Zoey
Sí, lo reconozco, no le había contado a Stark la historia de Aurox, la rama y demás pero ¿qué necesidad había? Stark ya llevaba una vida lo suficientemente estresante. Ni siquiera dormía bien porque seguía teniendo esas terribles pesadillas de las que se negaba a hablarme pero cuya existencia yo conocía perfectamente, entre otras cosas porque dormía a su lado y, sobre todo, porque no soy tonta. Además, lo del árbol había sucedido muy deprisa, nadie se había hecho daño y la cosa no había pasado de ahí. Punto pelota.
Bueno, excepto por un pequeño detalle, el hecho de que hubiera decidido mirar a Aurox a través de la piedra vidente. Bueno, no es que fuera a hacerlo en ese preciso momento. Al fin y al cabo, Aurox ni siquiera estaba allí. Pero lo tenía claro. En el mismo instante en que me había tocado, había tomado una determinación.
En el mismo instante en que me había tocado, había dejado de tenerle miedo.
Aún así, todavía me daba un poco de yuyu.
Estaba discutiendo conmigo misma sobre la conveniencia de decirle o no a Stark que había decidido mirar a Aurox a través de la piedra vidente, cuando escuché a Stevie Rae y a Aphrodite discutiendo sobre los detalles de la renovación de los túneles (Aphrodite quería un montón de obreros y que todo fuera superostentoso, mientras que Stevie insistía en no dejar entrar a nadie que no fuera de «los nuestros». Uf.), cuando el autobús se detuvo delante de la estación y Darius abrió la puerta.
—Voy a llamar a Andolini para hacer un pedido de proporciones bíblicas —dijo Stevie Rae mientras ella y Rephaim bajaban del autobús.
—Por una vez estamos de acuerdo en algo —convino Aphrodite, apartándose para sentarse en el regazo de Darius mientras los demás empezábamos a salir del vehículo—. A mí pídeme una Santino. Es una bomba de calorías, pero merece la pena. Además, combina de maravilla con esa botella de chianti que he cogido de la cafetería cuando me he saltado la quinta…
Sucedió así, de repente. Aphrodite estaba contándonos con total normalidad que se había saltado la clase cuando el cuerpo se le agarrotó. Se quedó completamente rígida. Los ojos se le pusieron en blanco y empezó a llorar lágrimas de sangre. De golpe y porrazo dejó de ser la chica despampanante y perfecta que conocíamos para convertirse en un ser que a duras penas podía considerarse humano y que incluso daba la sensación de estar muerto.
Darius no lo dudó ni un instante. Agarró el cuerpo rígido de ojos ciegos y ensangrentados y la bajó del autobús. Yo, por mi parte, dejé a un lado mi reacción en plan «¡oh, Dios mío!» y me giré hacia el resto de los chicos que, o bien miraban absortos con la boca abierta, o se tapaban los ojos con las manos como si estuvieran a punto de echarse a llorar.
—Aphrodite está teniendo una visión —dije con una voz que parecía salir de la boca de algún otro. Alguien que conseguía mantener la calma. Stark me cogió de la mano para darme fuerzas—. Se pondrá bien —añadí aferrándome a él.
—De hecho, se va a cabrear de lo lindo cuando vuelva en sí, porque odia con toda su alma que le pase en público —dijo Stevie Rae, que había vuelto a entrar y se encontraba a mitad de las escaleras del autobús. Me di cuenta de que tenía los ojos superabiertos, pero su voz sonaba de lo más tranquila y relajada.
—Sí, Stevie Rae tiene razón —dije yo—. De manera que será mejor no le demos demasiada importancia. Ni ahora ni cuando recupere el conocimiento. —A continuación hice una pausa y, sintiéndome como una auténtica imbécil, añadí—: De acuerdo, no estoy diciendo que tener visiones sea lo más normal del mundo, solo que no le va a hacer mucha gracia que todo el mundo empiece a preguntarle «¿cómo estás?», «¿te encuentras bien?» y todo ese rollo.
—Yo voy entrando y empezaré a pedir las pizzas. Imagino que Aphrodite tendrá hambre cuando termine ¿no crees? —preguntó Stevie Rae.
Yo recordé la última vez que había tenido una visión y lo mal que se había sentido después. Me hubiera gustado contestar que Aphrodite habría preferido un tranquilizante y una botella de vino, pero pensé que habría dado mal ejemplo, de manera que respondí:
—¡Oh, sí! ¿Por qué no le pides una y la metes en el congelador? Si tiene hambre, podemos calentársela en el microondas. En este momento tengo que asegurarme de que esté bien. Querrá un poco de agua y estar tranquila durante un rato.
—A sus órdenes, jefa —respondió Stevie Rae con una sonrisa y, actuando con absoluta normalidad, dijo al resto del autobús—: Voy a pedir unas pizzas antes de bajar. La cobertura en los túneles es una mierda así que, antes de desperdigaros por ahí, necesito que me digáis lo que queréis. Y no os vayáis antes de tiempo. Tengo que asegurarme de que no se me escapa nada. A propósito, Kramisha, ¿podrías encargarte de anotar lo que quiere cada uno? Me sería de gran ayuda. —Acto seguido miró a Shaunee, que parecía especialmente perdida, y le dijo—: ¡Eh! ¿Te importa que demos tu tarjeta de crédito por esta vez? Z y yo nos aseguraremos de que recuperes tu dinero.
Shaunee frunció el ceño.
—¿Me lo prometes? La última vez acabé pagando yo solita la cuenta de Quennies. Esos sándwiches de ensalada de huevo serían la bomba, pero doscientos dólares me parece una clavada.
—Te lo prometo —dijo Stevie Rae guiñando los ojos y mirando al resto del autobús con gesto amenazante—. Que no me entere yo que alguien se queda sin pagar.
—¡Vaaale! ¡De acuerdo! —respondió un coro de voces desde la parte trasera.
Me entraron ganas de darle un beso a mi mejor amiga. Había conseguido distraer a todo el mundo de la horripilante y poco atractiva visión de Aphrodite y se había encargado de que se entretuvieran en decidir qué pizza iban a pedir y en pagar su parte proporcional en lugar de bajar a los túneles hablando de lo que le había pasado a Aphrodite con cara de pasmarotes.
Mientras tanto, yo tiré de Stark para que bajara conmigo del autobús.
—Nosotros tomaremos una combo grande —dijo cuando pasábamos junto a Stevie Rae.
—¿En serio estás pensando en la pizza? —le susurré sintiéndome como si acabara de decir «¡pues que coman pasteles!» o lo que quiera que hubiera dicho hace tiempo la desconsiderada de la Maria Antonieta esa refiriéndose al hambriento pueblo francés, cuando lo realmente importante era sobrevivir.
—Pensaba que querías que actuáramos con normalidad —me respondió en voz baja.
Yo suspiré. La verdad es que tenía razón, así que le dije a Stevie Rae:
—Con extra de olivas y queso. —A continuación, bajando la voz añadí—: Y gracias.
—Estaré en la cocina cuando estéis listos para hablar —dijo en el mismo tono. Luego, alzando de nuevo la voz preguntó con toda naturalidad—: Entonces, ¿cuántas con pepperoni?
—Entremos por la estación. De ese modo podremos coger unas botellas de agua de la cocina de camino a la habitación de Aphrodite —dije a Stark cuando vi que se dirigía automáticamente a la entrada que conducía a los túneles. Él cambió de dirección, pero aún así le expliqué (probablemente más por escuchar mi voz calmada que por ninguna otra cosa)—: Tendrá sed. Y deberíamos coger también unos paños. Los empaparé en agua y se los pondré sobre los ojos.
—¿Siempre le sangran de ese modo?
—Sí. Desde que le desapareció la marca, sí. La última vez que tuvo una visión me dijo que el dolor y la cantidad de sangre eran cada vez mayores. —En ese momento le miré a los ojos—. Tenía muy mal aspecto, ¿verdad?
—Se pondría bien. Darius está con ella. No permitirá que le suceda nada malo —dijo apretándome la mano con fuerza antes de dejarme bajar primero por la vieja entrada de la taquilla.
—Creo que ni siguiera un guerrero puede protegerla de algo así.
Él me sonrió.
—Yo ideé la manera de protegerte en el Otro Mundo. Estoy seguro de que Darius puede arreglárselas con unas cuantas visiones y un poco de sangre.
Mientras recorríamos la cocina a toda prisa, agarrando las botellas y los paños, no dije nada más.
Deseaba que Stark tuviera razón. Lo deseaba con todo mi corazón, pero tenía un mal presentimiento, y detestaba cuando me pasaba. Siempre significaba que iba a pasar algo terrible, aterrador y espantoso.
—¡Eh! —Stark me cogió del brazo y tiró de él con cuidado, obligándome a detenerme justo al otro lado de la cortina de cuentas doradas que servía como puerta a la habitación de Aphrodite—. Necesita que estés bien.
—Lo sé, tienes razón. Es solo que las visiones la dejan hecha polvo y eso me preocupa.
—Pero también son un regalo de Nyx, y nos proporcionan información importante ¿no?
—En eso también tienes razón —dije.
Su sonrisa se volvió un poco chulesca.
—Me encanta cuando me dices que tengo razón.
—Pues no te acostumbres. Eres un chico, así que te corresponde un número muy limitado de «tienes razón» —dije haciendo el gesto de las comillas con los dedos.
—¡No te preocupes! Intentaré conseguir todos los que pueda —dijo. A continuación, se puso serio de nuevo—. Recuerda que en momentos como este no debes actuar como una amiga, sino como una alta sacerdotisa.
Yo asentí con la cabeza, inspiré hondo y pasé a través de la cortina.
La habitación de Aphrodite cambiaba de un día para otro y cada vez que entraba, me recordaba más a una mezcla entre la casa Kim Kardashian y los decorados de Conan el Bárbaro. En esta ocasión había añadido una chaise longue en tonos dorados. No, no tenía ni idea de dónde la había sacado ni de cómo la había llevado hasta allí. En la tosca pared de cemento del túnel que había detrás había colgado parte de la colección de cuchillos de Darius como decoración. Y también había puesto unas borlas con cuentas que colgaban de cada una de las empuñaduras. En serio. La cama era grande. Increíblemente grande. Aquella noche el edredón era de terciopelo morado con un bordado de flores doradas. Tenía millones de almohadones de plumas y su terrible gata persa, Maléfica, tenía una cama para gatos a juego con la de ella. Solo que en aquel momento Maléfica no estaba en su cama. Estaba acurrucada sobre el regazo de Aphrodite con actitud protectora. Mi amiga estaba recostada sobre el millón de almohadones con la cara tan pálida que daba miedo. Darius le había puesto un toallita de papel doblada sobre los ojos, que ya habían recuperado su color. Me sentí un poco más aliviada al ver que estaba dándole unas palmaditas cariñosas a Maléfica, lo que significaba que estaba consciente. Pero la sensación de alivio se desvaneció cuando me acerqué a la cama y la insoportable gata empezó a aullarme.
—¿Quién es? —La voz de Aphrodite sonó muy débil y asustada, algo impropio de ella.
Darius le tocó la cara.
—Son Zoey y Stark, preciosa mía. Sabes de sobra que no dejaría entrar a nadie más.
Stark me apretó la mano con fuerza y luego la soltó. Yo dirigí una breve plegaria a Nyx para mis adentros, por favor, ayúdame a ser la alta sacerdotisa que Aphrodite necesita, y adopté el papel que, en mi opinión, seguía quedándome demasiado grande.
—Te he traído un poco de agua fresca y unos paños —dije rápidamente, situándome a un lado de la cama y humedeciendo uno de ellos—. No abras los ojos. Voy a quitarte esta toallita.
—De acuerdo —dijo ella.
Sus ojos siguieron cerrados, pero no por ello dejaron de sangrar. El olor me invadió, y por un momento pensé que iba a tener una reacción del tipo «¡oh, Dios mío! ¡Cuánto me gustaría tomármela toda!», pero no fue así.
El olor de Aphrodite no era como el de los humanos. Intenté recordar cómo olía su sangre la última vez que había tenido una visión, y no lo conseguí, lo que significaba que probablemente tampoco en aquella ocasión había sido normal.
Aparté a un lado esa idea y me senté en la cama, junto a ella.
—También te he traído una botella de agua. ¿O prefieres ya algo más fuerte?
—Sí. Vino. Tinto. Darius lo tiene.
—Preciosa mía, bebe un poco de agua primero.
—Darius, el vino me ayuda a soportar el dolor. Y ya que estás, tráeme un tranquilizante de mi bolso. Eso también ayuda.
Darius no se movió. Tan solo se me quedó mirando.
—Esto… Aphrodite, ¿qué te parece si eliges entre la pastilla y el vino? Las dos cosas juntas no parecen muy apropiadas —dije.
—Mi madre siempre las toma juntas —me soltó. Luego apretó los labios con fuerza, inspiró profundamente y dijo—: Tienes razón. Me decanto por el vino. No soy mi madre.
—Efectivamente. No podría estar más de acuerdo —convine. Con expresión de alivio, Darius empezó a abrir la botella—. Mientras tu chico te sirve un poco de vino para que lo huelas, me gustaría que bebieras un poco del agua de la que te he traído.
Ella hizo una mueca que se parecía mucho a su característico gesto de desprecio.
—¿Y tú cómo sabes que hay que oler el vino? Ni siquiera bebes.
—Pero veo la tele. ¡Dios! Todo el mundo con al menos un dedo de frente sabe que el vino hay que olerlo —dije, ayudándola a colocar las manos alrededor de la botella de agua ya abierta y a beber—. ¿Cómo ha sido esta vez? ¿Tan mala como la última?
Cuando resultó evidente que no tenía intención de contestar, Darius lo hizo en su lugar.
—Peor —dijo—. Tal vez deberías volver más tarde. Cuando haya descansado.
La Zoey amiga de Aphrodite no podía estar más de acuerdo, pero la Zoey alta sacerdotisa en prácticas sabía que no era una buena idea.
—Se pasará el resto de la noche borracha y agotada, y lo más probable es que le dure hasta mañana. Necesito que me hable de la visión antes de que esté demasiado grogui para articular palabra.
—Z tiene razón —dijo Aphrodite antes de que Darius tuviera tiempo de protestar—. Además, esta vez ha sido bastante corta. —Me alegró ver que se había liquidado toda el agua, pero entonces extendió la mano tanteando ciegamente y dijo—: El agua se ha acabado. ¿Dónde está mi vino?
Darius le acercó una copa de vino supersencilla, toda de cristal con una forma especialmente bonita, pero entonces me di cuenta de que tenía una pequeña marca de Riedel en la base y supe que se trataba de una exclusiva pieza de cristalería de Williams-Sonoma. Lo reconocí porque Aphrodite me había dado una charla al respecto cuando había estado a punto de romper una apenas unos días antes (¡Cómo si a mí me importaran esas cosas!). En cualquier caso, Aphrodite bebió un largo trago de la copa de cristal con ayuda de Darius, y luego exhaló lentamente.
—Prepárame otra botella. Necesitaré más. —Esta vez el guerrero ni siquiera me miró en busca de una confirmación. Parecía derrotado—. Y dile a Stark que deje de mirar tus cuchillos con cara de tonto. Él es «arcoman», no «cuchilloman».
—¿Ahora son superhéroes? —pregunté intentando, probablemente sin éxito, sonar graciosa.
Las comisuras de sus labios se curvaron con un gesto de satisfacción, y por un instante me recordó demasiado a su gata como para sentirme tranquila.
—Bueno, el mío es un superhéroe en muchos sentidos, pero el tuyo no lo sé. Eso tendrás que decirlo tú.
—¡La visión! —dijo Stark desde el otro lado de la habitación articulando la palabra con los labios para que Aphrodite no lo oyera mientras, efectivamente, examinaba los cuchillos decorativos.
—Vale, y ahora cuéntame de qué se ha tratado esta vez.
—Era una de esas malditas visiones mortales. Una de esas en las que estoy dentro del tío al que matan.
—¿El tío? —De pronto sentí que una oleada de pánico se apoderaba de mí. ¿Acaso se trataba de Stark?
—Relájate. No era ni el tuyo ni el mío. Era Rephaim. Estaba dentro de él cuando lo mataban. Y, a propósito… —En ese momento vaciló y bebió otro largo trago de vino—. El chico pájaro tiene algunas mierdas extrañas en la cabeza.
—Ahora dime solo lo más importante. Los cotilleos ya me los contarás luego —dije.
—Bueno, como suele pasar cuando estoy dentro de la persona a la que se están cargando, la visión era confusa —dijo apoyando la mano encima del paño y haciendo una mueca de dolor.
—Tú limítate a contarme lo que recuerdas —la apremié—. ¿Cómo lo mataban?
—Con una espada. Prácticamente lo cortaban por la mitad. Ha sido de lo más asqueroso, pero la cabeza no se le separaba del cuerpo, como sucedía con la tuya en aquella otra visión.
—Bueno, me alegro por él —dije, aunque ni yo misma sabía si lo decía en serio o estaba siendo sarcástica—. ¿Y quién lo cortaba en dos?
—Es precisamente ahí donde entra en juego la confusión. No estoy segura de quién lo mataba. Lo único que sé es que Dragon estaba allí.
—¿Dragon lo mata? ¡Vaya! Eso es espantoso.
—Bueno, como ya te he dicho antes, no estoy segura de que sea así. Lo que puedo decirte es que recuerdo perfectamente la expresión del rostro de Dragon justo antes de que la espada me partiera en dos. Se mostraba absolutamente derrotado. Su aspecto era mucho peor del que ha tenido últimamente. Es como si la esperanza, la luz y la felicidad hubieran desaparecido por completo su vida. Y estaba llorando, berreando, con mocos y todo.
—Entonces a Rephaim lo matan con una espada —dije.
—Así es —confirmó Aphrodite—. Lo sé, eso significa que era uno de los cabezas de chorlito. Aparentemente es Dragon quien lo hace, pero no estoy segura al cien por cien, especialmente si tenemos en cuenta los berridos y todas las demás cosas confusas.
—¿Otras cosas confusas?
—Sí. Se sucedían un montón de imágenes de lo más extrañas. Había algo blanco que parecía muerto. Había hielo ardiendo en un círculo. Se veía sangre y tetas por todas partes. Y después yo, es decir, Rephaim, me moría. Fin.
Yo me froté las sienes. Estaba empezando a dolerme la cabeza.
—¿Tetas? —La palabra pareció despertar el interés de Stark.
—Sí, arcoman. Tetas. Como si hubiera una mujer desnuda dando vueltas por ahí. Literalmente. No le vi la cara porque, como era de esperar, estaba fascinado por sus tetas, pero no sé si tenía algo que ver con la sangre y con la cosa blanca muerta.
—¡Eh! Espera un momento —dije—. ¿No decía algo el último poema de Kramisha acerca de fuego y hielo?
—Ummm, se me había olvidado. Aunque no me extraña. No soporto toda esa mierda de la poesía.
—No me seas tan negativa —dije—. Y no se trata solo de poesía. Tiene un componente profético.
—Sí. Yo sí que me acuerdo. El poema también decía algo sobre las lágrimas de un dragón —intervino Stark.
—Quizás llora porque está matando a Rephaim a pesar de que se le había asignado la tarea de protegerlo porque es el maestro de esgrima de nuestra Casa de la Noche —dijo Darius.
—Pero eso no es exactamente así —dije yo—. Nosotros tenemos aquí nuestra propia Casa de la Noche así que, técnicamente, no es nuestro maestro de esgrima. Tal vez se agarra a eso para justificar el hecho de matar a Rephaim.
—Todo esto suena bastante lógico, pero sigue faltándome una pieza. Eso es lo que me dice mi instinto. Solo que no consigo averiguar qué pieza es. En mi visión, todas las imágenes excepto la de Dragon aparecían y desaparecían continuamente, principalmente porque Rephaim estaba superconcentrado en Stevie Rae y en el ritual que estaba llevando a cabo.
—¿Un ritual? ¿Y yo estaba allí?
—Sí, toda la panda de pringados estaba allí. Alguien había invocado un círculo. Tú lo dirigías todo, pero el ritual se centraba en la tierra, de manera que Stevie Rae realizaba la mayor parte. —En ese momento inspiró profundamente—. ¡Oh, mierda! Acabo de caer en la cuenta de dónde estábamos: en el campo de lavanda de tu abuela.
—¡Oh, no! ¡Maldita sea! ¡El ritual de purificación que se supone que debo realizar en un par de días! O quizás no. Tánatos iba a llamar a mi abuela para que hiciéramos algo antes, algo que podría revelarnos qué le pasó exactamente a mi madre. —En ese momento hice una pausa, sintiéndome sobrepasada por la idea de la cosa blanca muerta, la sangre y las tetas, y todo ello en el contexto del asesinato de mi madre—. ¿Significará esto que no debería indagar y que no tendría que hacer nada?
Aphrodite se encogió de hombros.
—Z, sé que te costará creerlo porque normalmente eres la «estrella principal» en la mayor parte de mis visiones, pero en esta apenas apareces. Sinceramente, no creo que tenga nada que ver contigo.
—Pero sucede en la granja de mi abuela.
—Lo sé, pero al que se cargan esta vez es a Rephaim, no a ti —dijo ella.
—Espera, a mi me parece que son buenas noticias —dijo Stark acercándose hasta mí y cogiéndome de la mano.
Aphrodite soltó un bufido.
—Sí, claro, a menos que seas Rephaim.
Stark ignoró el comentario y continuó:
—Has visto como matan a Rephaim. Sabes dónde sucede y quién estará allí, de manera que, ¿qué pasaría si nos cercioráramos de que esos elementos no se encuentren? Eso impediría la muerte, ¿no?
—Tal vez —dijo Aphrodite.
—Ojalá —dije yo.
—Necesitamos asegurarnos de que Dragon no se acerca a Rephaim —dijo Darius—. Incluso aunque no sea él el que acaba con su vida, al menos sabes con certeza que está presente cuando lo matan.
—Sí, de eso estoy segurísima —dijo Aphrodite.
—Entonces, ya está. Mantendremos alejados a Dragon y a Rephaim, aunque eso implique que Rephaim no venga con nosotros cuando vayamos a la granja de la abuela.
—Si yo voy, Rephaim también.
Stark, Darius y yo nos giramos y descubrimos a Stevie Rae y a su chico asomando por debajo de la manta y entrando en la habitación. Aphrodite frunció el ceño, pero no se quitó el paño de los ojos.
—La visión ha sido sobre Rephaim.
Stevie Rae no lo planteó como una pregunta, pero yo le respondí de todos modos.
—Sí. Lo matan.
—¿Cómo? ¿Quién lo hace? —La voz de Stevie Rae sonó firme. Parecía dispuesta a comerse el mundo.
—No estoy segura —intervino Aphrodite—. Era desde el punto de vista del chico pájaro, lo que significa que toda la maldita visión fue muy confusa.
—Pero sabemos que sucede en la granja de mi abuela y que Dragon está allí —expliqué—. Por eso estábamos diciendo que Rephaim debería quedarse aquí cuando vayamos. Si es que al final vamos.
—Lo haremos —dijo Stark—. No podemos permitir que esto cancele el ritual que ibas a llevar a cabo por tu madre.
—No es por ella —dije completamente abatida—. Ella está muerta y eso no va a cambiar.
—Tienes razón —respondió él—. Lo haces por ti y por tu abuela, que es más importante que hacer algo por una persona que ya está muerta. —En ese momento miró a Stevie Rae y a Rephaim—. El ritual tiene que llevarse a cabo, pero no hace falta que Rephaim esté presente poniéndose en peligro. Sería más sensato que, como ha dicho Z, se quedara aquí.
—Sí, claro. ¿Para que alguien, como por ejemplo Dragon, se acerque a él sigilosamente aprovechando que está solo? Sinceramente, no me parece la mejor solución —dijo Stevie Rae.
—No entiendo nada —dijo Rephaim.
Yo suspiré.
—Aphrodite tiene visiones en las que la gente muere. En ocasiones son realmente claras y resulta fácil evitar que suceda. Pero en otras son confusas.
—Porque estoy dentro de la persona a la que matan. Eso es precisamente lo que ha pasado en la tuya. Y por cierto, volar da mucho miedo. No me importa lo que piense tu cerebro de pájaro.
—No cuando tienes alas —respondió Rephaim con total naturalidad.
—Oh, oh —dije yo.
—No —intervino Stevie Rae—. Guárdate para ti lo que quiera que encontraras dentro de su cabeza. No le interesa a nadie.
—¿Estaba dentro de mi cabeza? —Como era de esperar, Rephaim se había quedado a cuadros.
—En una de las visiones, sí. Pero no volverá a suceder. Espero. Y había algo más pululando por ahí además de Dragon. Me refiero a un toro, o al menos a la sombra de un toro.
—¿La sombra de un toro? —De pronto sentí ganas de vomitar—. ¿Era eso la cosa muerta que has visto?
—No. Eso era otra cosa completamente distinta.
—¿Has visto de qué color era?
—Zoey, las sombras son siempre del mismo color —respondió ella.
—Aurox —dijo Stark.
—¿Viste a Aurox? —pregunté rápidamente.
—No. Solo la sombra del toro. Y para que conste en acta, estoy de acuerdo contigo, Stark y Darius; el chico pájaro debería mantenerse alejado de Dragon. Y ahora, ¿os importaría rellenarme la copa y dejarme descansar un poco?
—No creo que sea bueno beber cuando estás sangrando de ese modo —dijo Stevie Rae.
—No deberías dudar de mí. Soy una profesional —respondió Aphrodite.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —pregunté.
—Significa que mi amada ha terminado de hablar y necesita descansar —dijo Darius.
—Las pizzas deben estar a punto de llegar —dijo Stevie Rae—. Te he pedido una.
—Si sigo despierta cuando las traigan, me la comeré —dijo Aphrodite. A continuación se quitó el paño de los ojos y, tras parpadear lentamente, los abrió. Yo estaba preparada. Lo había visto antes. Pero Rephaim no.
—¡Por todos los dioses! ¡Realmente estás llorando sangre! —exclamó.
Ella lo miró con los ojos teñidos de rojo.
—Así es. Incluso yo sé que se trata de un terrible simbolismo. Chico pájaro, necesito que recuerdes una cosa. Si he tenido esta maldita visión, es porque en ella había un mensaje para ti. Tienes que hacer lo que sea por salvarte el culo. Aléjate de objetos punzantes, y si eso significa que tienes que guardar las distancias con Dragon Lankford, tendrás que hacerlo.
—¿Durante cuánto tiempo? —le preguntó—. ¿Cuánto tiempo tengo que esconderme de ese vampiro?
Ella sacudió la cabeza.
—Se supone que la visión es una advertencia, no llevaba fecha límite.
—Preferiría no tener que esconderme.
—Pues yo preferiría que no te mataran —dijo Stevie Rae.
—Y yo preferiría echar una cabezadita —añadió Aphrodite.
—De acuerdo, vámonos —dije, entregando a Darius la última botella de agua—. Intenta que beba un poco entre copa y copa de vino.
—No sé si sabes que sigo aquí. No hace falta que hables de mí como si no te oyera.
En ese momento levantó la copa como si hiciera un brindis y se la bebió de un trago.
—He decidido ignorarte porque estás bajos los efectos del alcohol —dije—. Descansa un poco. Ya hablaremos luego.
Seguidamente abandonamos la habitación de Aphrodite, con Stevie Rae y Rephaim cogidos de la mano y hablando en voz baja, mientras recorríamos los túneles hacia el exterior, donde esperaríamos a un desconcertado repartidor que sin duda iba a recibir una suculenta propina.
—¿Qué opinas de la visión? —preguntó Stark rodeándome con el brazo y acercándome a él.
—Creo que Stevie Rae va a tener un problema. Intentará proteger a Rephaim con tanto ahínco que al final acabarán matándolo.
Stark asintió con gesto sombrío.
—Así es como trabaja la Oscuridad. Hace que el amor acabe convirtiéndose en algo malo.
Sus palabras me pillaron por sorpresa. Sonaba tan cínico, tan viejo.
—Stark, la Oscuridad no puede convertir el amor en nada. El amor es lo único que perdura más allá de la Oscuridad, la muerte y la destrucción. Tú lo sabes, o al menos lo sabías.
Entonces se detuvo en seco y, de repente, me encontré entre sus brazos mientras me abrazaba con tanta fuerza que casi me corta la respiración.
—¿Qué pasa? —le pregunté en un susurro—. ¿Qué te sucede?
—A veces pienso que debería haber sido yo el que muriera y que Heath se quedara contigo. Él creía en el amor mucho más que yo.
—No creo que lo importante sea cuánto crees, sino en lo que crees.
—Entonces todo irá bien, porque creo en ti —dijo él.
Yo lo rodeé con mis brazos y me quedé así un buen rato, intentando infundirle confianza a través del tacto, dado que las palabras no parecían ser suficiente.