
—¡Has vuelto! ¡Sí!
La Roja se arrojó en los brazos de su hijo y este la cogió y la apretó fuertemente contra su cuerpo, riendo y besándola. A continuación los dos, cogidos de la mano, desaparecieron en el interior del sótano del edificio.
Kalona, con las rodillas temblorosas y sintiéndose viejo de repente hasta un punto inimaginable, se sentó en las vías oxidadas y alzó la voz, dirigiendo sus palabras al firmamento y a la Diosa, a quien este personificaba.
—Lo perdonaste, y aun así sigues haciéndolo sufrir como una bestia. ¿Por qué? ¿Porque está pagando por mis pecados? ¡Maldita seas, Nyx! ¡Maldita seas!