22

Zoey

Os aseguro que mi intención era volver a clase. Directa a la sexta hora. De verdad. En contra de lo que mi comportamiento de los últimos días pudiera dar a entender, no soy una de esas que se salta las clases. Al fin y al cabo, los deberes seguirían ahí cuando volviera al día siguiente. A lo que habría que añadir el bonus extra de meterme en líos.

Sinceramente, la idea de que me obligaran a quedarme horas extra o que me infligieran cualquier otro castigo totalmente ineficaz de los que se suelen utilizar en los institutos y que implican encerrar a los buenos chicos en una sala de estudio con un montón de gamberros y delincuentes habituales me ponía la carne de gallina. ¿Acaso no se dan cuenta de que eso causará aún más problemas?

En cualquier caso, cuando había recorrido aproximadamente la mitad del camino que me separaba de los establos, Tánatos pareció materializarse de entre las sombras junto a la acera, haciéndome dar un salto y llevarme la mano al corazón para asegurarme de que no se me saliera del pecho.

—No pretendía sobresaltarte —dijo ella.

—Sí, bueno. He tenido un día algo espeluznante —respondí. De pronto recordé el modo en que el viento se había levantando a su alrededor cuando se había cabreado con Dallas y añadí—: Oye, ¿tienes una afinidad con el viento? —Ella se me quedó mirando con una ceja levantada y, recordando lo poderosa y terrorífica que podía llegar a ser y dije—: A no ser que pienses que no es asunto mío. No pretendo ser maleducada ni nada de eso.

—No estás siendo maleducada, y mi cercanía con el viento no es ningún secreto. En realidad no se trata de una afinidad propiamente dicha. No puedo invocar el elemento, aunque a menudo se manifiesta cuando lo necesito. Llevo mucho tiempo pensando que el aire se mantiene cerca de mí debido a mi verdadera afinidad.

—¿La muerte? —Aquello sí que despertó mi curiosidad—. Pensaba que era el espíritu el que permanecía cerca de ti debido a tu afinidad.

—Parece lógico, pero mi afinidad solo guarda relación con ayudar a los muertos a pasar al otro lado, y en ocasiones con apaciguar a vivos que se han quedado solos. —Mientras hablábamos, caminábamos lentamente, la una junto a la otra, dejándonos llevar por un ritmo pausado—. Los muertos se mueven como el viento, o al menos es así como se me manifiestan. Son etéreos, diáfanos. Parece como si carecieran de sustancia, pero son muy reales.

—Como el viento —dije, entendido a lo que se refería—. Es real. Puede desplazar cosas, pero no se ve.

—Exacto. ¿Por qué me preguntas sobre el aire?

—Bueno, hoy se está comportando de forma extraña. Me preguntaba si habías notado algo extraño en su forma de actuar.

—¿Como si alguien lo estuviera manipulando?

—Sí, exacto —respondí.

—No, yo no diría que el aire esté siendo manipulado. —En ese momento levantó la vista y se fijó en las ramas de los árboles más cercanos, que se balanceaban suavemente, con indolencia, como si siguieran una lenta y silenciosa melodía—. Parece que ahora se ha calmado.

—Así es. —Entonces me pregunté si tal vez no había sido el aire el responsable de que la rama estuviera a punto de aplastarme. No me seas paranoica, me recordé a mí misma con firmeza. Justo en ese momento, las palabras de Tánatos borraron de mi mente cualquier idea sobre el extraño comportamiento del viento y sobre la paranoia:

—Zoey, debo comentar un par de cosas contigo. Lo primero es una petición, y lo segundo es una solicitud de perdón.

—Puedes pedirme lo que quieras. —Pero tendré mucho cuidado de cómo te respondo, añadí para mis adentros—. Y no sé por qué necesitas que te perdone.

—Primero la pregunta, y luego ya te lo explicaré. Me gustaría pedirte que te unas a mí en una discusión que tendremos en clase mañana. —En ese momento levantó la mano para interrumpirme cuando abrí la boca para contestar «vale, como quieras»—. Deberías saber que tratará sobre cómo sobreponerse a la muerte de un progenitor.

De pronto sentí que se me secaba la garganta. Tragué saliva y dije:

—Me va a resultar muy difícil, la muerte de mi madre es demasiado reciente.

Tánatos asintió con la cabeza, y luego, con mucho tacto, añadió:

—Sí, soy consciente de ello. Pero hay varios estudiantes que tampoco se han recuperado de la pérdida de uno de sus padres, aunque la tuya es la única, de momento, que se debe a la muerte.

—¿Cómo?

—Otros tres estudiantes hicieron la misma pregunta que tú.

—¿En serio?

—Sí. Has de saber que se trata de una experiencia universal para todos lo que completamos el Cambio. No somos inmortales, pero sobreviviremos a nuestros padres humanos. Muchos de nosotros optamos por cortar los lazos con los mortales de nuestra infancia al inicio de nuestras vidas como vampiros. Hace que parezca que la irremediable pérdida sea menos dolorosa. Otros seguimos manteniendo relaciones con las personas de nuestro pasado, aparentemente, porque hace que la pérdida sea menos dolorosa.

—Pero mi caso es diferente. No soy una vampira, y a mi madre la mataron. No murió porque era anciana y le había llegado la hora.

—¿Tenías una relación muy estrecha con ella?

Yo apreté los ojos con fuerza. No quería echarme a llorar.

—No. Durante los últimos tres años, no.

—Entonces, ¿lo que más te tortura es la forma en que murió?

Pensé cuidadosamente en la pregunta antes de contestar a Tánatos.

—En parte sí. Creo que saber exactamente lo que le sucedió me ayudaría a pasar página. Pero también está el hecho de que ahora que ya no está, no existe ninguna posibilidad de que recuperemos nuestra relación.

—Efectivamente esa posibilidad ya no existe en esta vida, pero si te espera en el Otro Mundo, podréis reencontraros —dijo Tánatos—. ¿Conocía a la Diosa?

Yo sonreí, esta vez a través de las lágrimas.

—Mamá no conocía a Nyx, pero Nyx conocía a mamá. La Diosa me envió un sueño la noche que murió, y vi cómo mi madre era bien recibida en el Otro Mundo.

—Bien. En ese caso tu espíritu debería sentirse aliviado y desembarazarse de la tristeza. Lo único que queda por resolver es la incertidumbre que rodea a su muerte.

—Su asesinato —la corregí—. A mamá la mataron.

A continuación se hizo un largo silencio y luego me preguntó:

—¿Cómo la mataron exactamente?

—La policía dice que fueron unos drogatas que entraron en casa de mi abuela para desvalijarla. Mamá estaba allí y se cruzó en su camino. —Mi voz sonaba tan vacía como me sentía yo.

—No, me refiero a «cómo» la mataron. ¿Qué tipo de heridas le infligieron?

En ese momento recordé que mi abuela me contó que había habido ensañamiento, pero que mamá no había sufrido. También recordé la expresión sombría de su rostro mientras me lo contaba. Entonces volví a tragar saliva.

—Lo único que sé es que fue muy violento.

—¿Tu abuela vio el cadáver?

—Sí, lo encontró ella.

—Zoey, ¿hay alguna posibilidad de que tu abuela hable conmigo sobre el asesinato de tu madre?

—Estoy segura de que no tendría ningún inconveniente. ¿Por qué? ¿De qué serviría?

—No quiero que te hagas demasiadas ilusiones, pero cuando se produce una muerte violenta, queda impresa en el tejido mismo de la tierra, y en ese caso podría acceder a las imágenes de la muerte.

—¿Podrías ver como mataron a mamá?

—Tal vez. Solo tal vez. Pero primero tendría que hacer una serie de preguntas a tu abuela para saber si existe alguna posibilidad.

—No puedo garantizarte cuánto puede contarte mi abuela. En este preciso momento está llevando a cabo los siete días de ritual de purificación después de una muerte. —En respuesta a la mirada interrogante de Tánatos, le expliqué—: La abuela es una mujer sabia de la tribu de los cheroquis. Observa la antigua religión y practica sus ritos.

—Entonces es importante que hable con ella inmediatamente para comprobar si existe alguna posibilidad de resucitar las imágenes de la muerte de tu madre. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde su muerte?

—La asesinaron el jueves pasado, por la noche.

Tánatos asintió.

—Mañana se cumplirán cinco días. Necesito hablar con tu abuela hoy mismo.

—De acuerdo. Te llevaría a su granja de lavanda, pero sé que no quiere que nadie se acerque allí hasta que haya concluido el ritual de limpieza.

—Zoey, ¿tu abuela no tiene móvil?

—Pues sí… ¿Quieres llamarla?

Tánatos hizo una mueca.

—Aunque no lo parezca, yo también vivo en el siglo XXI.

Sintiéndome como una imbécil, le di el número de mi abuela mientras Tánatos lo memorizaba en su iPhone.

—La llamaré, pero prefiero hacerlo a solas.

Por la expresión de su rostro, supe que no quería que escuchara el tipo de preguntas que iba a hacerle a la abuela, y asentí rápidamente.

—Sí, lo entiendo. No me importa. Además, tengo que ir a clase.

—¿Puedo pedirte perdón primero?

—Sí, claro. ¿Pero, por qué?

—Antes dije una mentira. Me gustaría pedirte perdón por ello, y también rogarte que no le cuentes a nadie lo que estoy a punto de revelarte. Ni siquiera a tu guerrero ni a tu mejor amiga.

—De acuerdo. Te guardaré el secreto.

—Cuando Stark me preguntó si veía la Oscuridad que rodea a Neferet y a los iniciados rojos de Dallas, respondí con una falsedad.

Yo parpadeé sorprendida.

—¿Quieres decir que puedes ver la Oscuridad?

—Así es.

Yo sacudí la cabeza incrédula.

—Entonces también tendrás que pedir perdón a Stark, a Rephaim y a Stevie Rae. Son ellos los que pueden ver la Oscuridad junto contigo y los que se sentirían más ofendidos por tu mentira.

—No pueden saberlo. Necesito que me des tu palabra de que no se lo contarás.

—¿Por qué? ¿Cuál es la razón por la que yo debería saberlo y ellos no?

En vez de darme una respuesta clara, se limitó a empezar a divagar.

—He vivido durante más de cinco siglos y durante la mayor parte de ese tiempo he tenido que tratar con la muerte diariamente. He visto la Oscuridad. He presenciado sus carnicerías, lo que deja a su paso y cómo se cobra sus favores. Reconozco demasiado bien sus hilos y sus sombras. Quizás por el hecho de que la haya observado durante tanto tiempo, también puedo ver su contrario, lo que debilita su fuerza y le hace flaquear.

—¿De qué estás hablando? —exclamé, aunque en realidad solo tenía ganas de ponerme a chillar.

—De ti, Zoey Redbird. Hay algo en ti que la Oscuridad no puede tocar. Por lo tanto, tu destino es permanecer en la Luz y liderar la batalla contra la maldad.

—No, no quiero liderar ninguna batalla. Hazlo tú. O pídeselo a Darius. O incluso a Stark. ¡Maldita sea! Díselo a Sgiach y a los guardianes. Son todos líderes, guerreros que saben cómo luchar. Yo no sé nada. ¡Ni siquiera sé qué hacer sin mi madre! —concluí con voz entrecortada y con la mano en el pecho porque me faltaba el aliento. Tánatos no dijo nada y, cuando vi que se limitaba a mirarme fijamente con sus ojos oscuros, me esforcé por controlar mi voz para que no sonara tan desquiciada y añadí—: Yo no quiero esto. Solo quiero ser una chica normal.

—Puede que esa sea una de las razones por la que esto ha recaído sobre tus hombros, joven alta sacerdotisa, porque no lo quieres. Tal vez así el poder que conlleva la reivindicación no conseguirá corromperte.

—Como Frodo —susurré, más para mí misma que para Tánatos—. Él nunca quiso el maldito anillo.

—J. R. R. Tolkien. Buenos libros, excelentes películas.

Yo la miré sorprendida y luego dije:

—Ah, sí. Entiendo. Estamos en el siglo XXI. Probablemente tienes televisión por cable.

—Sí, por supuesto que la tengo.

—Me alegro mucho por ti, pero volvamos a la cuestión del portador del anillo. Si no recuerdo mal, y estoy convencida de que no porque he visto la versión extendida de la película más o menos un trillón de veces, Frodo acaba prácticamente desquiciado por culpa de ese anillo que no quería portar.

—Y gracias a eso salva al mundo de la Oscuridad —sentenció Tánatos.

En ese momento, un escalofrío me recorrió la columna vertebral.

—Pero yo no quiero morir. Ni siquiera quiero salvar el mundo.

—La muerte nos llega a todos antes o después —respondió Tánatos.

Yo volví a negar con la cabeza.

—Yo no soy la portadora de ningún anillo. Solo soy una adolescente.

—Una adolescente que ya ha conseguido recuperar su vida de la Oscuridad, y no solo una vez, sino varias.

—De acuerdo, si sabes eso, y si sabes que Neferet está del lado de la Oscuridad porque puedes verlo, ¿por qué finges que no es así?

—Estoy aquí para resolver la cuestión de Neferet y de a quién ha jurado realmente lealtad de una vez por todas.

—Entonces, cuéntale al Alto Consejo lo de la Oscuridad que la rodea.

—¿Y que simplemente le impongan un pequeño castigo, para que regrese luego, quizás con más fuerza, y siga haciendo el mal? ¿Y si de verdad fuera la consorte de la Oscuridad? Si así fuera, tendrá que vérselas con todo el poder del Alto Consejo, y para que esto suceda tendríamos que tener pruebas irrefutables de que ha abandonado para siempre el camino de la Diosa.

—Para eso estás tú aquí. Para conseguir esas pruebas.

—Sí.

—No le contaré a nadie que puedes ver la Oscuridad. Y voy a ser muy sincera contigo, prepárate para ver un montón. Y prepárate también para conseguir esas pruebas, porque estoy absolutamente convencida de que Neferet se ha pasado al otro lado. —Estuve a punto de añadir que incluso había dejado de ser mortal, pero decidí callármelo. Era algo que Tánatos tendría que averiguar por sí misma—. ¡Ah! Y estás perdonada, pero tienes que prometerme que tendrás los ojos bien abiertos y que, cuando llegue el momento, te asegurarás de que el Consejo haga lo correcto.

—Te doy mi palabra.

—Bien —dije. Y después, mientras Tánatos llamaba por teléfono a la abuela, finalmente regresé a clase para asistir a la sexta hora.

Shaunee

Hasta aquel momento no se le había ocurrido pensar en lo difícil que iba a resultar dejar de ser la gemela de Erin. Era como si ese simple hecho, el que Erin ya no fuera su mejor amiga, hubiera cambiado por completo su proyecto vital.

¡Era todo tan confuso!

¿En qué momento había dejado de ser Shaunee para convertirse en «una gemela»? En realidad no lo sabía con exactitud. Las habían marcado el mismo día y habían llegado a la Casa de la Noche de Tulsa exactamente a la misma hora. Y en ese preciso instante se hicieron amigas. Shaunee pensó que se debía a que eran hermanas del alma porque no había tenido ninguna importancia el hecho de que una fuera negra y la otra blanca o que ella fuera de Connecticut y Erin de Tulsa. Y una vez se hicieron amigas, Shaunee nunca más volvió a sentirse sola. Sobre todo porque nunca había tenido que estar sola. En el sentido literal de la palabra. Ella y Erin eran compañeras de habitación, tenían el mismo horario de clases, iban a las mismas fiestas y solo salían con chicos que eran amigos entre sí.

Sentada allí, sin compañía, Shaunee sacudió la cabeza. Desde donde estaba, oía a Erin riendo con Kramisha desde algún lugar en la parte trasera del autobús. Por un breve instante se le pasó por la cabeza una idea de lo más perversa: imagino que ha decidido que dejemos de ser mejores amigas para buscarme una sustituta de color. Pero Shaunee la rechazó de inmediato. No tenía nada que ver con el color de la piel. Nunca lo había tenido. Tenía que ver con el hecho de que no podía estar sola. Lo que resultaba superirónico, porque el haberlo descubierto en cierto modo la había puesto en una situación en la que debía estar sola.

—¡Hey! ¿Puedo sentarme aquí?

Shaunee apartó la vista de la ventana y del cielo diáfano previo al amanecer y miró a Damien, que estaba en pie en el pasillo del autobús.

—Sí, claro.

—Gracias —dijo tomando asiento junto a ella y dejando caer la pesada bolsa llena de libros entre sus pies—. Me han puesto un porrón de deberes, ¿y a ti?

—Bueno, sí —respondió Shaunee—. Supongo que sí. Oye, ¿has visto a Zoey en la sexta hora?

—No, durante la sexta hora no. Tenía estudios ecuestres y yo economía, pero la he visto justo después de acabar las clases. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

—¿Te pareció que estaba bien?

—¿Bien? ¿Te refieres a bien físicamente o a bien en plan «no-estresada»?

—Zoey siempre está estresada. Me refiero a físicamente.

—¡Ah, sí! ¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada —dijo Shaunee—. Es solo que… ummm… La he visto al principio de la sexta hora. Hemos estado hablando aquí, junto al aparcamiento, y luego hemos vuelto a clase. —En ese momento examinó a Damien preguntándose si debía contarle la verdad—. ¿Has notado algo extraño en el aire esta noche?

Damien ladeó la cabeza.

—¿Extraño? No. Bueno, hacía viento, pero eso no tiene nada de extraño aquí, en Oklahoma. Ya sabes, este es el estado donde «el viento desciende por las colinas» —canturreó.

—Lo sé, señor «musical de Brodway». Solo sugiero que el viento soplaba con una fuerza fuera de lo común cuando Zoey y yo nos hemos separado y me ha parecido oír que han caído algunas ramas…

—Es verdad, se ha roto la rama de un árbol —interrumpió Stark mientras Zoey y él se acomodaban en el asiento de delante de Damien y Shaunee.

—Sí. El viento estaba un poco loco hoy —añadió Stevie Rae sentándose junto a Rephaim en los asientos situados al otro lado del pasillo—. ¡Pero, qué te voy a decir a ti! Sería como explicarte que el arroz es blanco.

—¿Qué se supone que significa esa chorrada? —intervino Aphrodite, obligando a Zoey a hacerse a un lado y metiéndose como podía junto a ella mientras Darius hacía un rápido recuento, se situaba en el asiento del conductor y arrancaba el coche.

—Significa, señorita Odiosa, que Damien sabe de sobra que hoy hacía viento porque su afinidad es con el viento. Del mismo modo que el arroz es blanco. No entiendo qué tiene la analogía para que te resulte tan difícil de entender —dijo Stevie Rae.

—Cierra la boca —respondió Aphrodite.

—El arroz también puede marrón —dijo Shaunee.

Aphrodite levantó una ceja.

—¿Acabas de hacer un comentario sarcástico por ti misma, sin ayuda de tu gemela?

—Sí —respondió Shaunee, mirándola fijamente a los ojos.

Aphrodite soltó un bufido y apartó la vista, no sin antes decir:

—Pues ya era hora.

—Volviendo al tema del viento —dijo Zoey—, es cierto que estaba un poco loco hoy, e incluso rompió una rama de uno de los viejos robles —dijo encogiéndose de hombros—. Pero, como bien ha dicho Damien, en Oklahoma suele hacer viento. Por cierto, Daimen, hablando del viento, ¿sabías que Tánatos tiene una pequeña afinidad con él?

—¡Oh, Dios mío! ¡No me sorprende en absoluto! ¿Habéis visto el miedo que daba hoy cuando Dallas soltó esa estupidez en clase? No podía creer…

Shaunee desconectó por completo de lo que se estaba diciendo, pero sin quitarle ojo a Zoey, esperando que dijera algo, cualquier cosa, sobre lo que realmente había pasado cuando se había roto la rama. Ella lo sabía. Lo había visto todo.

Mientras recorrían el camino de vuelta a la estación entre baches y botes, Shaunee se dio cuenta de que Zoey no iba a decir nada. Bueno, seguramente habrá preferido decírselo solo a Stark, contarle que, de no ser porque Aurox la había salvado, la rama la habría aplastado. Durante la siguiente pausa en la conversación, que se produjo mientras esperaban en un paso a nivel como un montón de superpringados en un minibús, Shaunee soltó:

—¿A nadie le resulta raro que Aurox solo asista a una clase y se pase el resto del tiempo patrullando el colegio como si fuera un androide?

—Todo lo que tiene que ver con este tío es raro de narices —opinó Aphrodite—. Pero no debería sorprendernos, al fin y al cabo, se trata del amante de Neferet.

—No creo que esté liados —dijo Zoey.

Shaunee estudió a Zoey detenidamente.

—¿Por qué no?

—No sabría decirte —respondió Z con un tono extrañamente despreocupado—. Supongo que por la forma en que se comporta Neferet. Lo trata más bien como a un esclavo.

Stark soltó una risita.

—Neferet trata a todo el mundo como si fueran sus esclavos.

—Apuesto a que la mujer de los ojos de pez muerto lleva fatal que nos hayan sacado a todos de su clase —dijo Aphrodite.

—Puedes estar bien segura, especialmente porque Tánatos es una profesora realmente buena —dijo Stevie Rae—. Y a propósito, no me ha gustado nada la forma en que te has referido a nuestra cortísima y prácticamente asexual relación en la clase de hoy. Yo tampoco me lo pasé como un pitbull en una fiesta de gatos.

—Por favor, dime que no se trata de otra de esas analogías de marginados —dijo Aphrodite.

Shaunee se mantuvo al margen de la discusión, que se prolongó hasta que se detuvieron delante de la estación. En vez de participar, prefirió seguir observando a Zoey. Y también a Stark. Para cuando hubieron bajado del autobús, estaba segura de dos cosas. La primera era que Stark no tenía ni la menor idea de que Aurox le había salvado la vida a Zoey aquella noche, y la segunda, que jamás se habría enterado de lo de Zoey, Aurox y Stark si hubiera seguido siendo una gemela. Como gemela habría estado demasiado ocupada en ser la otra mitad de alguien para prestar atención a nada ni a nadie.

No sabía qué demonios estaba pasando entre Aurox y Zoey, pero estaba decidida a mantener los ojos y la mente bien abiertos y, si existía alguna posibilidad de averiguarlo, lo haría. Sin ayuda de nadie. De pronto no le pareció tan terrible estar sola y, por primera vez desde que había dejado de completar los pensamientos de Erin, Shaunee sonrió.